
Clínica y Análisis Grupal – Nº 6 (1977)
Año 2 (Septiembre/Octubre)
ISSN 0210-0657
Este trabajo trata de discriminar los tres niveles de integración social que aparecen en todo trabajo de grupo.
- A) El nivel I individual, al que la psicoterapia clásica dedica la mayoría de los esfuerzos.
- B) El nivel II vincular, que consideramos es el objeto específico del análisis grupal.
- C) El nivel III de las relaciones sociales. Que sirve de contexto a los dos anteriores.
Mantenemos que objeto del análisis grupal es el vínculo y que el vínculo ha de ser trabajado en la escena. En ello estriba la radical novedad del grupo frente a las terapias individuales o aquellas modalidades grupales en las que se analiza al individuo EN el grupo o POR el grupo.
La segunda parte del trabajo ejemplifica con tres escenas de la vida cotidiana todo lo dicho en la primera parte.
Introduce como nuevos temas de reflexión teórica: la primacía de la situación sobre los problemas internos de los miembros integrantes de la situación que aportan segmentos de la misma y que sólo pueden ser analizados cuando el referente es la situación misma.
Finalmente, la tercera parte se destina a aplicar estos conocimientos teóricos a un bosquejo de selección de los integrantes de un grupo, terapéutico con el objeto de que éste encare con la máxima eficiencia la tarea terapéutica.
Distinguimos entre criterios de selección principales: Calidad de las relaciones objétales y aprehensión de la realidad. Y criterios secundarios: diagnóstico, extracción social, sexo y edad.
Este trabajo no trata de otros aspectos igualmente importantes como son la selección de los propios terapeutas.
This study tries to discriminate the three social integration levels that appear in every group work:
- A) The Individual Level (I) to which classical psychotherapy dedicated most of its efforts.
- B) The Linking Level (II) which we consider is the specific object of group analysis.
- C) The Social Relations Level (III) which is the context of the other two.
We maintain that the link is the object of group analysis, and it must be studied on the stage. In this lies the radical novelty of group versus individual therapies or those group modalities that analyze a person in the group or by the group.
The second part of the study illustrates with three scenes of the raily life all that has been stated in the first part.
It introduces as a new theme for theoretical consideration the priority of situation over the internal problems pertaining to its integrative members who carry segments of this same situation and can only be analyzed by referring them to the situation itself.
Finally, the third part is dedicated to the application of this theoretical knowledge to a provisional selection of the members of a therapeutic group so that it can face the therapeutic task with the greatest efficiency.
We distinguish between the main criterions of selection, such as the quality of object relations and the reality apprehension, and the secondary criteria, such as diagnosis, social background, sex and age.
This work doesn’t deal with other aspects of the same importance as for example the selection of therapeutists themselves.
Los núcleos básicos en la psicoterapia de grupo
(Reflexiones sobre la terapia de grupos)
Nicolás Caparrós
A E. Pichón Riviere
Que llegó al «grupo».
I
Hemos dicho ya1 que el objeto del análisis grupal es el vínculo. El vínculo es lo verdaderamente genuino del grupo. Añadimos entonces: «Centrar el análisis en el vínculo permite una triple lectura del ahora, del antes y de la fantasía del después».
El concepto teórico del núcleo básico nos permite acceder a la explicación psicológica del antes de cada uno de los integrantes del vínculo. El ahora significa la totalidad del núcleo, la biografía y sus características patológicas posibles; además está el medio próximo, como última espiral de la dialéctica social en el individuo.
No basta con conocer las vicisitudes anteriores, es preciso ponderar a la vez el medio actual. Un medio que permite y alienta ciertas experiencias y que desestima otras, que a más de contener a la situación concreta, la estimula en una determinada dirección.
Existen tres órdenes de fenómenos que es preciso considerar, tanto horizontal como verticalmente, a la manera de otros tantos niveles (o subniveles) de integración de lo social.
A) El individuo.- En su aspecto psicológico profundo presenta un núcleo Básico prevalente. Este núcleo dicta en la mayoría de las acciones cotidianas la relación con la realidad. Además, superestructuralmente (2) puede ofrecer características susceptibles de un diagnóstico.
El nivel individual de integración de lo social es el dato más captable de manera inmediata. «Yo me tengo a mí.» «Yo me siento.» «Yo me percibo.»
Sin embargo, es preciso recordar que hasta las ciencias positivas se han encargado de demostrar que el dato inmediato no es siempre fiable.
B) La relación.- Aquí tropezamos con el primer obstáculo. La inercia me obliga a analizar cualquier relación desde mí. Yo soy el sujeto de toda relación, y el otro, subsidiariamente, es el objeto. La relación como tal, no es tema de análisis.
La superación de esta dificultad nos lleva a preguntarnos:
¿Qué es una relación no vista desde una de las partes? O bien, ¿qué es la relación desde la metarrelación?
