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La terapia familiar en España

   Psiquiatra. Psicoanalista. Coordinador de Imago, clínica psicoanalítica. Presidente de Honor de SEGPA (sociedad perteneciente a la FEAP). Miembro titular de Espace Analytique.

Publicado en francés:
«Point de vue sur la thérapie familiale en Espagne»
 Dialogue nº 172 Recherches Cliniques et Sociologiques sur le Couple et la famille.
Éditions Érès. Junio, pp. 25-36.
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   El análisis de la familia tiene un especial atractivo para mí. La clave hay que buscarla en mi propia historia.

   En el año 1973, todavía en la etapa franquista, publiqué Crisis de la familia. Revolución del vivir. Por aquel entonces vio la luz primero en Argentina y sólo después, apareció la edición española. Es un libro difícil de clasificar; en sus páginas figuraban aspectos sociológicos, políticos, antropológicos, psicoanalíticos, y de psicología social. En realidad, creo que reflejaba bastante bien el estado de cosas en aquellos años en España y mi propia situación ante el problema de la familia.

   Una cosa quedaba clara en este libro, que es más un documento histórico que una obra de reflexión: la familia es un grupo cuya función psicológica esencial es la construcción de la subjetividad. La familia es un concepto límite psico-social.

   Por supuesto que la familia posee también funciones biológicas, económicas, ideológicas, sociales y un sin fin más, pero todas ellas caen fuera del nivel de integración psicológico si bien se articulan con él.

   Tenemos que estar atentos a los diferentes niveles en los que la familia participa. En cada uno de ellos se desempeña de una manera distinta y en esa medida confundirlos significa incurrir en errores epistemológicos de bulto.

   …Y el grupo creó al hombre. Así reza el título de un libro que publicamos en el año 2004 junto con autores como R. Käes, C. Neri e I. Sanfeliu. Hoy podríamos parafrasearlo diciendo: Y la familia creó al sujeto. La familia, y más en concreto la familia nuclear, proporcionan el sentido de separación e individuación como pasos imprescindibles para lograr la identidad del Yo.

   El sujeto del grupo, en el sentido de Käes, sujeto del grupo familiar añado yo, se constituye en esa estructura que el psicoanálisis describe organizada alrededor del drama edípico. En diversos trabajos míos he definido la superación del conflicto edípico, que nunca se logra por entero, como la dolorosa conciencia de que dos seres –papá y mamá- pueden estar juntos no para mí ni contra mí, sino sin mi.

   Esta toma de conciencia, preludio de la subjetividad, sólo puede lograrse en el grupo familiar. A propósito del sujeto y del grupo Käes reflexiona:

   «El sujeto sólo es para sí mismo su propio fin por nacer y estar sujetado al conjunto que lo precede; nace y es sujeto de/ en el conjunto, en la trama de las generaciones y en la cadena de los contemporáneos. Correlativamente, sólo se constituye psíquicamente como sujeto del grupo, servidor, heredero y eslabón de la cadena y de la transmisión intersubjetiva, si se siente beneficiario de ello para cumplir su propio fin y, en el mejor de los casos, devenir yo (Je)». (Käes, 1996, pp.369-370).

   La familia, en el medio universitario del tardo franquismo, sintetizó todo cuanto las nuevas generaciones deseaban superar, haciendo un corte radical con lo anterior mediante una acerba crítica a través de ella. Lo que el Mayo francés significó como un impacto político social con el lema “prohibido prohibir”, en España tuvo acentos más intimistas originados en el peculiar estilo represivo del Régimen.

   En aquella época analicé a muchos universitarios y no me fue difícil bosquejar un panorama de la institución familiar desde sus aspectos clínicos. Familia y represión sexual, Familia como rueda de transmisión de la ideología. Los síntomas de la familia parecían ser los estigmas de un orden en crisis.

   Muchos años después E. Roudinesco aludirá también a este orden en crisis:

   «A la familia autoritaria de otrora y la familia triunfal o melancólica de no hace mucho, les sucedió la familia mutilada de nuestros días, hecha de heridas íntimas, violencias silenciosas, recuerdos reprimidos»
(E. Roudinesco, 2002, p. 21).

