«Los modelos Tavistock y grupo-analítico: ¿Antagonistas o complementarios?»
Arturo Ezquerro
Introducción
Un temporal originado en el Continente Europeo azotó el Sur-Este de Inglaterra, el mismo día que el grupo se iba a reunir por primera vez. El vendaval arrancó árboles de raíz y cerró carreteras. Siete pacientes estaban ausentes al comenzar la sesión. El escenario parecía serendipismo; las resistencias internas de los pacientes a ponerse en marcha iban a ser fácilmente proyectadas hacia los elementos.
Primera Sesión
Sólo dos hombres y dos mujeres se encontraban en la sala de espera. Me presenté y los invité a seguirme, a través de largos pasillos, hasta que llegamos con sorpresa a un consultorio poco elegante para una institución de renombre internacional. En contraste con otros grupos de pacientes que había tratado en el pasado, al comienzo de la sesión pedí a los miembros que se presentaran. Todos dieron su nombre de pila: Abraham, Kelly, Cathy and Charles. Siguió un silencio de dos o tres minutos, durante el cual eludieron mirarse a los ojos. Me pregunté cómo podrían empezar a comunicarse. Recordé que al comenzar años atrás mi propio grupo de terapia (otro de los componentes del entrenamiento de un grupo-analista), yo me había presentado defensivamente como un psiquiatra y varios miembros comentaron, en aquel entonces, que yo me resistía a ser simplemente un paciente. Sentí que este recuerdo podría tratarse de una distracción por mi parte, y decidí ‘volver al aquí y el ahora’ para tratar de ‘coger el toro por los cuernos’.
Me pareció que al dar sus nombres unos minutos antes, me habían enseñado algo básico y rompí el silencio diciendo que también había invitado al grupo a siete personas más. Afortunadamente mi inconsciente no me jugó una mala pasada y pude recordar todos los nombres: Elizabeth, Neil, Anabel, Rarge, Rita. León y Laura. Hice una pausa y me di cuenta que los presentes me miraban con intensidad. Entonces dije: ‘Lo siento, esto suena a una lista de víctimas’. Sus rostros dibujaron sonrisas tímidas, pero ellos permanecieron en silencio. Me sentí culpable de quizá prestar más atención a los ausentes que a los presentes. Pensé acerca de ello y añadí: «Supongo que hoy ustedes son los supervivientes». Esta vez los cuatro sonrieron unánimemente con mayor convicción y empezaron a hablar de cómo habían conseguido sobrevivir la tormenta y llegar a la Clínica. El relato de Charles impresionó a todos cuando dijo que a pesar de vivir a la vuelta de la esquina, dado su miedo a salir de casa, no habría venido si su novia japonesa no le hubiese acompañado. Añadió que, de hecho, ella le estaba aguardando en la sala de espera para llevarlo de vuelta a casa.
En ese preciso instante,Anabelllamóa la puerta, pidió disculpas por la interrupción y dijo que estaba buscando el grupo del Dr. Ezquerro. La invité a pasar y pedí a los miembros que se presentaran de nuevo, lo que hicieron de buena gana. Anabel se sentó en una de las sillas vacías a mi lado y, discretamente, la desplazó un metro hacia atrás. La configuración circular del grupo que tenía forjada en mi mente se vió amenazada. Se me ocurrieron varias interpretaciones, pero en realidad dije: «Bienvenida, Anabel» y añadí que mover la silla hacia delante la podría ayudar a sentirse en grupo. Ella se ruborizó y dio un «Gracias» incierto, mientras ponía la silla en su posición original.
Entonces Abraham dijo: «El Dr. Ezquerro sugirió hace unos momentos que somos un grupo de supervivientes. Tú también eres una superviviente, ¡bienvenida!» Anabel comentó: «Ha sido muy duro para mí venir hasta aquí. Cuando llegué a la Clínica no estaba segura si debía quedarme o volver a casa. Todavía no estoy segura, pero pienso que de momento puedo quedarme»… Ellos y yo sobrevivimos la primera sesión.
Contexto Histórico y bibliografía
Desde que se fundó en 1920. con el ánimo de tratar a personas traumatizadas por la Primera Guerra Mundial, la Tavistock Clinic había adoptado una férrea tradición psicoanalítica individual. La antigua plantilla estuvo poderosamente influida por la técnica y formulaciones de Sigmund Freud y, sobre todo, de Melanie Klein, quien basó sus teorías en el convencimiento de que el individuo viene al mundo con un «instinto de muerte» básico. No es de extrañar que, en una sociedad traumatizada por la destrucción causada en laconflagraciónmundial, estaideaseimpusieraenloscírculospsicoanalíticos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Bion dejó huella con su trabajo innovador que consistió en la selección de oficiales militares, tras someterlos a experiencias en grupos que él mismo llevó como un ‘líder silencioso’ o mínimamente intervencionista. La tensión y confusión generadas por su modelo radical atemorizaron a sus superiores y le hicieron perder su trabajo. Sin embargo, sus ideas influyeron en la creación de las primeras comunidades terapéuticas, cuya formulación fue concebida y experimentada en un lugar de Inglaterra llamado Northfield, con la intención de ayudar a soldados que padecieron problemas psiquiátricos durante la contienda bélica. Tras la guerra, Bion se unió a la plantilla de la Tavistock Clinic y recibió el encargo de crear el primer servicio de psicoterapia grupal en la institución, que estaba intentando acomodar los nuevos planteamientos terapéuticos. Junto a Bion, otros psiquiatras ilustres se incorporaron a la Tavistock durante los años de posguerra. Entre ellos estaba Bowlby quien, en 1946, fue nombrado director del hasta entonces Servicio de Niños y decidió rebautizarlo como «Departamento de Niños y Padres». El año siguiente, el Instituto de Relaciones Humanas quedó legalmente constituido como brazo independiente dentro del conjunto de la institución. El niño y el adulto comenzaban a ser vistos en su contexto de relaciones familiares y sociales.
