Imago Clínica Psicoanalítica

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Nicolás Caparrós Sánchez

Nicolás Caparrós

Una vida apasionada

Isabel Sanfeliu 

Corría 1978, año de La Constitución. Yo terminaba por entonces Psicología y buscaba dónde conciliar psicoanálisis y trabajo en grupos. No tuve que dudar mucho, el Grupo Quipú de Psicoterapia fundado y dirigido por Nicolás Caparrós cuatro años antes, era el claro referente en este terreno en el Madrid de entonces. En esa institución consolidó una trayectoria iniciada tiempo atrás… 

 

Nacido en Madrid («por casualidad», cosas de la postguerra) en 1941 y almeriense de corazón (infancia y adolescencia discurren entre su mar y la Alcazaba), Nicolás disfrutó de una madre pionera que estudió Farmacia en Madrid en la Residencia de Estudiantes de María de Maeztu y presumió del privilegio de conocer a Marie Curie. Jesús Caparrós, su padre, hombre sobrio en la palabra y generoso en la acción, tuvo que estudiar Derecho para abrirse camino en una época harto complicada, aunque encontró la forma de desplegar su pasión por la matemática y la física diseñando maquinarias de gran complejidad que se mostraron muy eficaces para partir las ingentes cantidades de almendra que entonces se producían y distribuían en Almería. La complicidad que se crea en torno al álgebra entre padre e hijo lleva a este a la Escuela de Ingeniería; no tardará mucho en descubrir que «el cálculo y la matemática son dos cosas distintas; el primero es una simple función de algo mucho más amplio y hondo que es el espacio matemático». Así, decepcionado, da un giro hacia otra estructura, la psíquica, a través de la Medicina (1959-1964) con clara inclinación por el servicio de psiquiatría del que fue Interno desde los primeros cursos. En otra ocasión expresó un agradecimiento especial a tres maestros[1]: su padre (que le descubrió el razonamiento a partir de las matemáticas), el hermano Julián (profesor de literatura que le mostró el significado del dato en el contexto) y Gómez Oliveros (catedrático de anatomía, que aportó el método, la manera de investigar el cuerpo como totalidad, mente incluida). «Cómo es, dónde está y de qué manera se hace», sintetizó él mismo entonces.

No era fácil hacer grupos –terapéuticos, institucionales o de formación- en la España franquista, pero hay muchos abordajes posibles a la hora de aplicar la perspectiva dinámica a este terreno; se van abriendo camino las primeras andaduras antipsiquiátricas españolas y nadie mejor que el propio Caparrós para describir esa realidad bien alejada de la clínica universitaria. En 1964, en el Sanatorio Psiquiátrico Conde de Romanones de Alcohete libró sus primeras armas como Residente ad honorem entre lecturas de Jaspers, programas psicoprofilácticos, campañas de desratización y despiojamiento, proyectos de laborterapia… 

Tras muchas peripecias dimos a luz a una cooperativa mezcla de fábrica y de comunidad terapéutica. Se mejoraron las condiciones infrahumanas de existencia de los asilados que, en número de 600 padecían toda clase de lacras corporales y sociales, amén, claro está, de las propiamente psíquicas. Tuberculosis[2], subnutrición crónica, fiebres de origen desconocido… el sistema social estaba basado en el dominio de los psicópatas de turno (muchos provenían de la legión extranjera) que sometían a pillaje a toda una corte de oligofrénicos. Alcohete era plataforma de correrías, espacio de afirmación ideológica de un cura fascista… En pleno siglo XX allí todavía era posible mantener la doctrina de la heredodegeneración, estudiar síndromes clásicos ya casi olvidados, era el asilismo llevado a la quintaesencia, existían unos cincuenta internados desconocidos para el registro civil que ignoraban su propio nombre…

Por otra parte, la farmacia era casi inexistente, lo que no obstaba para que hubiera de cantidades respetables de dolantina (morfina), así como numerosas dosis de psilocibina (un alucinógeno) y LSD, que a la sazón fabricaba la casa Roche, que habrían hecho las delicias de nuestros modernos yonkies. Además, gran parte del utillaje sanitario había sido robado. No puede extrañar que la preocupación por los aspectos sociales de la psiquiatría se impusiera a un estudio psicopatológico más fino; la patología médica era antesala inexorable de la psiquiátrica. Allí protagonizó episodios que le he escuchado compartir en distintas ocasiones con grandes compañeros como Antonio Colodrón o Rafael Cruz Roche. Merece la pena rescatar algunos, fiel reflejo de una época que exigía recurrir al ingenio para irse aproximando al terreno intrapsíquico.