Una respuesta poco comprometida puede ser: el encuentro entre
El Sujeto-Objeto A con el Sujeto-Objeto B
El nivel individual, que antes hemos considerado, resulta ser el más inmediato, aunque no el más irreductible, adquiere ahora connotaciones nuevas.
En el nivel B, aparece el «encuentro» (Sujeto-Objeto)-(Objeto-Sujeto). El encuentro viene a trascender el nivel anterior. Hemos cambiado de objeto de estudio. Lo específico-nuevo que se inaugura en el encuentro es el vínculo que comprende en una totalidad nueva, que transciende y que también, de hecho abandona algunas leyes específicas del nivel anterior.
C) Finalmente, El nivel social.- En este plano, el conjunto nuevo se enriquece y se difumina–a–la vez, Lo que quiere decir que encuentra su explicación en otras leyes. Desde él, podemos entender cómo la relación no es un encuentro «libre», sujeto únicamente a biografías concretas de los integrantes. La relación adquiere ahora sus características de subordinación al medio en las que desaparecen las omnipotencias oceánicas.
Según el nivel A podemos entender cómo un ser humano elabora genéricamente sus ansiedades básicas: concepto del núcleo.
Según el nivel C, llegamos a entender la incidencia de leyes generales que permiten comprender cómo el medio estructura, en última instancia, las experiencias que no son accesibles. Además, este nivel proporciona la manera de valorarlas socialmente. (Contexto.)
Los niveles A y C dotan de dos órdenes de universales que obran como dos entornos para el campo concreto de la psicología y de la psicopatología. Estos límites nos permiten comprender el área del ser humano concreto. Con ello accedemos .al nivel B y a su objeto específico: el vínculo (el vínculo puede adoptar otras denotaciones relativamente equivalentes: la praxis -dinámica del vínculo-, la acción etc.).
Tanto el nivel A como el C se constituyen en metaexplicaciones de lo que es el hombre. El nivel B nos proporciona la posibilidad de aproximarnos a lo que es este hombre.
Retomemos ahora reflexiones anteriores. Cuando decíamos que un ser humano tiene un núcleo básico prevalente, queremos significar que elabora sus ansiedades fundamentales de manera peculiar. (Existen tres maneras genéricas de instrumentarla.) Ello permite una experiencia vital definida en los encuentros, asimismo los modifica de forma determinada.
La totalidad exterior: el otro y el medio, es incorporada, elaborada y devuelta específicamente. No olvidemos que todo lo que estamos mencionando es genérico, nada que suene a clasificación puede ser otra cosa.
Un sujeto con un núcleo básico determinado, profundiza en ciertos aspectos de la realidad y es ciego o conflictivo frente a otros. Una sonrisa de un desconocido percibida a la vez por tres personas con núcleos distintos, puede depararles en teoría a cada uno de ellos confianza, desconfianza, o confusión. Diremos que estas modalidades son tres formas diferentes de vinculación con la realidad. Ahora bien, según hemos dicho es posible efectuar tres órdenes de análisis que sólo son antagónicos si pretenden ser excluyentes entre sí.
1° ¿Qué pasó en el individuo? (Nivel I)
2° ¿Cómo fue el encuentro-inclusión del otro y ser incluido en el otro? (Nivel II)
3º ¿Cuál es el código que el medio ha impreso para descifrar el mensaje? (Nivel III)
La psicología vincular tiene en cuenta el medio en cuanto sirve como marco de referencia, utiliza como elemento las relaciones atómicas que se suceden en el ámbito del individuo, para traducirlas a las leyes propias del nivel II.
Todo nuestro análisis posterior se basa en el nivel II. El plano de la relación inmediata con el otro que recoge, a la vez, las circunstancias internalizadas –biográficas- y externas -medio próximo y significativo- que vienen a incidir en la relación.
Cuando consideramos la «relación con el otro», nuestro concepto de Salud Mental viene dado por la captación, adaptación v transformación del otro, que vale tanto como decir del sujeto mismo.
Este vínculo, no estático, precisa de la posibilidad de movilización interior, de la permeabilidad y de la capacidad de incidir en los acontecimientos exteriores.
Si repasamos lo que sabemos hasta el momento de los núcleos básicos, veremos que ninguno de ellos responde, por sí solo, a estas exigencias. Aun cuando todos aporten su segmento concreto al trayecto total.
Como consecuencia cabe decir que desde el nivel I es sólo posible definir la Salud Mental como la «Capacidad del ser humano para encarnar núcleos diferentes». Por lo tanto, la gravedad de la patología será tanto mayor cuanto más lejana sea esa posibilidad. Pero es precisa reiterar que la presencia de un núcleo no implica por sí mismo ninguna patología, sino una predisposición a una determinada secuencia de patologías y aún no a todas ellas. Constituye el terreno de una familia de trastornos específicos. Podemos decir también, que la mejor defensa para impedir que un núcleo cristalice en sus neurosis o psicosis afines es preparar terapéuticamente la posibilidad alternativa de asumir otro núcleo diferente.
