
Clínica y Análisis Grupal – Nº 57 (1991)
Vol. 13 (3) (Mayo/Agosto) Pags. 183-207
ISSN 0210-0657
En relación con las diferentes teorías sectoriales del psicoanálisis (Teoría del narcisismo, T. objetal, Primera y Segunda tópicas, etc.), se efectúa un intento de modelo abarcativo más abstracto, llamado modelo del tetraedro.
Related with the differents sectorials theorys of psychoanalysis (Narcissism Th., Objetal Th., First and Second Topics…), the author tryes to made a clasping model, more abstract, called the tetrahedron model.
En relation avec les diferentes théories sectoriales du psychanalyse (T. du narcissisme, T. objetal, Prémier et deuxiéme topiques…), l’auteur essaie un modèle abarcative plus abstract, qu’on apelle le modèle du tétraèdre.
La teoría estructural freudiana y el modelo del tetraedro (y II)
Nicolás Caparrós Sánchez
PARTE II
Los cuatro elementos fundantes del Psicoanálisis en un modelo integrador de la Metapsicología
A lo largo del análisis de la segunda tópica, hemos encontrado reiteradamente los cuatro conceptos metapsicológicos que juzgamos fundantes: la pulsión, la defensa, el objeto y el deseo. Según hayan sido las circunstancias, cualesquiera de ellos han funcionado como eje principal en cuyo derredor giraban de forma relativamente subordinada los restantes. Podríamos también expresarlo de este modo: en diferentes etapas del desarrollo de la teoría psicoanalítica freudiana cada uno de estos elementos se erige en conductor del proceso, a menudo acompañado de otro con el que establece una supuesta oposición o antítesis. De estos núcleos iniciales, Freud hace derivar teorías de mayor nivel de abstracción, acuñando en ese propósito conceptos de más complejidad, algunos de ellos con la categoría de auténticos sistemas. La razón de este estado de cosas se debe, naturalmente, al modo de operar freudiano, que dista mucho de ser unitario. En ocasiones sitúa el «hecho clínico» observado por él, y ya conocido, en un retículo diferente de relaciones, es decir, bajo el manto de una nueva hipótesis; en otros, prosigue tenazmente en una dirección, en una especie de reducción al absurdo, hasta que el propio desarrollo le induce a incluir elementos nuevos para resolver el impasse. La misma generalización abusiva de la teoría de la seducción obliga, so pena de abandonar todo el intento, a introducir la fantasía y el deseo. El enriquecimiento, así como también las contradicciones de la teoría, aparecen a la hora de trasladar verdades extraídas de un sector de la clínica, munidas de las hipótesis correspondientes, a otros distintos. Se ha repetido con demasiada ligereza que el psicoanálisis es una teoría derivada de la histeria, ello es cierto hasta un determinado punto, también y con igual legitimidad, pueden reclamar ese papel la paranoia, la neurosis obsesiva y la melancolía, por citar sólo los cuadros más salientes. No obstante, sin duda el orden histórico en que estos conflictos mentales entran a desempeñar una función prevalente en la génesis del psicoanálisis, sí incide decisivamente en el modo de introducción de los conceptos, en su jerarquía y probablemente en la configuración final de los mismos. Parece obvio que la «represión» encuentra un modelo más cumplido en la histeria; la «repetición» la halla en la neurosis obsesiva y el «narcisismo» en la paranoia. El «complejo de Edipo» se manifiesta como expresión idónea en lo neurótico y difícilmente habría sido delimitado en la demencia precoz.