   Hace treinta años las cosas no eran enteramente así aunque estaban en el camino. Otro rasgo diferencial a tener en cuenta por aquel entonces fue que, a diferencia de otros países de la Europa occidental, la práctica del psicoanálisis en cualesquiera de sus versiones tenía un tinte subversivo que atraía como analizandos a jóvenes que, en otras condiciones no se habrían sometido a ese tratamiento.

   En otras latitudes el psicoanálisis era tachado de conservador, sobre todo en los ambientes contraculturales sajones. No en todos los círculos era así: por esa misma época (1969) un grupo de psicoanalistas de varios países fundamos en Roma Plataforma Internacional, al tiempo que tenía lugar en esa misma ciudad el XXVI congreso de la IPA (Asociación psicoanalítica argentina). Fueron miembros fundadores por Argentina Marie Langer, Armando Bauleo y Hernán Kesselmann, por España el autor de este trabajo, por Francia M. Claire Booms y M. Tort, por Suiza Berthold Rothschild, por Italia Emilio Modena, y un largo etc., con miembros de doce países diferentes. La razón fue entonces el descompromiso social de los psicoanalistas como movimiento internacional. La pretendida neutralidad terapéutica llegaba a veces a un flagrante divorcio con la realidad cotidiana de sus respectivos países. En ese sentido España era, una vez más, un caso aparte, puesto que el status del que gozaba el psicoanálisis entonces era precario. No cabían conservadurismos donde aún parte de las obras de Freud estaban prohibidas.

   Todos estos factores explican ciertas singularidades en el curso de las terapias de familia en España. Tuvo que asentarse, en primer lugar, la práctica de la psicoterapia en general para poder hablar con cierto fundamento de terapias de familia. El psicoanálisis siguió siendo una práctica minoritaria, más aún cuando el discurso oficial universitario en la primera época de la democracia -a partir de 1975-, toma decididamente partido por el conductismo y el cognitivismo más tarde. Este estado de cosas viene reflejado en la revista Cuadernos de terapia Familiar que se publica en España desde 1986 y donde no tienen cabida artículos psicoanalíticos.

   En este sentido se sigue más la tradición sajona de la época dedicándose a intervenciones sistémicas donde el concepto análisis o el de cura vienen a ser sustituidos por el de cambio, de alcances más amplios y ambiguos.

   Ya Ackerman (1972) apuntaba en general que, en una primera fase, las terapias de familia se limitaban al consejo sobre problemas reales; más tarde se introdujeron técnicas de inspiración analítica y en la tercera y última el substrato conceptual que se utiliza es el de la teoría general de los sistemas.

   Es inevitable aludir al contexto socio cultural en lo que se refiere a la demanda de este tipo de psicoterapias. Estamos todavía en una época donde la demanda de psicoterapia en general y de análisis en particular, es muy escasa. No se puede olvidar tampoco que existe una gran resistencia a vivir la familia como un grupo productor de psicopatología. A este respecto A. Bauleo (1970) señalaba que vemos familias por estos caminos:

   a) Porque un integrante de la misma está en terapia y en un momento dado el terapeuta hizo la indicación de entrevistar al grupo familiar. Esta actitud no es común entre los analistas.

   b) Para elucidar un conflicto entre ellos.

   c) Cuando el grupo acude para que se vea a uno de sus miembros, por lo general un niño, un adolescente o un psicótico. Es el caso más extendido.

   d) La más rara de las circunstancias: cuando el grupo familiar viene a ser tratado como tal.

   Cuestión complicada. En nuestro contexto cultural occidental asumimos como unidad al individuo no al grupo. También es usual contraponerlos. No hace mucho tiempo en el Congreso Mundial sobre el Grupo, que tuvo lugar en Copenhague en 1980, el título del congreso era Individuo y Grupo, reflejando muy bien el estado de cosas de la época. No existe aún la sensibilidad propicia para considerar psicopatologías del grupo.