En el límite ideal habría que decir que la visión total de la realidad vendría dada por la conjunción simultánea de los tres núcleos. Ello, obviamente, no es posible. Metafóricamente formaría parte de nuestras defensas contra la Salud Mental Absoluta. Sin embargo, como veremos posteriormente, esta reflexión tiene sus aplicaciones prácticas:
………………………………..
… Entonces, ¿por dónde empezar a analizar al hombre? ¿Cómo analizarlo útilmente?
Con el tiempo, el psicoanálisis se ha abierto camino. Hoy nos vemos empeñados en trazar sendas contra el psicoanálisis de la misma manera que éste tuvo que hacerlo frente a sus adversarios históricos.
El psicoanálisis oficial nos plantea así el terreno: El tratamiento psicoanalítico se compone de terapia individual, con una técnica ad hoc de todos conocida. Las transacciones con la clínica han sido aceptar cierta incidencia de los tratamientos psicofarmacológicos como catalizadores. El «Grupo», en la estricta ortodoxia, no pasa de ser una terapia menor o de antesala frente a las inmensas listas de espera de los analistas afamados.
El psicoanálisis olvidó pronto los avalares de su propio nacimiento y hoy opone resistencias parecidas a las que sufrió en sus comienzos.
Desde la teoría que llevamos expuesta, el psicoanálisis opera en el nivel I, concediendo, eso sí, la categoría de marcos de fondo a los niveles II y III, por este orden.
El motivo es más importante que la conducta, y ésta lo es más que el medio. La sucesión lineal refleja el orden de prelaciones.
La práctica suele demostrar lo siguiente: el análisis centrado en el nivel I, termina en una visión centrípeta del mundo, al modo del universo de Ptolomeo. Visión únicamente posible de validar desde el diván del analista. Es cierto que es posible conseguir ciertos cambios desde la intemporalidad de este nivel, pero las transformaciones se efectúan sobre todo en aquellos universales sociales que más se encarnan en cada ser humano concreto. Así, por ejemplo, el complejo de Edipo, así también, la familia, el sexo, etc. En estos temas el grupo interno y las constantes sociales suelen coincidir sorprendentemente. Slavson se pronuncia también en este sentido cuando manifiesta que «Sexualidad» y «Familia» son dos temas generalmente aceptados por cualquier grupo.
En todo caso el análisis en el nivel I sortea hábilmente situaciones cotidianas, que son referidas en las interpretaciones siempre a estos universales.
¿Qué decir del nivel III?
El propio psicoanálisis ha realizado varias incursiones en este campo con su ala sociologista: Fromm, K. Horney, etc.
Llevado a sus últimas consecuencias, la proclama social no soluciona los capítulos concretos de la historia individual. Faltan elementos intermediarios en la cadena. El análisis centrado en el nivel III deviene en el adoctrinamiento.
Diríamos, entonces que el análisis propuesto en el nivel I conmueve emocionalmente, pero no mueve.
Por el contrario, el análisis focalizado en el nivel III, mueve sin conmover.
En ambos planos lo afectivo y/o lo social quedan truncos.
La Psicoterapia Grupal se constituye precisamente en el nivel II
La psicoterapia de grupo tiene como objeto el vínculo actual, las posibilidades de otros vínculos y las consecuencias de los mismos. El Antes, el Ahora y el Después.
Para ello parte del estudio de situaciones, no del análisis de los mundos internos de los respectivos individuos.
El desafío de la terapia de grupo consiste en hallar situaciones terapéuticas apropiadas a partir de las situaciones patógenas propuestas. Se trata de un proceso de aprendizaje. La terapia es un aprendizaje.
Cuadro I
El cuadro anterior pretende mostrar que el aprendizaje integral precisa del concurso de las tres situaciones (las cifras colocadas al margen indican la continuidad dialéctica).
Importa aclarar que los núcleos básicos intervienen cualitativamente en las situaciones correspondientes, pero no cuantitativamente. Así, por ejemplo, es posible desembocar en una situación de tipo esquizoide aun cuando los núcleos de los digamos diez integrantes sean aleatoriamente esquizoides confusos y melancólicos. Ha sucedido, sin embargo, que la dinámica intrínseca del encuentro desembocó en la esquizoidía (hubo miembros que abandonaron su núcleo habitual o que con su núcleo construyeron un segmento de la situación).
En todo caso, el cumplimiento de la tarea terapéutica atraviesa por las fases esquizoide, melancólica y confusional y ello sin orden de prelación.
