Lo inconsciente: un negro origen, una difícil y empeñosa tarea
«Francia es, junto con Argentina, el país más freudiano del mundo».Así se presenta El libro negro del psicoanálisis. Las numerosas páginas que acompañan a esta información son un conjunto de ataques al psicoanálisis establecidos sin orden ni concierto.
No es la primera vez que algo así acontece en este ambiente. Los embates más importantes tuvieron lugar en Estados Unidos por la década de los ochenta. Recordemos a P. Roazen, a J. M. Masson o a J. Macdonald. Casi todos estaban centrados entonces en los conocidos Archivos Freud.
¿Quiénes son los autores de tan inquietante libro?
Catherine Meyer proviene de la Escuela Normal, lugar de donde proceden muchas mentes selectas de Francia. Trabajó en la editorial Odile Jacob, donde se familiarizó con los entresijos de los libros. Actualmente es la editora de Les Arénes, una casa de reciente aparición, allí concibió la idea de este texto basado en las peripecias intelectuales y biográficas de varios desengañados de Freud y el psicoanálisis.
El título es una paráfrasis del Libro negro sobre el comunismo,que apareció una vez caída la Unión Soviética.
También participó desde los orígenes Jacques Bénesteau –Centro Hospitalario universitario de Toulouse–. Este psicólogo especializado en clínica infantil publicó un trabajo sobre los orígenes de los análisis de Freud y Jung con una cuidadosa selección de los escándalos de ambas escuelas en cuanto a su captación financiera irregular en los Estados Unidos. Su título Mensonges freudiens: Histoire d’une désinformation séculaire [1].
Mikkel Borch Jacobsen es danés de nacimiento, francés por su educación. Se instaló en los Estados Unidos en 1986. Es profesor de Literatura comparada en la Universidad de Washington. Identificado con la corriente constructivista del pensamiento, ha realizado también investigaciones en la faceta hegeliana de Lacan; sobre todo se le conoce por un libro acerca de los verdaderos orígenes del cuento sobre Ana O.
El libro cuenta también con la participación de J. Couttraux, que dirige la unidad de tratamiento de la ansiedad del hospital universitario de Lyon; de D. Pleux, fundador del Instituto francés de terapias cognitivas, del cognitivista A. T. Beck, del historiador del psicoanálisis F. Crews, de la Universidad de Barkley, de Van Rillaer, un antiguo psicoanalista, de la psiquiatra infantil Catherine Barthelemy, del etnopsiquiatra T. Nathan y de la filósofa I. Stengers, coautora con I. Prigogine del libro Entre el tiempo y la eternidad. También colaboraron otros muchos autores norteamericanos de entre los que pusieron de moda años atrás en aquel país una crítica radical y sensacionalista al psicoanálisis.
El éxito alcanzado por el psicoanálisis se debería, según esta obra, a que, en sus comienzos, fascinó a la gente que quería más libertad sexual. Eso fue señalado por grandes pensadores como Marcuse, Fromm o Reichmann. También se puede decir que el psicoanálisis sirvió de reemplazo a las ideas religiosas de salvación eterna, que comenzaron a desaparecer a comienzos del siglo XX. Sin embargo Borch-Jacobsen argumenta otras dos razones principales diferentes a las argumentaciones clásicas [2]:
“La primera es que Freud era un genio de la propaganda. Consiguió convencer a la gente de que su terapia era la única capaz de curar en profundidad y que las demás eran totalmente superficiales. Digo pura propaganda pues no tenía ninguna prueba; tampoco obtenía mejores resultados que los demás. Freud consiguió desprestigiar a sus pares, tratándolos de paranoicos, reprimidos sexuales, etcétera. Lo hizo a partir de 1913 con sus propios colegas y después con sus discípulos: Adler, Ferenczi, Jung y Rank.
A cada crítica que se le hacía, la respuesta era: Si usted no cree, es porque nunca se autoanalizó en un diván. Se trata de pura resistencia. Este método era absolutamente eficaz y sigue siendo válido en nuestros días; sus discípulos han conseguido mantener esas leyendas freudianas -como las llaman los historiadores críticos- secuestrando los documentos que contradecían la leyenda. Los mismos mecanismos se ponen en marcha cada vez que se critica el psicoanálisis.”
Descrita sí la situación poco tendría que envidiar a las purgas estalinistas.
“El psicoanálisis se consideró por la generación de mayo del 68 como un viento de libertad. Pero los insurgentes de antaño se han convertido ahora en guardianes del templo, celosos de su posición dominante en la universidad, en el hospital y en los medios.”
Variación conveniente y adecuada a los tiempos de aquella sentencia que afirmaba que la Revolución devora a sus propios hijos.
Sigue una apasionada arenga:
“¿Por qué negar a Francia el desempeño crítico que tantas otras naciones han hecho antes que nosotros?”
El tono mesiánico deja paso al remedio infalible:
“El libro negro del psicoanálisis propone una investigación polifónica, viva y accesible a todos. Cuarenta autores entre los mejores especialistas del mundo inauguran un debate necesario. Son historiadores, filósofos, psicólogos, médicos, investigadores e incluso pacientes.”