Cuando llevaba todavía poco tiempo, trabó contacto con Adolfo Marsillach que por entonces preparaba su inolvidable versión de Marat Sade. Me cuenta… 

La compañía nos visitó con él a la cabeza, en una tarde calurosa del mes de julio para que hiciesen el primer contacto con «locos de verdad» que sirvieran como inspiración a los actores que participaban en la obra. Uno de los residentes reconoció a Marsillach y dirigiéndose a él, le preguntó si deseaba ver una obra que había escrito. Nada mejor para los deseos de Adolfo que iba a presenciar una insólita representación. Nos sentamos en una sala donde se agolpaban muchos pacientes. Recuerdo que tenía las cortinas echadas y cómo se filtraban por algunos claros unos rayos de sol mezclados con la densa neblina del tabaco, en medio de una pesada atmósfera de no muy agradable olor. Ante la atónita compañía, nuestro hombre se dirigió al público como presentador de la obra y dijo así: «Yo anuncio que a continuación aparecerá Conchita Bautista y, cuando todo el mundo espera verla, aparece este.»

Y mientras hablaba les arrojó materialmente a un pobre oligofrénico profundo que yacía en una silla de ruedas y al que uno de los jóvenes actores pudo apenas detener. Un Sade redivivo ante una compañía que se disponía a reeditarlo en el teatro. «Personalmente, hice con los actores un trabajo de grupo con el objeto de que se identificasen con los personajes de carne y hueso que allí estaban, al objeto de incorporarlos a la escena.» Así, un grupo entre curioso y suspicaz, dio vida meses después a una representación en el Teatro Goya, que tuvo un enorme eco y de la que solo se pudieron disfrutar -gracias a la censura- tres representaciones.

Otra remembranza: año 1964, como escenario la Iglesia de Horche en Guadalajara. En el cercano Psiquiátrico Conde de Romanones de Alcohete (Guadalajara), Nicolás Caparrós y otros compañeros habían puesto en marcha grupos de laborterapia aprovechando las habilidades de quienes, además de locos, eran excelentes artesanos[3]. Entre ellos, un paciente especialista en restauraciones y alcohólico por más señas, se había encargado de una estatua románica de la virgen. En la misa del domingo en la que la imagen se estrenaba, irrumpió nuestro hombre, bajó a la virgen del altar y se puso a bailar con ella. El cura, antiguo capellán castrense, no lo pensó dos veces, fue a la sacristía y en vez de casulla, salió revestido con una pistola del 9 largo. Allá se fueron en procesión imagen, paciente y cura, hasta el sanatorio psiquiátrico, seguidos por algunos fieles-curiosos. La historia tuvo su fin por mediación del teniente de la guardia civil que puso término a tan surrealista escena.

El mismo escenario vio desplegarse en otra ocasión un auténtico operativo a la luz de la luna: situado en terrenos donados por el Conde de Romanones, en un páramo muy apropiado para su antigua función de sanatorio antituberculoso, al Psiquiátrico le faltaba espacio para instalar una pequeña granja; a Nicolás se le ocurrió convocar a los pacientes que en ese momento estaban remozando el laboratorio para correr las lindes del manicomio. Cada interno tenía una función muy concreta de forma que la identidad de estos marginados sociales se reforzó con la emoción avivada por la aventura del colectivo; todo debía realizarse con «nocturnidad y alevosía» y, en una sola noche, tras instalar gallineros y dos conejeras, las vallas quedaron de nuevo, impecables, en ese terreno baldío tan solo unos cuantos metros más allá. El asunto provocó una reclamación de la que salieron bien parados porque el Conde de Romanones escrituró esa ampliación del Psiquiátrico que llevaba su nombre a favor de la insólita granja.

En suma, sus primeros quehaceres grupales discurren en el ámbito institucional formando parte del movimiento antipsiquiátrico que, en el decir de Roger Gentis, “derribaba las tapias de manicomio” sacando del anonimato a sus habitantes. Esta experiencia hospitalaria en la que lo psicológico estaba acuciado por los niveles biológico y social de forma tangible creo que es germen de lo que A. Caparrós definirá como Niveles de integración (biológico, psicológico y social). Este concepto junto con su forma de entender el Vínculo y la introducción de la Posición confusa en el proceso de estructuración de un sujeto, me atrevería a decir que son los tres grandes referentes de su gran aportación teórica: el Modelo Analítico Vincular en continua re-elaboración.