   Convocar a una familia a terapia es, a fin de cuentas, una violentación, puesto que resulta excepcional que la iniciativa parta de ella. En todo caso la experiencia demuestra que es más viable hacerlo en los países sajones que en los latinos.

   Por otro lado, considero que si nos situamos en el campo del psicoanálisis existen serias dificultades epistemológicas para hacer posible un análisis de la familia, en la acepción rigurosa del término. En mi práctica profesional acostumbro a decir que el objetivo de la intervención familiar, siempre dentro de la óptica analítica, es modesto, aunque no despreciable: lograr una sensibilización de los miembros del grupo familiar para tomar conciencia de que existen problemas en su grupo que se encarnan en cada uno de ellos y que aconsejan un análisis. Pero éste –ya sea individual o de grupo- ha de emprenderse fuera del grupo familiar.

   En un análisis, además de la existencia del binomio transferencia /contratransferencia, se encuentran separadas la realidad psíquica de la realidad material. Elaborar la primera y articularla con la segunda es una tarea fundamental del tratamiento.

   Los registros real, simbólico e imaginario permiten establecer con claridad las diferencias. Es en el imaginario, donde tiene lugar la identificación con el otro. El imaginario, espacio en el que, como indica Castoriadis, se expresa el implacable interjuego entre el individuo y el mundo, entre la subjetividad y lo histórico-social. Lugar de atención primordial en el análisis, en el curso del cual sufrirá la traducción a lo simbólico a través de la interpretación.

   Ahí reinan la asociación libre y su contrapunto la atención flotante. En un grupo de orientación psicoanalítica esto es posible en la medida que el otro – paciente actúa como apoyo (anhelung) o soporte de lo imaginario, pero no coincide con el otro primordial –la madre- ni con las representaciones inconscientes del padre. En el grupo familiar todo se superpone. La familia real aparece en cada uno de los miembros inextricablemente ligada al grupo interno, la familia imaginaria. El otro real es otro histórico profundamente significativo. En esas circunstancias, la asociación libre requeriría del concurso de una disociación casi psicótica.

   Por razones similares otro tanto cabe decir del llamado análisis de la pareja.

   Los que nos hemos formado en grupos desde la Teoría Operativa de E. Pichon-Rivière podemos decir que, desde lo grupal, cabe hacer una intervención sobre el grupo familiar que incida de manera mediata sobre los procesos analíticos de sus miembros, pero esta intervención pertenece, sensu stricto, al campo de la psicología social no al del análisis propiamente dicho.

   Sin duda la familia puede ser un objeto de análisis metapsicológico, pero dudo que se pueda analizar en sus aspectos clínicos de manera directa.

   Creo, en suma, que estamos ante una limitación estructural del psicoanálisis sobre todo en lo que atañe a su costado técnico. Diríase que tenemos acceso a la novela familiar pero no a la familia real.

   Aquí existe una razón más que explica por qué las terapias familiares se hacen sobre todo desde la óptica de la Teoría General de los Sistemas; en este caso el concepto de cambio, como veremos más adelante, que sustituye a la nación de cura, de alcances mucho menos ambiciosos, evita el obstáculo al que llega el psicoanálisis.

   La mayoría de los terapeutas de familia de primera generación fueron de formación analítica aunque, como señala J. Campos, eran rebeldes al sistema institucional que los encarcelaba. Esto no debe sorprendernos porque, salvo excepciones, fueron también los psicoanalistas los pioneros de la psicoterapia de grupo.

   En Barcelona el citado Juan Campos (1980), aplica las técnicas del grupo-análisis de Foulkes al grupo familiar. Dirá que «en terapia familiar es imprescindible operativamente sustituir al individuo por la familia como unidad funcional de diagnóstico y tratamiento».