Llegan las preguntas decisivas que por fin hallarán respuesta:
“¿Mintió Freud? ¿Cura el psicoanálisis? ¿Representa, acaso, la mejor manera de comprendernos a nosotros mismos? ¿Qué pensar de otras terapias?”
Y la sentencia final:
“El libro negro del psicoanálisis endereza el balance de un siglo de freudismo.”
No es este, ya es sabido, el primer documento, ni será el último que se escriba con talante polémico sobre el hecho psicoanalítico.
Preguntas desordenadas que atañen a niveles bien diferentes.
Antes de exponer nuestras propias reflexiones es bueno recordar el modo de presentación del libro en Francia y las reacciones que ha desencadenado, porque ayudan a comprender todo el entramado de la farsa [3].
No cabe duda que la mercancía como presunto enfant terriblede cenáculos intelectuales, de mentideros políticos e ideológicos, ha sido sabia y eficazmente lanzada a la siempre difícil arena editorial francesa; Francia que posee su ídolo del psicoanálisis indiscutible con acentos mediáticos.
Ya desde el dos de septiembre, fenómeno que sería insólito en España, sabemos las cifras de ventas en los puntos calientes de la causa psicoanalítica francesa.
Las noticias son alentadoras para los autores.
El eco no se ha hecho esperar.
Los necesarios adversarios hacen su aparición y el drama se completa.
El Nouvel Observateur dedica un artículo al evento. El lunes cinco de septiembre aparece una pronta respuesta en el Express de ocho páginas firmada por la historiadora del psicoanálisis E. Roudinesco [4].
El debate, formulado sobre todo por analistas lacanianos, es encrespado, emocional y sin rigor alguno.
E. Roudinesco se expresa así:
“Aplico al pie de la letra el principio del historiador Vidal-Naquet, no se discute con aquellos que desean matarnos. Se habla de ellos sin ellos. No hay debate.”
Otro de los países aludidos La Argentina, a través del diario La Nación, ha publicado también un gran dossier sobre el tema que también ha dado lugar a agrias disputas.
En este mismo espacio y bajo el título Amarillo, no sólo negro Silvia Hopenhaynescribe con ironía:
“La edición francesa condice con el amarillismo epistemológico de su contenido. Sus capítulos, breves -en su mayoría, refritos-, apelan a la gráfica periodística: cabezales a la manera de titulares alarmantes, textos de elaboración escueta y rápida descalificación…
Lo contradictorio del abordaje es que el psicoanálisis se cocina en la clínica, más que contra las cuerdas del ring. Con lo cual, la agresividad retórica podría entenderse sólo si esta publicación tuviera propósitos por fuera del intercambio científico o la discusión académica…
Si así fuese, podría considerárselo un libro-espectáculo -como diría Guy Debord- que nos revela ciertas tendencias del mercado del saber y de las fluctuaciones del capital intelectual.”
Este estilo alejado conviene bien al talante del libro y deja al descubierto su verdadera razón de ser.
Para el catorce de septiembre ya se puede decir que el libro es un claro éxito de ventas: 23.000 ejemplares en quince días.
Pese a la crisis editorial francesa sobre libros que versen alrededor del psicoanálisis el objetivo de difusión está cabalmente cumplido.
Seguirán artículos en le Monde, Elle, Libération y Le Figaro.
Del venerable hospital Sainte-Anne, otrora sede de debates más productivos, surge la voz taxativa del psiquiatra Cristophe André:
No se puede en el 2005 dispensar curas sin evaluarlas.
Más adelante veremos que no es cierto que no existan evoluciones en este campo.
También unas inefables declaraciones de J. Alain Miller en el diario Libération “Autodiálogo imaginario sobre la verdadera cuestión de las terapias comportamentales“ (Libération 28/09/05), cuyo comentario alargaría innecesariamente este artículo. No me resisto, sin embargo, a expresar que el psicoanálisis podría pasarse muy bien sin semejantes defensas.
Eduardo Febbro dedica a su vez un extenso comentario a las numerosas páginas del libro.
Y también Italia:
Este libro es una buena noticia por ser indicio de un tiempo nuevo.
Es también una buena noticia porque hace recaer el acento sobre la persona de Freud. Lacan decía –prosigue el texto- que el psicoanálisis es uno solo y es freudiano. Sirva esto de recuerdo a los psicoanalistas que han disuelto a Freud en el campo de las escuelas psicoanalíticas.
A título de reflexión
Al conocer tanto el contenido del libro como el de toda esta prolija mezcolanza de comentarios, uno no puede dejar de experimentar cierta confusión ante el número de problemas, críticas, arrebatos emocionales, debates sobre el poder, que se camuflan bajo la respetable apariencia del saber científico. Reflexiones y arrebatos emocionales que aparecen juntas, sin orden ni concierto.
Parece ser que el libro está escrito en el mismo tono panfletario e interesado que intenta achacar al entorno del psicoanálisis.
Deberíamos, ante todo, hacer algunas reflexiones frente a lo obvio. Creo que la única manera de considerar de forma productiva a este libro y a los ecos que ha despertado, es tratarlo como a un «hecho social», es decir situarlo en el contexto que le corresponde. Ahí donde cobra su pleno sentido.
Considero más práctico abordar el estado de cosas desde esta óptica que entrar en la posible verdad o falsedad de las acusaciones.
