Imago Clínica Psicoanalítica

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Nicolás Caparrós. Psiquiatra.

Teoría estructural freudiana y el modelo de tetraedro (I)

Nicolás Caparrós 

En Clínica y Análisis Grupal nº 56 (1991)

A lo largo de los años, Freud torna al viejo sistema de acogerse a la «Teoría general de las neurosis» donde sus modelos adquieren vida, tanto en las relaciones intrasistémicas como intersistémicas.

Paralelamente a la pulsión de muerte, se concretan una serie de factores, algunos de los cuales aparecieron muchos años antes, otros son de filiación más reciente, y todos obligan a una nueva expresión del aparato psíquico. Los agruparemos en tres órdenes distintos: Factores dé índole teórica propiamente dicha, factores clínicos y factores genéticos. 

Factores teóricos

El Ello es el polo pulsional dé la personalidad y desde 1923 el gran reservorio de la libido, característica que en 1920 estaba atribuida al yo, posee un aspecto caótico: uno de sus extremos está abierto a lo somático y aún más allá; sabe genéticamente lo que el resto de la personalidad ignora y lo muestra una y otra vez por medio de la repetición.

La idea es vieja:

«Un segundo descubrimiento de importancia viene a decirme que la formación psíquica afectada en la histeria no son los recuerdos, ya que ninguna persona se entrega sin motivos a la actividad de la rememoración, sino impulsos derivados de las escenas primitivas» (Fliess, 2.a5.1897).

Apenas expuesta la pulsión de muerte tiene ya lugar un esbozo de la segunda tópica en la que aparece lo esencial de ésta:

«Y para hablar de cuestiones más serias comprendo perfectamente que a Vd. no le baste el Inc. y considere imprescindible el Ello. A mí me sucede lo mismo, sólo que tengo un talento especial para conformarme con lo fragmentario. Pues el inconsciente no es sino algo fenoménico, una indicación a falta de un conocimiento mejor, como si yo dijera; el señor de la capa, cuyo rostro apenas puedo distinguir. Mas, ¿qué podría decir si de pronto esta persona aparece sin dicho atuendo?; de ahí que desde hace tiempo aconsejo a mi círculo íntimo no contraponer el Inc. y el Prec., sino un yo unitario con lo reprimido que se separa de él. Con esto, sin embargo, tampoco se resuelve la dificultad. En sus profundidades, el Yo es también profundamente inconsciente y confluye con el núcleo de lo reprimido. La representación más acertada parece ser pues, que las articulaciones y separaciones observadas por nosotros sólo son válidas en un sentido relativamente superficial, pero no en lo profundo, para lo cual su Ello sería el término apropiado. Quizá de la siguiente manera: Grodeck 17.4.1921).

Conviene reparar que el Yo, en este contexto, surge por una exigencia del Ello. Es una diferenciación y una subordinación a aquel. Aceptando el desorden y la fragmentación como característica de la pulsión de muerte y la tendencia a ordenar y unir como patrimonio del Eros, tenemos dos tipos de contraposiciones: Caos-Orden en la instancia del Ello cuya manifestación desde la base del principio de constancia es el placer y Yo-Ello, antítesis intersistémica, regulada por la defensa y expresada mediante el principio de realidad.

Mientras la represión y lo reprimido han colmado lo principal de’ los esfuerzos de Freud, el Yo se ha limitado a estar ahí. Las nuevas funciones de éste, descubiertas por el psicoanálisis le confieren ahora un puesto diferente. Al principio, por influjo del Yo y el Ello, el papel otorgado es de un relativo segundo orden, con Inhibición, Síntoma y Angustia, adquiere una importancia cada vez mayor.

Freud había definido al Yo primeramente como «una masa de neuronas con un investimiento constante» (Proyecto, 5.10.1895, O.C. tomo III, pág. 943). Más tarde, siguiendo la distinción establecida por Meynert entre un Yo primario y otro secundario, manifiesta que el primero coincide con esa parte primordial e inconsciente de la vida psíquica.

Ya en El hombre de las ratas (1919), se encuentran descritas una serie considerable de técnicas defensivas: regresión, aislamiento, anulación, desplazamiento, que servirán de base para establecer una teoría unitaria de los mecanismos de defensa. En Los dos principios del acontecer psíquico, 1911, quedan referidas una serie de funciones específicas del Yo: la atención, que sale al encuentro de las impresiones sensoriales; el juicio de realidad, la descarga motora, al servicio de la transformación de la realidad y no sólo de la simple descarga fisiológica; el pensamiento, dotado de raíces inconscientes y la represión. (O.C. tomo II, pag. 496).

Con el Yo y la representación de la imagen paterna en el Superyo queda cumplido un aporte antropomórfico que equilibra en cierto modo el exceso energetista en que ha incurrido el Ello.

 

factores genéticos

Desde el descubrimiento de la sexualidad infantil y de su producto concreto más fundamental la fantasía, el Psicoanálisis comienza un lento caminar en el intento de liberarse de las gestalts adultomórficas –cosa que Freud sólo logrará a medias.

La sexualidad infantil es la fuente y condición de la sexualidad adulta, ésta sólo repite a veces sin conciencia de ello, lo que la primera sabe. Lo más extraordinario de todo es que la sexualidad genital, en su soberbia, pretende poseer el secreto del erotismo.

¿Cómo se deriva la sexualidad adulta de esos primeros estadios infantiles? La antigua cuestión adopta ahora otra forma: ¿Cómo se diferencia el Yo del Ello?

Por todo lo que llevamos apuntado, es fácil deducir que el Yo no puede ser entendido desde la triple división consciente, preconsciente e inconsciente, puesto que participa de las tres.

Nos encaminamos a otro tipo de análisis que interroga al Yo como ente biológico, como ente funcional y como ente Self.

Factores clínicos

Han aparecido una serie de conceptos ajenos a la primera tópica: autoerotismo, narcisismo, yo ideal, retracción de la libido al yo, iden­tificación con el objeto, compulsión a la repetición y pulsión de muerte, por destacar sólo los fundamentales.

En el ínterin, se construyen o se inician una serie de teorías sectoriales, para dar cuenta de las sucesivas realidades fragmentarias: «teoría de la defensa», «teoría del narcisismo», «teoría de la identificación», «teoría de la libido», etc. que por sus propios procesos tenderán a integrarse.

La historia próxima

El 21 de Julio de 1922 escribe a Ferenczi:

«Estoy ocupado con una cosa un tanto especulativa, una continuación de Mas allá del principio del placer. Lo que saldrá de ello será un pequeño libro o bien nada. Todavía no le revelaré el título sino solamente que tiene que ver con Groddeck».

Pese a las protestas de Freud, intentando desligar su Ello de los acentos nietzscheanos del Ello de Groddeck, lo demoníaco tiene un atractivo especial para que su atención quede prendida, al menos, en los inicios. Más tarde, apaciguados ya un tanto los ecos fanáticos, juzgará a Groddeck diciendo:

«… personalmente le aprecio mucho, pero científicamente no es verdaderamente utilizable con la influencia psicoanalítica sobre lo orgánico y en cuanto al Ello, lo ha resuelto por adelantado, para la elaboración de una idea no es el hombre adecuado» (Ferenczi, 1.12.1925).

En cierto modo, el apriori Groddeckiano es el inverso del de Freud. Si éste último puede ser tachado en varias de sus hipótesis de biologicista, con Groddeck sucede lo contrario. Estos opuestos puntos de partida, aunque confluyan en algún tramo del camino, impiden una verdadera articulación de esfuerzos, como ocurrió con tantos otros, Groddeck quedó impresionado por el libro de los sueños, es decir, con la más psicológica de las teorías de Freud.

La lengua alemana le proporciona un vocablo Das Es, que había adquirido un acento vigoroso con Nietzsche. El Ello para Groddeck es algo más extenso que el equivalente concepto freudiano, es una especie de potencialidad estructurante que incluye los planos psicológico y biológico. En palabras del autor:

«Yo sostengo la opinión de que el hombre es vivificado por lo desconocido. Hay en él un Ello, algo de todo punto admirable, que rige y gobierna todo lo que hace y todo lo que acontece. El enunciado «Yo vivo» es solamente correcto bajo determinadas condiciones, expresa un aspecto parcial de la realidad básica, a saber, que el hombre es vivido por el Ello» (El libro del Ello, Taurus, 1981 pp.42)

La raíz profunda del Ello es psicológica, ante ella se subordinan as estructuras orgánicas:

«…El Ello es tan particular que no tiene en cuenta las adquisiciones de las ciencias anatomofisiológicas, sino que de manera autosuficiente, reproduce el antiguo mito de Atenea naciendo de la cabeza de Zeus» (Ibid., pág. 48).