   Este autor señala también que las dificultades por las que atraviesan los grupalistas que pretenden conciliar psicoanálisis y sistemas, se traducen en dos tipos de terapeutas de familia: los que hacen psicoanálisis en familia, que conservan como esencial en su enfoque terapéutico el concepto de transferencia y los dedicados al psicoanálisis de la familia, que tratan metafóricamente a ésta como si fuera un individuo, le atribuyen un supuesto Yo y un sistema de defensas; la transferencia sucede entre la familia como colectivo y el analista y es en ésta en la que recaen las interpretaciones. Se interpreta en el aquí y ahora y se exige que el grupo esté presente en las sesiones en su totalidad.

   Añadiremos nosotros que existe un tercer grupo que se limita a hacer practicable la red de comunicaciones intrafamiliar sin pretender otra cosa más allá de que el grupo cobre conciencia de sí mismo.

   El Modelo de Palo Alto.

   Las instituciones sanitarias se mostraron remisas en un principio a aceptar este tipo de intervenciones en sus centros.

   Sus aplicaciones se hicieron sobre todo en el campo de la esquizofrenia. Las familias se congregaban «para que se vea a uno de sus miembros», como diría Bauleo.

   Sus raíces se remontan a la antropología y a la cibernética, como rama emergente de la Teoría General de los Sistemas. Bateson, Watzlawick y Haley, repararon en que una serie de propiedades de los sistemas humanos se mantienen constantes en dominios diferentes.

   Este a modo de estructura invariante será el punto de partida.

   Ni los síntomas, ni el insight son las metas de este tipo de tratamiento, sino la atención al sistema que genera el comportamiento problemático.

   Estos principios aplicados a la familia hacen que cada miembro se considere como una unidad dentro del grupo al que pertenece; el problema comportamental del paciente viene generado por sus disfunciones que devienen en estereotipo. La tarea del terapeuta consiste en identificar la importancia estratégica que la conducta del paciente posee en el mantenimiento del sistema familiar. El paciente es al mismo tiempo víctima y cómplice del sistema que hace enfermar.

   Esta propuesta en principio es más satisfactoria que aquella otra mucho más simplista, proveniente del campo psicoanalítico, que se conocía como la hipótesis de la madre esquizofrenogénica.

   Los autores de la escuela de Palo Alto piensan que el esquema de aparición de un síntoma atraviesa las siguientes fases:

  1. Un cambio evolutivo precisa de un nuevo tipo de respuesta. El sujeto proporciona una respuesta equivocada.
  2. En vez de abandonarla cuando observa que no consigue el efecto deseado, intensifica sus intentos, si persiste en las tentativas aparece el síntoma. Este círculo vicioso aboca en la quiebra de la estructura, para evitarlo y reequilibrar el sistema contamos con el síntoma.
  3. Producida la desviación, las personas del entorno tratan de solucionar el problema. El hecho de que no consigan nada no les motiva tampoco a cambiar su esquema de actuación, sino a aplicarlo con más ahínco, como antes había sucedido con el sujeto de los síntomas, de suerte que el síntoma queda ligado a las conductas del grupo.

   La reiteración en el sujeto y en su grupo social no es neutra en relación a la conducta desviada, sino que desencadena lo que los teóricos de sistemas llaman un proceso de amplificación de la desviación (feed back positivo) que, en definitiva, implica una intensificación de la conducta sintomática, es decir, su agravamiento, y la posterior radicalización en los intentos de solución en el sentido de aplicar con mayor rigor y en mayores dosis aquellas soluciones que ya mostraron su ineficacia.

   Este feedback positivo conduce como es sabido desde la Teoría del Caos, a puntos de bifurcación a partir de los cuales el proceso se torna impredecible.  Por ello, el cambio de los teóricos de los sistemas, según en qué circunstancias, no puede ser controlado hacia una dirección previamente fijada.

   Carlos Sluzki, psicoanalista argentino que Dirigió la Escuela de Palo Alto, injertó la perspectiva psicoanalítica en la aproximación sistémica.

   En un sentido parecido al que antes indicábamos, realizaba una valoración metapsicológica del grupo familiar como paso previo para el diseño de una estrategia que tendiese a desmontar las respuestas equivocadas tanto del paciente como de su entorno familiar. Esta estrategia era llevada a cabo por el grupo tras la aceptación de una consigna proporcionada por el terapeuta.