Es cierto que Freud cometió errores; pero, ¿acaso es esto lo que aquí importa?, ¿es esto lo que de verdad preocupa a los autores de este libro?
Podríamos, siguiendo una actitud ingenua, creer que tal vez se trate de un problema ético, o quien sabe si de una cuestión científica. Pero algo nos dice que hay algo más o por mejor decir nos encontramos frente a otra cosa.
Este estilo amarillista no es nuevo en el talante polémico que se ha empleado reiteradas veces contra el psicoanálisis. Creo que la misma materia psicoanalítica se presta de forma inevitable a ello y, a mayor abundamiento, obtiene una difusión segura entre el cada vez más ávido deseo de consumo de lo sensacionalista.
La manipulación de ciertos hechos tampoco es un mero asunto de verdadero/falso sino sacar a los citados hechos del contexto que les pertenece, mezclar, a sabiendas o no de hacerlo discursos diferentes: así el discurso de la razón, con el discurso de la emoción.
El tono del libro, y seguramente gran parte de su contenido, permite el recurso fácil de desestimarlo. Sin embargo, tal vez sea mejor hacerse eco de algunas de sus críticas, aunque sólo sea por respeto al psicoanálisis mismo y a la imposible claridad que debería de rodearle.
Es corriente, reitero, y en las páginas de este texto así sucede, mezclar sin orden ni concierto críticas a la figura de Freud, con el debate sobre del psicoanálisis: ¿se trata de una ciencia, de una técnica, de una ideología, o incluso de una metafísica?, junto con su valor terapéutico, y para rematar con la crítica a la institución o instituciones psicoanalíticas que fueron y son a lo largo de la historia.
Por último, y ese aspecto es más reciente, se les unen disputas no demasiado ortodoxas con psicoterapias vecinas: conductuales y cognitivas que tras una respetable apariencia científica esconden luchas apenas disimuladas por el poder.
Todos estos aspectos están presentes en el citado libro y en las reacciones que suscita, texto y respuestas al mismo son un emergente sintético de todo lo anterior. Pero lo grave no es eso sino la forma equívoca con que se presentan los argumentos más diversos trasladándose sin ningún rigor de un campo a otro.
En síntesis el libro representa una grave trasgresión ética, esta es su característica más saliente.
Quizá arroje un poco de orden a este avispero que, querámoslo o no está ahí, disponer las reflexiones en los siguientes apartados:
a) Freud el hombre. Interés que suscita el propio personaje e indagación de los posibles fundamentos del citado interés.
b) Problemática en torno al estatuto del psicoanálisis. Valoración, vigencia, situación en relativa a disciplinas afines, etc.
c) El psicoanálisis como dispositivo o instrumento clínico.
d) La institución psicoanalítica.
e) La lucha por el poder.
Freud el hombre
Cuando los físicos relativistas cruzaron armas con los cuánticos de la Interpretación de Copenhague, hubo muy poca cabida al personalismo y nadie descendió a los secretos de alcoba de sus participantes.
En el mismo terreno de las ciencias llamadas «duras» resultaría irrelevante decir que Turing era homosexual, que Cantor probablemente sufrió una psicosis maníaco-depresiva, o manifestar que Kant fue un obsesivo, o siquiera decir que Nietzsche padeció de sífilis, esa enfermedad vergonzante.
En las artes no inquieta afirmar que Alan Poe era alcohólico, que Dostoiewski sufría un a modo de histeroepilepsia, que El Bosco bordeaba la psicosis y así un largo etc. Aunque nos sean conocidos estos datos, nunca son elementos nucleares a la hora de juzgar la obra de cada cual, que suele quedar separada de la condición biográfica a la hora de sufrir la inevitable y necesaria valoración.
Vayamos a otros campos y pensemos ahora en sujetos como Napoleón, Stalin, Hitler, Mao, Franco, por sólo citar unos pocos casos bien conocidos. Siendo como son seres bien diferentes, tanto desde la perspectiva ética como desde el impacto la social, su biografía camina unida de manera inextricable con su obra.
Los hombres de religión sufren un destino parecido, desde Jesucristo hasta Lutero o Calvino, Desde Siddharta Gautama a Mahoma.
¿Por qué en estos casos cualquier acontecimiento de la vida privada suscita un interés desmesurado que se inmiscuye una y otra vez en su quehacer público?
Hay que decir que ahora aparece el llamado culto a la personalidad.
El culto a la personalidad vela, o al menos deforma de manera sensible, cualquier intento de estudiar la obra con la menor carga prejuiciosa posible. La persona es el hecho central que capta la atención y la producción algo secundario.
Freud fue una figura de este tipo. El sinnúmero de biografías sobre su persona desde las de Wittels y Stefan Zweig, cuando aún estaba vivo, hasta las más modernas y creativas como la de E. Rodrigué, pasando por la obra canónica de E. Jones, la extensa y enjundiosa P. Gay y muchos otras obedecen a este estado de cosas.
¿Por qué tanta biografía? ¿Cuál es la causa del interés desmesurado que suscita el hombre?
No se trata de que todas estas obras bien distintas entre sí, obedezcan siempre al interés manifiesto del citado culto, sino que es éste el que procura su aparición y asegura su lectura, el que renueva el interés por saber o quizás el que responde a la íntima necesidad de fabricar mitos.