Muchas de las ideas de Groddeck, dispuestas en otros universos de relaciones interesan a Freud, efectuando, eso sí, el mismo giro que Marx realiza con la filosofía hegeliana. En este caso la tierra sólida son las pulsiones.

Aproximación general a la segunda tópica.

Sigamos por un momento a Laplanche y Pontalis (pp. 434):

«en su forma esquemática esta segunda teoría hace intervenir tres instancias: el Ello, polo pulsional de la personalidad; el Yo, instancia que se erige en representante de los intereses de a totalidad de la persona y como tal es investida por la libido narcisística, y por último el Superyo, instancia que juzga y critica, constituida por la interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales».

El primer gráfico, que envía a Groddeck, sobre la nueva configuración del aparato psíquico exprés al a preocupación inicial que enlaza directamente con la atmósfera de la pulsión de muerte.

Años antes había hecho a Lou Andreas eco de estas inquietudes:

«Lo que me interesa es la separación y articulación de aquello que, de otro modo, confluiría en una papilla originaria» (Lou A., 30.7.1915) que equivale a inquirir como nace una estructura del Caos.

En sus hipótesis sobre la pulsión de muerte, Freud aludía unas voces al reposo de los orígenes, otras al reposo del final. La papilla mencionada será entendida años más tarde-como e) producto de la acción recíproca de los dos tipos de pulsiones.

En abstracto, cabe imaginar un origen común de ambas, seguido de-una diferenciación posterior, una diferenciación a partir del Ello; o bien una filiación separada y autónoma. ¿Debemos considerar al Ello como lo inicialmente dado a partir del cual van a surgir instancias discretas, o por el contrario el propio Ello es objeto también de la evolución?

Como veremos, el primer problema no tiene una contestación tajante por parte de Freud, en la mayoría de las circunstancias se decide por la segunda de las posibilidades, y en algún caso postula un núcleo original ello-Yo, que habría que considerar antecedente de ambos.

La segunda interrogante puede ser respondida en nombre de Freud diciendo que el Ello está sujeto a las leyes de la filogénesis, aunque para los efectos de la ontogénesis debe ser considerado como constante. También se encargará de señalarnos variaciones individuales en cuanto a la cantidad de energía encerrada en el Ello.

Debemos entonces desechar un origen común Yo-Ello en la estricta teoría freudiana e inclinarnos por la diferenciación progresiva del segundo a partir del primero.

¿Cómo se establece esa articulación fundamental entre Ello y Yo? La represión, que de algún modo nos servía de línea divisoria para separar consciente de inconsciente no tiene-ahora función práctica, habremos de seguir otro camino. Por el momento basta con decir que el esquema de 1921 daba cuenta ante todo de una interrogación.

El gráfico de 1923 trae algunas novedades.

El aparato psíquico, 1923.

 

Las líneas de puntos evocan ante todo espacios de transición y no barreras entre ambas instancias.

El Yo está en contacto con el medio externo y el Ello. La vesícula acústica es el lugar de conexión con lo simbólico, con la palabra;

otras percepciones no especificadas se asestan frente al yo, la barrera de la represión figura mitad como generadora de conflictos, mitad como organizador. En el esquema no aparecen ni et Inconsciente, ni el Superyo. Observemos que Freud continúa con el método de oponer elementos entre sí. La estructura triádica es siempre una consecuencia posterior de estas primeras confrontaciones.

Freud necesitará varios años para elaborar un gráfico que le resulte satisfactorio en el que estén incluidas las tres instancias psíquicas. Ello quizá puede deberse al insuficiente desarrollo teórico del Superyo en comparación con el alcanzado por las otras dos instancias.

 

Esquema del aparato psíquico, 1932 (Nuevas Conferencias)

 

Llama la atención ahora que el Ello carece de límite inferior, ¿será quizá una alusión a un carácter que transciende de lo puramente individual?

El superyo está apenas delimitado, doblemente abierto y en relación de inmediatez con el Yo y el Ello.

En el gráfico lo reprimido se encuentra situado tras la barrera de la censura.

La visión de los tres esquemas nos lleva a considerar que no es posible definir ninguna de las instancias, sin el auxilio de las otras dos. Ello es lo que confiere a esta segunda tópica el carácter de verdadera estructura. Además, debemos observar que el Umwelt es el plano general en el que se sitúa esta propuesta.

El Ello se salva de ser puramente biológico gracias a su unión insensible con el Yo, la presencia del Superyo es imprescindible en la medida que, según veremos, interviene decisivamente en la diferenciación -articulación Ello-Yo; finalmente el Yo no queda reducido al estado de simple conciencia en tanto tiene sus raíces asentadas en el Ello y sus ojos fijos en el Superyo.

Volvamos al problema de la diferenciación -articulación Ello- Yo. Habremos de auxiliarnos de teorías ya conocidas, la primera de ellas sería la «teoría de las pulsiones», ésta anuncia una doble dificultad:

por un lado Freud habrá de salvar una vez más el problema de la libido, por otro el del objeto.

¿Cómo integrar el aspecto teleológico del psiquismo recientemente enunciado en el seno de un sistema que hasta el momento ha permanecido en el ámbito causal?

La lectura teleológica es una especie de aprés-coup que quiérase o no, enlaza con las temidas concepciones filosóficas. La forma más plausible de resolver esta situación es acudir al recurso de Lamarck. Desplazarnos de la ontogénesis a la filogénesis:

«Es posible que todo lo que nos cuentan como fantasías en el curso del análisis, a saber, la seducción de los niños, la excitación sexual ante la visión de las relaciones de los padres… la castración…, hayan sido realizadas en las fases primitivas de la familia humana y que dando libre curso a su imaginación el niño colme, con la ayuda de la verdad prehistórica las lagunas de la verdad individuar (Introducción al Psicoanálisis, 1916-18).

Por esta época Freud había leído ávidamente a Lamarck y estaba entregado a una intensa correspondencia sobre este tema con Ferenczi.

El destino de las pulsiones obedece así a los imperativos de la entelequia, concepto que con Leibnitz había vuelto a resurgir tras un largo ostracismo.

Afortunadamente, en la práctica Freud habrá de manejar otros conceptos, ya que de regirse por éstos llegaríamos a un determinismo infinitamente superior al derivado del clásico instinto de los naturalistas.

Este intento no es nada nuevo, lo hemos analizado ya a propósito de la antítesis Hambre-Amor, más tarde en relación con Amor-Muerte, ahora adoptará la forma de Amor-Destrucción o Amor-Hostilidad, aunque siempre con el Amor-Muerte de fondo.

Freud se inserta así en la corriente del romanticismo alemán que desde Schelling discurrirá hasta Fechnery Schopenhauer.

La «teoría de la identificación apunta un camino para escapar de la «papilla primordial».

Dinámicamente, el Ello se maneja con tres mecanismos esenciales:

1) Identificación mimética, en la atmósfera del narcisismo primario. Esta identificación depara goce. El protosujeto se encuentra en el mundo de lo imaginario.

2) Incorporación, de índole biológica, acompañada de excitación. La incorporación obedece a las leyes de la necesidad. En la identificación mimética se crean las condiciones del deseo primordial.

3) Expulsión, con el afecto acompañante de la rabia.

El principio económico rector es el de la compulsión a la repetición. La presencia del objeto marca la negación de las leyes del Ello. En efecto, la superación de las leyes de la necesidad por las leyes del deseo, inscribe una diferencia transcendente en la génesis del sujeto. El objeto que produce goce nos sitúa ante el deseo; el objeto ce a necesidad, excitación, rabia o saciedad, pero ninguna añoranza.

El Yo adquiere un rango propio merced al proceso de identificación, el par Objeto-Deseo resulta primordial.

El sistema del Superyo nos viene a proporcionar una ayuda indis­pensable. Grinberg se aproxima al concepto de la siguiente manera:

«Un sistema inconsciente formado por la estratificación de residuos de vínculos objétales y por las identificaciones con las imágenes idealizadas de los padres».

Invoca para definirlo, la teoría de las relaciones objétales y la teoría de la identificación.