Mientras el enfoque psicoanalítico tradicional ponía el énfasis en el mundo internoylasfantasías de los pacientes, Bowlby(1946y1947)trató de explorar el mundo derelaciones interpersonales. También escribió sobre la idea, revolucionaria por aquel entonces, de tratar a toda la familia y no al niño sólo (Bowlby,1949), convirtiéndose así en uno de los pioneros de la nueva terapia del ‘grupo familiar’, que pronto pasaría a ser una modalidad de tratamiento universalmente aceptada.El terreno parecía abonado para que Bion tuviera éxito en su iniciativa de introducir grupos terapéuticos en la Tavistock. Sin embargo, en algunos sectores, la llegada de la terapia grupal a la institución fue malentendida como una manifestación del clima generalizadoderestriccionesyracionamientosdelosañosdeposguerra.Lavisión tradicional continuaba considerando la patología psiquiátrica como un fenómeno de carácter puramente individual, y juzgaba que las nuevas modalidades de tratamiento seguían criterios económicos más que terapéuticos. Bion (1946 y 1955;Bion & Rickman,1943) creía en la necesidad de ‘estudiar’ las tensiones intragrupales inconscientes, como único medio para obtener beneficio terapéutico. Sus concepciones acerca del grupo tomaron prestados muchos conceptos de la psicopatología individual. Este hecho tuvo una consecuencia directa en la génesis del llamado modelo Tavistock de psicoterapia grupal, que pone el énfasis en la percepción del analista quien, casi exclusivamente, trata el ‘grupo en su conjunto’ como si éste fuese un ‘paciente individual’.
Curiosamente, Bowlby tuvo a Melanie Klein como supervisora y Bion la tuvo como su analista. La ‘ortodoxia’ Kleiniana consideró las innovaciones deambos como ‘desviaciones’ de la pureza del psicoanálisis individual. Los dos fueron de alguna manera marginados aunque con matices distintos. Bowlby no se amedrentó y consiguió evolucionar en línea consecuente a sus principios teóricos, que él siempre intentó validar con rigor científico. A él le debemos la Teoría del Vínculo o del Apego (Attachment Theory), un paradigma que transciende y realza el conocimiento psicoanalítico clásico, añadiéndole un potencial ignoto tanto desde la perspectiva epistemológica como clínica (Bowlby, 1988). Las contribuciones de Bion también fueron audaces y revolucionarias. Sin embargo, él abandonó su ambicioso proyecto de grupos terapéuticos a los pocos años de iniciarlo, para dedicarse casi exclusivamente al tratamiento individual de pacientes. De este modo, podríamos decir, ‘regresó’ al buen redil de la ortodoxia Kleiniana y muchos lo consideraron el sucesor natural de Melanie Klein. Pero Bion no se sintió a gusto en la Tavistock y acabó emigrando a los Estados Unidos. Teniendo en cuenta el conjunto de su obra, en realidad son más aquellos que lo catalogan como independiente que quienes lo definen como Kleiniano.
«Experiencias en grupos» (Bion, 1961) es una contribución de primer orden al mundo de la psicoterapia de grupo; el texto reúne el estudio de grupos que Bion hizo durante y tras la Segunda Guerra Mundial. El libro fue acogido con entusiasmo por colegas y seguidores en la Tavistock Clinic, y también en el Instituto A. K. Rice de los Estados Unidos de América. Tuvo una influencia decisiva en el estudio de las dinámicas grupales y organizaciones. La aplicación de los conceptos bionianos como método de tratamiento grupal es descrita por Sutherland (1952), Gosling (1967) y, más minuciosamente, por Ezriel (1950, 1973). La técnica empleada sólo admite rigurosas interpretaciones de la transferencia del «grupo-como-un-todo», en el «aquí y ahora». Ezriel añade: «de la misma manera que el psicoanálisis individual». En este modelo, el grupo se convierte en un ‘cuasi-individuo’. Foulkes (1946. 1948, 1964, 1990) toma además en cuenta otros niveles de la vida grupal, tales como su sociabilidad y los entendimientos conscientes e inconscientes que se aprecian entre las personas en la «matriz” grupo-analítica. Su actitud terapéutica contiene cualidades claras de protección y sostén. En contraste con Bion, Foulkes cree que el terapeuta o ’conductor’ debe dar «seguridad e inmunidad» siempre y cuando el grupo las necesite.
Foulkes fue influido más directamente por Freud (1921) quien afirmó que «la psicología humana más antigua es la psicología de grupo». Foulkes y Anthony (1957) consideran también que la «atención libre flotante» pone al analista grupal en condiciones de «…responder a ‘presiones’ y ‘temperaturas’ con la precisión de un barómetro o termómetro». Esta metáfora se refiere a los cuidados delicados que son necesarios en las primeras etapas del desarrollo humano y del desarrollo grupal. Estas analogías, a la vez que igualmente analíticas, son más ambientales’ pero menos ‘matemáticas’ que las concepciones bionianas de la ‘mentalidad grupal’, tales como la «lesión grupal común» o el «denominador común grupal». Bion y Foulkes coinciden en varios aspectos de su orientación psicoanalítica, tanto clínica como teórica. Ambos buscan conseguir primordialmente un cambio intrapsíquico, más que un mero alivio de síntomas, y reconocen procesos inconscientes con mecanismos defensivos en la transferencia tanto del individuo como del grupo. Foulkes se sintió más libre de incluir las acciones, reacciones e interacciones, de la situación terapéutica grupal, que no están presentes en el diván psicoanalítico del paciente individual. De alguna manera, Foulkes se tomó la libertad de convertirse en un miembro del grupo. Su nuevo marco de referencia introduce un enfoque intrapersonal y multipersonal que da lugar a un análisis más variado de la transferencia.
