Resolución de conflictos.
Nicolás Caparrós
Clínica y Análisis Grupal – 2008 – Nº 100
Vol. 30 (1) Págs. 143-150
DOSSIER: Grupo, trauma y conflicto
Resolución de conflictos
El título «resolución de conflictos», me ha hecho pensar largo tiempo. Conflictos en el espacio grupal.
¿Es posible resolver conflictos en el grupo? ¿Es factible resolver un conflicto? Y si es así no implica acaso una modificación estructural que atañe a la transformación misma de las instancias que están en juego.
Pero además se da la circunstancia de que lo conflictivo reside en la entraña misma del grupo, que se constituye en el conflicto, se desarrolla en él y en su dinámica cobra sus señas de identidad.
El grupo es una organización que alcanza diferentes grados de complejidad, atraviesa también por momentos más o menos inestables.
El grupo humano, sea pequeño o grande, posee una serie de propiedades que la perspectiva evolutiva permite ver con claridad:
a) Produce sujetos.
b) Establece un espacio, que se denomina psico-social, donde intrapsíquico e interpersonal se articulan de diversas formas.
c) Genera desde la simple agrupación, a la diferencia, y a partir de ahí establece sobre todo relaciones de confrontación y de cooperación. Los vínculos y antivínculos que caracterizan cada período grupal, se expresan en el teatro del conflicto.
La idea de grupo terapéutico, en lo que atañe al campo psicoanalítico, sigue estando mal definida. Sostengo la opinión de que falta aún en nuestro contexto grupal un corpus consistente de conceptos. Ello se debe a que el desarrollo del psicoanálisis ha impulsado más una metapsicología centrada en el sujeto que aún no tiene parangón con la que se refiere al grupo.
En la clínica utilizamos la noción de grupo sin que existan definiciones de suficiente entidad sobre el mismo. Esta ambigüedad aparece sobre todo a la hora de aplicar los conceptos clásicos de la cura tipo. ¿A quién interpretamos? ¿Quién es el sujeto de la interpretación? ¿En qué nos apoyamos para decir que un grupo va bien?
El mismo título de esta intervención se presta a reflexiones de muy diversa índole. ¿Se puede hablar de conflicto del grupo? ¿Armoniza la noción conflicto con la idea grupo?
Es verdad que la actividad terapéutica ha ido generando conceptos para trabajar en este campo. La matriz de Foulkes, los supuestos básicos de Bion, las nociones de tarea y emergente de Pichon Rivière, el aparato psíquico grupal de Kaës, las situaciones grupales, esquizoide, confusional y depresiva que yo mismo he definido, etc. Pero todas ellas necesitan descansar en un concepto riguroso de grupo, sin el cual la metapsicología de éste sigue estando en precario.
Muchas veces se tiene la impresión de que la palabra «grupo» viene impuesta, o que es una especie de a priori que no necesita de clarificación alguna. Todos “sabemos” lo que es el grupo, nos referimos a él, profesionales y pacientes, con desenfado.
En mi opinión, para superar determinadas insuficiencias, es necesario situar al «grupo» en el nuevo paradigma de la complejidad.
Dentro de sus parámetros aparece como una estructura psico-social, histórica, que posee relaciones específicas. El grupo nace, se desarrolla y con ello se diferencia, alcanza diversos grados de complicación y se disuelve.
El grupo, como sistema, posee niveles de organización diferentes, que metafóricamente hablando serían otros tantos grados de maduración.
La dimensión misma del grupo imprime a éste cambios cualitativos y le dota de funciones diferentes: el pequeño grupo pertenece al nivel de integración psicológico, el gran grupo es propio del nivel social.
El primero es el que, desde un punto de vista terapéutico, más nos interesa.
Antes dije que el grupo no es un a priori, sino que necesita constituirse, lo que significa que hasta llegar al grupo propiamente dicho se suceden diferentes escalones que representan otros tantos grados de complejidad.