Este antes y después en la génesis de los conceptos ha tenido importancia decisiva a la hora de formular precisamente unas determinadas teorías, así como también en el momento de jerarquizarlas. La diacronía en la genealogía freudiana es un factor no desdeñable. Los referentes más decisivos que permiten justipreciar la totalidad del proceso, no surgen inmediatamente en los comienzos, además éstos no pueden ser considerados como los únicos posibles, ni tan siquiera como los más idóneos, simplemente son los que históricamente han desempeñado esa función. El Psicoanálisis, quiéralo o no, ha surgido en la Weltanchaaung de su tiempo y además contribuye a modificarla, pero eso no implica que deba ser leído siempre desde los esquemas referenciales con los que inicialmente fue aprehendido. Freud no ofrece una propuesta sistemática ni un a priori definido al respecto, más bien ha sido la escolástica posterior quien lo ha intentado, no siempre con fortuna. El hilo de estas reflexiones nos lleva a sugerir la posibilidad de construir un modelo metapsicológico no cerrado y que permita a la vez integrar las teorías sectoriales del psicoanálisis en su relativa autonomía dando cuenta conjunta de su nivel relativo de complejidad, y de sus contradicciones reales y aparentes. Una dificultad a la hora de establecer una epistemología psicoanalítica, que como tal debe ser un proceso intrínsecamente abierto, reside en la forma de categorizar las diferentes teorías. El estudio cronológico de las mismas hemos visto que aporta preciosos datos a la hora de estudiar la génesis, pero se muestra insuficiente ante la vertiente estructural. En una aproximación intuitiva al problema, sentimos la sospecha de que cualquier método lineal (sintagmático) nos llevará al fracaso. La misma palabra «Metapsicología» induce a pensar que solamente a través de muchas posiciones «meta», que se articulen entre sí en conjuntos más amplios, ha de ser posible enunciar un modelo suficientemente abarcativo y pese a todo provisional. No consideramos que cumplan esos requisitos cualesquiera de las dos tópicas, ni tan siquiera la forzada síntesis que en 1938 intenta Freud con ambas. Como veremos posteriormente, las consideramos modelos intermedios que no satisfacen la condición de dar cuenta de todos y cada uno de los desarrollos psicoanalíticos fundamentales.
Por fuerza un modelo que tenga esta ambición ha de estar compuesto de los conceptos más elementales y de todos los de este rango.
Partimos de la hipótesis de que estos conceptos son, precisamente, la Pulsión, la Defensa, el Objeto y el Deseo. Figuran, sin excepción, en cada una de las teorías sectoriales, con lo que ninguno de ellos parece superfluo; tampoco son redundantes, en la medida que cualquier ausencia concreta conduce a la teoría que se pretenda construir a un reduccionismo biologicista si eliminamos el deseo, psicologicista si suprimimos la pulsión o sociologista cuando prescindimos de la defensa. El objeto, por su parte, es el soporte imprescindible, el locus donde tiene lugar el drama psicológico.
Señalábamos ya, que otra condición que estos conceptos deben cumplir es pertenecer al mismo nivel de abstracción. Es de sobra conocido el seminario XI de Lacan «Les quatre concepts fondamentaux de la Psychanalyse» (París, Seuil, 1973) la coincidencia aparente entre lo que parece anunciar este seminario y los que nosotros proponemos es engañosa. Hemos llamado a «nuestros» conceptos fundantes, y no fundamentales en el sentido de entenderlos como psicoanalíticamente significativos, y que a la vez no pueden ser reducidos a otros más simples conservando esa misma significación. En este sentido, el «Inconsciente», concepto que nosotros no incluimos, pese a su rango básico, no puede ser juzgado fundante, incluye a otros más simples, por el contrario la «defensa» funda el psicoanálisis y queda incluido en el territorio del inconsciente. De la cuaterna que presentamos, ninguno de los conceptos puede ser insumido en otro, si fuera así, el incluyente habría de ser eliminado; sin embargo, todos ellos presentan la propiedad común de necesitar a los restantes para definirse, lo que les convierte en puntos singulares de una estructura. Todas estas características les hace aptos para iniciar desde ellos un modelo consistente.
La tentativa nos obliga a proceder paso a paso, es necesario ahora una pequeña digresión. Algunas reflexiones lógico-matemáticas.
A) Existen dos modos de considerar la igualdad (=), que para nuestros propósitos conviene distinguir desde el principio.
a) Aquel que se establece entre constantes, por ejemplo A=B+C, que tienden en última instancia a la búsqueda de la tautología, de la identidad, a casos de la forma A=A. Este modo, puramente denotativo, carece para nosotros de interés.
b) Como las relaciones enlazadas por el signo (=) de la forma y=f (x). Llamadas funciones simples, en las que lo que importa resaltar es la existencia de dos variables una dependiente «y» que adopta valores bajo los dictados de la otra, denominada variable independiente “x”.