Pines (1987) ofrece un diálogo, estimulante y coherente entre las teorías de Bion y Foulkes. El capítulo de Brown (1992) «Bion y Foulkes: supuestos básicos y más allá» es también una contribución de gran valor. En grupo-análisis el ‘encuadre’ es una parte crucial de la terapia. Behr et al (1982) resaltan el papel del conductor como ‘administrador dinámico’ que proporciona y mantiene el encuadre terapéutico a lo largo de la vida del grupo: señalando cuestiones de tiempo, espacio, puntualidad, confidencia, y la prioridad de la comunicación verbal sobre la acción.
En las décadas de los 1950s y los 1960s. los grupos conducidos por los seguidores de Bion duraron poco tiempo porque los pacientes desertaban. En buena medida estas dificultades derivaban de la técnica empleada, que sólo hacía caso al ‘texto’ mas no al ‘contexto’. Este problema es analizado por Hopper (1982). En los años setenta comenzó a difundirse el rumor de que la psicoterapia grupal en la Tavistock había sido un fracaso. Por su parte, Foulkes había comenzado a practicar el grupo-análisis terapéutico en 1940, y continuó desarrollándolo en su consulta privada y en el famoso Maudsley Hospital de Londres. En 1971 fundó el Instituto de Grupo-Análisis cuya sede, irónicamente, está en el edificio contiguo a la Tavistock Clinic. Desde entonces un número creciente de profesionales especializados en esta modalidad terapéutica fueron consolidando una técnica más benigna, y una ‘actitud’ más comprometida y cálida hacia los pacientes. Algunos grupo-analistas, como Pines, James y Garland, se incorporaron a la plantilla de la Tavistock y posibilitaron que durante los años I980s el terreno se volviera fértil para un resurgir de la psicoterapia de grupo en la institución.
Yo me beneficié de este ‘renacimiento’ y, al final de esa década, me convertí en el primer estudiante del Instituto que condujo un grupo de entrenamiento en la Tavistock, donde yo me había formado previamente como psiquiatra de niños, adolescentes y familias. Este tipo de acuerdo entre las dos Instituciones Londinenses no había acontecido hasta entonces, dado que los dos modelos se presumían incompatibles. La semilla de un nuevo diálogo inter-institucional echaba raíces. Inicialmente, encontré cierta animosidad hacia el modelo de la Tavistock en un buen número de grupo-analistas. Por otro lado, un colectivo amplio de psicoanalistas en la Tavistock parecía ignorar o criticar el modelo de Foulkes. Mi inexperiencia política y mi inseguridad ante las complejidades de la insólita situación, me llevaron a sentir la necesidad de un ‘árbitro’ o mediador. Tuve la fortuna de recibir el asesoramiento de John Bowlby, durante el periodo inmediatamente anterior a su muerte.
El Desequilibrio Grupal
El grupolocomponíanlas siguientespersonas(nombres,lugaresy circunstancias han sido cambiados para preservarla confidencia de los pacientes):
Cathy, bibliotecaria inglesa de 25 años, presentaba problemas de identidad e incompetencia social.
Elizabeth, funcionaría noruega de 29 años, se mutilaba y tenía un diagnóstico de ‘personalidad fronteriza’.
León, catedrático universitario portugués de 35 años, presentaba una ‘reacción de ajuste’ tras la muerte de su padre.
Rita, psicóloga brasileña de 37 años, tenía rasgos acusados de ‘personalidad anancástica’.
Rarge, ingeniero hindú de 38 años; era emocionalmente inmaduro y sufría problemas psicosomáticos.
Laura, secretaria inglesa de 40 años, sufrió abusos en la infancia y fue diagnosticada de ‘trastorno afectivo bipolar’.
Anabel, secretaria irlandesa de 42 años, padecía episodios recurrentes y severos de depresión.
Charles, profesor inglés de 45 años, presentaba una agorafobia crónica incapacitante y había intentado suicidarse varias veces.
Neil, economista inglés de 49 años, había tenido varias crisis psicóticas que necesitaron hospitalización psiquiátrica.
Abraham. arquitecto judío de 50 años, presentaba una larga historia psicopática y problemas hipocondriacos.
Kelly, gerente de hostelería irlandesa de 54 años, era una ‘cuidadora compulsiva’ que padecía crisis agudas de ansiedad.
Durante la preparación del grupo, pensé mucho acerca de su composición. Albergué temores sobre las presumibles dificultades en aglutinar esta amplia gama de caracteres y psicopatologías. Sin embargo, confiaba que la notable heterogeneidad del grupo extremaría su potencial curativo y de maduración. Escribí a los futuros miembros para informales de la naturaleza psicoanalítica del tratamiento, incluyendo el tema de normas y límites, uno de los cuales era la consigna de no reunirse fuera de las sesiones grupales.
Siguiendo la sugerencia del Dr. Sandy Bourne, mi supervisor de la Tavistock, invité a los once pacientes a asistir a la primera sesión del grupo sin reunirme con ellos antes individualmente. Todos ellos habían sido evaluados por psiquiatras y psicoterapeutas en la Clínica, y llevaban en la lista de espera para el tratamiento entre seis meses y tres años. El Dr. Bourne les escribía con periodicidad para hacerles saber acerca de posibles grupos y para coordinar las horas disponibles. Fue alentador el hecho de que cada uno de los ausentes llamó a la Clínicadurante el transcurso de la primera sesión. Lógicamente, todos se excusaron echándole la culpa al vendaval. Pensé que había una conexión clara entre el hecho de que todos ellos me contactaran y la función de ‘administración dinámica’ desempeñada previamente por el Dr. Bourne. Yo escribí a cada uno; en mis cartas agradecí los mensajesy confirmé que el grupo continuaría según lo planeado.