A. Bogdanov (1873-1928)2, el teórico ruso que con sus contribuciones anticipó las ideas de von Bertalanffy, describe tres clases de sistemas en relación a su grado de organización, que ayudan a comprender las diferentes complejidades que alcanza un grupo determinado.
a) Aquellos en los que el Todo es mayor que la suma de las partes – sistemas organizados–: el grupo propiamente dicho, en su plena expresión estructural.
b) Por oposición, existen esos otros en los que el Todo es menor que la suma de sus partes –los sistemas desorganizados–. Comprenden diferentes estados que preceden al grupo bien integrado, los llamaremos semi-grupos.
c) Para terminar con los sistemas llamados neutrales, donde el Todo equivale a las partes. Punto de inflexión entre los semi-grupos y el grupo.
Estos tres tipos de organizaciones resumen de una manera elegante y sucinta, tomando como eje rector las relaciones entre los elementos de las estructuras, el proceso que conduce al grupo.
Creo que no hay estructura plena mientras ésta no sea organizativamente cerrada. Los sistemas desorganizados y los neutros deben considerarse como otros tantos tipos de semi-estructuras, donde la clausura no es completa.
Por estructura organizativamente cerrada, entiendo la que adopta un grupo al limitar mediante su red de relaciones un adentro y un afuera.
Hasta aquí las reflexiones generales sobre la idea de grupo. Ciñámonos ahora al grupo psicológico, llamado también pequeño grupo.
La aplicación del paradigma de la complejidad a este sistema permite examinar viejos problemas desde una nueva óptica. La clásica contraposición Sujeto-Grupo aparece ahora así: Grupo y Sujeto están sometidos al principio recursivo. El grupo produce al sujeto, éste es su efecto, y al mismo tiempo como tal efecto produce al grupo.
La relación recursiva desempeña idéntica función en el conocido binomio sujeto-objeto, que establece ese retículo de hipercomplejidad en el sentir de E. Morin.
Esta mutua implicación parece abocar a un enredo de difícil solución. El paradigma de la complejidad, que se auxilia de disciplinas diversas que van desde la física a la sociología, encuadra al grupo desde una perspectiva evolucionista donde grupo e individuo surgen juntos en un todo intrincado que sólo admite una separación artificial.
No existe el dualismo individuo/grupo, de la misma forma que tampoco sostenemos ya el dualismo cuerpo/mente.
El sistema madre-bebé como matriz inicial del desarrollo es otra perspectiva que permite las mismas consideraciones.
Naturalmente no estamos insinuando que individuo y grupo sean la misma cosa, ni que no obedezcan a leyes específicas de cada caso. El sujeto es un ente de conciencia, de la que carece el grupo, pero es éste el que crea las condiciones necesarias para que aquélla tenga lugar.
Dentro del psicoanálisis, el marco general que mejor se ajusta a la problemática que plantea el grupo es el de la Teoría de relaciones de objeto. Llegados a este punto he de hacer una importante salvedad: una teoría de este tipo no tiene porque ser a imagen y semejanza del modelo kleiniano. Es decir puede admitir la fase anobjetal y con ella el narcisismo primario y a partir de ahí dar cuenta de la aparición incipiente del sujeto –en realidad protosujeto- y del otro. La good enough mother de Winnicott y la capacidad de contención de Bion (reverie), subsanan a mi entender las insuficiencias de partida de la teoría Kleiniana.
Este modelo centrado en las relaciones de objeto ha de contar también con el concepto pulsión. Parecería que al tratar del grupo, quedan lejos las raíces biológicas del sujeto en tanto en cuanto ser sometido a las pulsiones y vivido por ellas y que nos podemos dedicar de lleno al aseado discurso basado por entero en la palabra.
Nada más lejos de la realidad, las pulsiones, a través de su representante psíquico y su representante representativo, están presentes de manera cadente en el grupo. Por otra parte y de manera indirecta, constatamos la presencia de lo pulsional precisamente por medio del carácter inestable y conflictivo de todo grupo terapéutico.
El modelo analítico-vincular, en el que llevo trabajando desde hace más de treinta años, cumple los requisitos que acabo de considerar de los que adolece el modelo kleiniano. La atención central al vínculo permite articular los espacios intrapsíquico e interpersonal, ambos de capital importancia para el análisis en el grupo.