Incorporar el concepto función a la psicología, siquiera sea en su forma matemática más simple, ha sido, como ya vimos a propósito de Fechner, una vieja ambición. Desgraciadamente o quien sabe si por suerte la expresión de función en su forma más exacta, la matemática, no siempre es posible en psicología, sobre todo porque para matematizar comportamientos realmente humanos sería preciso recurrir a funciones complejas de una extensión en la práctica inmanejable. Separándonos del viejo Fechner hemos de adoptar una forma restrictiva de tipo analógico del concepto función en nuestro campo. Así y todo, ésta nos permite enunciar que las variaciones de determinados elementos son función de los estados de otros. La gran debilidad de este modo de proceder, juzgado desde parámetros matemáticos, es que no es posible demostrar, en rigor, que sean sólo esos elementos los responsables de las susodichas variaciones. Se hacen necesarios procedimientos tediosos para estar razonablemente seguros de que son precisamente esos y no otros los que absolutamente dan cuenta de la «función». No hay que olvidar tampoco, para evitar papanatismos innecesarios, que la verdad para las teorías matemáticas es en ellas relativa al sistema de axiomas inicialmente adoptados, la matemática no debe su verdad sólo a la evidencia, a veces engañosa, sino a la coherencia del sistema. Quiere esto decir que un modelo formalmente matemático puede ser coherente pero no aplicable al campo de la psicología. En este sentido juzgamos que la insuficiencia formal es inseparable de la psicología en general y del psicoanálisis en particular.
Existe, finalmente, una falsa a relación que denominaremos correlación, en donde sí es posible encontrar un tercer elemento que dé cuenta de la aparente ligazón entre los dos primeros términos, desechándola. El obstáculo correlacionista es de capital importancia a la hora de establecer hipótesis y modelos en nuestro campo. Supongamos, por ejemplo, que proponemos el siguiente enunciado: «Los negros son menos inteligentes que los blancos». Hemos hecho esa aseveración basados en su menor rendimiento ante los tests de inteligencia usuales. Resulta además que con ese indicador la proposición se revela estadísticamente verdadera. Sucede de facto, que hemos olvidado, por ejemplo, los condicionantes socioculturales.
B) Pero el problema puede ser visto de otro modo, que proporciona luces distintas a nuestras tentativas. Abandonemos la óptica de la igualdad y sometámonos a la relación, con lo que subimos en el escalón de lo abstracto.
Podemos distinguir tres tipos de relaciones:
a) La que se establece entre elementos independientes, tal es el caso de 6+3. Los elementos que la constituyen son reales y la relación establecida recibe el nombre de real.
b) Una segunda clase de relaciones viene regida por el signo (=) y es del tipo XY+A=0. Los valores de X, Y, A, no están especificados, pero en cada caso poseen uno determinado. La función de nuestro ejemplo anterior, pertenece también a esta categoría. Estas relaciones son imaginarias. Las primeras etapas del proceso de identificación pertenecen a este grupo, la presentación que hace Freud del narcisismo también.
c) El tercer tipo tiene mayor complicación. Ahora no podemos hablar de constantes ni de variables, respectivamente dependientes e independientes, los elementos de esta clase de relación tienen la curiosa propiedad de no poseer ningún valor concreto y sin embargo se determinan recíprocamente. Es la relación diferencial. Un ejemplo de ésta puede ser ydy+xdx=0.
Las relaciones diferenciales expresan un enlace simbólico. Tenemos así reunidas las tres categorías real, imaginario y simbólico, nudo central de los trabajos de Lacan, aunque sus orígenes matemáticos haya que buscarlos en Weierstrass y Russel. La mayoría de las relaciones que trabajamos en metapsicología pertenecen al tipo «c», aunque es cierto que cada uno de los conceptos que hemos llamado fundantes no han sido históricamente definidos a partir del método diferencial, sino por medio de relaciones funcionales más simples. La consecuencia inevitable, ha sido una debilidad estructural inicial de la metapsicología.
Los cuatro conceptos fundantes de la metapsicología están recíprocamente determinados, pero junto a esta relación es preciso captar también su respectiva singularidad.
En el psicoanálisis, el estudio de las relaciones binarias (funcionales o recíprocas) ha sido el método más empleado para delimitar conceptos elementales. El desideratum perseguido y que desde nuestro punto de vista carece de sentido, era lograr una total independencia entre ellos. Se perseguía descubrir esquemas funcionales, no diferenciales y genéticos. La reciprocidad es un obstáculo molesto para la causalidad clásica. Este vicio de partida ha llevado a hipostasiar un determinado factor en cada caso en detrimento de los otros, que quedaban de esta forma agrupados en derredor de aquél. El resultado es la inflacción del campo de lo imaginario, porque este espacio tiende precisamente a reagrupar en cada elemento el efecto total de un mecanismo conjunto.