La leyenda sacia otras necesidades de las que satisface la historia.
Lo dicho sobre Freud puede hacerse extensivo a otras figuras notorias del psicoanálisis: C. G. Jung, S. Ferenczi, M. Klein, J. J. Lacan, con más facilidad que a otros psicólogos y psiquiatras, cuyo lugar social les hace menos proclives al citado culto.
Creo poder sostener que no son el interés de sus vidas, ni tampoco lo ejemplar o sórdido de sus existencias los responsables de esta renovada atención sino el espacio social en que estas se desempeñaron.
Llegados a este punto es preciso plantear si el mencionado culto es promovido por los propios personajes o por los que, al seguirles, sienten el aguijón emocional de entronizarlos.
Como casi siempre ocurre, ambos factores inciden en cada caso, aunque en proporción varia. El inevitable narcisismo alimenta el primero, la fascinación fabricada por el grupo de catecúmenos es responsable del segundo.
A mi modo de ver, existen actividades que, por despertar una mayor resonancia social que otras, por llegar a cada uno de nosotros de manera más directa, sin tediosos procesos de aprendizaje, facilitan ese indeseable culto a la personalidad.
Son actividades directamente relacionadas con radicales esenciales del sujeto: afectos, emociones, poder, sexualidad, que se presentan sin veladuras y que poseen una engañosa simplicidad que las hace aptas para que experimentemos la ilusión de dominarlas apenas contactamos con ellas. La política, sin duda, es una de estas actividades, el psicoanálisis es otra.
Este último comienza su andadura clínica y social a un tiempo con un cuadro entonces muy de moda: la histeria y con ella aparece lo inconsciente; poco después surge una afirmación que a nadie deja indiferente: la existencia de la sexualidad infantil.
Parecería que las resistencias de índole personal y social que suscita esta disciplina habrían de superarse y combatirse –de manera equivocada- mediante la idealización de su creador. Es bien cierto que estas conductas entran de lleno en el terreno de lo sectario. Es bien cierto que el sectarismo representa un atajo emocional para incorporarse a algo que el intelecto aún no alcanza o a lo que se opone la inercia social con su ideología hegemónica.
Todo lo dicho sirve de marco para denunciar a quienes tratan de atacar a la obra junto al autor que la alumbra sin hacer diferencias entre ambos.
Desde los mismos orígenes del psicoanálisis esta actitud ha estado presente.
La correspondencia Freud-Fliess brinda el caso Enma Eckstein; desde los aledaños de Jung surge la especie de los posibles amores de Freud con su cuñada Minna; las relaciones de Ferenczi con Gisela Palos y su hija que son tratadas en la correspondencia de éste con su maestro han suscitado también toda clase de comentarios extrapolados y tantos otros asuntos privados a los que se le confiere el mismo interés e idéntica naturaleza epistémica que a un análisis metapsicológico.
De manera insidiosa y progresiva pasamos del culto a la personalidad y sus negativas consecuencias al que llamaré problema de la institucionalización. Pero de ese asunto me ocuparé más tarde.
Problemática en torno al estatuto del psicoanálisis
Este tema es un asunto de índole bien distinta al anterior.
Si queremos abordar esta cuestión en concreto existen diferentes alternativas en torno a ¿qué cosa es el psicoanálisis? Y para decidir entre ellas es preciso, al mismo tiempo, tener presente con qué noción de ciencia operamos y cuál es nuestra perspectiva desde la que se juzga la dupla bíos/psique. Aclarar estos puntos de partida permite que la discusión consiguiente no se torne abstrusa y bizantina.
En síntesis se pueden enunciar las siguientes posibilidades:
1.-El psicoanálisis es una de entre las ciencias naturales. Eso lleva, en la forma dominante de ver hoy la ciencia, a que habría de someterse a la falsabilidad popperiana. Ha de ser investigable mediante los procedimientos llamados objetivos.
Si nos atenemos al primer Freud esta parece ser la alternativa evidente. El Proyecto de una Psicología para Neurólogos debe ser tomado en este sentido como una hipótesis no como una metáfora.
Como bien señala A. Green (1995) [5], en lo que respecta a las teorías del segundo Freud las cosas se complican y adquieren una peculiaridad que es indispensable tener en cuenta:
«El estudio del cerebro –dirá- es propio de un enfoque positivista; en forma opuesta, el estudio de la conciencia sólo puede ser subjetivo [6]. La cuestión planteada por el inconsciente (o por lo que toma su relevo en la teoría después de 1923) no puede definirse ni objetiva ni subjetivamente.
El objetivismo no es lo apropiado puesto que el inconsciente, por definición, nunca se vuelve objeto de un reconocimiento subjetivo. El subjetivismo tampoco puede serle aplicado desde que se encuentra estrechamente ligado a la conciencia. La especificidad epistemológica del inconsciente -o del ello, del yo inconsciente y de la parte inconsciente del superyó- debe referirse mediante el pensamiento, a lo que la experiencia del preconsciente permite conocer: el pasaje de un estado no subjetivo, puesto que no es consciente, a un estado subjetivo por el devenir consciente del preconsciente.