Mediante esa teoría se pueden abordar los dos sucesos esenciales en el desarrollo del sujeto:
A) El que atañe a su constitución primera –su espacio es la relación diádica, en el sistema madre-bebé-.
B) El que le clausura y completa como sujeto social pleno –en la relación triádica o complejo de Edipo-.
He resumido lo esencial del drama edípico en tanto que herida narcisista manifestando que su dolorosa aceptación implica admitir que dos seres –el padre y la madre- se relacionan entre sí; no conmigo ni contra mí sino sin mí. La plena entrada en lo social siempre tendrá el contrapunto del narcisismo que acecha.
La andadura evolutiva por los sucesivos grupos discurre desde el Grupo inicial, compuesto de dos elementos, al Grupo social que, en su expresión más simple, precisa de tres. Los denominé Grupos fundantes. Grupos ambos que están en estrecha relación con el proceso de humanización-subjetivación. Las características neoténicas del ser humano exigen ambos espacios.
Todas estas consideraciones tienen consecuencias para el grupo terapéutico. En 19802 manifesté que cinco individuos son apoyo suficiente para expresar toda la dramática que constituye al sujeto.
La diada -con el cortejo de las ansiedades depresiva y persecutoria- y la triada -con el conflicto y la culpa y la exclusión. Este grupo contiene, precisamente, los dos grupos fundantes.
Los grupos humanos son un proceso y desde la perspectiva psicoanalítica son espacios donde se activan emociones, donde aletean como fantasmas las representaciones propias de los grupos internos de cada integrante.
Diada y triada conforman una dinámica de significados profundos.
Lo diádico es regresión defensiva ante lo triádico.
La triada misma encierra una oscilación radical entre el sujeto neurótico y la renegación omnipotente narcisista.
A través del grupo, instrumentamos la transformación terapéutica.
El grupo es, según nuestra opinión, el lugar de la humanización, del conflicto y del posible cambio.
Venimos reiterando que el grupo no es algo dado de antemano. Es una organización en equilibrio inestable que apenas logra un compromiso ha de superarlo para conformar su propia historia.
El diario del grupo, la novela que lo crea, es la Tarea terapéutica – concepto que definí en 1978 apoyándome en la noción de Tarea que E. Pichon Rivière creó para los grupos operativos.
La tarea terapéutica, a diferencia de la tarea en psicología social, tal y como la concibió Pichon Rivière, es una construcción singular de cada grupo que se somete al análisis, no es un a priori alrededor del cual se organiza este. Sin tarea terapéutica el grupo no existe.
La tarea, permitió a Pichon-Rivière, conformar la noción de grupo a su entorno.
El grupo se construye alrededor suyo y el proceso grupal es leído y analizado en función de ella. Pero, no es posible una tarea terapéutica promovida con anterioridad al grupo mismo, la tarea terapéutica se construye en la secuencia de las sesiones, es efecto del grupo y al mismo tiempo agente productor del grupo mismo.
Tarea terapéutica y grupo en análisis son dos simultaneidades.
El grupo terapéutico como organización plena –siendo un todo mayor que la suma de sus partes- es un objetivo a alcanzar a través del tratamiento y no un punto de partida.
Sólo logra ese estado cuando se dota de su propia tarea terapéutica.
Se trata de hallar, entonces o quizá de crear, un espacio colectivo para la acción, la sensación y la reflexión, que se nutre de los aportes de cada integrante, modificados por la presencia de los otros. N. Caparrós (1978)3.
En el grupo terapéutico la prevalencia de lo diádico opera como una resistencia donde los otros son renegados; la triada constituye el espacio grupal por excelencia del que emerge el sujeto en su acepción más plena. Y la triada –lo sabemos- es el lugar genuino del conflicto.
Hemos ido desgranando reflexiones y éstas nos llevan, por fin, de manera armónica, al conflicto.
El conflicto surge en la confrontación del Ello con el Superyó – en la colisión entre el reservorio de las pulsiones y la instancia superyoica, donde tiene lugar esa difícil amalgama entre lo social internalizado y lo narcisista que encarna el Yo Ideal.
El Yo-ideal sería el aspecto conservado o reencontrado del narcisismo primario. En su desmesura el Yo-ideal tiende a evadir el conflicto, a elaborarlo por medios preneuróticos, alejados de la represión y del síntoma.