Si tuviéramos que escoger el ejemplo más señalado en Freud, acudiríamos sin duda a la «teoría de la pulsión». Cuando ésta pasa de su función virtual como integrante de una estructura a su función actual, el riesgo es abolir la diferenciación original que la caracterizaba. La pulsión de muerte es probablemente el producto de este modo de proceder. Las relaciones binarias se agotan en sí mismas, o lo que es lo mismo, terminan ocupando espacios que sobrepasan con mucho el campo que nos proponíamos someter a estudio. El Amor Odio por ejemplo, se extiende hasta el Eros – Thanatos, para devenir finalmente en Atracción – Repulsión.
Las funciones de dos elementos generan siempre una línea, que como tal posee sólo una dimensión. Es el nivel más simple de los enunciados.
Agregando un tercer elemento a la relación anterior, hemos creado un plano, una de cuyas propiedades es tener dos dimensiones. Si escogemos, por ejemplo, «Pulsión», «Defensa» y «Objeto», éstos pueden, en teoría, ser representables en un plano. Una relación triangular, consta de tres puntos singulares y nos dota de la posibilidad de captar la determinación recíproca de cualesquiera de ellos tomados de dos en dos. En cada caso, el tercer elemento obra como el agente de esa reciprocidad. El triángulo Edípico es un paradigma acabado de esa clase. La relación física madre hijo en el que éste queda definido inicialmente como ser real, por oposición a aquella, se hace psicológica con la aparición del tercero. Pero, sólo ha alcanzado el grado de lo imaginario, aunque la apariencia sea de que esta inclusión basta para acceder a lo simbólico.
Otro excelente ejemplo se encuentra en los tres niveles de integración, que reiteradamente utilizamos. Al definir lo psicológico como aquel nivel de determinación recíproca biosocial, hemos acotado un espacio con leyes propias, dentro de una estructura más amplia, en el que las relaciones sujeto-medio, bios-psique, o bios-medio, son linealidades que tienen menos carga significativa fuera de él. El método de los pares antitéticos, posee un realismo ingenuo incapaz de dar cuenta por sí solo del espacio psicológico. Probablemente por esta razón Freud se ve obligado a ensayar constantemente nuevos pares para evitar la indiferenciación a que se ve conducido cuando prosigue tenazmente con cada uno de ellos. No es de extrañar tampoco, que la estructura triádica del complejo de Edipo, le proporcione una mayor consistencia en su trabajo.
El método de los pares antitéticos es utilizado reiteradas veces por Freud: primero en la relación Pulsión – Defensa, más tarde con la oposición Libido narcisista 1-Libido objetal y aún después con Eros y Thanatos. Puede observarse que éste es su modo de abordar un asunto clínico nuevo: a la histeria le corresponde el primero, a las psicosis el segundo y a la melancolía y neurosis obsesiva el tercero. Sin embargo, ni la «Teoría general de las neurosis», ni la segunda tópica son definidas a partir de los pares antitéticos, sino mediante los modelos triádicos.
En rigor, la primera tópica ha de considerarse bimembre. Los mismos objetivos de la cura también están afectados de esta doble visión: hacer consciente lo inconsciente, en cuanto a que los elementos de la estructura en juego pertenecen al mismo rango que la afirmación posterior: «Wo Es war soll Ich Werden» y es bien distinta a la expresión «redistribución de los investimientos» propuesta indudablemente más compleja. Repárese que las dos primeras sentencias seguidas al pie de la letra nos trasladan al absurdo, aunque indudablemente no es ése el sentido que pretende darles Freud, mientras que la tercera no anula el punto de donde parte la cura sino que lo transforma.
Llegados aquí, creo que estamos en condiciones de afirmar que el análisis de las relaciones binarias sólo puede ser tomado en consideración como esquema auxiliar o paso previo para la configuración de modelos de más alto nivel, por ahora de carácter triádico. Pero seguramente habrá que sospechar que un modelo de tres elementos que depara sólo dos dimensiones dará escasa cuenta del aparato psíquico.