En suma, estamos en presencia de un vínculo importante que sería el de la pretensión de un saber no subjetivo. … Aquí encontramos una modalidad singular de las relaciones entre el enfoque objetivo (el del analista fuera de la subjetividad del analizando) y su reconocimiento posterior por parte de éste. Eso es lo que se llama toma de conciencia, que implica la existencia objetiva del fenómeno antes de que se vuelva objeto de una toma de conciencia.» [7]
Green muestra que la aprehensión de aquello que pueda ser el psicoanálisis no se sujeta a la simple elección entre la conocida dicotomía subjetivo/objetivo, tampoco en la tradicional dicotomía psíquico/biológico, puesto que el concepto «psíquico» en psicoanálisis incluye la nueva dimensión de «lo inconsciente».
2.- El psicoanálisis es ciertamente una ciencia, pero ciencia de la motivación. La índole específica de su objeto hace que posea una metodología sui generis [8]. La motivación es, sin duda, un compositum, que no puede tratarse en alguna de sus partes de forma naturalista.
3.- El psicoanálisis es una semiótica, una semiología de la conducta humana. De ser así quedaría excluida del naturalismo.
4.- El psicoanálisis es «otra cosa» diferente a la ciencia y ello implica salir radicalmente de la discusión del estatuto de un objeto y de su cualidad de ser captable por métodos de los llamados científicos.
El psicoanálisis sería una hermenéutica con unos métodos ad hoc. Pero la hermenéutica misma es considerada científica por unos y no por otros.
5.- Es una tecnología del ámbito de lo psicológico que se incluye dentro del campo de la psicología clínica contemporánea.
Freud, sin duda, habría recusado este punto de vista toda vez que no aceptaba integrar el psicoanálisis dentro de la psicología. Lo inconsciente, entre otras cosas, se lo impedía.
Sin que estas páginas permitan desarrollar in extenso las cinco alternativas citadas sí quiero resaltar que esta es una vía fértil para discutir el estatuto del psicoanálisis sin incurrir en el terreno del libelo.
Al mismo tiempo, cumple señalar que una vía promisoria ciertamente emprendida sólo por una minoría de psicoanalistas, aquellos que no se dejan llevar por la inercia de una autocomplacencia acrítica, es la de confrontar la visión que el psicoanálisis proporciona del aparato psíquico –que por cierto no está dada ya de una vez para siempre- con los avances de otras disciplinas para enriquecerse con las nuevas perspectivas.
No significa eso llegar a formaciones de compromiso, como pretende J. A. Miller que hace Widlocher, políticamente correctas, ni de engendros eclécticos o de componendas por el estilo, sino de multiplicación de perspectivas, de enriquecimiento recíproco de saberes.
En este sentido se sabe que Freud nunca renunció, por su propia formación y por el espíritu de su época a las bases biológicas del psicoanálisis [9]. La llamada década dorada de las neurociencias ha vuelto a tender puentes que estaban destruidos apenas iniciados tanto por los psicoanalistas como por los neurólogos desde casi los albores del psicoanálisis.
M. Solms, por parte del psicoanálisis [10], también M. Pines y A. Greenson valedores conocidos. Por el lado de los neurocientíficos ha existido en los últimos tiempos un verdadero vuelco en sus objetos de estudio que ahora incluyen a las emociones, a lo inconsciente y que propone, al mismo tiempo, nuevos modelos sobre la mente: es el caso de Kandel, de Damasio, quien en una reciente entrevista hecha en España subraya el notorio interés que las emociones poseen para las neurociencias.
“Tradicionalmente se pensaba que las decisiones correctas debían tomarse sin que intervinieran las emociones, basándose sólo en la razón y la racionalidad. Pero yo sostengo que las decisiones correctas exigen tres elementos: emoción, conocimiento y razón… la emoción está ahí para recordarnos decisiones pasadas, buenas y malas y sus consecuencias [11]. También se escuchan las voces de Schore, Edelman, Ramachandran y las de muchos otros [12].”
Todos ellos no se avienen al modelo del cerebro-computadora, adoptado por los cognitivistas, con la modularidad descrita, Fodor a la cabeza, abandonado en esta empresa por su maestro H. Putnam. [13].
Estos aspectos guardan una estrecha relación con las intenciones del libro en su ambición de revindicar lo cognitivo en detrimento del psicoanálisis.
Es sabido que las ciencias cognitivas nacen, en última instancia, de las teorías de la información. El modelo de cerebro que estas ciencias manejan es asimilable al del cerebro-máquina en general y al de cerebro como computadora en particular. Puede decirse que el procesamiento de la información por un programa informático depende de los circuitos eléctricos sobre los que se sustenta.
Pero al mismo tiempo, otros investigadores de las neurociencias rechazan que la idea de programa sea aplicable a lo que acontece en el cerebro.
Citando a D. Andler (1992):
“Se sostendrá entonces que lo cognitivo es al cerebro lo que la información es al circuito electrónico. Ahora bien, ¿qué es la cognición? No todos los cognitivistas aceptan el desafío de definirla. En cambio se dirá que las ciencias cognitivas tienen por objeto describir, explicar y, llegado el caso, simular las principales disposiciones y capacidades del espíritu humano: lenguaje, razonamiento, percepción, coordinación motriz y planificación [14].”