Segunda Sesión
Los once pacientes vinieron a la segunda sesión. Temí una escisión entre aquellos que habían asistido al grupo la semana anterior y aquellos que no. Al principio de esta sesión, los ‘viejos’ miembros se mostraron más activos, sobre todo Abraham quien dijo que hacía 25 años había asistido a un grupo dirigido por el Dr. Ezriel en la misma Clínica. Abraham recordaba muy poco de aquel grupo y no sabría explicar de qué modo le ayudó. Añadió que cuando alguien le hacía una pregunta al Dr. Ezriel, éste siempre contestaba lo mismo: «¿qué piensa usted?» Toda la gente en la sala escuchaba con interés, aunque algunos parecían perplejos y me miraban interrogativamente. Abraham continuó y dijo que había concurrido al grupo del Dr. Ezriel por varios años, pero apenas llegó a saber detalles personales de los demás miembros. Luego explicó: «Los participantes iban venían de un modo anárquico lo que causaba una fuerte sensación de inseguridad e inestabilidad en el grupo». En ese momento algunos rostros reflejaron expresiones de confusión y temor, y hubo un silencio llamativo.
Yo interpreté que parecía haber ansiedades en la sala respecto a lo insólito de la situación, que quizá le habían llevado a Abraham a hablar de algo conocido o familiar para él como el antiguo grupo del Dr. Ezriel, en presencia de un nuevo grupo de extraños: especialmente hoy con los ‘recién llegados’. Entonces Elizabeth dijo que se había sentido muy ansiosa antes de empezar la terapia de grupo pues temía hablar delante de extraños. Tras una pausa, añadió que ella a menudo perdía suequilibrio físico y seguramente no podría venir al grupo con frecuencia, incluso deseándolo.
Neil y Kelly se mostraron solidarios y describieron cómo ellos se habían lesionado el cuello en sendos accidentes, lo que les llevó a perderel equilibrio físico por un tiempo. Charles se unió a la conversación y dijo que él nunca había tenido ese problema, pero que perdía la confianza en sí mismo con frecuencia e incluso a veces … «perdía hasta la cabeza». Yo valoré el sentido del humor de Charles e interpreté que podría haber una conexión entre aquello que Abraham había dicho anteriormente sobre la inestabilidad de las ‘idas y venidas’, el temor de Elizabeth a perder el equilibrio físico, y el temor de Charles a perder el equilibrio mental. El grupo escucha con curiosidad y yo añadí que estos tres miembros podrían estar haciéndose eco, de maneras diferentes, del miedo a perder o no conseguir un equilibrio grupal.
Charles dijo que mi idea le pareció chocante pero original y le gustó. Elizabeth replicó que a ella no le había agradado mi comentario, sin embargo éste le hizo recordar que los médicos le habían sugerido que su problema era psicológico más que físico. Elizabeth se quedó pensativa durante varios segundos y añadió que, después de todo, sería bueno esforzarse y venir al grupo cada semana para intentar resolver sus dificultades emocionales. Entonces yo dije que Neil y Kelly habían contribuido a que ella cambiara de idea, dado que se habían mostrado solidarios y habían entendido lo desagradable que resulta perder el equilibrio. Elizabeth asintió y dijo que era cierto que ella se sentía entendida y acogida por ellos, ya que sabían en qué consistía su vértigo. Abraham manifestó que la solidaridad estaba bien pero que la ayuda real sólo podía venir de los médicos y no de los pacientes. Laura reaccionó y dijo que Abraham no parecía interesado en las demás personas. El se defendió: «¿Por qué me atacas?». León intervino: «Ella no te ataca, eres tú el que se siente atacado». Rarge comentó: «Atacar es una expresión demasiado fuerte, pero creo que Laura ha sido bastante crítica».
Me preocupó que la hostilidad y la polarización tempranas pudieran tornarse destructivas, pero decidí escucharles dado que su interacción parecía viva y poderosa. Pensé que debería darles confianza; la comunicación era una prioridad para la formación del grupo. Al mismo tiempo, sentí que necesitaban dirección para comunicarse sin peligro. Mi ansiedad acerca de comenzar con discusiones demasiado feroces fue aliviada por Anabel, quien dijo: «Me siento incómoda, esto me recuerda lo infeliz que fui de niña, porque mis padres siempre estaban riñendo el uno con el otro». Cathy le preguntó: «¿Dónde naciste?». Anabel contestó: «En Irlanda, pero he vivido en Inglaterra durante más de veinte años. Y ¿tú?». Cathy apuntó: «Yo nací en Londres y mis padres también tuvieron disputas horribles». Hubo una pausa breve y Cathy continuó: «¿Puedo preguntarte porqué necesitas terapia?». Charles exclamó: «Buena pregunta, ¿qué estamos haciendo aquí?». Anabel explicó que había estado deprimida durante mucho tiempo, especialmente desde que se divorció hacía ya dos años. Su médico de cabecera y su psiquiatra le recetaron medicación y otros tratamientos antidepresivos, pero al no mejorar la remitieron a psicoterapia.