Estando en Alcohete, Nicolás gana la oposición de Médico residente y Médico ayudante del PANAP –Patronato nacional de asistencia psiquiátrica- y entra en el Hospital Psiquiátrico Nacional de Leganés como Médico ayudante; más adelante pasará a ser Jefe clínico y finalmente Jefe del servicio de hombres y triunviro en la dirección del centro. Las condiciones aquí eran sensiblemente mejores que en Alcohete, se abrían camino por entonces terapias de grupo de corte variopinto y técnicas inciertas. En paralelo, el despertar psicosocial en el centro culminó con un partido de fútbol con camisetas y todo, desarrollado en el tiempo reglamentario. Los pacientes se desenvolvían con la agilidad que los neurolépticos suelen permitir, pero el entusiasmo no era menor por ello… «Un acto tan colectivo y tan nuevo en las eras del psiquiátrico, se pretendió romper por parte de uno de los colegas que hizo la petición de acortar la segunda parte del partido porque tenía que empezar… ¡la terapia de grupo! (sic). Omito el nombre del compañero que recién descubierto el grupo terapéutico, pretendía con él sustituir a aquel soplo vital que con poca técnica y muchas ganas habían conseguido montar». En esta línea, Nicolás denuncia una serie de errores en la época: falta de base clínica en el movimiento contestatario, confusión entre asilismo y estructura psicológica, escasez de formación psicodinámica y falta de contacto con otros países.

El psicoanálisis en aquellos momentos tenía poca fuerza en España; la formación dinámica le llega en principio a través de Inglaterra. «Mi base inicial es de la escuela kleiniana, años después me intereso decididamente por Freud, por las fuentes, con ánimo de seguir unas cosas y criticar otras, no con vocación exegética.» Las visitas a Londres menudean, son viajes en los que afianza su formación analítica al tiempo que se aproxima a la rigurosa labor que se desarrollaba con psicóticos en Kingsley Hall, una de las experiencias más radicales en el tratamiento de estos pacientes. Como Assistantdel Hospital Maudsley, coincidirá en 1968 con J. Berke, R. D. Laing, D. Cooper, A. Esterson y M. Schatzman… Con ese bagaje formaliza en el pabellón de hombres de Leganés las terapias de grupo; hoy rememora una experiencia que tuvo entonces para él gran importancia: el trabajo con un grupo de psicóticos muy regresivos con gran pobreza verbal, cuya única tarea, a primera vista sorprendente, era tomar café con pastas a lo largo de hora y media. «La interacción que se produjo en ese grupo fue extraordinaria, ellos mismos se servían el café, recuerdo cómo uno de los pacientes le limpió con ternura unas gotas que se le resbalaban por la comisura a otro; también el ritual de ofrecerse azúcar, en suma, toda una compleja estructura de inesperado maternaje que dio como resultado una importante superación del estado regresivo de aquellos pacientes».

Nos situamos en Roma, 1969: allí participa en la fundación de Plataforma Internacional como respuesta menos monolítica a la Internacional de Psicoanálisis, sobre todo en lo concerniente a la problemática social. Con él Armando Bauleo, Marie Claire Booms, Hernán Kesselman, Emilio Rodrigué y Berthold Rorschild, entre otros.

Un año después llevará a cabo una encuesta en el distrito universitario de Madrid para investigar opiniones y comportamiento de los estudiantes en torno a la sexualidad. La motivación inicial es clínica, se trataba de minimizar el subjetivismo en la apreciación de la incidencia de ciertos conflictos, aunque al elaborar la encuesta ve preciso investigar el entorno social e ideológico de los encuestados. Se repartieron 6000 y se recogieron 1800, respuesta masiva de estudiantes ávidos de apoyar cualquier oposición a las reglas vigentes. Campaña de prensa nacional en contra, frente a un proceso surrealista y apoyo masivo desde la Sociedad Psicoanalítica de Zurich, el New York Times o Le Monde. «La pareja. Análisis de un ocultamiento» de 1976, o «Psicopatología de la sexualidad» que presentó en la XIII reunión anual de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática en 1977, pueden beber de esta fuente. En la misma línea, psicoanálisis e ideología se dan la mano a la hora de poner en marcha una de sus primeras obras, La crisis de la familia: comienza a escribirla en Leganés, la termina en 1970 pero no se puede publicar en España por problemas de censura hasta 1981 (Kargieman lo editó en Buenos Aires en 1973). La obra queda como reflejo testimonial de una etapa histórica. 

Desde entonces trabaja en una línea psicoanalítica doblemente contextuada por el medio y la estructura que el paciente presenta: nivel de integración social y psicopatología como referentes de la dinámica del sujeto. Nicolás se define en esa época sumido en dos problemas: el abordaje fáctico de los trastornos mentales a través de lo social y el hecho de que la asistencia privada connotaba las características de burguesía frente a la asistencia pública que era intrínsecamente revolucionaria. Encrucijada difícil de resolver: se asociaba a los viejos maestros con el asilismo y el psicoanálisis había de entenderse como práctica no social. De forma que «mi primera experiencia psicoanalítica fue marginal, cuasi clandestina. Me adentré en el psicoanálisis a través del enfermo. Nunca he querido abandonar la psicopatología». Por otra parte, la burocracia inherente a la dirección de Leganés resta demasiado espacio a la clínica, de forma que en 1972 deja el psiquiátrico para dar más vuelo a sus proyectos transoceánicos. 