Y más adelante:
Los estados internos o «mentales» no son del orden de la representación–tal y como pretende el psicoanálisis, añadimos nosotros- mas que por ser evaluables semánticamente, dicen. Semántico se identifica con lógico, reductible a un pequeño número de operaciones primitivas. (Ibid., pág 14).
Estas líneas sitúan en su justo términos los lugares respectivos que ocupan el psicoanálisis y las ciencias cognitivas y las relaciones que observan frente a los modelos biológicos.
Autores como Ch. Badcock [15] interpelan a las teorías evolucionistas desde el psicoanálisis.
El principio del placer/dolor se menciona en la Autobiografía de Darwin aunque había sido retirado de la misma por sus familiares y no aparece en su lugar original hasta la edición íntegra de 1958.
Badcock se pregunta si ese texto ofendió la moral victoriana de su tiempo. Freud considerará después este principio como una regla epigenética primitiva que gobierna la conducta humana [16].
Los trabajos del evolucionista Trivers han dado frutos estimables en cuanto al estudio del llamado conocimiento inconsciente en una dirección que coincide con las contribuciones del psicoanálisis.
De indudables consecuencias para el psicoanálisis ha sido también la aparición de libro de S. J. Gould La estructura de la teoría de la evolución (2002). [17] En esta obra monumental aparece una detenida crítica de algunos errores y sesgos ideológicos que han impregnado e impregnan diversas teorías evolucionistas actuales. Al evolucionismo, como al psicoanálisis, tampoco le faltan celosos guardianes del positivismo como el filósofo norteamericano Daniel Dennett [18].
La incursiones del psicoanálisis a la antropología encabezadas por G. Roheim y que han tenido, por desgracia, pocos continuadores son otra muestra del dudoso territorio en el que nos movemos.
De un lado es cierto que un gran grupo de psicoanalistas están de espaldas a estos movimientos y se limitan a reiterar lo ya dicho y sabido desde hace tiempo, actitud que favorece a los críticos de esta disciplina que, salvo raras excepciones, también desconocen el territorio psicoanalítico y manejan versiones simplificadas del mismo, cuando no simplemente tendenciosas.
Existen celosos guardianes del dogma en cualquier espacio en el que transitemos.
El psicoanálisis como dispositivo o instrumento clínico
El psicoanálisis es una teoría con su correspondiente metapsicología, pero al mismo tiempo es un dispositivo clínico con sus medios técnicos. Hasta cierto punto, podemos separar cada uno de estos dos aspectos.
La propia praxis de Freud no es clara a este respecto y no pudo serlo. En toda una primera época el psicoanálisis tiene en sus manos la pretensión de estar al servicio de la clínica.
Multitud de casos que aparecen en sus obras completas, así como menciones a los mismos en la correspondencia lo atestiguan. Pero, poco a poco, las cosas cambian, porque cada caso enriquece la teoría en ciernes y algunos de éstos pasan a la posteridad más por los aspectos metapsicológicos que aportan que por su enjundia clínica.
El caso Dora sirve como punto de arranque para el estudio de la transferencia, el Hombre de las ratas para las neurosis obsesivas, el caso Schreber es la antesala del narcisismo, etc.
Al final de sus días las preocupaciones clínicas parecen haber cedido gran parte de su espacio al interés por la teoría.
Otros psicoanalistas, como Ferenczi, llevaron a un tiempo ambos cometidos sin demasiado conflicto.
En Freud esta palpable división de intereses encuentra una fácil explicación puesto que la creación teórica desplaza al mero acto clínico concreto que se constituye muchas veces como verdadero agente de la teoría. A partir de ahí el vértigo de la creación metapsicológica no tiene que anegar el espacio de la clínica y sí debe ser su fundamento [19].
Es respetable aquel analista al que sólo interesa la clínica y no la investigación. Muchas de las críticas al psicoanálisis confunden o mezclan ambos aspectos y no se sabe bien si la descalificación se dirige al psicoanálisis como una doctrina del aparato psíquico o como medio terapéutico.
El referido Libro negro confunde a menudo ambos extremos: ¿es el psicoanálisis u mito, una superchería?, ¿carece de eficacia como instrumento clínico?, ¿se emprenden intentos de validación del mismo?, si es así, ¿en qué sentido?
La primera cuestión corresponde al nivel teórico y ya no hemos ocupado de este aspecto.
Ciñéndonos al tema de la cura Freud propone a lo largo de su obra al menos aproximaciones a la misma que reflejan bien el estado de sus ideas al respecto en los respectivos momentos en que las formula. La primera consiste en volver consciente lo inconsciente. Cuya crítica detenida no nos puede ocupar aquí. La segunda es por completo diferente: la cura consiste en la redistribución de los investimientos. La tercera y más tardía se resume en el siguiente párrafo:
“Nuestra aspiración no será borrar toda peculiaridad del carácter individual a favor de una «normalidad» esquemática, ni exigir que la persona que ha sido «psicoanalizada por completo» no sienta pasiones ni presente conflictos internos.
El papel del psicoanálisis es lograr las condiciones psicológicas mejores posibles para las funciones del yo; con esto ha cumplido su tarea. [20]”
En todos casos se observa lo distantes que están de cualquier definición de cura adscrita al modelo médico.