El primer cuadro nos ha llevado a analizar las potencialidades específicas de cooperación frente a la tarea que deparan las distintas situaciones. Pero, simultáneamente, la singladura del grupo presenta otras tantas modalidades simultáneas de sabotaje.
cuadro II
El segundo cuadro nos suministra los elementos necesarios para explicitar la contradicción dialéctica. Cada situación propone un cambio y amenaza con una resistencia.
¿Estamos diluyendo acaso la especificidad del individuo? En la segunda parte de este trabajo vamos a tratar precisamente de esta cuestión.
II
Supongamos ahora una persona de un psiquismo relativamente estable. Imaginemos también que esta persona determina las situaciones en las cuales participa. Ello nos conduce a un absurdo, que se hace evidente al intentar analizar la situación desde el otro. Si elegimos, por ejemplo, el encuentro entre un confuso y un esquizoide, ¿cuál sería la situación resultante? ¿Estaría modelada por el confuso, por el esquizoide, o acaso resultaría ser una composición ecléctica de los dos?
El punto de partida es erróneo porque reducimos el encuentro a la conjunción de dos individualidades.
Hemos de admitir ahora un aspecto nuevo: la situación es de por sí estructurante. La situación aporta al «otro real», no imaginario, y al medio, siquiera sea el medio próximo. Con ello proporciona estímulos específicos y los dirige en cierta medida. El encuentro en la situación no es, por tanto, la yuxtaposición de dos autismos, sino la desintegración de las dos anterioridades en el presente relacional que se resolverán en una práctica que transciende a los elementos previos incluyéndolos.
Existen situaciones que discurren mientras se elaboran de manera disociada (situaciones esquizoides). Otras se construyen a través de momentos de inhibición-bloqueo (situaciones confusionales). Finalmente, la dinámica de la responsabilidad-reflexión-revisión-culpa (situaciones melancólicas).
Es claro que el bagaje previo de los integrantes de la situación es significativo -e incluso sustancial-, pero no es posible hacer un seguimiento de su incidencia por medio de un sistema lineal. El único artificio posible para no perder al individuo en la situación es referirnos a esta constantemente como elemento que guía y dota de significado.
Veamos unos ejemplos.
Situación Genérica: Una relación Amorosa
Datos previos. Imaginemos un protagonista confuso que no posee una patología especialmente vistosa, a lo sumo una personalidad distraída.
Según hemos visto antes, el núcleo confusional consuena con situaciones de cambio, de puesta en marcha, de denuncia. Además, bordea permanentemente el bloqueo, la explosión y en los casos graves se siente sumido en situaciones sin salida: catastróficas.
El drama tiene tres actos sin epílogo.
Situación I
(Ambientación: Nuestro hombre en un medio tradicional español de los años sesenta. Universitario«Cristianoateopajeroidealistamarxistaydelas-jons»).
Sale con Ana. Ana es naturalmente hija de familia, condición que le imprime carácter. Como rasgo de profunda originalidad se siente enamorado de ella. Tiene ideas que él cree «sui generis» y que son, sobre todo, autistas de lo que es el amor.
Un día reúne todos sus anhelos dispersos: sexo, idealismo y amor. Descubre entonces que quiere acostarse con Ana. Ahora quiere hacer el amor con ella, pero no SABE si debe hacerlo.
Desde luego existen dificultades objetivas. Por ejemplo, ella no está de acuerdo. No es que lo hayan hablado claramente, pero se trasluce en el lenguaje diáfano de las medias palabras.
Una duda. Quizá no sepa convencerla. Otra. Tal vez no deba convencerla. Es más, quizá ella después de todo tenga razón. De cualquier manera falta poco para la boda (lectura de latentes: no sabe si ella tiene razón —ella objeto bueno— o si él la tiene —El, como objeto bueno).
La conducta posterior resulta ser de acatamiento. (De un doble acatamiento: la pretérita internalización del «no fornicarás»; el mandato externo —ella y el medio— que le dictan: «no fornicarás».)
Final imprevisto: Boda. Llegan, en este momento, los descubrimientos del confuso (confrontación del mundo interno con lo que al fin será claridad exterior). Ante el obstáculo, el cambio —el bloqueo—, la explosión o la catástrofe.
Todo es posible, pero en cualesquiera de los casos, no huye: aniquila, se aniquila o cambia.
El lector habrá advertido que hemos descrito una simple crisis matrimonial. Resulta, después de todo, que Ana no era como había sido imaginada.
La situación transciende, en cierta medida, a Ana y a nuestro héroe. Los fantasmas de la historia actúan como rígidos superyós (Ana, en especial, que es depresiva, no puede afrontar continuamente el desafío de las normas). Nuestro héroe, mientras tanto, agrede y se agrede simultáneamente (no sabe dónde ubicar el motivo de sus contradicciones).