Vuela a Argentina de la mano de su primo Antonio[4] allí instalado, donde recibe una calurosa acogida desde el primer momento. Las consecuencias del «Cordobazo» en mayo del 69 -un año después del «mayo francés»- facilitan una práctica con incidencia más inmediata en el contexto de la que en aquella época se permitía en España. Dos viajes esporádicos anteceden a los dos años que pasará en Buenos Aires hasta agosto de 1974. En uno de ellos, en 1969, realiza con Armando Bauleo un peculiar grupo operativo para control de ansiedades de las que en aquella época se despertaban muy a menudo: el escenario es el tráiler de un camión camino de Salta. 

En Buenos Aires será profesor de Psicología General en la Facultad de Psicología; entonces conoció a Enrique Pichon Rivière («yo quería saberlo todo y él probablemente deseaba que le dejase en paz») a través de Bauleo y Kesselman, a Marie Langer («caluroso apretón de manos, más propio de su época interbrigadista que de la dama del psicoanálisis que por entonces era»), Tato Pavlovsky, Fernando Ulloa, Ángel Garma… todos ellos maestros y, en poco tiempo, amigos entrañables. En el grupo, Pichon[5] era siempre el observador que parecía no observar nada, que daba la impresión de estar en otra y que al final sorprendía con sintéticas y a la vez minuciosas observaciones, que no otra cosa era su lectura de emergentes. Como el propio Nicolás expresa: «Empezar a adentrarse en la dinámica de grupos teniendo detrás esa mirada a ninguna parte de Enrique, servía para empezar a dar la alternativa –como fue mi caso– o para alejarse definitivamente de los grupos –que pudo ser el caso de otros–».

De vuelta a Madrid se establece en 1974 en Príncipe de Vergara 204. Ahora es él quien allí acoge a muchos de los que en aquella época se vieron forzados a abandonar Argentina; grupos, seminarios e intensivas se suceden con variados equipos terapéuticos. Ese invierno funda con una serie de alumnos el Grupo Quipú de psicoterapia, a cuyo frente estuvo durante veinticuatro años y donde el grupo terapéutico siempre fue un encuadre privilegiado. En el trayecto surgen complicidades y conflictos resueltos con bien en muchos casos. Pero en 1998 una fuerte crisis institucional desencadena la escisión del grupo; tras el desencanto, creó ese año Imago clínica psicoanalítica; instalado en principio con un grupo reducido en la calle Oquendo durante tres años, para luego trasladarse a Pintor Ribera donde continúa su práctica clínica y de formación.

Dentro del terreno institucional, habría que nombrar a la sociedad de la que fue miembro fundador y Presidente (1991-2000), que continúa su actividad con encuentros regulares orientados a formación permanente y a la organización de Congresos internacionales cada dos años: SEGPA (Sociedad española para el desarrollo del grupo, la psicoterapia y el psicoanálisis), que le nombró Presidente de Honor. SEGPA nació en 1988 y Joan Campos fue su primer Presidente.

Sus primeros trabajos teóricos y prácticos sobre el grupo, un modelo comprensivo del mismo y la matización de determinados conceptos de Pichon, entre ellos el de emergente y la relación entre manifiesto y latente son plasmados en una obra colectiva (con Armando Bauleo, Antonio Caparrós y Susana López Ornat, entre otros) en 1975: Psicología y sociología de grupo. Por otra parte, el ímpetu que caracteriza la primera etapa de Quipú hace que germine la idea de editar una revista. Así nace Clínica y análisis grupal en 1976 que ha recogido en todos estos años artículos y entrevistas de las figuras más señeras de nuestro campo. También en esta época fue Profesor de Psicopatología en la Escuela de Psicología de Madrid, como antes lo había sido de la Escuela de Asistentes sociales de Lagasca durante seis años.

Ya entonces la noción de vínculo como algo que incluye la atmósfera emocional que envuelve a los dos sujetos de una relación, se convierte en vértice desde el que contemplar otros conceptos. Así se refleja en los dos tomos que conforman la Psicopatología analítico vincular (una conceptualización dinámica a partir de la estructura de los tres núcleos básicos de la personalidad) en 1992. Por entonces expresó:

El Modelo Analítico Vincular, es fruto de todo el terreno que he recorrido y del tiempo que he tardado en hacerlo. Estudio la genética del vínculo desde la anobjetalidad. Hago un especial hincapié en la posición aglutinada y describo la posición confusa, intercalada entre lo esquizo-paranoide y lo depresivo.

Con Armando Bauleo compartimos en 1994 un Taller intensivo en Cuba sobre Grupo Operativo. Muchas horas, muchas nacionalidades y mucho entusiasmo por parte de todos, produjeron memorables encuentros grupales.