   La consigna es entonces el resultado síntesis del análisis de la familia y la elaboración de lo analizado por el propio terapeuta.

   La llegada a España del programa terapéutico de Palo Alto se hizo conjuntamente con la aparición de las primeras terapias de grupo, todo ello en un ambiente contra-cultural que las hizo aparecer en los inicios como marginales. Al mismo tiempo que eran miradas con suspicacia cuando no con desdén por la psiquiatría biológica oficial.

   Además, con alguna notable excepción, los prácticos de este tipo de terapia familiar, carecían de los conocimientos mínimos sobre la Teoría General de los Sistemas y de las diferencias que en ella existen.

   Algo similar acontecía con la teoría de enfermar que subyace a este tipo de práctica.

   El modelo estructuralde Minuchin

  La resonancia del modelo estructural de Minuchin en nuestro país ha sido comparativamente menor que la del anterior. Pretende reorganizar la estructura familiar a través «de la transformación de los aspectos personales en disfunción.» (Minuchin 1974).

   Dirá que no existe diferencia entre los problemas que tiene que afrontar una familia “normal”, y los de una familia presuntamente “anormal”; ésta última es aquella que enfrenta los requerimientos de cambio internos y externos con una respuesta estereotipada. Esa rigidez se hace perceptible en la estructura familiar.

   Según una fórmula que ya se ha hecho clásica, la estructura es “el conjunto invisible de demandas de los miembros de una familia”. Por lo tanto, lo que se intenta observar es cómo está organizada, cuáles son los papeles de ésta y como interactúan entre sí.

   La familia es un sistema que opera a través de pautas transaccionales. La repetición de las transacciones genera estereotipos de las relaciones.

   Minuchin, hace un especial hincapié en que la evaluación (o diagnóstico), ha de realizarse desde la experiencia de unión del terapeuta con la familia.

   El cambio, puesto que aquí también se trata de cambio, se produce cuando una situación es desequilibrada. Como quiera que la tendencia del sistema es volver a equilibrarse, la nueva situación generada será, presumiblemente, distinta de la anterior.

   No concordamos en lo absoluto con la idea de que el sistema familiar tiende al equilibrio, sólo lo hará el sistema familiar enfermo si se me permite la metáfora. Todo sistema abierto, y la familia lo es, tiende al cambio, al proceso; justamente el sistema familiar que pretende ignorar su condición de sistema abierto y se refugia en los estereotipos, en una especie de compulsión a la repetición, es el que produce patología, pero esa patología le sume a su pesar en el cambio, aunque éste sea indeseable.

   La concepción de Minuchin se funda en los siguientes hechos:

   -La familia se configura en torno a un equilibrio cuyo reflejo temporal es la estructura que el terapeuta desencadena durante la entrevista.

   -La situación no cambiará si dicho equilibrio no es desafiado. – Es el terapeuta el que tiene que desafiar y por lo tanto desequilibrar la familia. –

  -Producido el desequilibrio, la familia vuelve a reequilibrarse sobre otros presupuestos más sanos. El proceso de reequilibramiento está igualmente dirigido por el terapeuta, una de cuyas misiones es la de investigar nuevas conductas a ensayar por la familia, conductas que se experimentarán durante la entrevista.

   -Un tema clave en el enfoque estructural de Minuchin es el concepto de límites entre subsistemas. El sistema familiar se diferencia y desempeña sus funciones a través de sus subsistemas. Los individuos son subsistemas en el interior de una familia. Las díadas, como la de marido-mujer o madre-hijo, pueden ser subsistemas. Los subsistemas pueden ser formados por generación, sexo, interés o función.

   Cada individuo pertenece a diferentes subsistemas en los que posee diferentes niveles de poder y en los que aprende habilidades diferenciadas. Los límites de un subsistema están constituidos por las reglas que definen quiénes participan en él. La función de los límites reside en proteger la diferenciación del sistema.