En realidad, como ya se dijo antes, lo inconsciente es un campo del que no se puede dar cuenta ni por medio de lo pretendidamente objetivo, que se refiere al medio externo, ni por lo subjetivo, propio del campo de la conciencia. Queda siempre como obstáculo de y como razón de ser del psicoanálisis.
No olvidar aquí también las sensibles diferencias que separan el inconsciente cognitivo del inconsciente psicoanalítico. Sólo nos referimos a este último en estas consideraciones.
En este orden de cosas, un difícil problema que ocupa por igual a psicoanalistas y a neurocientíficos es el estatuto de la representación.
Modelos neurológicos como el de Edelman no consiguen dar cuenta de ella y mucho menos de la representación inconsciente de innegable existencia para el psicoanálisis.
Otras teorías se limitan a despreciar o ignorar esta noción y lo hacen con la patricia displicencia que caracteriza al orgullo del ignorante.
Todo ello nos lleva a no tomar a la ligera el tema de la validación de la terapia psicoanalítica, que exige métodos sui generis, alejados por completo de las validaciones al uso [21]. Validaciones que, no obstante, se llevan a cabo y que ocupan a muchos investigadores del psicoanálisis.
La institución psicoanalítica.
Sin querer pecar de esquemático, se puede afirmar que la primavera de 1910 marca un antes y un después en la historia del psicoanálisis y más concretamente en lo tocante a su institucionalización.
En ese tiempo tuvo lugar el Congreso de Nürenberg, donde se fundó la Asociación Psicoanalítica Internacional, donde también se formaliza la figura del psicoanalista mediante el análisis didáctico. Y como un detalle en modo alguno menor aparece por primera vez en los escritos freudianos el concepto de contratransferencia.
La necesidad del análisis didáctico viene sobredeterminada: El grupo otrora incipiente de psicoanalistas ha crecido hasta el punto de exigir nuevas reglas para adquirir identidad, que ya no puede ser la que presta la inicial Sociedad Psicoanalítica de Viena, ni tampoco es el caso permanecer como asunto propio de los judíos. El número de adeptos afloja los vínculos intragrupales y al mismo tiempo exigen la formulación de una serie de normas de reconocimiento mutuo y de pertenencia. El análisis didáctico es una respuesta parcial a este estado de cosas.
Pero, al mismo tiempo, el descubrimiento de la contratransferencia como ese afecto de origen inconsciente que sólo se puede leer a través de sus efectos en la relación con el analizado, ha significado una limitación para el pretendido desideratum de la observación distanciada del fenómeno, tan cara al pensamiento positivista y una apertura de nuevas posibilidades.
Al calificar a la contratransferencia de inevitable se tratará de ahora en delante de controlarla y, si es posible, de utilizarla en beneficio del tratamiento.
Por otra parte, el reconocimiento de la existencia del binomio transferencia/contratransferencia dota de un rango especial y específico al encuentro analítico que no puede ser ya encerrado en los límites de las ciencias naturales.
Controlar la contratransferencia en lo que tiene de presencia errática e inquietante será también misión del análisis didáctico.
Pero estas consideraciones sólo dan cuenta de una parte de los problemas que suscita la dinámica de un desarrollo colectivo que devendrá en esa estructura llamada institución.
Institución con sus grandezas e inevitables miserias.
¿Ha sido la IPA un colectivo concebido para la formación y el control científico y técnico de sus candidatos como sus fines manifiestos pretenden o bien un sistema con el fin de servir de reconocimiento y apoyo recíproco de sus miembros con la principal intención de autoperpetuarse?
Pregunta demasiado simple, pero pregunta recurrente.
¿Habremos de leer sólo intenciones o ceñirnos a los efectos? Esta cuestión nos aleja aun más de los planteamientos maniqueos.
La institución es necesaria y al mismo tiempo lleva dentro de sí el germen de su descomposición. Tiempos respectivos de progreso y cambio, de fosilización e inmovilismo. Cambio – formalización – y vuelta al cambio. El cambio desemboca en la institucionalización y ésta demanda su propia crisis que la lleva a la decadencia o a una nueva espiral de crecimiento.
La institución psicoanalítica ha conocido crisis con su innegable costado oscuro, me limitaré a enumerar algunas: la que marca su nacimiento en el citado congreso de 1910. Los analistas vieneses se sienten relegados y ven en peligro aquella fértil relación directa de los primeros tiempos.
Más tarde el caso Gustav Jung, una crisis cuyo costado principal parece ser teórico, pero que encierra serias rivalidades y desacuerdos personales inevitables.
Luego el asunto del análisis profano; toda una crisis institucional: los médicos hasta entonces los únicos que se creen con derecho a ser psicoanalistas ven desdibujadas sus señas de identidad y son obligados a compartirlas con advenedizos.
Llega la cuestión del psicoanálisis a la americana. Los americanos se sienten obligados a incluir las ideas psicoanalíticas en sus concepciones y sistemas sin que a aquel le sea permitido cuestionarlas.
La polémica Klein vs Freud, acaso revela mejor que ninguna otra la lucha por la legitimidad en el legado freudiano. Inglaterra asiste a la confrontación como una nueva Helena presta a donar la manzana del triunfo al vencedor.