Al hilo de este recuerdo, puede ser oportuno relatar algo sobre las sesiones grupales intensivas -veinte horas en un fin de semana- o «laboratorios» (muchos pacientes o alumnos hacían una al año). Realizadas bajo el marco operativo, en ellas se empleaban técnicas psicodramáticas orientadas psicoanalíticamente, con intención prospectiva en unos casos y terapéutica en otros; allí surgieron multitud de anécdotas que ponen de manifiesto las dotes grupales de muchos de los terapeutas con los que trabajamos. Por ejemplo, cuando Armando Bauleo llegó directamente del aeropuerto procedente de Buenos Aires para integrarse en una de esas intensivas en la que intervenían alumnos y, sin más información de lo sucedido hasta el momento que su propia visión casi instantánea -el grupo llevaba ya un proceso de ocho horas-, desarrolló, junto con Hernán Kesselman, una consigna en la que se encontraban el «terapeuta interpretador precoz» (Armando) con el «paciente internalizador rápido» (Hernán). La escena que tuvo lugar, de perfiles inicialmente esperpénticos, puso de manifiesto tras la elaboración grupal consiguiente, las ansiedades básicas -y también patéticas- que conducen al analista a una suerte de furor interpretandi por completo alejado de la compleja y prosaica realidad de la clínica. Risas primero y melancólica reflexión después.

Este tipo de encuadre fue habitual durante décadas, en general cuando acababa el curso lectivo. Una con el grupo de alumnos del momento y otras con pacientes, llegábamos a realizar en torno a cinco intensivas por año, con equipos de cuatro o cinco terapeutas para unos veinte participantes. Un elemento innovador por entonces (¡hablamos de 1981!): la cámara de video con la que recogíamos escenas que luego eran comentadas con los propios participantes del grupo.

 

Propongo ahora un pequeño recorrido en torno a lo publicado[6] para ofrecer un mapa de la evolución de su interés: Laing, antipsiquiatría y contracultura fue escrito en los inicios junto con la Crisis de la familia que ya comentamos. Esta primera época, impregnada de inquietudes sociales, da frutos como Psicología de la liberación[7], «El papel de W. Reich en freudomarxismo»[8] o su contribución al monográfico que el número siete de Clínica y análisis grupal dedicará a la tortura, que prepara el libro Contra la tortura de Corominas y Farré (1978). Esporádicos contactos con jueces a través de seminarios o peritaciones, le llevan a reflexionar en torno a «La imputabilidad del psicópata» (1994) o «La enfermedad mental en el Código Penal español» (1980). «Edipo en Esparta» será su contribución al Canto a la Paz editado en 1983 por Tierno Galván.

Y del terreno social pasa a perfilar una teoría sobre la estructura psíquica que dé cabida a los terrenos por los que merodean sus inquietudes: una serie de artículos escritos desde 1978 cuajan en La construcción de la personalidad(1981), donde hace un intento por dar coherencia significativa a las inclasificables e inidentificables por entonces, psicopatías. Ahí muestra ya la estructura de su Modelo analítico vincular[9] que en 1992 (Psicopatología analítico-vincular en dos tomos) ofrecerá perfiles más definidos.

¿Aventuramos añoranza de su etapa hospitalaria en la idea del «piso de Hermosilla» que se inaugura en 1980? Destinado a ser una suerte de hospital de día para psicóticos, procedió de una serie de circunstancias bien diferentes: de un lado, una nueva versión dulcificada del viejo Kingsley Hall reducido a una fórmula más viable y humilde. De otro, la inclinación hacia el tratamiento de psicóticos de algunos de los miembros del Grupo Quipú de Psicoterapia como Carlos Cabello, Pilar Alonso y yo misma. Nuestra deficiente capacidad para publicitar tal intento, llevó a su clausura tras cuatro años de déficits sufragados por la totalidad del grupo. Sobraba deseo y faltaba sentido práctico[10].

Año prolífico este 1980: colabora con Joan Campos y otros en la obra Psicología dinámica grupal, escribe La construcción de la personalidad: las psicopatías, participa en un seminario sobre la enfermedad mental en el Código Penal español con J. Chamorro en Granada, realiza una presentación en el VII Congreso internacional de psicoterapia de grupo en Copenhague («Simetría y asimetría en el grupo: un estudio sobre la estructura grupal») y escribe dos artículos en nuestra revista: «El grupo visto desde la psicología vincular» y «Los ritmos del cuerpo en psicoterapia de grupo». En este último, indaga el nexo entre sexualidad y agresión a partir del síntoma “frigidez” desde tres perspectivas: imaginaria, respecto al Self y epistemológica, prestando particular atención al papel que cumple el ritmo, entendido como estructuración temporal del comportamiento en sus unidades mínimas, los movimientos. Leíamos: «Desde el punto de vista vincular, el ritmo significa la posibilidad de colectivizar el tiempo interno, y la función terapéutica plantea hacer consciente el quantum máximo posible de los ritmos.»