   Para que el funcionamiento familiar sea adecuado, los límites de los subsistemas deben ser claros. La claridad de los límites en el interior de una familia constituye un parámetro útil para la evaluación de su funcionamiento. Así, el “subsistema conyugal” tendrá límites cerrados para proteger la intimidad de los esposos. El “subsistema. parental” tendrá límites claros entre él y los niños, permitiendo el acceso necesario entre ambos
subsistemas.

   -Es posible considerar a todas las familias como pertenecientes a algún punto situado entre un “continuum” cuyos polos son los dos extremos de límites difusos (familias aglutinadas), por un lado, y de límites rígidos (familias desligadas ), por el otro. La mayor parte de familias se incluyen dentro del amplio espectro normal.

   -Otro concepto con el que trabaja Minuchin es el de holón. A. Roestler, refiriéndose a esta dificultad conceptual, señaló que “para no incurrir en el tradicional abuso de las palabras todo y parte, uno se ve obligado a emplear expresiones torpes como subtotal o todo-parte”. Creó un término nuevo “para designar aquellas entidades de rostro doble en los niveles intermedios de cualquier jerarquía”: El término de Koestler es útil en particular para la terapia de familia porque la unidad de intervención es siempre un holón. Cada holón -el individuo, la familia nuclear, la familia extensa y la comunidad es un todo y una parte al mismo tiempo, no más lo uno que lo otro y sin que una determinación sea incompatible con la otra ni entre en conflicto con ella.

   La teoría de Minuchin, aunque en versión por lo general simplificada, ha tenido mayor implante en el ámbito de lo privado. Últimamente se ha aplicado en medios institucionales para el tratamiento del alcoholismo, así como también de la anorexia.

   La autopoiesis
   La Teoría de la Autopoiesis de Maturana y Varela es una concreción de la Teoría General de los Sistemas asestada inicialmente a la biología, que tiene su arranque en el círculo de von Foerster.    Ambos desarrollaron lo que puede considerarse una epistemología biológica en torno a la concepción de sistema como una organización cerrada sobre sí misma. El sistema constituye una unidad clausurada con respecto al medio.

   La propuesta de Maturana es del tipo formal-internalista.

   La energía es aportada al sistema por el entorno, ésta por sí sola no puede determinar el cambio de la estructura sino que la impulsa a la crisis (Bogdanov) a la catástrofe (Thom) o al punto de bifurcación (Prigogine). Las cuatro teorías de estos autores, enunciada cada una en su espacio epistémico, se complementan y refuerzan mutuamente.

   Desde nuestro punto de vista es el enfoque más interesante dentro de la Teoría General de los Sistemas y el que más admite el diálogo con el psicoanálisis. ¿Puede aplicarse la autopoiesis a los niveles de integración social y psicológico? Maturana pensaba que sí, Varela no estaba tan seguro. Nosotros nos inclinamos por el primero.

  El modelo de Maturana pertenece a la práctica de “lo vivo”, mientras que el psicoanalítico se ocupa del psiquismo. Podemos decir que ciertos comportamientos psíquicos complejos están en germen en lo biológico y también que existe una autonomía progresiva de respuestas psicofisiológicas singulares en el curso de la ontogénesis.

   A través de las nociones de autoorganización y emergencia se puede, esa es nuestra opinión, tender un puente entre las ciencias de lo vivo y el psicoanálisis. Al menos un diálogo hasta hoy casi inexistente. A través de las nociones pulsión e inconsciente se puede progresar en ese camino.

   Varela ha afirmado que el psicoanálisis le interesa como fenomenología del espíritu y no como clínica. Algo que los psicoanalistas pueden compartir en sentido inverso.

   La relación posible entre Psicoanálisis y Teoría General de los Sistemas es, en teoría, posible, pero no de la manera simplificada en que por lo común viene haciéndose.

   La diferencia más fundamental entre la terapia familiar y el psicoanálisis es que la primera opera ante todo en el dominio analógico, la segunda en un espacio de transición entre analógico y digital. Toda comunicación, en la medida en que involucra un emisor y un receptor, puede caracterizarse  a un tiempo como analógica y digital.