Freud decía hallarse fundamentalmente interesado en los aspectos dinámicos de preferencia a los genéticos (M. Bonaparte, 16.4.1926), sin embargo, toda auténtica dinámica es diacrónica, sin este requisito pierde su categoría de proceso. El modelo bidimensional del aparato psíquico lleva al peligro de engendrar un nuevo tipo de dificultades e insuficiencias. Las relaciones binarias amenazan con arrojarnos, apenas formuladas, fuera del espacio de la psicología o del psicoanálisis en este caso: a la física, a la biología, al medio social. La triada nos permite permanecer en el espacio «Psi», pero, en rigor, solamente en un instante de este espacio. Debemos ahora distinguir la estructura total de un campo tomado en su conjunto, lo que nos depara una coexistencia virtual de todos sus estados, de la estructura actual en realidad una subestructura caso particular de aquella. Actualizar implica temporalizar y esa temporalización tiene un ritmo distinto en cada una de las subestructuras. La estructura total ha de dar cuenta de cada una de las actualizaciones y por lo tanto éstas están vinculadas entre sí y cabe entenderlas como conexiones de sentido.
Vayamos por un momento a la geometría. Si se nos pide hacer coincidir los siguientes triángulos sin salirnos del plano indicado por el papel, veremos que la operación carece de dificultad, basta con efectuar un giro.
Por el contrario el problema resulta imposible en este otro caso:
Salvo sí, naturalmente, efectuamos un giro en una tercera dimensión. Muchos de los problemas que aparecen como irresolubles en dos dimensiones (el caso de la triada) carecen de dificultad introduciendo la tercera dimensión (1o que nos proporciona un volumen determinado por cuatro puntos singulares llamado tetraedro). El cuarto elemento, define junto a los tres anteriores cuatro planos distintos y tres dimensiones.
Vamos induciendo una curiosa propiedad: un elemento define a ninguna dimensión, dos elementos definen una dimensión. Tres elementos, no situados en una misma línea, limitan dos dimensiones y finalmente cuatro elementos, de los cuales uno no pertenezca al mismo plano, definen tres dimensiones.
El número de dimensiones posibles es igual al de elementos menos uno.
Las consecuencias de esta propiedad ya no son tan intuitivas, pero de la máxima importancia:
1. En realidad el método de los pares antitéticos sirve para enunciar y escribir la función de ambos elementos, pero no para definir sus relaciones.
2. Las configuraciones triádicas permiten el establecimiento de la determinación recíproca que tiene lugar en las relaciones diádicas. Así, la relación pulsión defensa es aprehensible con la inclusión de un tercer elemento, el objeto. Este, a su vez, puede ser enunciado como par antitético de la pulsión o de la defensa y simultáneamente por ambos procedimientos.
3. Repárese entonces que los triángulos clásicamente establecidos Madre – Hijo – Padre o Ello – Yo – Superyo, aunque pertenezcan a niveles teóricos diferentes, sirven como ejemplos del mismo tipo de estructuras; en rigor denotan relaciones binarias, contra lo que su apariencia indica. En otras palabras, la triada como tal, sin un cuarto elemento, se muestra a nivel de lo real, da cuenta del imaginario y por su índole es incapaz de expresar el nivel simbólico. La estructura triádica precisa de ser vista, ha de enajenarse en algo externo un cuarto elemento para no ser la cosa misma sino el símbolo de aquella.
4. Si continuamos con el ejemplo e introducimos el cuarto de los elementos propuestos, el deseo, éste le confiere a la triada anterior el carácter de lo diacrónico, la posibilidad de ser una estructura virtual con capacidad de revelarse en sucesivas subestructuras actuales, en momentos sincrónicos.
El deseo, en este caso en realidad podría haber sido otro elemento de los tres anteriores posibilita el acceso a la temporalidad. El deseo tiene caracteres que le ligan al pasado y que le confieren su cualidad de originario, que se manifiestan en el presente y que trascienden al futuro. Las relaciones entre pulsión, defensa y objeto, no son capaces de agotar la problemática psicoanalítica, de ahí que circunscribir la dimensión de la metapsicología a este ámbito implica dejar fuera cuestiones que le conciernen. La bidimensionalidad analítica que propicia la triada no satisface a la complejidad real. El deseo supera la simplicidad del planteamiento mecanicista.
Si nos volvemos, una vez más, al complejo de Edipo es el «otro» en un primer paso quien permite la aproximación imaginaria para la construcción del sujeto, por esta escena inicial, que coincide con los primeros pasos de la existencia, no queda completa sin la presencia de un tercero (el padre) y pensamos nosotros, de un cuarto, la ley paterna: lo simbólico.