La situación resultante es función de tres dictados: la confusión de él, la melancolía de Ana y los requerimientos supraindividuales del encuentro que se apoderan de ellos. La Situación final es melancólica.
Situación II
(Ambientación: Nuestro héroe sigue siendo, naturalmente, un confuso. Ha estado viviendo sólo durante un tiempo. Ahora aparece Clara.)
De cómo eligió a Clara, forma parte de su biografía siempre en aumento. Veamos el nuevo objeto amoroso. Clara es soltera, más libre que Ana, también hija de familia. Fortuitamente resulta ser depresiva. Parece como si nuestro protagonista necesitase de la depresión y de su orden para situar sus partes interiores dispersas.
Clara es una claridad en crisis. Quizá es ésta la condición mínima para el establecimiento del vínculo.
Hacen el amor. El acto amoroso sigue siendo el termómetro más fiable de avance.
En su expresión más concreta, la situación representa la conjunción de un confuso con cuentas pendientes y una melancólica retando su melancolía. El medio próximo sigue prohibiendo.
Nuestro héroe manda mensajes alternantes constantemente. Digo alternantes y no paradójicos. Aquellos permiten huir de la esquizofrenia, pero no de la confusión. La contagian. Ella es una culpabilizada luchadora contra la culpa mantenida por la confusión de él. Persiste en el combate, mientras está confusa (mientras sale de su núcleo básico). Cede cuando vuelve a la melancolía, cuando el otro se convierte en una imagen más diáfana y se institucionaliza como pareja. El medio próximo, más constante y sin miedo al tiempo acaba por decidir.
Cuando la situación se decide como melancólica aparece la ruptura.
Situación III
(Ambientación: Nuestro héroe está otra vez solo. Revisó con detenimiento las situaciones anteriores. Con el detenimiento que le es propio al confuso, que nada tiene que ver con la minuciosidad del obsesivo. En los momentos de menor lucidez aún se pregunta si la culpa fue suya o de los otros.)
Un encuentro azaroso.
María es una linda mujer de cabello rizado, despreocupada, con el peso de la presencia. Parece que no tiene historia. Si la tiene, no pesa. Es dura de carnes y ligera de historia. Así la ve él.
Puede tomarla. Si se opone es seguro que esta vez será por motivos diferentes a los anteriores.
No parece mojigata.
Los antiguos sistemas de seducción funcionan ahora en mucho menor grado. Al principio parecen surtir efecto, pero en seguida fracasan.
Nuestro hombre es un animal de fino análisis y descubre al cabo de un tiempo prudencial que María pertenece a una subcultura.
Con ese hallazgo los papeles se tambalean. Los acontecimientos rebasan las predicciones ensoñadas.
Hacen el amor, pero…
Le sonríe, pero…
Incluso está dispuesta a vivir con él, pero…
¡Puta madre! Nunca en el punto justo. Siempre me pierdo la buena.
Entre los muchos latentes de esta situación podemos entresacar los más importantes. María y todo lo que representa, trae consigo una situación confusa (María tiene un núcleo esquizoide de base y es capaz cuando supera transitoriamente su superyó, de pedir placer para sí. Además la mezcla cultura —subcultura— tambalea los referentes).
De la situación I, el protagonista extrae la conciencia de que es preciso un cambio. Pero es en el desenlace donde reside el diagnóstico. Se trata, efectivamente, de una situación de cambio —que ha podido degenerar en una situación catastrófica—, porque da paso a algo diferente: la ruptura. Desde ella y tomándola como referente, podemos entender el significado de la confusión de él y de la culpa de ella. Una análisis emprendido sobre esta pareja en ese preciso momento, debería haber discurrido con los referentes cambio-catástrofe (análisis centrado en la situación) y nunca sobre la culpa-confesión (análisis focalizado en los elementos de la situación).
Es corriente que en el análisis grupal se prosigan investigando estos aspectos concretos desprovistos de contextualización.
De la Situación II, nuestro héroe extrae la conciencia de cambio y la sensación, «a posteriori» de que, pese a todo, eligió la compañera adecuada a sus posibilidades coyunturales. Clara poseía un núcleo melancólico, pero su superyó era más laxo que el de Ana.
La situación con Clara oscila entre la consolidación y la sumisión. Se trata de las posibilidades y los riesgos de la melancolía. Nuestro héroe reflexiona (melancolía positiva), Clara se inhibe (melancolía negativa). Los elementos componentes de la situación consuenan con el clima de la situación resultante.
Del tiempo de cambio de la situación I hemos pasado al tiempo de reflexión de la situación II.
Con la situación III se inaugura una nueva reflexión y el comienzo de otra espiral dialéctica.
Ahora se trata del encuentro de un confuso y un esquizoide en un medio próximo que emite mensajes confusos.