   Los procesos analógico y digital fueron introducidos en nuestro campo por Bateson (1955). El psicoanálisis se interesó en ellos no demasiado pronto (de Gramont 1987), (Levenson 1980), (Gerson 1988), todos ellos de Estados Unidos.

   En la comunicación digital existe una asignación arbitraria de los signos a las cosas; todos los sistemas de lenguaje humanos operan de manera digital, es decir de forma arbitraria y abstracta. Watzlawick (1967) afirmó: «no existe nada de “mesa” en la palabra “mesa”».

   En el modo analógico el signo guarda alguna semejanza con el objeto que representa. Un puño contraído significa cólera.
Resulta imposible traducir la intrincada semántica de lo analógico en el modo digital.

   Si vemos el problema más de cerca, un puño contraído comunica excitación, cólera, frustración, la amenaza de un ataque, es un signo político, etc. Lo analógico es ambiguo, lo que gana en semántica lo pierde en sintáctica. El proceso inverso se cumple a propósito de lo digital.

   Pero además, como sucede con lo inconsciente, el modo analógico carece de la capacidad de expresar “no”. Se puede rechazar o rehusar, pero es imposible negar.

   Sólo los humanos podemos utilizar ambos modos de comunicación, de ahí que nuestras relaciones sean a la vez ambiguas, confusas y complejas. El lenguaje hablado nos abre a la vía digital, mientras que el acompañamiento preverbal añade el componente analógico.

   La comunicación se refuerza y adquiere una especial intensidad cuando analógico y digital se corresponden, si no es así el resultado puede desembocar, entre otras cosas, cuando se oponen entre sí, en el bien conocido “doble vínculo”.

   La vida familiar es vivenciada ante todo al modo analógico. Es cierto que la familia habla entre sí, pero importa ante todo subrayar que los miembros de ese grupo que comparten el mismo espacio como una constante se vinculan, cuando no se adhieren de manera franca al lenguaje corporal, al estado de ánimo, y a lo preverbal de los demás.

   Por otra parte, el flujo de información por la vía de lo analógico es continuo y puede llegar a ser excesivo, sino fuera porque las familias organizan la información en circuitos redundantes que se enroscan alrededor de las estructuras y funciones familiares.

   Los psicoanalistas que se han ocupado de esta cuestión afirman que la confluencia de analógico y digital, se puede resumir diciendo que el lenguaje –lo digital- se vincula con la experiencia analógica y proporciona una armazón para lo comprensivo (Levenson (1980).

   La fuerza del psicoanálisis estriba en que ofrece un espacio en el que se experimenta de manera plena el contrapunto analógico-digital. El paciente puede darse cuenta cabal de la experiencia y de su complejidad.

   La Teoría General de los Sistemas nos brinda, con todo lo anterior, una posibilidad de entender el grupo familiar y de caracterizarlo en profundidad como estructura en la que acontece comunicación, pero al mismo tiempo muestra también la imposibilidad de una aplicación clínica rigurosa del psicoanálisis al mismo.

   Desde la perspectiva metapsicológica podemos, con el concurso de la Teoría General de los Sistemas, entender mejor al grupo familiar en cuanto estructura, integrando la información que ésta aporta.

   Pero el análisis no persigue exclusivamente el cambio, es preciso reiterarlo. En la cura o en su equivalente grupal, se pretende la redistribución de los investimientos, levantar la represión, ligar las representaciones de cosa a las representaciones verbales, producir sentido. Todo ello en la atmósfera transferencia-contratransferencia.

   En las técnicas de terapia familiar al uso, este análisis no es posible. Cuando la transferencia es el foco del tratamiento emergen de forma impredecible multitud de afectos y pensamientos y lo hacen de modo incoherente, para que esto sea posible es necesario un marco de tratamiento que se quiebra cuando otros-significativos (padres, hijos, hermanos) están ahí también.

   Démosle a la intervención familiar el lugar que le corresponde, que no es escaso, pero no la desplacemos al espacio terapéutico al menos tal y como el psicoanálisis lo concibe.

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