La secuencia puede leerse así: el otro especular, los otros, el otro simbólico. Si esta secuencia no se cumple en su totalidad, se repetiría incansablemente un diálogo imaginario entre un Sí mismo grandioso y un Objeto ideal y omnipotente.
La ley del tercero representa la personificación de los otros, del medio externo. Este cuarto elemento dota al drama edípico de su carácter universal, dos elementos de la cuaterna nos habrían limitado al estadio de los reflejos.
He referido en otros trabajos el aspecto estructural de la adquisición edípica como una internalización según la cual el sujeto incorpora a los padres imaginarios para aceptar en la realidad a dos seres que, en lo esencial, no viven para él ni contra él, cuanto sin él. Esta operación permite la toma de conciencia de dos estructuras en permanente interrelación, que a pesar de todo conservan su autonomía: “la de la identidad del Yo” y la de los “otros”.
Siguiendo con nuestra exposición, los cuatro elementos metapsicológicos ya definidos, aparecen como puntos singulares en los vértices respectivos de un tetraedro en la forma siguiente:
Cada elemento, sea, por ejemplo, la “pulsión”, viene definido por el conjunto de las relaciones binarias que mantiene con los tres restantes. Las seis aristas, que expresan los pares antitéticos, se definen por los elementos de los dos vértices opuestos. Así la relación “Pulsión-Defensa” lo será desde el Deseo y el Objeto simultáneamente.
Los cuatro planos, que comprenden otras tantas subestructuras triádicas, son definidos desde cada uno de los elementos ajemos a él. La “Pulsión Defensa Objeto” por el deseo y así sucesivamente.
Este esquema proporciona aún otra conclusión: los elementos se encuentran sobredeterminados, las relaciones binarias, también, aunque en un grado menos y finalmente las triadas se hayan simplemente determinadas. La conclusión práctica es que a medida que el nivel de relaciones aumente en complejidad, el quantum de libertad aumenta y las posibilidades de predicción disminuyen.
Si ahora procedemos a desarrollar el poliedro sobre el plano aparece lo siguiente:
Cada una de las cuatro caras, definidas por medio del punto singular que no figura en ellas establece las cuatro teorías sectoriales más importantes del psicoanálisis. Desde la Defensa, que aquí recibe el nombre específico de Represión originaria, la «Teoría del Narcisismo». Desde la Pulsión la «Teoría de las relaciones objetales» y las respectivas ansiedades básicas. Desde el Objeto (como meta del cumplimiento) la «Teoría de los Sueños». Para terminar, desde el Deseo, la «Teoría de la Libido».
La operación que hemos efectuado en la práctica es girar el tetraedro de todas las formas posibles, situando sucesivamente como vértice superior a cada uno de los puntos singulares de la figura. Podemos ver así, integradas en un mismo modelo, a las cuatro teorías vistas ahora como subestructuras de un sistema de más alto nivel.
Retomando el ejemplo que hemos venido utilizando, consideramos, en primer lugar, el par antitético «Pulsión-Defensa»; el Objeto dota a esta diada de un sentido que trasciende al mero enunciado, la Defensa deja de ser una simple reacción ante el empuje pulsional, si sólo fuera esto su cometido sería la anulación del movimiento cosa que, justamente, no sucede. El Objeto elimina la ilusión del equilibrio: ambos elementos pulsión y defensa se asestan al objeto. Por su parte, el deseo expresa al constituirse en un a modo de límite matemático, la realidad de una ruptura que sólo era negada en el modelo mecanicista. La determinación recíproca de cualesquiera de estos elementos anula la fantasmagoría de dos realidades externas independientes, que enfrentadas conducen a su mutua destrucción.
La relación binaria remite más allá de ella misma y en cada nivel de complicación se repite, monótonamente la misma situación.
Las reflexiones podrían continuar, pero se alejan del ámbito específico de nuestro trabajo. Habremos de limitarnos aquí a enunciar las posibilidades de un modelo que hemos consolidado precisamente por las deficiencias epistemológicas de la Metapsicología.