En su dialéctica interna según Lagache (Los modelos de la personalidad, B. Aires, Proteo, 1969), el Ideal del Yo es el modelo al que el Yo debe aspirar instigado por el Superyo.

Instancia formada por estratos y que desde luego no puede resumirse, como parece creer Freud, en simple heredera del complejo de Edipo, una sucesión de situaciones que poseen ya una historia de identificaciones.

El Yo ideal, cuya delimitación no está clara en Freud, no se reduce, en palabras de Lagache, a la fusión Yo-Ello, otro. En Lacan pertenece al registro de lo imaginario; anterior pues al suceso que categoriza lo simbólico. El Superyo nos ha remitido insensiblemente también a la consideración de la teoría del Narcisismo.

Hemos mencionado diversas teorías sectoriales, habremos de volver ahora a la energía, para completar nuestra pesquisa.

La energía

En lo que a esto respecta, el modelo está diseñado a partir de hipótesis globalistas, cuyo autores más conspicuos son Helmholtz, Spencer, y el darwinista Haeckel. Los principios fundamentales de esta corriente» que se eleva como reacción frente al atomismo que la precede, reconocen la unidad fundamental de la materia, la identidad última entre cuerpo y espíritu, cuyo eslabón intermedio es la fisiología del sistema nervioso y la ausencia de continuidad entre la física y la antropología. un representante filosófico del grupo es Brentano, cuyos contactos con Freud conocemos a través de la correspondencia.

El modelo que Freud diseña como punto de partida es la representación del organismo vivo bajo la forma de una vesícula indiferenciada de sustancia excitable. La superficie en contacto con el mundo exterior se especializa por su situación misma, merced al impacto de los estímulos. (La función hace al órgano). Su capacidad de recibir excitaciones ha modificado a la par su naturaleza. Nótese que Freud recurre a una imagen aún más simple que la célula, al renunciar a distinguir estructuras en el interior de la vesícula.

Los límites

Si trasladamos el gráfico a dos dimensiones, veremos que topolóticamente ha descrito una curva simple que define un afuera y un adentró. Inicialmente. la noción de Yo coincide precisamente con esa curva -o con esa superficie-. Con ayuda del esquema, ciertamente podemos llegar a una aproximación intuitiva de una de las características del Yo: su calidad de límite, que concuerda con la afirmación de Freud de que el Yo es ante todo un Yo corporal; esto entraña la primacía de la percepción visual con la capacidad simultánea de discriminar la categoría de las percepciones internas de las externas. La vista actúa como organizador superior de las diferencias cualitativas captadas por otros tipos de percepciones.

Identidad

No obstante, el Yo no es solamente un ser asimilable a una superficie, sino que al mismo tiempo es la proyección de ésta: proyección sobre el otro e internalización posterior de esa primera proyección. La diferenciación Ello-Yo acontece precisamente por esa exteriorización, que si bien le somete a otra servidumbre confiere también, en algo que está fuera de sus orígenes, el carácter de identidad.

Función

Freud considera inmediatamente la vertiente de la función:

«Suponemos en todo individuo una organización coherente de los procesos psíquicos a la qué consideramos como su Yo» (El Yo y el Ello, pp. 11).

Organización que debe ser entendida como privativa de lo psíquico: la temporalidad psíquica sustituye al ritmo, la implicación a la mera contigüidad, el proceso lineal, al proceso circular, el deseo, como límite, a la necesidad, plataforma inexcusable de la existencia.

Es función del Yo la motilidad, vehículo de la descarga encarnada en la historia psicológica del sujeto, asestada intencionalmente al otro, activa. Y de otra parte la represión. Lo reprimido, se sitúa frente a él, ingresa en el Ello que así deviene también en instancia histórica. Este extremo, lo juzgamos de la máxima importancia. Si queremos darle al Ello una dimensión humana, tiene que adquirir de alguna forma ese carácter de singularidad. En ese sentido, habría una matriz indiferenciada Ello- Yo; el Ello, para considerarse tal, para llegar a tener ese rango, debe pasar por la existencia singular.

Estas funciones definen también una estructura intrasistémica: el yo consciente e inconsciente a la vez. El Yo resistencial, tal y como puede ser contemplado en el curso de un análisis, se conduce de manera idéntica a lo reprimido por él: es también inconsciente.

Las neurosis quedan ahora definidas no como el conflicto entre lo consciente y lo inconsciente, sino como lo que enfrenta al Yo coherente con lo reprimido disociado de él. Más tarde veremos como existen situaciones en la que el propio Yo puede sufrir una escisión, perdiendo así la coherencia exigida para manejar neuróticamente un determinado conflicto.

Ahora Freud se atreve a analizar al Yo desde al ángulo de la conciencia. Esta es «la superficie del aparato anímico» (ibid. pág. 22). El fenómeno de la preconsciencia es resultado de enlazar un algo inconsciente con representaciones verbales, que son otros tantos restos mnésicos. Freud da a entender que los restos mnésicos visuales están más cerca de los procesos definitivamente inconscientes.

Las sensaciones no necesitan un enlace intermedio para hacerse notorias a la conciencia, pueden recorrer el camino directamente.

Viendo este doble comportamiento de las percepciones y represen­taciones por un lado y las sensaciones por otro, el Ello puede ser enunciado así:

«… dando el nombre de Yo al ente que emana del sistema P y es primero preconsciente y el de Ello, según lo hace Groddeck, a lo psíquico restante -inconsciente- en el que dicho Yo se continúa» (Ibid. pág. 14).

El libre flujo de las sensaciones es la prueba práctica de que las raíces del Yo están en el Ello.

«Un individuo es ahora para nosotros un Ello psíquico desconocido e inconsciente, en cuya superficie aparece el Yo que se ha desarrollado partiendo de un sistema P, su nodulo» (pág. 14).

La percepción es el nutriente del Yo, del mismo modo que las pasiones ejercen la función correspondiente en el Ello.

Rara vez el Yo frenará al Ello -como es el caso cuando efectúa una supresión- sino que se encarga de traducirlo. Pero, es evidente que el Yo con sólo ser capaz de responder, filtrar, frenar o retardar a los estímulos del medio y en su caso, siendo un representante en la avanzadilla del Ello, no adquiriría la categoría de instancia funcional.

Síntesis

¿Qué ocurre con el sujeto de la experiencia?; es decir, aquello que reconoce la unidad de ésta, incluso en el conflicto, ¿qué sucede con el espacio, el tiempo y el otro?

Es claro que en este trabajo sólo vamos a encontrar pálidos indicios, puesto que se trata, ante todo, de una teoría estructural. Esto nos llevaría a contraponer este modelo con una psicología del Self a modo de complemento, como quiere Kohut (La Restauración del Self, 1977). Pero, incluso en una teoría estructural cabe una delimitación de los elementos como tales, un análisis de la temporalidad y no sólo el establecimiento de relaciones entre ellos.

El Self

La idea de energía -fuerza que hemos considerado transmutada ahora en energía- fusión, no nos proporciona una visión auténticamente psicológica del problema. Es necesario completarla con el Self.

Freud ha evitado interesarse directamente en el concepto del «Sí mismo» o Self, siendo así que, a la vez no vacila en colocarse en los terrenos de la pulsión de muerte, aventuradas, sino a la constante preocupación de asentar sobre la biología cualesquiera de sus hallazgos. La segunda tópica no constituye, pese a su intención manifiesta, una excepción a la regla.

El concepto tiene una larga tradición en psicología: así ya lo encontramos en W. James (1842-1910), quien distingue entre un Self material, y un Self social, un Self espiritual y el Yo puro.

Jung se ocupó de está noción situándola en el centro de la vida psíquica como la conjunción de sombra y plenitud, resumen de los aspectos más rechazados y excelsos. La concepción de Jung se remonta al relato de los Upanishads en el que la imagen de Brahama es el símbolo unificador.

En un terreno ya más directamente psicoanalítico, V. Tausk había trabajado también el concepto de identidad.

Ciframos esta insuficiencia freudiana en su modo de proceder a partir de lo pulsional, y en la subordinación del objeto a ésta.

El Self precisa, sin duda, de un detenido estudio de las relaciones de objeto y de los procesos de individuación e identificación.