En las tres escenas el protagonista ha sido constante. Ello a no dudar, imprime un cierto sello a las situaciones. Pero el análisis último en el que van a encontrar sentido las conductas de los personajes recae en la trama compleja del vínculo contextuado por la situación.
III
La Selección Terapéutica de los integrantes de un grupo
¿Qué significa analizar al grupo?
¿Cómo constituir un grupo terapéutico?
Según lo que hemos aprendido reiteradamente en la clínica, el concepto «analizar al grupo» es un absurdo o en el mejor de los casos extra clínico.
Lo segundo es cierto. Lo primero, sólo una visión superficial. Mantenemos que «analizar al grupo es terapéutico», es posible y, ¡qué le vamos a hacer!, no se ajusta al modelo médico.
Valga esta introducción desde el campo de los psicoterapeutas.
Un presunto paciente puede hacerse reflexiones como éstas, y si no las hace él -porque está loco- bien pueden planteárselas sus cuerdos familiares.
Yo -integrante de un grupo- busco mi propia respuesta; llámesela curación, reestructuración, corrección o como se quiera.
Tengo que preguntar de mí y para mí y pregunto: ¿cuál es la utilidad de un análisis centrado en el grupo, en un objeto que no soy yo? ¿Acaso se trata de emprender una curación por simpatía? Desde esta óptica es obvio que las posibilidades que proporciona la dinámica transferencia-contratransferencia, propia de la psicoterapia individual presenta indudables ventajas.
Algo similar debe opinar Slavson cuando escribe:
«El tratamiento grupal exclusivo se recomienda para ciertos tipos de trastornos del carácter y estados neuróticos y ansiosos levesen los que las neurosis de transferencia no constituyen una parte esencial de la terapia. Aquellos pacientes que por razones de carácter o por consideraciones clínicas no deban experimentar conmociones profundas, o aquellos cuyos problemas afectivos se hallan a nivel preconsciente pueden beneficiarse con un tratamiento exclusivamente grupal. Otros retraídos y poco comunicativos, que necesitan la activación que el grupo proporciona y la confrontación de la universalización, pueden ser colocados en grupos. En estos, la catarsis vicaria y la terapia del espectador constituirán las fases de su participación terapéutica activa» (3).
Slavson, consecuentemente, propone un cuadro de indicaciones y de contraindicaciones formales para la psicoterapia de grupo que transcribimos a continuación:
INDICACIONES CLÍNICAS PARA LOS GRUPOS TERAPÉUTICOS DE ADULTOS Y ADOLESCENTES (Slavson)
Nuestro hipotético interlocutor «paciente» y Slavson parecen coincidir en lo esencial. Toda vez que de lo transcrito cabe deducir que la psicoterapia de grupo es apta para trastornos menores, para casos en los que el yo sea fuerte y el superyó íntegro, en aquellas situaciones en las que no aparezca el peligro de pasar a la acción-acting (la diferencia no está muy clara). Y finalmente y sobre todo para todos aquellos pacientes a los que la exquisita relación transferencial no les sea imprescindible y/o imposible.
Si atendemos, en contraposición con lo anterior, a la situación vincular como acontecimiento central del grupo, el problema de la selección grupal quedaría entonces trasladado a un lugar muy distinto del que Slavson lo sitúa. Ya no se trata de ver qué diagnósticos concretos y aislados se benefician de la presencia del grupo, sino qué situaciones terapéuticas es posible proponer a determinadas patologías. Y aún más, qué escenas iniciales nos van a deparar en lo general el encuentro de las diversas patologías.
En contra de la opinión de Slavson, no se trata de promover situaciones protegidas (grupo como antesala de la terapia individual) o superficiales (grupo para trastornos leves), sino cambios. En este sentido, la situación terapéutica por excelencia sería aquella que trajera el máximo de calle compatible con el análisis, en lugar de una serie de situaciones que postergase la calle a la resolución de los conflictos mediante el paréntesis del análisis.
Desde este punto de vista y teniendo en cuenta que toda psicoterapia es, en última instancia, una contraviolencia (contraviolencia a veces percibida por el paciente como violencia simple) se trataría de averiguar en las entrevistas previas conducentes a formar un grupo terapéutico concreto, el nivel de violentación que los presuntos integrantes podrían soportar sin regresar a posiciones terapéuticamente no productivas.
No creemos, en manera alguna, que existan diagnósticos que no se beneficien de la terapia grupal. Los que así parecen son subsidiarios de terapias especiales en grupos también especiales. Una cosa es que la historia de los grupos comience con el tratamiento de pacientes no excesivamente graves, y otra que no sea posible adoptar nuevas técnicas adecuadas a casos más extremos.