No agotaremos este intento sin hacer frente a otras posibilidades y a algunas presuntas objeciones. Nuestro modelo admite aún otra derivación que daría cuenta de la vertiente genética siempre presente en la Metapsicología, pero no abordada de manera sistemática. Todo modelo estructural ha de tener en cuenta el tiempo. Ya mencionamos el proceso de actualización que contempla una temporalidad interna de la estructura. Hemos dicho antes, que el tiempo discurre desde lo virtual a lo actual. La estructura actualiza diferenciándose en el espacio y en el tiempo. La misma estructura, en su propia definición, lleva la propiedad del proceso.
El modelo descrito no tiene sentido si no es con él. En nuestro caso el tiempo que nos interesa es de tipo biográfico, histórico singular, no nos concierne el tiempo físico, ni tampoco el biológico. Así introducimos la perspectiva genética. Sólo con ella queda completada la visión dinámica. Llegamos a la conclusión de que un modelo satisfactorio del aparato psíquico, según la teoría psicoanalítica, ha de tener cuatro dimensiones y cinco puntos singulares, si es que pretendemos abarcar la dimensión existencial.
Las dificultades de orden práctico a la hora de establecer una representación gráfica del modelo son grandes. Elaborar un hipertetraedro que es un asunto factible para el matemático no produce ninguna ventaja en el orden de la claridad. Hemos optado por diseñar a sabiendas, de su inexactitud científica, un esquema que al menos da cuenta aproximada de la complejidad que el modelo alcanza al incorporar el factor tiempo
Sobre el tetraedro principal desarrollado en el plano hemos construido cuatro tetraedros secundarios que resultan de considerar el factor T. Indudablemente la complicación podrá seguir, en aras de la consecución de un mayor rigor, pero en lo esencial la estructura metapsicológica queda suficientemente enunciada con lo ya visto.
Antes de proponer la aplicación concreta de este modelo a la segunda tópica, queremos hacer frente a una probable objeción que se planea. Podría decirse que el modelo resultaría satisfactorio si cumple dos condiciones fundamentales. La primera de ellas es que los elementos seleccionados sean precisamente los esenciales y no otros. La segunda es que aún en el supuesto de que lo fueren, cabe preguntarse si no existe otra u otras maneras de concebirlos como estructura. Creemos que es posible imaginar todo de otra forma diferente. No es ésta la cuestión primordial sino esta otra: saber si el modelo es consistente en sí mismo y no recurre a reducciones, analogías a generalizaciones que le sean impropias. En este sentido pensamos que el modelo con la ambición de dar cuenta de lo psíquico sincrónico ha de tener tres dimensiones y cuatro puntos singulares. Si pretende interesarse también por lo diacrónico, debe comprender la dimensión temporal. Cuando algunas de las condiciones no se satisface estamos ante un tramo analítico del proceso total pero no en el proceso propiamente dicho.
En cuanto a lo que concierne a la correcta elección de los elementos fundantes o puntos singulares de la estructura, la reflexión no es tan terminante. Si nosotros hemos seleccionado precisamente éstos ha sido tras un análisis de la metapsicología freudiana y no como un a priori de la misma. Creemos que son estos elementos los que mejor satisfacen precisamente a las teorías sectoriales que culminan en el edificio integral de aquella. Es, sin embargo, posible partir de otros e incluso proponerlos como apriori ante la obra de Freud.
Hemos querido establecer una coherencia epistemológica desde el seno mismo del psicoanálisis y siguiendo su devenir histórico; con esa doble exigencia estos cuatro elementos son los que se nos antojan más fundamentales. En cualquier caso, una condición que tendrían que cumplir, éstos o cualesquiera otros, para que el modelo resultante fuese consistente es el ser definibles entre sí por oposición y delimitables en sus vínculos por intermedio de los restantes.
Mostramos cumplidamente que estas condiciones son satisfechas por nuestros cuatro elementos. En suma, el modelo propuesto es el resultado a la vez de la crítica de las inconsistencias en el edificio metapsicológico de Freud y la propuesta simultánea de una visión que nos es propia y en modo alguno con ambiciones de ser expresión única de lo que podría ser una estructuración correcta.
El Modelo de Tetraedro y la Segunda Tópica.