En las siguientes sesiones, jugué un papel activo e intervine verbalmente con frecuencia a riesgo de promover una cultura de dependencia. Me complacía ver que todos los pacientes asistían con puntual regularidad. Durante bastante tiempo utilizaron la ‘idealización’ como uno de sus mecanismos de defensa psicológicos contra la ansiedad. Esto me ‘estimuló’ y consideré que podría tratarse de una experiencia de omnipotencia legítima para que este grupo se manejara con seguridad en las etapas iniciales. En algunas ocasiones, los pacientes iniciaban la sesión rememorando el material de semanas anteriores…
En la Tavistock Clinic, yo había aprendido la idea Bioniana de encarar cada sesión terapéutica ‘sin memoria ni deseo’, como si pretendiese no conocer a persona alguna. Entendí que esta ‘actitud’ perseguía dos objetivos: primero, ayudar al terapeuta a no imponer sus prejuicios teóricos en los pacientes: segundo, era una manera honesta e intrigante de confiar en el inconsciente. El punto débil quizá fuera que, con frecuencia, los pacientes sentían que sus historias eran ignoradas. Dada mi lealtad a la Tavistock, inicialmente tuve que contener mi deseo de curarlos y me sentí cauteloso respecto a su esfuerzo por recordar las sesiones previas.
En el Instituto Foulkesiano de Grupo-Análisis, el Dr. Malcolm Fines (uno de los fundadores de dicho Instituto) me enseñó que uno necesita «to remember and re-member in order to become a member». (Este juego de palabras nos recuerda y ‘re-cuerda’ que necesitamos dar ‘cuerda’ a nuestra memoria, una y otra vez. para pertenecer a un grupo y continuar siendo miembros ‘cuerdos’ de pleno derecho). El Dr. Pines se refería a recuerdos conscientes y también inconscientes. El nuevo ‘contexto’ luchaba dentro de mí con el antiguo ‘texto’….
Independencia prematura
Nos estábamos acercando a la primera ‘separación’ del grupo, debido a las vacaciones estivales. Charles, Abraham, Rarge y Elizabeth empezaron a reunirse por su cuenta los domingos e incluso plantearon la posibilidad de organizar un ‘grupo alternativo’ durante las vacaciones. Este incidente coincidió con una época de escándalos políticos, que gozaron de amplia cobertura en los medios de comunicación, mientras el Gobierno hablaba de ‘volver a los principios básicos’. Yo leí de nuevo trabajos sobre la técnica psicoterapéutica y la relación del pasado con el presente. Me sorprendí a mí mismo intentando ‘volver’ a la teoría freudiana ‘básica’ de la cual aprendí que el proceso de recordar es necesario para evitar la repetición no deseada o compulsiva, y para avanzar hacia una resolución de los conflictos.
En la teoría psicoanalítica clásica la repetición es una transferencia de lo olvidado; en otras palabras, la compulsión de repetir reemplaza al impulso de recordar. Cuando los pacientes no recuerdan lo reprimido, tienden a reproducirlo no como recuerdo sino como acción; lo repiten, por supuesto, sin saber que lo están repitiendo.
Parecía que varios miembros habían ‘olvidado’ la consigna inicial de no reunirse fuera del grupo. Intuí que era necesario darles tiempo para que fueran descubriendo las raíces de su resistencia y fuesen capaces de superarla. Opté por la estrategia de ‘hacer la vista gorda’, y continuar el trabajo psicoterapéutico según las reglas fundamentales del análisis y la interpretación.
Sin embargo, las sesiones dominicales iban aumentando en frecuencia y duración. Mi esperanza de que su actitud podría cambiar se iba desvaneciendo y convirtiendo en una dura prueba a mi ya frágil paciencia. Me preocupaba el posible componente destructivo que parecía estar operando en el grupo. Seguí preguntándome cuál podría ser el significado de esta nueva ‘conducta grupal’. Especulé si este comportamiento quizá representara el paso de un ‘supuesto básico de dependencia’ a otro de ‘ataque y fuga’, según fueron descritos por Bion. Me pareció que estos pacientes estaban percibiendo las vacaciones como un ’no- grupo’ disponible para satisfacer sus necesidades, o si se prefiere un ‘grupo ausente’ en su mundo interior.
Una de mis hipótesis era que ellos estaban tratando de evadir, de un modo ‘regresivo’, el enfrentarse a los sentimientos ocasionados por la ‘pérdida’ temporal del grupo. Con algunas dudas sobre mi interpretación, les dije a todos: «Creo que las reuniones dominicales pueden ser una expresión de las dificultades del grupo para tolerar la frustración y ansiedad, que podrían derivarse de la falta de terapia durante las vacaciones». El subgrupo de los ‘insumisos’ reaccionó rápidamente. Rarge se apresuró a decir: «No estoy de acuerdo con el Dr. Ezquerro, las reuniones de los fines de semana no tienen nada que ver con nuestra capacidad para tolerar la frustración». Abraham y Elizabeth asintieron con la cabeza, mientras los restantes miembros del grupo escuchaban expectantes sin hacer comentarios. Charles dijo que salir los fines de semana con los compañeros del grupo le estaba ayudando a sentirse más seguro de sí mismo y más independiente. Tras una pausa añadió que, por fin, comenzaba a sentirse esperanzado y creía poder curarse de su agorafobia, la cual era tan incapacitante y de tan larga duración que le había conducido a varias tentativas de suicidio en el pasado.
Por un lado pensé que tal vez esta conducta pudiera tratarse de una manifestación de emociones previamente inhibidas o de un ‘paso al acto’ (acting out). Se me ocurrió que la acción de Charles acaso pudiese detentar un componente de ‘fuga hacia la salud’ o de resistencia a un proceso psicoterapéutico más maduro y enriquecedor. Por otro lado, deseaba saber si, a lo peor, tendría que enfrentarme a una complicidad pasiva en la mayoría del grupo. En cualquier caso, me parecía claro que era importante no correr riesgos innecesarios. He de confesar que necesité esforzarme para manejar la situación. Tentativamente, decidí comentarles que los contactos fuera de la clínica podrían quizás ser la expresión de una etapa nueva en el desarrollo del grupo, una clase de rebeldía adolescente, en un intento de superar las ansiedades de tipo más infantil y las actitudes más dependientes de las etapas tempranas.