En 1981 menudean las colaboraciones -que nunca han cejado- con nuestro amigo y psicoanalista Ignacio Gárate. Surge una sonrisa al recordar incidentes en torno a la elaboración en grupo de un audiovisual sobre el sueño del infierno de Quevedo (un ejemplo de colectivización del sueño) que presentamos en la Maison des Sciences de l´homme de Aquitania en Burdeos. También con Ignacio emprendemos la aventura tunecina en el Symposium Internacional Ibn Sina-Collomb(Psychose, famille et culture en 1982) donde presentó Nicolás un trabajo sobre lo real y lo imaginario en el síntoma esquizofrénico[11]. En esa época, publicó en Burdeos «Les rythmes du corps dans la psychothérapie de groupe».

Toca el turno a la psicosis. En Francia «Un lieu intermédiaire dans la thérapie de les psychoses» (1982) y en 1983 un artículo en el Int. J. of Psychol. sobre contención y otro en torno a «lo real y lo imaginario en el síntoma esquizofrénico» en Clínica

Pero lo grupal no deja de rondar en sus cavilaciones y, con ellas, matiza en torno a configuraciones de la estructura dela personalidad en unas líneas de 1985:

El grupo estudiado desde la Psicología vincular privilegia los aspectos relacionales sobre los contenidos. Los contenidos de que nos ocupamos preferentemente son las consecuencias engendradas por las relaciones actuales del grupo. Las diferencias existentes entre las conductas actuales y los modos de relación arcaicos de los miembros, son los elementos que ponemos en contraposición como muestra palpable de que el aprendizaje grupal está en marcha. La Psicología vincular trata de abordar al grupo y el vínculo como unidad mínima grupal, a la manera de su propio objeto de conocimiento. El grupo es una estructura de estructuras, ya que los elementos que lo componen están a su vez estructurados. Por otra parte, una estructura es una relación y es además una relación de variables (los seres humanos comprendidos en su entorno). Las formas genéricas de aprehensión por parte del sujeto vienen relatadas en lo que denomino los Núcleos Básicos de la Personalidad, como otras tantas formas prevalentes de relación que el sujeto exhibe en su comportamiento cotidiano. Estas formas de relación son analizadas en su medio habitual: el grupo. Este se convierte en el medio fundante del ser humano y en la manera psicológica concreta de estudiarlo.

Su forma de pensar y trabajar lo grupal se funde, en sus orígenes, con el Grupo Operativo de Enrique Pichon-Rivière respecto al que irá matizando diferencias con el transcurrir de los años. Una serie de conceptos se concretan como fundamentales a la hora de identificar el trabajo del grupo desde el modelo analítico-vincular: Emergente, Tarea terapéutica y Vínculo. El reconocimiento de estas investigaciones le lleva a ser nombrado miembro del consejo de redacción de la revista de la Société Psychanalytique de Groupe (París) y miembro del Consejo de Redacción de la Revista Spirali (Milán); también pertenece a la IAGP.

Son muchos sus artículos sobre este tipo de encuadre, por ejemplo: «Los núcleos básicos en la psicoterapia de grupos» y «De la psicoterapia individual a la psicoterapia de grupo» en 1977«La tarea terapéutica» (1978), «La consigna» (1986), «Apuntes para una epistemología del grupo» (1989), «El Modelo analítico vincular» (1990), «El grupo: espacio y proceso»«El grupo y la identificación proyectiva» y «Proyección e identificación proyectiva en el grupo de psicóticos» (los tres en 1994), «Splitting and Disavowal in Group Psychotherapy of Psychoses» (1999), «La intervención grupal en los cuadros límite» (2005)… 

Y, trazando una ficticia frontera -ya que el apartado anterior y este convergen permanentemente en Nicolás-, se suceden los escritos sobre epistemología psicoanalítica o la clínica: «Comentarios sobre la terminación de un análisis» (1978), «La manía: aprendizaje y psicosis» (1979), «Marxismo y psicoanálisis (Una prospección al futuro)» (1990), «El Caos, un nuevo espacio para la psicodinámica» (1991), «Los núcleos y la psicopatología» (1992), «Las personalidades límite» (1995), «Espacio mental psicótico como sucesión; temporalidad como simultaneidad» y «Lo esencial en psicoanálisis» (1996), «De la ética manifiesta a la ética latente» (1997), «Lo simbólico, el símbolo y la simbólica del sueño» (1999), «Lo inconsciente: un negro origen, una difícil y empeñosa tarea» (2005), «Las nociones de cura y cambio» (2006)

Tiempo, temporalidad y psicoanálisis (1994) es, desde mi punto de vista, una de sus obras pioneras más importantes. Mucho de lo recogido en el actual Viaje a la complejidad se encuentra esbozado en este trabajo. Entre ambos, El proceso psicosomático. El ser humano en el paradigma de la complejidad (2008): la emergencia de lo psíquico como devenir evolutivo y la somatización en el proceso psicosomático como proceso contraevolutivo. ¿Qué ata conciencia e inconsciente?, él mismo se responde: Sin duda, el sentido y su soporte, la representación, aquello que trasciende al ser… «Los seres humanos abandonan su condición singular de sujetos como expresión última del nivel psicológico, para devenir en elementos por y para la relación. Así surgen los grupos que mantienen una relación hipercompleja con los sujetos que lo integran.»