Los puntos singulares que Freud propone en su Segunda tópica son, respectivamente, el Ello, el Yo y el Super-yo. La primera definición del Yo tiene lugar por oposición al Ello, aunque su verdadera naturaleza se esclarece con la aparición del Superyo, al que previamente ha confrontado con el Objeto (Medio). Desde nuestra perspectiva habría que decir en primer lugar que la segunda tópica no queda completa si no incluimos de forma manifiesta y no simplemente tácita el cuarto elemento: el Medio externo. (Considerado como aquel espacio de los objetos imprescindible para que tenga lugar el proceso de internalización en su más amplio sentido). El modelo quedaría así:
El medio que nos interesa no es el medio social abstracto, sino aquel que entra en contacto directo y que contribuye a definir respectivamente al Yo, Ello y Super-yo. Volviendo al problema de la determinación recíproca de cada uno de estos elementos, advertimos enseguida la insuficiencia histórica de algunos de los análisis de Freud. Así por ejemplo, la que respecta al Superyo. Cuando éste viene definido en su condición de heredero del complejo de Edipo, queda fuera de su ámbito los aspectos procesuales. Problema que no tardó en ser visto por la escuela kleiniana. Si el Superyo es un subsistema imprescindible para la intelección de la segunda tópica, siendo así que ésta pretende dar cuenta del aparato psíquico, no puede irrumpir en un momento determinado de su desarrollo, sino que tiene que figurar en ella desde el principio. En la construcción de la segunda tópica Freud se interesa especialmente por sus orígenes y la configuración más estable, dejando relativamente sin definir las etapas intermedias. De este estudio truncado se resintieron inmediatamente los trabajos analíticos con los cuadros borderline y con las personalidades clásicamente llamadas psicopáticas.
El complejo de Edipo es un segmento de la génesis del aparato psíquico que debe ser incluido en la segunda tópica y nunca utilizado para definirla.
Procediendo de manera similar a cuando expusimos nuestro modelo desarrollando del tetraedro tendremos:
Vemos aparecer otras cuatro teorías sectoriales (que habría que completar con el factor T). Desde el Ello como matriz originaria la «teoría del Self». Desde el Yo, como expresión de lo actual, la «teoría filogenética» y los orígenes atávicos de la angustia. Desde el Superyo, como lugar de los primeros vínculos objetales en su tramo edípico, la «teoría de la identificación». Finalmente, el medio (Umwelt) como organizador primario depara la «teoría de la defensa». Cualesquiera de ellas representan un momento de desarrollo de la segunda tópica.
¿Cuál es la relación entre el conjunto de las teorías que hemos venido situando a partir del empleo de nuestro modelo? Habrá que atender a las diferencias iniciales. En el primer caso, cuando establecemos la estructura desde los cuatro elementos fundantes y en el segundo cuando lo hacemos basados en las tres instancias del aparato psíquico.
Los elementos son conceptos de más bajo nivel que los subsistemas de la segunda tópica. Quiere ello decir que la segunda operación nos ha situado en un rango de mayor abstracción, más alejado de la observación del hecho clínico.
Existen más constructos intermediarios en el segundo caso que en el primero.
Podemos decir también que el Yo, Ello y Superyo, son analizables desde los cuatro elementos fundantes. La consecuencia inmediata es que las teorías sectoriales deducidas con ayuda del modelo en ambos casos no pertenecen al mismo plano. Las segundas poseen un grado mayor de abstracción.
Teorías sectoriales elementales:
T. del Narcisismo
T. de la Libido
T. del Sueño
T. de las Relaciones Objetales
Teorías sectoriales secundarias:
T. del Self
T. Filogenética
T. de la Defensa
T. de la Identificación
En efecto, la «teoría del Self», por ejemplo, se apoya en la «teoría del narcisismo» y no a la inversa. Las teorías elementales entran a formar parte, indistintamente, de diversas teorías sectoriales de orden más elevado de complicación.
El empleo del modelo de tetraedro evita la visión fragmentaria que muchas veces se obtiene tras el estudio disperso de las diferentes teorías sectoriales, muchas de las cuales, por sí solas, han servido para caracterizar una escuela. El psicoanálisis, tanto en su pasado como en su futuro, es el conjunto de ellas. La visión total de las mismas nos permite también obtener una idea más clara de los aspectos concretos que cubren sus interrelaciones y sus límites.
Palabras Clave: Modelo del tetraedro. Segunda tópica. Epistemología psicoanalítica.
Key Words: Tetrahedron model. Second Topic. Psychoanalytical Epistemology.
Mots Clés: Modèle du tétraèdre. Deuxième topique. Episte-mologie psychanalytique