Abraham súbitamente exclamó: «Eso es completamente absurdo», expresión que fue seguida de un silencio tenso, durante el que hube de contenerme para no tomar ‘represalias’. Reflexioné e intenté dilucidar si mi comentario pudiese llevar algún elemento airado u ofensivo del que yo no fuera consciente, independientemente de la precisión o no del mismo. También consideré que el hecho de trabajar habitualmente como psiquiatra de niños y adolescentes, me podría estar haciendo ver los acontecimientos de una manera distorsionada o infantilizante.
En tiempos de crisis, tanto Bion como Foulkes se mostraban partidarios de dar una interpretación del ‘grupo como un todo’. Yo traté de ser consecuente con ello y, dado que las ‘reuniones clandestinas’ proseguían, me dirigí de nuevo al grupo en su conjunto: «Al desafiar las normas, este grupo continúa resistiendo y no aceptando la separación que se acerca». Sin embargo, ellos apenas hicieron caso. Consulté este problema con mi supervisor grupo-analítico, quien me sugirió que yo aún no estaba suficientemente familiarizado con la actitud’ terapéutica de Foulkes. Nuestra conclusión principal fue que el grupo estaba no sólo desafiando mi autoridad sino, al mismo tiempo, necesitado de ella. Mi supervisor me aconsejó: «Recuérdales que las reuniones fuera del grupo no caben en una psicoterapia de esta índole».
En la sesión posterior Kelly, la paciente de mayor edad en el grupo, parecía estar muy disgustada conmigo y dijo que no quería reunirse los domingos con los otros miembros, ya que se sentía más segura dentro de los confines terapéuticos del grupo. Tras señalarme enfáticamente con el dedo índice, añadió que era mi responsabilidad «amonestarlos». Rarge protestó: «El reunirnos o no depende de nosotros, no somos niños sino adultos». En ese momento, intervine y les recordé: «Lo siento, reunirse fuera del grupo no procede en este tipo de terapia». Abraham intentó justificarlo: «Sólo tratamos de apoyarnos mutuamente»… pero León le interrumpió con firmeza: «El Dr. Ezquerro ha dicho que no procede y no se habla más!» Abraham se agarró con firmeza al asiento y replicó: «El Dr. Ezquerro no es mi padre, él es más joven que yo», a lo que León respondió: «Tú lo estás tratando como si tuviera la autoridad de un padre». Yo pensé que Abraham no era el único en busca de ‘autoridad’. Como él, León había perdido a su padre quien murió de cáncer no hacía mucho. (Yo les hablé de esto a ambos algunas sesiones más tarde). Sin embargo, en aquel crítico momento sentí que era importante dejarles ejercitar su propia autoridad dentro de los límites del grupo.
Rita y Anabel dijeron que Charles y Abraham las habían invitado a reunirse fuera del grupo, pero ellas no aceptaron. Elizabeth comentó que antes de empezar la discusión ella pensaba decir que no quería verse más con miembros fuera del grupo. Este intercambio dio lugar a una exploración tensa pero constructiva acerca de sus sentimientos hacia la ‘autoridad’. Gradualmente fue posible analizar el problema común de una hostilidad derivada de separaciones y duelos no resueltos.
Varias sesiones tras las vacaciones, Abraham dijo que le gustaría dejar el grupo. Estaba dudando si consultar con un psicoterapeuta individualmente o si volver a la sinagoga a la que su padre le había llevado de niño. Laura le preguntó por qué, a lo que él respondió diciendo que en las últimas semanas le habían invadido unas sensaciones tempestuosas, hasta el punto de tener la fantasía de querer profanar la tumba de su padre, tomar sus huesos y hacerlos añicos. Abraham añadió que siempre tuvo un miedo reverencial hacia su padre, hombre asmático y punitivo. Tras una pausa continuó diciendo que él había podido hablar de su padre en el antiguo grupo, hacía 25 años, porque el Dr. Ezriel tenía más edad que él y representaba una figura paterna, no así el Dr. Ezquerro. Pensé que Abraham estaba abordando una situación de duelo no resuelto; había abundantes sentimientos hostiles en su ‘transferencia’ hacia mí.
Reflexioné sobre ello y le dije; «Abraham, perdone una pregunta tonta, ¿cómo me compararía usted con su padre?». El me miró sorprendido pero reaccionó con rapidez y dijo; «No creo que sea una pregunta tonta, siempre hay una razón subyacente en sus preguntas». Tras una pausa añadió; «Usted es más amable y sofisticado que mi difunto padre». Entonces sugerí que Abraham también podría estar hablando de sí mismo. Ahora él era más sofisticado que hacía 25 años, cuando asistió al grupo del Dr. Ezriel. En aquella época, Abraham estaba atravesando problemas serios de límites, tales como actividades delincuentes y peleas callejeras. Sus recientes ‘ataques’ a los límites del grupo poseían una naturaleza más benigna que la violencia del pasado. De algún modo, él también era más ‘amable’ de lo que fué. Cuando le dije esto, me lo agradeció. Creo que mi cambio de ‘actitud’, al introducir una comunicación más directa y personal hacia cada miembro, contribuyó a que el grupo se asentara y estabilizara progresivamente; sus miembros continuaron asistiendo a la Clínica con regularidad. Las ‘reuniones ilícitas’ concluyeron.
En un sentido coloquial, pensé que poco a poco estaba aprendiendo de la experiencia de mis dos supervisores. Desde un enfoque psicoanalítico, el concepto ‘aprender de la experiencia’ está originalmente relacionado con la capacidad para tolerar la frustración. Bion asocia esta capacidad a la relación y la ‘experiencia’ que el retoño tiene con su madre. Si la figura materna es capaz de contener los elementos que el retoño ‘proyecta’ o ‘evacúa’ en este proceso, y de retornárselos en una forma más asequible o digerible, el retoño puede re-tomarlos, re-integrarlos, como una ‘re-experiencia’, y la capacidad de pensar se desarrolla.