Freud se interesa solamente de pasada por el problema:

«en la génesis del Yo y su diferenciación del Ello, parece haber actuado aún otro factor distinto del sistema P. El propio cuerpo y sobre todo la superficie del mismo es un lugar del cual pueden partir simultáneamente percepciones externas e internas. Es objeto de la visión como otro cuerpo cualquiera, pero produce al tacto dos sensaciones una de las cuales puede equipararse a la percepción interna» (pág. 15).

La introducción del Superyo proporcionará nuevo material:

«Si el Yo no fuera sino una parte del Ello, modificada por la influencia del sistema de percepciones, o sea el representante del mundo exterior… nos encontraríamos con un estado de cosas harto sencillo. Pero aún hay algo más (pág. 16).

En realidad de no existir esa complicación, estaríamos diseñando un modelo fisiológico, el Superyo evita esa reducción.

Parece necesario ahora diferenciar la incorporación, entendida como prolegómeno de la identificación para esta fase indiferenciada que corresponde a la matriz original y reservar la noción de identificación para aquellas fases propiamente psicológicas -en las que el proceso de individuación está ya en marcha- en las cuales se puede hablar con propiedad de Yo (Self) -Objetos- Otro, sea cual fuere la precariedad funcional del Yo y el estado de complicación del Self.

El enunciado freudiano quedaría entonces completado así:

– En la fase primitiva de la matriz original no es posible diferenciar el acto do incorporación del objeto incorporado -sólo son realidades discretas para el observador-.

– Más tarde, empieza a emerger un Yo débil (Self incipiente) por medio de identificaciones nucleares.

 «Quizá -dirá Freud- esta identificación sea la condición precisa para que el Ello abandone sus objetos».

Al hilo de lo ya expuesto, hemos de añadir que se ha operado una traslación desde una mera relación biológica a una relación psicológica entre estructuras que marcan el final de la asimilación por medio de la incorporación y su sustitución por las corrientes de libido narcisística y libido objetal.

El edificio teórico se hace progresivamente más complejo:

«Esto nos lleva a la génesis del Ideal del Yo, pues detrás de él se oculta la primera y más importante identificación del individuo o sea, la identificación con el padre -o los padres, como él mismo se plantea- …es directa, inmediata y anterior a toda carga de objeto».

Se ha calificado esta operación de identificación adhesiva y como tal necesita de otros elementos para no caer en la circularidad.. Freud no parece reparar en esto y deja un espacio abierto a toda clase de dificultades teóricas, la menor de ellas no es precisamente la inscripción simbólica.

Su atención se dirige inmediatamente al complejo de, Edipo, en cuyo análisis no nos vamos a detener aquí. Este salto tiene por consecuencia descuidar todo un segmento vital en el que tiene lugar la construcción del sujeto. En la etapa Edípica, tanto el Yo como el Self están estructurados.

 

7.1.- El superyo

El Superyo es la instancia que, a pesar de las insuficiencias que hemos expuesto, da auténtica entrada en la segunda tópica al espacio psicológico. Freud apunta que se genera por la larga indefensión y dependencia infantil, resulta de la introyección de las primeras relaciones objétales en su vertiente imaginaria, y a la vez de una enérgica formación reactiva contra ellas: la vertiente simbólica.

El Superyo es un referente del Yo y por lo tanto un factor estructurante de éste, al mismo tiempo le oprime bajo el imperativo de que controle al Ello. Por ser producto de relaciones objetales el Superyo conoce los impulsos asociales de aquel.

A través del proceso de identificación, el Yo, sobre todo en lo tocante a su condición de Self, genera su propia historia, singular e irrepetible, pero pronto Freud impondrá severas limitaciones a esta tendencia que parece apuntarse:

«Los sucesos del Yo parecen al principio no ser susceptibles de constituir una herencia, pero cuando se repiten frecuentemente y con la intensidad adecuada en generaciones sucesivas se transforman, por así decirlo, en sucesos del Ello… de este modo abriga el Ello en sí numerosas existencias del Yo, y cuando el Yo extrae del Ello su Superyo no hace sino resucitar quizá antiguas formas de aquel» (pág. 21)

El alegato lamarckiano es evidente. Acaso también la influencia de Haeckel. Nos encaminamos a las dos clases de pulsiones. Se advierte además una cierta contradicción que nos vuelve a sumir en la ya aludida circularidad: de un lado parecía ser que el Ideal del yo era producto de una identificación con la figura paterna, es algo propio de la ontogénesis.

La metáfora energética

Freud continúa en ese más allá del placer, en la consideración de las fuerzas que transcienden al sujeto:

«La cuestión del origen de la vida sería pues de naturaleza cosmológica y la referente al objeto y fin de la vida recibirán una respuesta dualista» (pág. 22).

El origen es claramente extrapsicológico -incluso lo hemos calificado de metabiológico-. Una especie de Big Bang inicial que se prosigue con una lectura teleológica del proceso posterior. Se tiene la extraña impresión de haber sorprendido ya antes un estilo semejante y en efecto, la manera de tratar la vida es similar a la forma en que hemos visto analizada la pulsión. Una fuente cosmológica, un fin entrópico y un objeto subordinado. Nuestra observación descubre algo más que una analogía. Las dos pulsiones tienen asignados procesos energéticos específicos: unión y separación. Ambas tienen su asiento en el Ello.

Nuestro interés se centrará ahora hacia la cuestión de la existencia de relaciones entre el Yo, el Superyo y el Ello por un lado, y las dos clases de pulsiones por otro. Intentamos definir una cierta estructura en el Ello y desde ahí proceder a diferenciar las restantes instancias, con lo que automáticamente aparecerán las articulaciones respectivas. Aparentemente bastaría con que nos limitásemos a incluir en el Ello lo ya sabido acerca de las pulsiones. Pero la teoría de las pulsiones, sobre todo en su forma última, es algo más que un desarrollo psicológico y en ese sentido su campo de dominio rebasa con mucho el aparato psíquico -que vendría a ser la expresión particular de un universo mucho más amplio-. Si en el proceso de identificación habíamos visto el estilo energetista en su forma encubierta, ahora se nos muestra claramente.

Sigamos con atención los pasos: Freud introduce la hipótesis primera, «sin la cual nos sería imposible seguir adelante», de una energía desplazable, indiferente en sí, pero susceptible de agregarse a un impulso erótico o destructor (pág 23). Para continuar sin peligrosas ambigüedades, habremos de añadir nosotros, que el impulso tiene que ser necesariamente una manifestación de esa energía, porque en caso contrario nos veríamos obligados a postular energías de un lado e impulsos de otro. Cómo se transforma esta energía libre en energía erótica o destructiva es un enigma.

Desde el punto de partida monista que Freud plantea, no podemos pensar en dos energías distintas que se repelen místicamente entre sí, sino en dos caminos que deparan diferentes efectos. Sólo cabe discriminar las desde el horizonte de los preceptos; actúan provocando ante todo incorporaciones o excorporaciones. A mayor abundamiento, toda energía que contribuye a mantener la cohesión de la substancia excitable de la vesícula sería erótica, en contraposición con la energía desagregante. Dijimos que el principio de constancia necesitaba de una energía o plus, lo que exige la presencia cohesiva del Eros. Esta mónada original sólo puede entenderse a partir del mito platónico. Rozamos peligrosamente el energetismo de Ostwald.

Hipótesis segunda: «Esta energía procede de la provisión de libido narcisítica»; siendo por tanto Eros desexualizado (pág. 23). El segundo postulado es difícilmente compatible con el primero -repárese en que estamos intentando sólo estudiar la compatibilidad de las hipótesis y no su aplicabilidad a la vida psíquica-. La única manera posible de poder continuar es hacer una definición muy precisa de los términos que se introducen. Así tendremos que entender el Eros como la fuerza cohesiva cuya propiedad principal es la atracción, la llamamos desexualizada en la medida que antecediendo a la vida psíquica y siendo una condición previa de ésta no se ha aplicado a objetos externos -quizá habría que denominarla presexual. Esta energía erótica primordial es propia del Ello y del Yo tanto si se los postula como una unidad inicial Ello-Yo que después se diferencia, como si son dos instancias ya separadas desde el comienzo que siguen una evolución paralela. Con todas estas acotaciones tendríamos una energía propia del Yo que tanto tiempo hemos venido buscando.