Como anécdota, introduzco la narración de cómo «cuajó» el armazón de su segunda tesis doctoral[12]. Como telón de fondo, la correspondencia de Freud[13] que, organizada cronológicamente (no por autores como era lo habitual), permite seguir el hilo del pensamiento freudiano con los matices que aporta saber cómo sesgaba lo compartido con sus corresponsales en un mismo día. Por entonces nos encontrábamos en un rincón del Cabo de Gata mientras garabateaba con un palo sobre la arena figuras geométricas que el mar se empeñaba en arrebatarle. Pero entre ola y ola surgió el esquema del tetraedro basado en los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis que, más tarde, desgajó en un par de artículos sobre La teoría estructural freudiana y el modelo del tetraedro (1991). Se trata de un modelo epistemológico, no clínico, de ahí que no haya sido recogido en trabajos posteriores de índole clínica más que de manera incidental.

En 1997[14] llegará La anorexia, obra que pudimos disfrutar formando equipo y en la que se cuestionaba tanto el diagnóstico precipitado y abusivo, como determinadas técnicas terapéuticas. Entre otras, esos grupos formados de manera monótona por anoréxicas, cuyo manejo inapropiado conduce a la creación de un microcosmos morboso, fundado en exclusiva por desviaciones alimentarias que dejan inermes las personalidades más profundas de estas víctimas.

Al cumplir un siglo la que se puede considerar la obra mayor de Freud, La interpretación de los sueños, Biblioteca Nueva le propuso publicar la traducción crítica llevada a cabo años atrás por un equipo que formamos en torno a Nicolás precedida de un amplio ensayo que elaboró para la ocasión titulado Psicoanálisis del sueño. El sueño del psicoanálisis(2000). En ese grupo de trabajo, fuimos trazando perfiles de los distintos traductores de la obra (partíamos del original alemán y cotejábamos con las versiones inglesa, francesa y tres españolas) y acabamos por considerar a López Ballesteros como el más fiel al estilo del autor; eso sí, con entrañables licencias acordes con la época donde «medio vestía» a la mujer «medio desnuda» en el original, por ejemplo…

En el entreacto, escribe Orígenes del psiquismo. Sujeto y vínculo (2004). «Somos lo que el vínculo hace de nosotros», afirma. Pero la locura es un tema en constante revisión: locura del cuerpo, de la mente, del ánimo… y el clínico rememora los cuadros más desestructurados dando cima, como él mismo reconoció, a su viejo sueño psicopatológico; nace así, en continuidad con la obra anterior, Ser psicótico. Las psicosis.

Los congresos de SEGPA siempre fueron un buen estímulo. En torno a ellos surgen obras colectivas como Del narcisismo a la subjetividad: el vínculo (1998), o Más allá de la envidia (2000)[15]. En 2002 escribe sobre el necesario encuentro entre evolucionismo y neurociencias (Psicoanálisis sin diván. Ensayos postmodernos en el siglo XXI) y «Variaciones sobre la contratransferencia» figura en La enfermedad del terapeuta (2006). Migración, racismo y poderserá el foco en 2010 para recorrer por último una red conceptual: evolución – vínculo – comunicación – lenguaje – símbolo, en Del vínculo a la palabra (2012).

Quiero dar un relieve especial a …Y el grupo creó al hombre: título explícito en el que nos reunimos ambos junto con René Kaës, Claudio Neri, Emilio Rodrigué y Arturo Ezquerro, todos reconocidos especialistas en este ámbito. Corría 2004 y Nicolás abordó «El grupo como organización, estructura y proceso», tomando entre otros referentes a la Teoría general de los sistemas, la autoorganización (Foerster) o la autopoiesis (Maturana y Valera) para terminar desde el evolucionismo con una pequeña historia de cómo se desenvuelven los grupos. En esta obra leemos:

El grupo humano queda definido como una totalidad integrada por elementos que traban entre sí relaciones no-lineales -auténticas redes-. Estas relaciones son cerradas, lo que confiere estabilidad a la estructura que configuran, además de separarla del entorno. Su especificidad estriba en que son capaces de generar comunicación… La comunicación genera al grupo, lo define y mantiene.

