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Paradigma de la complejidad y proceso psicosomático

Nicolás Caparrós 

Prolegómenos

Resumir lo esencial del paradigma de la complejidad y su relación con el proceso psicosomático no es empresa fácil.

Empezaremos por la primera cuestión.

El mencionado paradigma procede de una exigencia teórico-práctica. El binomio causa/efecto, utilizado desde tiempos inmemoriales, es apto únicamente para aplicarlo a problemas sencillos. Lo lineal sigue al imperativo causa/efecto y aunque creamos que la mayor parte de los hechos se desarrollan por este camino, la realidad, incluso en procesos sencillos en apariencia, actúa por derroteros mucho más intrincados. En estos casos, el efecto no es el producto directo e irreversible de la causa, sino que a su vez modifica de manera retroactiva a su propia fuente.

E. Morin se refiere de este modo a los sistemas hipercomplejos –un caso especial de la complejidad-:

Disminuye las coacciones al aumentar sus aptitudes organizativas, en especial su capacidad para el cambio. En consecuencia, respecto a un sistema de menor complejidad, está más débilmente jerarquizado y especializado, menos centralizado. Pero, por el contrario, está dominado por las competencias estratégicas y heurísticas, depende más rígidamente de las intercomunicaciones y, a consecuencia de todos estos rasgos, queda más sometido al desorden al ruido y al error (1).

Los sistemas hipercomplejos son más frágiles que sus antecesores, más simples y más estables. Esta cualidad es la base de la regresión que se debe a un intento estabilizador con ganancia de entropía. El llamado sujeto normal es más quebradizo que los que no alcanzan sus cotas. La neurosis posee acentos más delicados que la psicosis. La inestabilidad es el precio que pagamos por nuestra propia complicación.


La noción de complejidad y en especial la de hipercomplejidad

Tres proposiciones ayudan a comprender este concepto:

1.- El principio dialógico afirma que la relación orden/desorden se articula para integrar lo complejo; relación que permite expresar la dualidad en el seno de la unidad (Morin 1996) (2). En lo tocante al proceso psicosomático explica problemas tales como la desmentalización, la regresión y la fijación, de crucial importancia en ese campo. 

2.- El principio recursivo concibe los procesos como producidos y productores a un tiempo, lo que supone la superación del tradicional binomio causa-efecto, que representa a partir de ahora un caso particular del citado principio. La sociedad es generada por los individuos y ésta, a su vez, los produce. El hombre es un ser social que origina la sociedad y es creado por ella. El grupo alumbra al sujeto y éste al grupo. 

3.- El principio hologramático, según el cual no sólo la parte está en el todo, sino que el todo está en la parte. Esta proposición pretende ir más allá de las perspectivas analítica y holística. La generación de fractales es un ejemplo acabado de lo anterior, el atractor que los organiza siempre está presente, como elemento invariante en la diversidad de formas que de él dependen.

La complejidad se expresa en escenarios menos intuitivos que los que acostumbramos a captar en el ámbito de la linealidad.

En este campo debemos familiarizarnos con la idea de red, de conjuntos de elementos que establecen relaciones que autogeneran estructuras cada vez de mayor complicación y por ende con propiedades nuevas. Son éstas las que llamaremos emergentes

El concepto de emergente lleva a pensar que el proceso mediante el que surge la creciente complicación es discreto y no continuo. En los emergentes se encierra la posibilidad de generar un salto entre niveles. Esta característica se mantiene desde el nivel físico al nivel social, pero aquí nos interesan ante todo los tres últimos niveles de integración que presentan una complejidad progresiva: los niveles biológico, psíquico y social. Cada nivel se funda en el anterior, pero no es causado por este, en realidad emerge de su substrato que es una estructura propia del nivel previo. Lo psíquico emerge de lo biológico, no está causado por este y al mismo tiempo, al ser el sujeto un sistema hipercomplejo, incide sobre la biología, que así se ve afectada por lo psíquico.

Podríamos hacer consideraciones equivalentes incluyendo al nivel social.


El proceso psicosomático como exponente del discurso de la complejidad

El proceso psicosomático atraviesa diferentes niveles, en su curso adquiere y pierde propiedades emergentes. Tal como debería ser concebido el mencionado proceso posee dos sentidos: el primero, de carácter progresivo, que se confunde con el desarrollo bio-psico-social; el segundo, de tipo regresivo, que comporta una desorganización que podemos describir como desmentalización, con el resultado de una somatosis.

La manera en que tiene lugar esta progresión/regresión y las vicisitudes por las que atraviesa, constituye el meollo del proceso psicosomático.