Mas todo lo anterior no deja de tener amplias consecuencias: la propia energía erótica, por su condición, provocaría aumentos de cantidad cada vez más importantes y si Eros y Placer eran antes un par armónico, ahora una presencia excesiva de Eros llevaría a lo entraño, al displacer mismo, a menos que modifiquemos la definición de placer antes aceptada. Si no es así, la pulsión de muerte, con sus características desagregantes, también podría provocar placer. O bien finalmente, el placer residiría en una determinada combinación de ambas. En este último caso el equilibrio dinámico convertiría a ambas pulsiones en reguladoras recíprocas. Naturalmente hemos de tener presente a la descarga. Este elemento que hace del ser humano un sistema no cerrado, en donde la incorporación representa la carga, se desempeña en la función de mantener la tensión dentro de unos límites relativamente constantes. Tendríamos así que el mismo aumento que está provocado por el Eros, el ser descargado, devendría en la sensación de placer. Otra de las modificaciones que implica esta segunda hipótesis recae en la «teoría del narcisismo». Se impone definir un narcisismo secundario desde una perspectiva objetal: «El narcisismo del yo es de este modo un narcisismo secundario sustraído a los objetos» (pág. 24) (1)

Hipótesis tercera: «Las pulsiones de muerte son mudas» (pág. 24). La formulación radical de «pulsión de muerte» que hemos visto en Mas allá del principio del placer, lleva a esta conclusión. Lo que vemos en la vida psíquica son, todo lo más, equivalentes de aquella: las pulsiones destructivas. La auténtica manifestación de la pulsión de muerte se aparece y desvanece a un tiempo con la muerte misma. A nivel teórico, esta pulsión queda reducida a un marco de fondo, en el práctica nos habremos de ver con manifestaciones menos grandiosas. Quizá tenía en la mente algo similar cuando escribió más tarde a M. Bonaparte:

«Todo este problema (la agresión) aún no ha sido debidamente tratado y lo que pude haber dicho en obras anteriores era tan prematuro y casual que no vale la pena tomarlo en cuenta» (M. Bonaparte, 6.6.1933).

El alegato energético tiene que llevar por consecuencia a las reflexiones finales del libro: las servidumbres del Yo. Sin embargo, a partir de esta obra, las hipótesis biológicas van cediendo paulatinamente en importancia, dando un progresivo papel a la instancia yoica y con ella a los objetos y al deseo, pero todavía aquí el campo de este último es estrecho en demasía.

Las subestructuras de la segunda tópica

La atención se cierra ahora sobre las relaciones intrasistémicas de la segunda tópica:

«El Yo se halla constituido en gran parte por identificaciones sustitutivas de cargas abandonadas del Ello, las primeras de estas identificaciones se oponen a él en forma de Superyo» (pág. 25).

Freud no quedó muy satisfecho del libro, con excepción del esquema básico del Ello y el origen de la moral. (Ferenczi, finales de Abril, 1923). Es decir, aquellas dos direcciones en las cuales el Psicoanálisis había progresado: la Teoría de las pulsiones y el Complejo de Edipo. Freud puede enunciar propuestas económicas y también una inscripción simbólica (aunque algo tardía para nosotros) : adherible al complejo de Edipo. La carta muestra, en síntesis, las dos insuficiencias que la teoría actual de Freud: la debilidad económica, y el escaso análisis de te génesis. En lo que respecta al Super-yo, nos lleva a pensar que el problema de las identificaciones, básico para entender esta instancia, no está aún claro. El tema moralidad

-Superyo (insuficientemente resuelto) seguía siendo el elemento capital años después:

«La tentativa de mostrar gran parte del Superyo en toda neurosis me parece tan legítima como fecunda» (Reik, 13.1 1935) (Comentarios a propósito de su libro La necesidad de confesar).

En las páginas que nos ocupan, Freud. analiza la estructura bimembre del Superyo, como lugar de las primeras identificaciones:

Ideal del yo, y asiento de prohibiciones, en la medida que se constituye como heredero del complejo de Edipo. Es la doble vertiente imaginario-simbólica.

El Superyo entra en estrecha relación con el Ello a través de sus raíces filogenéticas y se convierte en reencarnación de formas anteriores del Yo. Esta característica interesó fundamentalmente a Ferenczi, en ella veía la razón por la que el Superyo debía ser en gran parte inconsciente (Ferenczi, finales de Abril 1923). Freud se lamenta-de no poder incorporar su sugestión al estar ya listas las pruebas de imprenta.

La connivencia Ello-Superyo, coloca al Yo en el papel de víctima. Exigido por el Superyo y el Mundo Exterior es también un apéndice cosificado del Elfo. La clave está en el Superyo, que participa de todas las contraposiciones; hay mucho trecho que recorrer, como años más tarde se refleja en una carta a Alexander:

«… Yo no habría comenzado con el nuevo concepto de Superyo, sino con una representación de las condiciones que conducen a su formación. No hay duda de que esta es la parte oscura de la concepción del Superyo y que los progresos futuros tendrán que hacerse a partir de allí. En cuanto a que la división del Superyo en un Yo y un puro Ello proporcione la solución, no me parece una respuesta obligada ni satisfactoria» (F. Alexander, 23.7.1926)

Nada más claro. El trabajo que acabamos de examinar marca, como ya dijimos, el culmen biológico del pensamiento freudiano, a partir de aquí la curva desciende suavemente. Achacamos esta evolución una vez más a las observaciones clínicas.

Dos trabajos sobre las psicosis, que examinaremos luego, y la obra capital Inhibición, Síntoma y Angustia (1925) modifican sensiblemente su trayectoria. La importancia del Yo crece: ahora es el lugar de la angustia (op. cit.. Tomo II, pág. 34). La angustia es, en sus orígenes, reacción a un estado de peligro y se reproduce sistemáticamente cada vez que aquel reaparece. Se ha producido una traslación de la fuente. El éxtasis libidinal (la angustia de las vírgenes) se sustituye por el suceso que amenaza a la estructura del sujeto. El Yo, que previamente ha vivido de manera pasiva un traumatismo, al repetir ahora de forma activa y atenuada la situación anterior, espera poder controlarla. La instancia yoica sufre inhibiciones, es el asiento de la angustia e interviene en los síntomas. Este fenómeno centrado en el Yo, se convierte en el asunto capital de las neurosis.

¿Qué circunstancias han empujado a Freud a escribir esta obra? Ante todo una exigencia interna que se ha venido formando en los dos años anteriores. El Yo y el Ello significa una cierta desilusión probablemente porque es una insuficiente aplicación a la psicología de Más allá del principio del placer.

A mayor abundamiento, ha derivado en ciertos excesos en manos de sus seguidores:

«Muchos autores acentúan insistentemente la debilidad del Yo con respecto al Ello, de lo racional con respecto a lo demoníaco, disponiéndose a convertir este principio en base fundamental de una concepción psicoanalítica del universo» (pág. 35)

Freud consigue el efecto contrario al que pretendía: el supremo racionalismo de la física ha derivado en provincia predilecta de lo demoníaco, rehusó entender los presupuestos del surrealismo(ver carta a A. Bretón, 8.12.1937) y sin embargo, ahí también fue utilizado como fuente de inscripción para empresas ajenas a la suya. No obstante, a su despecho, como tiempo atrás ante el descubrimiento de las consecuencias de la sexualidad, se ve obligado a enfrentar interpretaciones inesperadas. No desea ahora que ese tránsito vital hacia la muerte quede sometido a fuerzas demoníacas de carácter oscurantista, reclama la existencia de múltiples articulaciones y decide esperar a la Parca haciendo psicoanálisis. La muerte es, sí, la meta de la vida, pero los esfuerzos de la existencia requieren una atención científica. El Yo, recién constituido como instancia, ha de recibir una nueva dignidad, sin dejar de reconocer sus servidumbres; dedica esfuerzos a mostrar también sus recursos.

La diatriba histórica

Como con tantos casos anteriores, esta obra es también un manifiesto contra un discípulo; Rank en este caso. Quizá éste, le desveló con mayor claridad el peligro de asentar la teoría en orígenes absolutos: la pulsión de muerte, el caos del Ello, la filogenia imperando con exceso en la ontogenia, son otros tantos aprioris radicales; no puede sorprendernos que Rank, filósofo en su formación más auténtica, oponga a éstos el suyo: el Trauma del nacimiento. La cita de Nietzsche, que figura al comienzo de la obra muestra que la filiación filosófica de Rank es común a la del Freud de estos años:

«…Lo que debes preferir a todo es para ti imposible: es no haber nacido, no ser nada, pero, después de ello, lo mejor que puedes desear es morir pronto». (Nietzsche, El origen de la tragedia).