Existe aun otra consideración previa antes de entrar en un campo más concreto. La terapia individual, prima el juego transferencia contratransferencia, cifra sus bazas correctoras sobre todo en el área de la mente (área 1) (tanto en sus aspectos noéticos como afectivos). Por el contrario la psicoterapia grupal opera en lo esencial a través del área relacionada con el mundo externo (área 3). La confusión procede de asimilar a los pacientes afectos de trastornos primordialmente expresivos a nivel del área de la mente (neurosis y psicosis) con la necesidad de ser abordados por métodos homólogos a sus trastornos (análisis de la transferencia, etc.) y consecuentemente, los pacientes que muestran alteraciones en la esfera social habrían de ser tratados por métodos «sociales».
En nuestra opinión, los criterios de selección de integrantes de un grupo terapéutico deben tener en cuenta los siguientes aspectos:
A) Calidad de las Relaciones Objetales
Con independencia del diagnóstico clínico, no es conveniente que un grupo esté formado por integrantes con la misma calidad de relaciones objetales. Quiero decir que un grupo formado en su totalidad por núcleos del igual tipo tiene mayor pobreza en su capacidad para generar escenas.
Un grupo de melancólicos tiende a la sumisión, un grupo de esquizoides a la racionalización y un grupo de confusos al bloqueo explosión.
Ello será tanto más cierto cuanto más graves sean las patologías de los integrantes.
B) Aprehensión de la Realidad
Como hemos visto en trabajos anteriores (H. Kesselman «Psicopatología vincular», Rev. Clínica y Análisis Grupal, núm. 4) la estructura de los núcleos adquiere formas diversas en las concreciones de los diagnósticos. Los diagnósticos expresan un determinado «statu quo» con la realidad: realidad deformada cuantitativamente, neurosis, somatizaciones y psicopatías; realidad deformada cualitativamente, psicosis.
Las psicosis, a su vez adoptan modalidades diferentes, ya sea a través del refugio en sí mismo frente a la realidad exterior (psicosis esquizofrénica) ya mediante el abandono a la bondad de esa misma realidad (psicosis depresiva) ya, finalmente, mediante la anulación del juicio discriminatorio (descenso del nivel de conciencia de las psicosis confusionales).
Estos pacientes tienen sistemas de comunicación distintos, por tanto, es preciso situarlos en medios con técnicas especiales entre las que la palabra no suele ser el sistema privilegiado.
C) Los Diagnósticos Clínicos
Nuestro modo de ver los diagnósticos comporta algunas particularidades distintas a lo habitual. En primer lugar, no se trata de discriminar a partir de signos y síntomas (modo de llegar a la clasificación según el modelo médico).
Pensamos que los diagnósticos son particularizaciones de un núcleo de origen y a la vez expresiones concretas en un área de la conducta (ya sea la mente, el cuerpo o las relaciones interpersonales.
Una neurosis obsesiva oculta un núcleo melancólico de base y se define en el área de la mente.
El problema se complica si nos planeamos tratar grupalmente a dos personalidades con diagnósticos distintos, como puede ser el caso de un neurótico fóbico y un neurótico obsesivo.
En primer lugar me pregunto sobre los núcleos básicos y observo que cada uno tiende a establecer relaciones objetales distintas. Esta reflexión me permite entender que las escenas grupales van a ser vivenciadas en lo profundo de manera diferente.
Pero además, atendiendo ahora al diagnóstico, encuentro que también existen unas defensas peculiares en cada caso, en el primero el desplazamiento, en el segundo el aislamiento.
Para completar el cuadro, tengo otro orden de información: la expresión de los conflictos sé ubica de preferencia en el área de la mente.
La cuestión reside ahora en promover y analizar aquellas escenas que incluyan la máxima variedad de matices entre los que hemos citado. Ello nos lleva a consideraciones técnicas tales como la función correctora que debe asumir el terapeuta. Enunciado en términos sintéticos viene a ser: de cómo incluir en este caso, dos núcleos básicos distintos de dos personalidades que elaboran secundariamente sus conflictos a partir de los mecanismos de defensa primordiales -aislamiento y desplazamiento-. La escena analizada por la interacción grupal debe incluir todo lo anterior. Esta escena aparece espontáneamente en la dinámica grupal o puede ser propuesta por el coordinador o los coordinadores del grupo.
La escena será trabajada mediante la palabra, el psicodrama, la expresión corporal, la técnica gestáltica, etc.
En lo tocante a los diagnósticos proponemos sobre todo la presencia de cuadros relativos a diferentes áreas, diversidad de áreas.
Las escenas abarcativas deben ser siempre posibles de devolver a los integrantes en los tres planos posibles: mental, físico y relacional.