Vínculos libidinales inconscientes
Con frecuencia, el consultorio estaba sucio y desordenado, lo cual era frustrante. Yo pensaba que el ‘entorno’ debería ser lo más óptimo posible para facilitar la tarea terapéutica. En numerosas ocasiones tuve que limpiar y ordenar la habitación yo mismo antes de las sesiones. En el modelo grupo-analítico, no perder de vista el ‘encuadre’ es una de las responsabilidades que adquiere el conductor, quien ha de convertirse en un ‘administrador dinámico’. Decidí hablar con aquellos colegas que estaban usando el consultorio en las horas anteriores; y negocié con los administradores de la Clínica un cambio favorable en los turnos de limpieza. Unos meses más adelante, contemplé con agrado que colocaron una moqueta nueva y cortinas a juego. El grupo usó este nuevo ‘entorno’ como un espejo donde proyectar los conflictos internos, y también como una oportunidad para internalizar cambios externos; un proceso de ‘doble vía’.
En los meses siguientes, el grupo fue consolidando un sentido de cohesión más maduro e íntimo, al cual contribuyeron los sueños. Elizabeth soñó que se dirigía a la Clínica en el autobús pero, sin darse cuenta, se pasó de parada. Sintió frustración mas alivio; aunque pensó regresar a casa de inmediato, decidió asistir al grupo. Se despertó mientras caminaba hacia el consultorio. Kelly soñó con el pueblo donde nació. No había estado allí en los últimos treinta años. En el sueño, sus padres le pidieron que fuera a ayudarlos a criar a un hermanito que acababa de nacer. Cuando llegó a la casa, se llevó una sorpresa monumental porque sus padres habían desaparecido y, en su lugar, un hombre negro mecía al bebé en sus brazos. En el pueblo jamás se había visto antes un hombre negro. Se despertó en el momento que intentaba hablar con él.
Pensé que los ‘sueños individuales’ se iban convirtiendo gradualmente en patrimonio del grupo. A medida que los sueños reflejaban temas que concernían al grupo en su conjunto, de alguna manera se transformaban en ‘sueños grupales’.
Rarge, el único miembro de color, soñó con una sesión del grupo en la que todos eran negros menos él que era blanco. Intentó escapar pero se cayó y mientras yacía en el medio de la habitación, todos los miembros del grupo que formaban un círculo alrededor de él comenzaron a gritarle; hasta que el Dr. Ezquerro le levantó del suelo y, tomándole de la mano, le puso de nuevo en su silla. En el sueño, Rarge se conmocionó al darse cuenta de que él y el Dr. Ezquerro eran del mismo color: entonces se despertó.
Abraham también soñó con una sesión del grupo, en la que los once miembros estaban sentados alrededor de una mesa cuadrada y no en un círculo como era habitual. El llevó sus mejores dibujos pero con temor, pues sospechaba que iban a ser muy criticados. Cuando todos en el grupo alabaron sus dibujos, le costó creerlo. En contraste con la realidad, en el sueño había un descanso hacia la mitad de la sesión, en el que los miembros salían del consultorio durante diez minutos. Al intentar salir, él no pudo moverse y se quedó en la habitación a solas con el Dr. Ezquerro. En ese instante se despertó.
Los sueños eran bien recibidos en el grupo, y permitían una comunicación más fluida y espontánea. Los miembros se relacionaban cada vez con mayor profundidad, lo que daba lugar a afectos de ‘alta intensidad’.
Rita vivió la etapa inicial del grupo con sobresaltos, al darse cuenta que mi modo de trabajar era diferente del que ella había estado acostumbrada durante su tratamiento psicoanalítico individual, cinco veces por semana. Sin embargo, ahora volvía a entusiasmarle la idea de analizar los sueños, y comenzó a presentar relatos oníricos de contenido sexual explícito y seductor. Semana tras semana ella me pedía que analizara sus sueños. Me pregunté si quizá Rita, con su oferta constante de ‘material tentador’, pudiera estar intentando conseguir una ‘consulta privada’ dentro del grupo. Necesité explorar en mi propia terapia y supervisión si acaso yo pudiera tener un deseo inconsciente de ser seducido. Cuando pensé que había superado mis dilemas ‘contra-transferenciales’, entre prestarla atención o desquitarme’, decidí comentar: «Rita, quizás usted desee tener un psicoanálisis individual en público”. Ella se ruborizó llamativamente y miró hacia el suelo durante varios segundos. Entonces sentí que había ido demasiadolejoscon mi comentario,y dirigí unamiradaabiertahacia todos siguiendola configuracióncirculardel grupo.
León dijo que había tratado de ponerse en el lugar de Rita e imaginó que ella estaría sintiéndose ofendida. No obstante, él se daba cuenta de que la terapia grupal no consistía en que cada uno hiciese cola hasta que llegara su turno, sino más bien era una oportunidad para analizar cómo las distintas personas se relacionaban entre sí y con el conductor dentro del grupo. El no entendía muy bien qué estaba sucediendo en esos momentos pero se sentía intrigado por ello y con ganas de desentrañarlo. Rita dijo que había sido incapaz de poner sus sentimientos en palabras, y expresó su agradecimiento a León por haber ‘traducido’ muchas cosas para ella.