La crítica de la fábula rankiana le sirve retroactivamente de propio esclarecimiento.

Tres son las objeciones fundamentales que aduce: de ser aceptable el trauma habría de resultar directamente proporcional a la intensidad de la neurosis; obliga a la conclusión de que el neurótico se aproxima tanto más a su curación cuanto más frecuente e intensamente reproduce el efecto angustioso; finalmente, no deja lugar alguno a la constitución hereditaria. Las críticas de Freud, son las objeciones del biólogo: proporción debida entre las respectivas intensidades del trauma y neurosis, herencia y la repetición como signo de muerte. Si puede achacársele a Rank haber situado el origen de las neurosis en espacios extranalíticos, otro tanto puede decirse de Freud con la pulsión de muerte. El maestro había abierto el camino par sus discípulos. Rank, por su parte, tiene la intención de hallar una «ley psicobiológica normal y de alcance general». En este sentido su ambición es paralela a la del mentor.

Al principio prueba a asimilar la obra a sus propios hallazgos:

«… para recapitularlo con mi propio lenguaje: con el trauma del nacimiento tiene que ir asociado un impulso que desearestablecer la existencia anterior… Rank va más allá de lo neurótico para entrar en el campo general humano y muestra como los hombres modifican el mundo exterior al servicio de esta pulsión, en tanto que el neurótico se ahorra su fantasía, mediante el retorno al útero materno por el camino más breve, en ese trabajo… tenemos por primera vez una derivación de la pulsión sexual normal que se adapta a nuestra concepción del mundo» (ibid).

Freud reconoce en el trauma una particularización de su cosmovisión, aunque forzosamente no se desprende de la hipótesis rankiana el deseo de volver a un estado anterior.

¿Cómo situar ahora las concepciones filogenéticas?:

«… aquí Rank se aparta de mí, se niega a entrar en el campo filogenético y hace de la angustia que se opone al incesto una repetición directa de la angustia del nacimiento» (ibid).

Pero hay algo más, no expresado en la carta: ¿Qué hacer con el complejo de Edipo, si toda su secuencia de prohibiciones nos remiten al final al acto del nacer, a algo tan inexorable pero al mismo tiempo tan contingente como el nacer? ¿Existe un Edipoencarnado en el Ello, fruto del paso de muchas generaciones que vuelve una y otra vez a la superficie en cada existencia individual?

Idéntica intransigencia mostrará después con M. Klein, el complejo está en peligro. Si el Yo es la verdadera sede de la angustia, el nacimiento, suceso que antecede al Yo, no puede depararla, lo cual es que queremos dotar a la angustia, de una dimensión psicológica y no dejarla reducida a la condición de seísmo de la biología. En la propuesta de Rank están objetivadas parte de sus insuficiencias epistemológicas. Poner una base psíquica a la angustia es conquistarla para el espacio psi. La angustia como señal, nueva concepción que sobreviene ahora, implica esta base, enuncia a un
objeto con carácter de necesidad:

«Si el niño de pecho demanda la percepción de la madre, es porque la experiencia le ha enseñado que aquella satisface sin demora sus necesidades y contra lo que quiere verse asegurado es de la insatisfacción, la del crecimiento de tensión de la necesidad… con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible por medio de la percepción, puede poner término a la situación peligrosa que recuerda la del nacimiento, se desplaza el contenido del peligro desde la situación económica a su condición, o sea a la pérdida del Objeto» (op. cit., pág. 55)

Lúcidos párrafos, nacidos de la exigencia de la controversia. En ellos se encuentran, discriminados los diferentes niveles de integración: lo biológico, en forma de necesidaddemanda y satisfacción. Lo social, con el Objeto-otro, de calidad tal que satisface la demanda, inaugurando el primordio de la relación vincular. Lo psicológico, de la economía el conflicto: la pérdida del objeto. La angustia situada en el nivel psicológico apropiado. Estas líneas han podido ser escritas desde un «más acá del nacimiento», en la relación inicial madre-hijo, que comienza siendo matriz indiferenciada para devenir en cuna de la subjetivación. Antes de que estas ideas queden reflejadas en el papel, el caso Rank se complica. El 4 de Febrero de 1924 las reflexiones siguen decantándose:

«su traumatismo del nacimiento me pareció, en principio sospechoso… he aquí que al cabo de cuatro semanas me he convertido en escéptico» (Ferenczi, 4.2.1924).

Y poco después:

«Ferenczi y Rank se presentan directamente con la afirmación de que estamos equivocados en detenernos en el complejo de Edipo. La auténtica decisión está en el trauma del nacimiento y quien no lo ha superado naufraga también en el complejo de Edipo. Entonces tendríamos en lugar de nuestra etiología sexual de las neurosis, una etiología fisiológica determinada accidentalmente» (Abraham, 4.3.1924).

La reticencia es legítima, pero a la vez revela la insuficiencia del desarrollo teórico alcanzado hasta entonces. La perspectiva genética sólo ha sido aplicada consistentemente a la «teoría de las pulsiones». En ese momento, la «teoría de la identificación», que es de tipo objetal, está sólo bosquejada en los aledaños del nacimiento, presenta un importante hiato en los primeros años del desarrollo y se define con precisión en el estadio edípico. El hiato, es una insuficiencia advertida pero no colmada.

La «teoría de las relaciones objétales» no destierra al ostracismo al complejo de Edipo, sino que le sitúa en un campo más complejo de relaciones. Es indudable, a la luz de los conocimientos analíticos actuales, que los conflictos que podemos llamar preedípicos inciden decisivamente sobre los destinos del complejo. Por estas fechas nos tenemos que manejar con la definición precaria de Superyo que lo limita a la condición de heredero del complejo de Edipo, por más que estén trazados ya algunos de los elementos que van a integrar esta estructura acabada. Es obvio que la tópica debería postularse para cualquier momento temporal de la evolución, si no es así, es un caso particular de una teoría más amplia que debe ocupar legítimamente su lugar.

La segunda tópica adolece, por el momento, del desarrollo diacrónico. Esta insuficiencia es campo propicio para la polémica con Rank.

Las objeciones de Ferenczi y Rank, como otros tantos interrogas al corpus teórico general, son de todo punto pertinentes, otra cosa será las hipótesis que proponen para rellenar el vacío. Freud se ha mostrado muy minucioso a la hora de apuntar los sucesivos la maduración biológica, pero ha quedado retrasado en la contrapartida de la evolución psíquica; incluso, aceptando su invocación a la filogenia, que es dudosa para procesos de complicación tan elevada, quedaría aún un espacio de sombras por alumbrar.

El mecanismo defensivo primordial del Complejo de Edipo es la represión secundaria. Freud aventura entonces:

«Puede también suceder, en efecto, que el aparato anímico emplee antes de la precisa disociación Yo-Ello (represión primaria) de la formación de un Superyo, métodos de defensa distintos de los que pone en práctica una vez alcanzadas estas fases de su organización» (op. cit. pág. 67)

Se trata de una franca invitación a proseguir un camino para el que no faltan indicios ni las nociones precisas, de hecho muchas de ellas figuran trazadas en los Escritos metapsicológicos. Las quejas sobre Rank se deslizan después por cauces más marginales: falta de sistematicidad (Ferenczi, 20.3.1924 y 26.3.1924).

Volvemos al sistema del Yo. El Yo-Self, decíamos antes, puede inhibirse en su función, sentir angustia y contribuir a crear síntomas. Como era de esperar, el punto de partida es nuestra vieja conocida; la defensa. Comienza por recordar el valor sustitutivo del síntoma para agregar a continuación:

«La represión parte del Yo, que a veces por mandato del Superyo, rehusa agregarse a una carga instintiva iniciada en el Ello» (Inhibición, síntoma y angustia pág. 33).

Freud alude a un aparato psíquico plenamente desarrollado. Es también una nueva formulación del conflicto -tripartita en este caso- que viene a sustituir al par antitético pulsión- defensa. El Yo puede ejercer una amplia influencia sobre los procesos del Ello, naturalmente a través de los mecanismos de defensa. Ante el peligro externo le cabe desplegar la renegación (Verleugnung); existen otro tipo de amenazas frente a las cuales este mecanismo no es posible, pero en todas ellas el Yo emite una señal previa: la angustia. Quizá la represión primitiva sirva de primer organizador contra la angustia inicial, pero lo que el análisis aborda son mecanismos del Yo conocidos como represiones secundarias; en ellas, el Superyo, tal y como lo conocemos en su configuración final de instancia psíquica, desempeña un papel decisivo.