Ya muy reciente el fenómeno Lacan: mezcla de crisis institucional, de lucha por el poder, de personalismos y hasta de cuestiones teóricas.
A todas estas, de índole aparentemente científica, cabe añadir las crónicas de escándalos, secretos y consejas a los que no ha sido ajena en muchos casos la propia Internacional. Entre ellos y por ceñirnos sólo a lo más próximo, sobre todo los relacionados con los Archivos Freud, que ya ocuparon muchas páginas en los años ochenta [22].
Los herederos de Freud y Kurt Eissler, entre otros, antes también E. Kris, fueron responsables de dar aliento con su secretismo a un estilo sensacionalista que poco tiene que ver con lo que del psicoanálisis pueda interesarnos.
Esta actitud que, ajena al núcleo duro de la discusión, ha propiciado un terreno favorable a textos como el del que ahora nos hacemos eco.
Que la Internacional ha devenido en muchos momentos un ejemplo acabado de lo que es más negativo de una institución no exime de considerar que ha alumbrado también a eminentes analistas institucionales como han podido ser E. Pichon Riviére y F. Tosquelles, entre otros.
Es conocida y rechazable la clásica argumentación de muchos psicoanalistas invocando como razón última y suprema el “Freud dixit”, más recientemente también “Lacan dixit”. Sin desmedro de la indiscutible autoridad freudiana, no es este, ni puede serlo, el argumento decisivo, más propio de un grupo que encuentra su razón de ser en la adhesión a su líder que el de una comunidad que se pretenda científica, sea cual fuere la extensión que le queramos otorgar a este concepto.
A este respecto, Antonio Caparrós solía decir que el psicoanálisis es la única disciplina que por tradición se estudia siempre desde sus orígenes, cosa que no hacen los estudiantes de física o de matemáticas.
Visto así, parecería más un corpus dogmático que un episteme que precise seguir siendo estudiado. Es esta permanente vacilación entre el dogma y la teoría abierta en el que se debate la institución psicoanalítica la que da pie a los ataques, sin que dejemos de considerar a la vez las finalidades propias que alientan en los atacantes.
Entre las funciones de una institución con fines científicos está preservar el rigor de su doctrina, sin incurrir en el dogmatismo, fomentar su desarrollo sin caer en la dispersión. La identidad de un discurso no implica que esté fijado de una vez para siempre.
Pero, existe otra función institucional menos reconocida responsable de muchas de las desviaciones en que estos colectivos incurren: el mantenimiento y la acumulación de poder.
De ello nos ocupamos a continuación.
La lucha por el poder
Si tenemos en cuenta este factor muchas de las prolijas discusiones y de los intrincados debates se vuelven diáfanas.
La pugna por la conquista del poder es la responsable y a un tiempo da cuenta de muchas conductas que sin esta consideración carecerían de sentido. Pero el afán de poder no aparece como en el hombre nitzscheano libre de veladuras, al descubierto, sino disfrazado de las apariencias más diversas, incluso adopta en ocasiones un semblante bucólico. El lobo disfrazado de cordero representa algo más que una figura de fábula.
El psicoanálisis, en sus orígenes, tuvo que luchar por conseguir un lugar respetable que el escándalo que le envolvió en los primeros tiempos le negaba.
Pero ese espacio no le era negado por el simple hecho de su entonces –y quizá para algunos también actual- insolvencia científica, sino porque en caso de triunfar robaría una cuota de poder, un adarme de control que la avidez de los que ya estaban allí rehusaba conceder.
El respeto una vez logrado arrastra un poder potencial y de su uso se incurre en el abuso. Detentar el poder permite su aplicación ciega, sin críticas ni reflexiones.
También el poder es suscitador de envidias y el ojo envidioso es sabido que anula la pulsión epistemofílica. Quien posee poder habita en la plenipotencia o, al menos tiene el peligro de caer en ella.
No es precisamente el psicoanalista ese ser equilibrado que el ideal pretendería. Fácil le resulta incurrir en las tentaciones mundanas que se le ofrecen una vez que se ve lejos de la tensión de las sesiones.
Es cierto por tanto que la institucionalización del movimiento psicoanalítico ha buscado en más de alguna ocasión el poder como objetivo primordial, aunque nunca de forma confesa.
Así las jerarquías entre los diversos psicoanalistas no siempre han obedecido al simple merecimiento sino que ha sido resultado de una trayectoria en que lo primero ha sido el logro de aquél.
El poder suele ser conservador de aquellas situaciones que han propiciado su advenimiento. Lo nuevo sería una amenaza. El poder nos torna a un tiempo en paranoicos y autocomplacientes.
La perversión que surge del poder que procede del conocimiento no es, ni mucho menos, privativa del psicoanálisis o de los psicoanalistas, cualquier poder demanda la institucionalización como vía fácil y evidente para lograr la autoperpetuación.
Los que concurren a ese poder adopta la máscara verosímil de lo nuevo, incluso de lo revolucionario, hasta del progreso, cuando su meta última es llegar instalarse y permanecer.
Fuerzas ciegas, recurrentes, familiares y atávicas que dan sentido y obscurecen a un tiempo el terso panorama de una aséptica controversia científica.
Dicho queda.