La concepción psicoanalítica del conflicto es muy compleja.
El Yo ideal atestigua así una insuficiencia evolutiva parcial del aparato psíquico que altera sobre todo la organización témporo-espacial, del individuo, del preconsciente y del Yo, concebidas como sucesivas imágenes de la mesura.
Freud se pregunta, en esta misma línea en qué para ese amor sin tasa de sí mismo que caracteriza al narcisismo primario, una vez que éste se somete a las inevitables frustraciones del medio.
El deseo de perfección –que es también quietud, que es también anti-vínculo- no muere, sino que en el curso del desarrollo será reemplazado por la constitución de una verdadera instancia psíquica que denomina Yo ideal o Ideal del Yo. La diferencia al principio no estaba demasiado clara.
Freud lo expresa con claridad:
Lo que proyecta el adulto ante sí como su ideal no es otra cosa que el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en aquel tiempo él mismo representaba su propio ideal. Freud 19144.
Más tarde se opera la discriminación: el Yo-ideal se puede considerar como producto de la nostalgia, mientras que el Ideal del Yo es un signo de futuro, de proceso.
El Yo-ideal es ante todo omnipotencia, desmesura, espacio donde los vínculos desaparecen.
El Superyó es el heredero del Complejo de Edipo, pero alberga también, escondido, ese reducto indómito que llamamos Yo-ideal. La instancia super- yoica es compleja y conflictiva a un tiempo. No está hecha de una sola pieza.
La consecuencia inmediata es que el conflicto para el sujeto resulta ser doble: de un lado se establece entre el Ello y el Superyó, bajo la mediación más o menos eficaz del Yo, y de otro en el seno del Superyó mismo, este segundo aspecto ya no resulta tan obvio. Conflicto intersistémico el primero, conflicto intrasistémico el segundo. Ambos poseen su propia y singular historia.
La conflictiva intrapsíquica, que es producto de los dos conflictos anteriores, se activa y actualiza en las vicisitudes triádicas que ofrece el grupo, adquiere así en ocasiones una dimensión interpersonal, donde alcanza un registro colectivo.
Pero, la verdadera tensión grupal no se establece en las confrontaciones entre los diferentes integrantes del grupo, ni siquiera entre un individuo y el resto; esas dos situaciones son meros encubrimientos de la auténtica tensión que procede de la dinámica entre el grupo y su propia negación.
El individuo que se resiste a construir la tarea terapéutica no se repliega a los límites de la díada, ni tan siquiera a los de su espacio intrapsíquico, en realidad pretende refugiarse en el bastión de su narcisismo, donde el otro y por consiguiente el grupo desaparecen.
Mediante el conflicto, el grupo, lugar de vínculos, activador de grupos internos, generador de su propia y singular historia, alienta al mismo tiempo el camino hacia la cura y el germen de su propia destrucción.
Notas a pie:
1) Bogdánov intentó crear la denominada «tectología» (o ciencia de la organización universal) cuyo objetivo estribaba en unir todas las ciencias y dar una represen- tación de las formas y tipos de todas las organizaciones, cualesquiera que sean. El mundo entero, según Bogdánov, constituye una organización de la experiencia. Los fundamentos idealistas, el carácter abstracto y el antihistoricismo, hicieron totalmente inservible la «tectología» para el análisis de la realidad según los usos del momento. A la dialéctica de Marx, contraponía Bogdánov la teoría del equilibrio. Lenin en «Materialismo y empiriocriticismo» y Plejánov, en algunos de sus trabajos, criticaron las concepciones de Bogdánov. «Filosofía de la experiencia viva» (1913) y «La ciencia de la organización universal (tectología)» (1913-17), son dos de sus obras mayores.
2) N. Caparrós (1980) “Simetría y asimetría en el grupo. Un estudio sobre la estructura grupal.” Clin. y Anal Grupal. no 25, pp. 662-680.
3) N. Caparrós (1978). La tarea terapéutica. Clin. y Anal. Grupal. No 11.p. 38.
4) S. Freud. Introducción al narcisismo.