«El Yo domina tanto el acceso a la conciencia, como el paso a la acción contra el mundo exterior y la represión ejerce su poderío en ambas direcciones» (pág. 35)

La represión propiamente dicha, que se dirige contra la representación y la supresión, que se encamina a eliminar el impulso. He aquí apuntada una posibilidad del Yo de actuar estructuralmente sobre el Ello. En otras ocasiones, continúa, tanto el Yo y el Ello, como aquel y el Superyo, actúan de consuno, la ausencia de conflicto y el silencio dinámico consiguiente, impide que reparemos en estas situaciones con la misma facilidad con que lo hacemos con las neuróticas, aún otro argumento se viene a sumar a favor de la fuerza del Yo. Este está organizado, mientras que el Ello carece de una tal organización. De la primera da cuenta la precariamente estudiada génesis del Yo, con respecto a la ausencia de ésta en el Ello habríamos de hacer algunas matizaciones. Anteriormente, apuntamos una serie de mecanismos esenciales con los cuales el Ello se maneja dinámicamente: la identificación mimética, la incorporación y la expulsión. Además era el espacio de las representaciones de cosa dispuestas según, probablemente, la contigüidad y subordinadas al principio rector económico de la compulsión a la repetición.

Consideramos a la repetición como la propiedad de toda estructura orgánica puesta al servicio de la conservación de su propio sistema. Sólo en la organización se da la repetición. El Ello, por lo tanto, también la posee aunque sea en un grado de complicación diferente. El Yo, animado por energía erótica desexualizada, ejerce una función sintética, tiende a la unión de la existencia fragmentaria del Ello. La mencionada función tiene a veces curiosas consecuencias no siempre deseables. Así por ejemplo, ante el síntoma la instancia yoica intenta englobarlo, sintetizarlo, convivir con él. La adaptación al síntoma es el paralelo patológico de la conocida actividad integradora que el Yo efectúa con la realidad externa.

Freud ha vuelto otra vez a la Teoría general de las neurosis, teatro de sus mejores éxitos psicoanalíticos. En el presente trabajo analiza de nuevo el caso Juanito y el del Hombre de los lobos. Las conclusiones extraídas del primero muestran pasos sucesivos del Yo en su elaboración de un sistema defensivo:

1) La represión del impulso hostil contra el padre.

2) Que es seguida de su transformación en lo contrario (es el padre quien siente animosidad contra él).

3) Después el desplazamiento (padre-caballo).

4) Juanito ha suprimido también la carga de objeto (madre)

¿Cómo se concreta ese impulso hostil contra el padre? En miedo a la represalia que no puede ser otra que la castración. El impulso hostil por retaliación ha devenido en miedo a la castración y éste es realmente el que se reprime. La angustia ante la castración es la señal que pone en marcha el proceso represivo.

Freud no se ha limitado a exponer tal o cual mecanismo sino que ha desplegado una verdadera estructura defensiva, como hará más tarde M. Klein. Sorprende la sustitución temporal de la pulsión de muerte por un impulso hostil, que eso sí, en la intención pudiera desembocar en la muerte del otro. El conflicto se genera porque el padre que es a la vez un objeto interno superyoico con categoría de ente ideal, y en la medida que es esto último, parte fundante del propio sujeto. Esta es la verdadera dimensión intrapsíquica del conflicto: lo diádico circular e imaginario llevaría a la aniquilación, lo triádico simbólico a su preservación a ultranza. La cualidad objetiva de la madre es fundamental para que el conflicto no degenere en un impasse.

En otro lugar, hemos descrito como pasaje al padre o presentación del padre aquella forma peculiar en que cada madre, según un plano imaginario, incluye al tercero en su relación con el hijo. La madre que fomenta la simbiosis o la madre abandónica, son dos polos opuestos de defectuosa presentación del padre. El proceso de identificación no se hace solamente con el objeto, sino también con las formas vinculares de éste.

Los mecanismos de defensa son maniobras del yo posiblitadas por el objeto con la neurosis obsesiva aparece otro tipo de estructura:

1) Una tendencia mágica a borrar lo sucedido: anulación.

2) Esta sólo alcanza parte de sus objetivos, la señal de angustia persiste:

«el suceso no es olvidado, pero si despojado de su afecto y suprimido o interrumpidas sus relaciones asociativas» (Pág. 47).

Aislamiento: este mecanismo tiene su contrapartida normal en el proceso de concentración. El ritual tiene como cometido acallar la angustia antes de que las situaciones que la dan origen emerjan; en última instancia, nada conoce de la relación que guarda con las escenas angustiógenas.

La trama neurótica queda así: El Superyo sabe de los impulsos hostiles hacia el padre, que es parte fundante de la subjetivación, y además encarna las prohibiciones. Esta doble condición es la causante de su imposición al Yo bajo la amenaza de castración. Hemos visto también necesario profundizar en las cualidades del objeto, tema que no ocupa a Freud.

«El miedo a morir ha de concebirse como el miedo de castración» (pág. 51)

Todos los escritos que arrancan de la disputa con Rank obtienen un resultado fundamental: asentar sobre bases bien definidas el complejo de Edipo. La angustia infantil, como reviviscencia del Trauma del nacimiento no es conciliable con la angustia de castración, pero quedan muchos aspectos por articular. La nueva aproximación tiene la ventaja de un cabal entendimiento desde la segunda tópica de los trastornos psiconeuróticos, pero sin duda no recubre con la misma facilidad las neurosis narcisísticas, que en el período inmediatamente anterior habían recibido considerable atención. Afortunadamente, a partir de 1923 Freud confronta su modelo con esta problemática. En el trabajo Neurosis y psicosis (1924), mantiene que «la neurosis sería un conflicto entre el Yo y el ello -tema que como hemos visto luego se hace más complejo- y en cambio, las psicosis son el desenlace análogo de tal perturbación de las relaciones entre el Yo y el mundo exterior» (op. cit. O.C. tomo II, pág. 499).

Esta afirmación encierra una transcendencia mayor que lo que su aparente simplicidad da a entender. Siendo el mundo externo el factor decisivo en cuanto al establecimiento del sujeto, los conflictos Yo- Medio, o por mejor decir Yo-Objeto, deparan fallas estructurales del Sí mismo. La consecuencia es que emerge un yo patológico desde la propia entraña estructural. Freud no ha especificado el momento temporal en que estos conflictos tienen lugar, pero es obvio que se refiere a las primeras etapas del desarrollo. Indirectamente, por vía de las psicosis, introduce la importancia de lo objetal. En las neurosis, por el contrario, el conflicto Yo-ello, o más tarde el referido al Yo-Ello-Superyo, remiten tautológicamente a un Yo coherente, unitario, aspecto que está precisamente en entredicho en las psicosis, en este caso, muchos preceptos son rechazados creando un espacio vacío en el proceso de formación del Yo. También ahora, el deseo, tan pocas veces nombrado explícitamente desde la Interpretación de los sueños, vuelve a aparecer con nitidez:

«La Etiología común a la explosión de una psiconeurosis o una psicosis es siempre la privación, el incumplimiento de uno de aquellos deseos infantiles, jamás dominados, que tan hondamente arraigan en nuestra organización» (ibid. pág. 500).

El espacio de la privación genera también psiquismo, pero, ¿qué tipo de psiquismo? Existen privaciones que, dejando siempre incumplido el deseo, proporcionan el camino de la utopía; la vía de la sublimación, por ejemplo, que establecen un diálogo entre la realidad actual inscrita en lo simbólico y el campo de lo imaginario; son las infinitas gradaciones de la neurosis. En cambio en otros casos, la deprivación obtura incluso los caminos de la utopía, no impide solamente el cumplimiento del deseo sino del mismo deseo de desear. El Yo se deja entonces insumir por el Ello deshaciendo el camino de la diferenciación y se entrega a una relación bidimensional con lo imaginario.

La segunda tópica ha introducido la instancia del Superyo, verdadera encrucijada entre el Mundo externo, el Ello y el Yo; el momento evolutivo de éste, puede servir como exponente indirecto del estado de maduración del Yo y de la naturaleza de los conflictos que ha de enfrentar. En la melancolía, el conflicto fundamental tiene lugar entre el Yo y el Superyo, un paso más en la evolución, frente la primitiva e inmediata confrontación entre el Yo y el Medio. Freud la destaca considerándola como psiconeurosis narcisística. Es de advertir que este Superyo tiene unas características especiales, por ahora sólo insinuadas.