Sin duda la coherencia con sus tres inclinaciones (medicina, psicoanálisis y compromiso social) marcó un hilo conductor desde los Niveles de integración que empezó a trabajar en el comienzo de su trayectoria hasta el Viaje a la Complejidad en el que se encuentra ahora inmerso. Esta ambiciosa obra colectiva en cuatro tomos está recibiendo una gran acogida y condensa muchos esfuerzos anteriores; hace unos años comentaba:

Me interesa mucho un tema genético: el origen del psiquismo. Ahí no participa sólo el psicoanálisis sino también las neurociencias, la antropología, la teoría de la evolución… Es una fase donde no hay sujeto, no hay objeto y donde, sin embargo, se gesta lo psíquico. Me interesa esto desde un punto de vista claramente epistemológico o metapsicológico si se quiere. En la clínica estoy interesado en todo cuadro patológico, pero una cosa es la actividad clínica que dota de ideas, y otra los intereses teóricos puros. Este tema es algo de suficiente envergadura y el interés me puede durar siempre.

He tratado de conciliar el costado afectivo con el intelectual. En el primero dejaron una huella especial Antonio Caparrós «a quien hoy puedo llamar mi inolvidable maestro», Armando Bauleo -el hermano que no tuvo-, Hernán Kesselman -«incansable compañero de entrañables charlas[16]»- o Emilio Rodrigué, «gigante» para mí muy querido, que Nicolás recuerda como «el inolvidable chino de la casona». No cito más para evitar olvidos, pero son muchos e intensos los vínculos -y las hostilidades, como no podía ser de otra forma- granjeados en este recorrido.

Dejo en el tintero los esporádicos poemas o la novela histórica[17] que ocupan en ocasiones su tiempo libre. No se pretendía de mí objetividad cuando José Miguel Sunyer me ofreció la posibilidad de tejer esta pequeña biografía, tampoco hubiera sido posible desde el amor sin razón que compartimos. La cercanía permitió a cambio rescatar anécdotas que reflejan la atmósfera del tiempo vivido… Yo disfruté elaborando estas líneas; para juzgar su rigor, a sus obras me remito.

En el horizonte, el cuarto volumen del Viaje a la complejidad, donde lo social cobra nuevo ímpetu, y me parece entrever a Oppas, el último visigodo y sujeto de otra novela, tratando de abrirse paso entre sistemas autoorganizados, recursividades o cambios adaptativos…

 

 



[1] Monográfico que la revista Anthropos (Barcelona) le dedica en 1985.

[2] Allí iba a parar gente de otros manicomios que además tuvieran tuberculosis; la circunstancia se aprovechó para llevar allí a pacientes que no se querían en ningún otro manicomio del país; por ejemplo, un número respetable de oligofrénicos profundos. 

[3] Por cierto, se sugirió al entonces Obispo de Guadalajara que gestionara la parte económica de las obras que así se producían para evitar suspicacias con el manejo del dinero; este hombre se lo tomó muy en serio e hizo una gran labor, retribuyendo puntualmente a los pacientes.

[4] Antonio Caparrós («Incentivos morales y materiales en el trabajo») y José Bleger trabajaban cada uno en su campo sobre niveles de integración y áreas de la conducta.

[5] Enrique y su Escuela de grupo operativo ofrecían entonces inmensas posibilidades para trabajar lo grupal sin detrimento de la profundidad psicológica. Con el tiempo la Escuela perdió hondura en manos de quienes han hecho rutina de una auténtica innovación grupal.

[6] Para no sobrecargar este texto, en lo que atañe a datos de la bibliografía remito a nuestra página web: www.imagoclinica.com 

[7] Elaborado con su primo Antonio y publicado en Fundamentos en 1976.

[8] En Cuadernos de psicología 3, n.2 (1975)

[9] «Quizá sea la historia de este modelo, que se confunde con la mia propia, una buena contribución a la panorámica actual de la Historia de los Grupos en España», escribía en 2010.

[10] De esta experiencia salieron trabajos como «Lugares intermedios en la psicoterapia de la psicosis» (1981) o «La unidad de tratamiento de psicóticos: proyecto de intervención en crisis», con Alonso y Cabello en 1980.

[11] Desde entonces han sido varias las participaciones en cursos o congresos en Túnez a través de Essedik Jeddi, (fundador y presidente de la sociedad tunecina de psiquiatría, muy ligado a Gisela Pankow), con el que se forjó una sólida relación.

[12] (1988) Freud a través de sus cartas: Aspectos biográficos y epistemológicos.

[13] Edición crítica de la correspondencia de Freud establecida por orden cronológico, en cinco tomos editados por Biblioteca Nueva (1997-2002).

[14] La anorexia. Una locura del cuerpo, conocerá una segunda edición en 2004.

[15] Donde apuntó: «Esta envidia inicial, ávida y dolorosa, afecto excluyente que daña por igual a sujeto que a objeto, es la envidia genuina. La vida psíquica tiene ante sí la tarea de domeñarla al dictado del proceso secundario.»

[16] En las que surgieron, con sus coincidencias y diferencias, los núcleos básicos de la personalidad con José Bleger al fondo.

[17] Biblioteca Nueva publicó El califa sin nombre. Crónicas de Al-Mansur (2002).

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