Cumple decir ahora que el proceso psicosomático, tal y como lo hemos presentado, pertenece al campo del psicoanálisis. Como afirmó Nicolaïdis, no mantiene con éste una relación de filiación sino de inclusión

Las distintas fallas del aparato psíquico conducen a lugares dispares, desde la pequeña claudicación con síntomas aislados por donde el cuerpo asoma -y con este el nivel de integración biológico- hasta la somatosis que anuncia un compromiso vital más profundo.

Ya dijimos que como tal proceso atraviesa por distintos niveles de integración: biológico, psíquico y social, sin que ninguno de ellos tenga la pretensión de ser hegemónico a la hora de explicarlo. En esta característica reside la verdadera entraña de la complejidad. El ser humano, una estructura en perpetuo cambio desde el nacimiento, posee atributos biológicos, psíquicos y sociales, irreductibles entre sí y no sometidos a una organización jerárquica. 

Los registros estructuralistas, conocidos como real, simbólico e imaginario, proporcionan una perspectiva complementaria a lo anterior. A su luz, el sujeto entendido como estructura de complejidad creciente puede ser visto como real desde ese estar ahí de la biología. El sujeto yace en sus fundamentos biológicos, que perteneciéndole son, al mismo tiempo, un más allá del mismo. Lo imaginario, en tanto da cuenta de una vertiente psíquica que le singulariza y hace de él un ser irrepetible, fantasías originarias y modo de expresarse estas de las que se ocupa el psicoanálisis y, por fin, simbólico como ente social asestado al otro que es principio y efecto del sujeto mismo. El símbolo, sumbolon de los griegos, es dual en sus fundamentos. Desde sus orígenes está presente el otro y con él ese medio indispensable para alcanzar la humanización. Biológico, intrapsíquico e interpersonal, tres aspectos indisociables e irreductibles del sujeto.

Proceso y sujeto. El cambio poblado de nuevas propiedades emergentes que surgen en la medida en que nacen nuevos niveles. Sujeto como síntesis témporo-espacial de este proceso. Sujeto que encuentra su expresión en el curso del desarrollo y que en el discurso del tiempo se complica tendiendo a esa estructura plena que nunca alcanza. 

Proceso y sujeto. Progresión y regresión a un tiempo. La perspectiva genética del psicoanálisis da cuenta del progreso. La regresión, a su vez, significa el retorno a formas anteriores del pensamiento, de las relaciones de objeto y de la organización del comportamiento. Progresión/regresión apuntan a una tensa unidad que recorre los inestables niveles de lo complejo.

Nada es para siempre. Ser sujeto supone un trabajo biológico, una elaboración psíquica y un esfuerzo social con el otro y frente al otro. Ser sujeto encierra su propia negación: dejar de serlo. La negatividad acecha en cada enunciado, tras cualquier andadura, en la forma de déficit, de falta, de falla, en la renegación de un entorno que una vez borrado alumbra un narcisismo que al mismo tiempo anuncia la pulsión de muerte; esa noción que, según una bella expresión de E. Rodrigué traduce la entrada de Freud en el tercer milenio.

El sujeto está aquejado de la regresión. Ese aspecto, para el propósito que aquí nos ocupa, fue subrayado con énfasis por P. Marty. Cifrar una de las claves del proceso psicosomático en la regresión supone que su centro es el sujeto y no la enfermedad, ni siquiera el enfermo, como era el caso en la medicina psicosomática. Tomando como totalidad al sujeto mismo, en su íntima complicación y con sus diversos grados posibles de plenitud, esa totalidad sustituye a la enfermedad y al enfermo como objeto último de estudio del proceso psicosomático.


Psicoanálisis y proceso psicosomático

El proceso psicosomático, es preciso reiterarlo, atraviesa diversos dominios, su comprensión desafía a una serie de ciencias, se inscribe y organiza en una sucesión de órdenes: biológico, psíquico y social. Por el contrario, la noción medicina psicosomática apunta a un contenido diferente. En este caso, el hecho central es de estirpe biológica y los factores etiológicos que llevan al citado hecho, la enfermedad, serán psicológicos o sociales. La medicina psicosomática se ocupa de un modo específico de enfermar y como tal es ante todo de raigambre biológica, aunque encuentre una explicación más amplia con el concurso de la psicología o de la misma sociología. Creo que es de capital importancia dar cuenta de esta profunda diferencia entre ambos espacios. 

Fue natural que en su momento el psicoanálisis penetrase en este ámbito a través de las grietas que revelaba la histeria y en especial el mecanismo de la conversión. La histeria permitió a Freud establecer un vínculo provisional, que más tarde sus propias investigaciones enriquecerían, entre somático y psíquico a través del mecanismo de la conversión, satisfaciendo de este modo sus permanentes inquietudes biológicas.