No puedo por menos que comentar aquí una reflexión de Slavson: no es aconsejable la terapia grupal a todos aquellos pacientes que sean propensos al acting (entre los cuales se citan los Histéricos propiamente dichos, los Homosexuales activos, los Perversos e incluso los Paranoicos). Siguiendo a M. Langer, opino que ya es hora de desterrar de las coordenadas del análisis la máxima de que todo pensamiento es bueno y que toda acción es mala. Ocurre simplemente que es preciso utilizar técnicas que permitan incorporar el acting como objeto propio del análisis. Las recientes investigaciones en psicoterapia grupal de adolescentes emprendida por E. Pavlosky, apoyan este aserto (4).
D) La Edad
Con independencia de todo lo antedicho, la edad constituye una variable importante que toca otros aspectos de la selección grupal. La edad es sobre todo significativa en nuestro medio social, en relación con la comunicación. En efecto, los mensajes emitidos por una generación están cargados de unas connotaciones que no son directamente decodificadas por las restantes generaciones. Ello crea un problema específico.
La inclusión de elementos en un grupo con edades flagrantemente distintas sólo es aconsejable si la tarea va encaminada a desentrañar algunos aspectos del problema generacional.
E) Extracción Social
Otro tanto cabe decir respecto a este apartado. Esta variable se relaciona también con la comunicación. A diferencia entre el caso anterior es que en este caso si nos pronunciamos por la inclusión de diferentes capas sociales. Cuidando especialmente los aspectos verbales de la comunicación.
F) Sexo
El sexo es una variable de entidad parecida al trasvase generacional.
El sexo nos permite analizar razones últimas de vínculos profundos basados en la confianza desconfianza; autoridad-sumisión, etc.
La experiencia muestra que es posible cualquier combinación con la variable sexo, pero que cada una de ellas proporciona la facilitación de unos determinados emergentes.
La combinación más desfavorable ha resultado ser aquella en la que sólo hay un representante de un sexo.
Consideraciones Finales
1.° No existen propiamente hablando pacientes que deban ser analizados individualmente y otros que necesiten hacerlo en grupo.
El problema se plantea en saber si contamos con el grupo idóneo para un determinado paciente. Esta probabilidad será tanto menor en los consultorios privados.
2.° Dentro de las normas de selección para constituir un grupo distinguimos entre principales y secundarias.
Al primer apartado pertenecen la «calidad de las relaciones objétales» y la «capacidad de aprehensión de la realidad». Todo grupo debería incluir representantes de los tres núcleos -salvo excepciones-. En lo tocante al segundo apartado, la totalidad del grupo debe estar incluida en una de las dos subdivisiones clásicas = neurosis o psicosis, en el amplio sentido de la palabra. Tengo la impresión, sin embargo, que nuevas investigaciones sobre el problema de la psicoterapia de grupo modificarán esta afirmación.
Los cuadros borderline se benefician más siendo tratados en grupos también borderline. De no poder hacerlo así resulta preferible integrarlos en grupos de neuróticos.
Las condiciones secundarias conviene tenerlas, sobre todo, en cuenta por el sesgo que introducen si «pesan» excesivamente en el grupo.
Entre ellas hemos citado el diagnóstico, la edad, la condición social y el sexo.
3.° La selección de los integrantes influye decisivamente en alguna medida el curso posterior de la terapia. Pero no pensemos que se trata de una situación radicalmente nueva, la vida cotidiana, con sus variables muchas veces impuestas decide también las vicisitudes de un individuo; así como también la elección de un terapeuta determinado introduce cambios fundamentales en el análisis.
Si tuviéramos que elegir hoy óptimamente los integrantes de un grupo lo haríamos de esta manera:
A) Intentaríamos reunir una proporción equilibrada de miembros con núcleos básicos diferentes.
B) Equilibraríamos también sus diagnósticos en relación con las áreas de la conducta.
C) Salvo el caso de un grupo especial, no contaríamos con psicóticos.
D) Igual proporción en los sexos y edades similares.
Como es fácil colegir, la intención última consiste en introducir la mayor variedad posible y la mayor dosis de vida cotidiana que sea compatible con el análisis. Claro está que en muchos casos no va a ser suficiente la técnica psicoanalítica.
Estos criterios de selección están hechos desde el horizonte del vínculo-nivel II.
La selección de la tarea comporta un trabajo desde el nivel III.
En estas páginas faltan completamente consideraciones acerca de la selección de los terapeutas. Este aspecto es importante; la tarea tiene que ser extraída del cambio social, y el terapeuta debe ser adecuado a ella.
Notas a pie
(1)N. Caparros: «De la psicoterapia individual a la psicoterapia de grupo». Revista Clínica y Análisis Crupal, núm. 4.
(2) H. Kesselman: «Psicopatología Vincular», ídem., ídem.
(3) S. R. SIavson: «Tratado de Psicoterapia grupal analítica». Ed. Paidós. Página 179.
(4) E. Pavlovsky: «Adolescencia y mito». Ed. Búsqueda, Buenos Aires, 1977.