El mundo objetivo cobra progresiva importancia. Freud lo reconoce así en Perdida de la realidad en las neurosis y psicosis(1924), pero poco después (ver Fetichismo, 1927) tiene que efectuar ciertas precisiones a propósito de la visión del estado de castración femenina. En el fetichismo, se disocia en un rechazo de la misma en el nivel de deseo y una aceptación de aquella en la evidencia de la realidad. Este a modo de formación de compromiso se obtiene por algo que no es decididamente neurótico ni psicótico: una escisión del yo.

Todos estos trabajos, unidos a las últimas reflexiones de 1928, ensanchan los dominios de la segunda tópica al conjunto de la clínica. El complejo de castración ha pasado a ocupar un lugar importante entre sus conceptos y se muestra renuente a aceptar otros.

«En lo que dice de Laforgue y el trauma del destete, tengo ocasión de admirar una vez más su juicio. Naturalmente lo que se esconde detrás de eso es la negación del complejo de castración». (M. Bonaparte, 7.4.1926).

Laforgue había trasladado convenientemente al espacio psicológico el trauma del nacimiento y su idea podía conciliarse perfectamente con las cuestiones que, en relación con la angustia, había tratado Freud en fecha reciente, pero el estímulo no es lo bastante seductor. Pocos días después vuelve sobre el tema de forma aún más tajante:

«A mí no me sorprende que la frase del eterno chupeteo le haya impresionado un poco, indudablemente hay algo en eso… pero la cuestión que nos interesa no es la genética sino la dinámica» (M. Bonaparte, 16.4.1926).

Las fases tempranas no consiguen captar su atención y quizá por el contrario, muestra hacia ellas un verdadero rechazo en el que tal vez los problemas personales no estén ausentes. La teoría se resiente por ello. Encontraba los puntos de vista de M. Klein combatibles con los suyos (Jones, Julio. 1927). Era demasiado tarde ya para incluir todavía la inquietud y la variación constante. La segunda tópica no hará sino remozarse en el resto de sus días. En la última parte de su obra abundan las observaciones de conjunto y las aplicaciones a la técnica, a modo de consolidación.

«Finalmente el psicoanálisis tiene también su escala de valores, pero su único objetivo es la incrementada armonía del Yo, que esperamos medie satisfactoriamente entre las exigencias de la vida pulsional (el Ello) y las del mundo exterior; vale decir entre las realidades exógenas y endógenas» (R. Rolland, 19.1.1930).

El Ello se ha asentado definitivamente desplazando el inventario descriptivo del inconsciente:

«A la primera de las preguntas tiene Vd. razón, al revelarse la cualidad del inconsciente una característica poco de fiar lógicamente, el antiguo concepto de un sistema les. ha sido reemplazado actualmente por el Ello» (E. Weiss, 8 1 1933)

El problema de la escisión del Yo es vuelto a tratar en carta a R. Rolland de Enero, 1936:

«…para los propósitos que aquí persigo bastará con que me refiera a dos características generales de los fenómenos de extrañamiento e irrealidad. La primera es que sirven siempre a la finalidad de la defensa; tratan de mantener algo alejado del Yo, de repudiarlo. Ahora bien; desde dos direcciones pueden llegarle al yo nuevos elementos susceptibles de incitar en él la reacción defensiva: desde el mundo exterior real y desde el mundo interior de los pensamientos y de los impulsos que emergen en el Yo… Existen una extraordinaria cantidad de métodos –mecanismos los llamados nosotros- que el Yo utiliza para cumplir sus funciones defensivas… el más primitivo y absoluto de estos métodos, la represión -se refiere a la represión original- fue el punto de partido de toda nuestra profundización en psicopatología».

En años más tardíos siempre reaparecen los primeros pasos que le llevaron a establecer una Teoría general de las neurosis. La vertiente energética del Yo se acrecienta, como podemos ver en sus obras Análisis terminable e interminable (1937) y Esquema del Psicoanálisis (1938). En la primera de ellas, se analiza el concepto de «Yo fuerte» definido como aquel que es capaz de domeñar las pulsiones (O.C. tomo III, pág. 551). Pero a éste se le opone una sospechosa fuerza instintiva que nos lleva a pensar en un cierto innatísimo neurótico. Esta diátesis remite implícitamente a subconcepciones acerca de la filogenia. En las mismas páginas al referirse al análisis puede leerse:

«La situación analítica consiste en que nos aliamos con el Yo de la persona sometida a tratamiento con el fin de dominar las partes de su Ello que se hallan incontroladas, que necesitamos para establecer la alianza es desgraciadamente irreal, el Yo con el que tratamos es un Yo alterado…» (pág. 557)

Las alteraciones del Yo son congénitas o adquiridas -las primeras nos remiten sin duda a un núcleo autónomo del Yo, como algunos autores pretenden-. «El Yo intenta evitar el peligro, la angustia y el displacer» (pág. 557). Las reflexiones finales son difícilmente conciliables. De un lado se nos dice que «no tenemos razones s existencia y la importancia de características originales e innatas del Yo» para añadir después:

«El Ello y el Yo son originariamente una misma cosa». Tampoco implica una hipervaloración mística de la herencia del pensar que aún antes que el Yo haya surgido a la existencia, estén preparadas para él líneas de desarrollo, los impulsos y las reacciones que más tarde exhibirá» (pág. 561).

Y más adelante la conclusión lógica:

«Con el reconocimiento de que las propiedades del yo que encontramos bajo la forma de resistencia pueden ser tanto determinadas por la herencia o adquiridas en luchas defensivas, pierde mucho de su valor para nuestra investigación la distinción topográfica entre lo que es el Yo y lo que es Ello» (pág. 562).

Los postulados energetistas coronan el final de la obra, y muchas de las hipótesis de cantidad que nos eran familiares en la época de Fliess volverán a hacerse presentes en el seno de la segunda tópica:

«Se han formado así dos actitudes psíquicas en lugar de una –la normal que tiene en cuenta la realidad y otra que bajo la influencia de los instintos, separa al Yo de la realidad. Las dos existen simultáneamente y el resultado depende de su intensidad relativa» (Esquema del Psicoanálisis, O.C. tomo III, pág. 1058).

Y siempre la vuelta atrás, en ese el gran ciclo psicobiológico de Freud:

«El Superyo adopta una posición intermedia entre el Ello y el Mundo exterior; reúne en sí mismo las influencias del presente y del pasado. En el establecimiento del Superyo tenemos un ejemplo del modo como el presente se transforma en pasado…» (op. Cit. Pág. 1062).

Estas líneas inacabadas sólo podrán continuarse en los desarrollos postfreudianos:

«Tener y ser en el niño. El niño prefiere expresar la relación objetal mediante la identificación: yo soy el objeto. El tener es ulterior y vuelve a recaer en el ser una vez perdido el objeto. Modelo el pecho materno. El pecho es una parte de mí, yo soy el pecho. Más tarde tan solo yo no lo tengo, es decir, yo no lo soy…» (Freud, 12.7.1938 papeles póstumos, O.C. tomo III, pág. 446). (Caparrós)

 

Resumen

En relación con las diferentes teorías sectoriales del Psicoanálisis (Teoría del narcisismo, T. objetal, Primera y Segunda tópicas, etc.), se efectúa un intento de modelo abarcativo más abstracto, llamado modelo del tetraedro.

 

Summary

In relation with the differents sectorials theory’s of psychoanalysis (Narcissism T., Objetal T., First and Second Topics…), the author try’s to made a clasping model, more abstract, call the tetrahedron model.

 

Resume

En relation avec les differentes théories sectoriales du psychanalyse (T. dumarcis-sisme, T. objetal, Premier et Deuxiéme Topiques…), on essai un modeleabarcative plus abstract, qu’on apelle le modele du tétraédre.

 

 

Palabras Clave: Modelo del Tetraedro. Segunda Tópica. Epistemología Psicoanalítica.

Key Words: Tetrahedron Model. Second Topic. Psychoanalytical Epistemology.

Mots Cles: Modele du tétraédre. Deuxieme Topique. Epistemologie Psychanalitique.

 

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