Pero hacer al campo de lo histérico puerta de entrada de lo psicosomático, ensancha los límites de la histeria hasta desnaturalizarla. La histeria en su tiempo permitió a los médicos interesados por lo somático abordar el espacio psíquico sin renunciar a sus orígenes. Ese es el caso del primer Freud, e incluso del Breuer de la Comunicación preliminar y aunque el primero de ellos nunca abandonase las ambiciones biológicas en el curso de su vida pronto las asentó sobre otras bases diferentes a las que de inicio proporcionaba la histeria.

No obstante, quedaron varios cabos sueltos. Es sabido que la historia de la histeria atravesó por momentos de auge y decadencia. Pero es indudable que el nacimiento del psicoanálisis quedará ligado a ella. La histeria repunta de nuevo en el campo de lo psicosomático con la Escuela de Alexander, gran parte de los autores kleinianos y un sector del psicoanálisis francés, que han hecho del proceso psicosomático una gigantesca metáfora de la histeria. En esta neurosis el paso de lo psíquico a lo somático está anudado por el símbolo y si ello fuera así en lo psicosomático, los cuadros de este tipo serían siempre una neurosis en sentido estricto, es decir trastornos psíquicos que se desarrollan en el ámbito del símbolo. 

Toda somatización aguarda al intérprete que desvele su sentido. Ese sería, en cierto modo, el sentir de Valabrega. En la conversión el orden de lo psíquico parece invadir el cuerpo al que hace hablar en un lenguaje que no le pertenece. 

La Escuela de París parte de otros presupuestos diferentes que ensanchan el campo del análisis y los horizontes del propio analista. Ahora será la primera tópica y en ella, sobre todo, la perspectiva económica el ejes inicial que soporta la nueva concepción. Con este apoyo, unido a la ya mencionada regresión, acontece una amplia y radical metamorfosis. 

Cada factor aporta nuevas luces. Con la primera tópica se anuncia el inconsciente como instancia psíquica versus consciente/preconsciente. La primera tópica confiere a las teorías de la Escuela de París su radical filiación psicoanalítica, que rebasa los límites de la histeria y sus posibles variaciones. 

La perspectiva económica, dentro de esta tópica, apunta de manera inequívoca a un psicoanálisis configurado alrededor de conceptos limítrofes como, energía, pulsión, cantidad de afecto, etc., que enlazan con el nivel de integración biológico. En la actualidad este psicoanálisis que no reniega de sus raíces biológicas –y no ese otro que puede ser una mera tecnología o un tipo de hermenéutica- se encuentra confrontado con el apasionante problema de la emergencia de lo psíquico y también con la creación de puentes interdisciplinarios con ciencias vecinas del que el conocimiento mismo puede beneficiarse. Por la índole de sus propios objetos de estudio, el psicoanálisis puede desempeñar esa función mediadora que le resulta difícil de ejercer a otras ciencias.

Para terminar, la regresión es un mecanismo que revela la naturaleza procesual que subyace al hecho psicosomático. Con su concurso quedan bosquejados los trayectos evolutivo y contraevolutivo. Surgencia de lo psíquico versus progresivo borramiento de sus límites.

En los comienzos de la Escuela de París, como ya en su tiempo sucediera con el propio Freud, los distintos tramos del proceso están sujetos a un cierto tipo de jerarquización, concepto muy caro para Hughling Jackson que también satisfizo al primer Freud. Esta visión sólo será superada con la noción de emergente, que nace mucho después, donde la jerarquía cede ante la idea de complejidad. 

Las neurosis bien mentalizadas, las de mentalización incierta y las del comportamiento, en la nomenclatura de P. Marty, se disponen en una suerte de continuum donde lo psíquico pierde peso de manera progresiva hasta su desaparición en un límite ideal. De esta consideración se desprende la contraposición que se pudiera establecer entre la plenitud de sentido que encierra el síntoma histérico, repleto de acentos simbólicos, y la ausencia del mismo en la somatosis definitiva. En realidad, esta afirmación rotunda, como han señalado Nicolaïdis y Smajda, debe ser sustituida por la progresiva degradación del sentido del síntoma del proceso psicosomático a medida que la regresión avanza. La total ausencia de sentido es incompatible con el orden de lo psíquico.


Narcisismo, negatividad y otros hallazgos

La contribución del psicoanálisis para la compresión y delimitación de lo que conocemos como proceso psicosomático no se detiene ahí. Ya he señalado antes que la cuestión de la génesis de lo psíquico constituye una meta principal de la metapsicología. Este tema está en estrecha conexión con la entraña misma del proceso psicosomático. El psicoanálisis ha de recorrer una larga andadura para poder enfrentarse de manera apropiada a esta problemática. Todavía en el dominio de la primera tópica aparecerá en 1914 La introducción al narcisismo. El narcisismo había dado ya las primeras señales de vida en 1911 a propósito del caso del magistrado Schreber. Concepto capital, tanto por su valor epistemológico absoluto como por las cuestiones a las que remite. A. Green ha subrayado reiteradas veces que el narcisismo resulta imprescindible como introducción a la pulsión de muerte. Sin él, esta pulsión carece de sentido histórico y pierde gran parte de su abrumadora consistencia. Pero, además abre las puertas a una comprensión cabal de otras vías que ahora se hacen practicables.

Quiero enumerar ahora algunas de ellas.

1.- En primer lugar, aparece el origen mismo del psiquismo, que arranca en el sistema madre/bebé donde aquélla cobija y da apoyo al inicial narcisismo primario infantil. 

2.- El narcisismo revela también al propio objeto, que a fin de cuentas emana de aquél. El objeto deja de ser el simple lugar de descarga de la pulsión para devenir en objeto pleno, con una historia singular propia de cada ser humano. Objeto que se contrapone al narcisismo. Objeto ligado a éste mediante el vínculo, objeto erótico, objeto investido. Desde este punto de vista el psiquismo y su desarrollo, asemeja a una línea, uno de cuyos extremos está constituido por el narcisismo primario y el otro por el objeto. Las vicisitudes que ligan a ambos polos son los vericuetos singulares del psiquismo de cada existencia concreta.

3.- A través de la patología del narcisismo, sobre todo con la sutil gradación que discurre desde la depresión psicótica (Winnicott), pasando por la depresión anaclítica (Spitz), siguiendo por la depresión esencial (Marty), la melancolía (Freud, Abraham), para terminar en las neurosis depresivas o depresiones reactivas, encontramos una atalaya privilegiada para seguir el curso del proceso psicosomático. Hemos aprendido a identificar al narcisismo y a sus efectos, tanto en el curso del desarrollo como en la psicopatología. 

Por medio de las depresiones y el narcisismo subyacente, reconocemos distintos niveles de degradación de lo psíquico.

La entraña de la depresión es la pérdida, pero la pérdida de una porción de ese íntimo reducto del sujeto o del sujeto en ciernes, conocido como el espacio del narcisismo.

Esa pérdida conduce al vacío a la no-cosa (no-thing) que describió Bion. Si sucede en el curso del desarrollo, crea esas carencias, o faltas, esos agujeros –repudios- en el desarrollo mismo que se constituyen en un más allá de la neurosis, que en ocasiones terminan en el cuerpo y en el espacio biológico que este representa.

4.- El narcisismo inaugura para el psicoanálisis una visión sobre lo negativo. Denegación, renegación, repudio, falta, ausencia, inhibición, compulsión a la repetición, anti-vínculo, reacción terapéutica negativa y, por fin, la misma pulsión de muerte. Las consecuencias psicosomáticas son muy importantes.

La somatosis es un producto que reconoce una doble filiación: la patología narcisista y la paradójica presencia de lo negativo. La somatosis se anuncia por medio de lo que no está, de lo inexistente. Esa su solitaria presencia desprovista de vínculos remite a la pulsión de muerte que, tras la desintrincación pulsional, halla su plena expresión.

Esta breve pero apretada incursión por los dominios del narcisismo empezó en la primera tópica, pero nos ha trasladado poco a poco hasta la segunda. 

El proceso psicosomático se enriquece y complica. La definición de la depresión esencial por parte de la Escuela de Paris, implica, sin duda al narcisismo, a la patología de lo negativo y entra de lleno en la segunda tópica. Aunque estas innegables consecuencias se harán esperar un tiempo.

Al socaire de estas consideraciones encontrarán un nuevo acomodo en este proceso las nociones de trauma, definido ahora más desde los patrones de Ferenczi que los del primer Freud, con su ayuda adquieren un significado diferente los cuadros conocidos como neurosis traumáticas, los aspectos psicológicos del conocido y manoseado stress y las clásicas neurosis actuales: neurastenia, neurosis de angustia e hipocondría. 

El narcisismo ha permitido revelar los planos más profundos del sujeto. El sujeto narcisista es, a fin de cuentas, un cuasi sujeto que en su precaria condición abre de par en par las puertas del proceso psicosomático.

Notas al pie

 (1) Morin, E. (1973). El paradigma perdido. Barcelona, Kairós, 1976.
 (2) Morin, E. (1996). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona, Gedisa.

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