Un par de semanas más tarde, Rita relató una nueva experiencia onírica. Soñó que estaba en el grupo hablando acerca de sus padres y todos la escuchaban atentos. De repente en el sueño, se dio cuenta que el Dr. Ezquerro se transformaba en una mujer pero con pene, lo cual la confundió. Al apercibirse en el sueño que ella era la única persona que se había dado cuenta del cambio, se sintió perturbada y se despertó. Varios miembros del grupo ofrecieron interpretaciones basadas en la asociación libre. La mayoría sugirieron que el sueño de Rita podría expresar un deseo hacia alguien que poseyera, a la vez, cualidades femeninas y masculinas, maternales y paternales, sexuales y cariñosas. Anabel reflexionó sobre el posible deseo de que Rita y ella, como mujeres, pudieran tener de ser entendidas por un hombre terapeuta. En ese instante la mayoría de los miembros del grupo me miraron interrogativamente. Yo interpreté: «Rita, pienso que la mujer con pene podría representar algo acerca de usted misma».
Rita respondió que a ella no se le había ocurrido interpretar el sueño de esa manera. Se quedó pensativa durante unos segundos y añadió que, en la adolescencia, deseó ser un muchacho y se unía con frecuencia a las actividades de los chicos; incluso peleaba con sus hermanos, porque quería tener el poder y los privilegios que en su parecer ellos poseían. Anabel se identificó profundamente con el contenido de la conversación. En contraste con Rita, ella no quiso ser un muchacho; pero, al igual que Rita, ella nació al poco de morir su hermano. Con frecuencia pensó que sus padres no la querían por ella misma, sino como sustituto de su difunto hermano. Anabel se preguntaba si su activa vida sexual, casi promiscua a veces, pudiera ser una manifestación de su deseo de sentirse querida como mujer en pleno derecho. Rita afirmó: «Lo que acabas de decir tiene mucho sentido para mí». Casi todos los miembros asintieron. Neil pareció resucitar. Hasta entonces, sólo había hablado de sus síntomas pero apenas de él como persona. Esta vez dijo que la historia de Rita le había aliviado y le permitía compartir su secreto. Desde los cuatro años de edad, coincidiendo con el nacimiento de su hermana, él se dio cuenta de que quería ser una niña. Cathy dijo que algo parecido le ocurrió a su hermano, quien tenía tres años cuando ella nació. Ella añadió que era natural sentir envidia o celos de un hermanito o hermanita. Neil se puso nervioso y dijo: «Para mi fue mucho más que eso… Desde los veinte años colecciono medias y ligueros femeninos que se han convertido en elementos esenciales de mi armario». El grupo parecía mostrarse entre incrédulo y divertido.
Abraham preguntó: «¿Estás hablando en serio?» Neil replicó que la pregunta era irritante pero continuó: «La primera vez que me atrajo el travestismo fue cuando leí sobre el furor que causó la moda femenina del Can-Can parisino a finales del siglo XIX”. Neil enrojeció de modo llamativo pero siguió: «Imaginarme la fascinación del público en el Moulin Rouge aclamando a las bailarinas cuando levantaban sus estilizadas piernas, y dejaban ver las medias con sus ligueros negros, se convirtió en una obsesión para mí.» Entonces Abraham exclamó: «¡Oh, no! ¿No serás un pervertido?». A lo que Rarge reaccionó con prontitud: «Cállate Abraham, nadie se queja cuando vienes a la Clínica haciendo footing con pantalones cortos y nos muestras tus piernas». Rarge le pidió a Neil que reanudara su relato. Entonces Neil explicó que siempre había mantenido esta actividad en privado, porque no quería ser objeto de chistes obscenos, burlas o insinuaciones sexuales. Añadió que él no se consideraba un pervertido, ya que las ligas y calcetas eran parte de la moda masculina de los siglos XVI y XVII, mientras las piernas de las mujeres permanecían bien cubiertas en aquella época.
Tuve que esforzarme por entender el embeleso que la revelación de Neil causó en el grupo y pensé que en el travestismo podría haber algo de doble mensaje y metáfora (como aquélla de Platón sobre Andrógino). Indudablemente había un elemento perturbador y excitante, tanto en Neil (un hombre que deseaba ser una mujer) como en lodo el grupo (su ‘público’ en esta ocasión). Comenté que, al ‘desnudarse’, Neil nos estaba ofreciendo una oportunidad, de modo similar al sueño de Rita, para considerar nuestros posibles deseos inconscientes de vivir hasta el fin la fantasía de tenerlo todo. Hubo un silencio pensativo y acogedor. La actitud inicial del grupo pareció cambiar. La mayoría de los miembros trataron el tema con seriedad y, sobre todo, aceptaron a Neil como persona, aunque algunas ansiedades permanecieron en el aire.
La semana siguiente, Elizabeth dijo que había hablado acerca de Neil a un grupo de amigas, que se rieron con ganas. Yo le recordé de inmediato que la confidencia debía ser respetada en todo momento. También valoré la valentía que ella tuvo en contarle al grupo su traspiés. Elizabeth le pidió perdón a Neil, y él se lo agradeció. Los miembros tuvieron que luchar por sostener una identidad grupal, al darse cuenta que además de similitudes había diferencias significativas entre ellos. De esta manera, el grupo se iba modelando y remodelando a través del diálogo. La conformación primitiva, aglutinada y poco diferenciada de los primeros meses, iba paso a paso transfigurándose en un ente más complejo, integrado y coherente. La reciprocidad de dar y recibir jugó un papel cada vez más importante en mantener al grupo unido y ahondar el nivel de exploración analítica.
Separación – Individuación
Varios meses adelante, a los dos años de vida del grupo, anuncié que el tratamiento concluiría dentro de diez meses, momento en el que yo tenía planeado dejar la Clínica. La mayoría de los miembros opinaron que la fecha de finalización les parecía razonable. No obstante. Abraham, Neil y Elizabeth exteriorizaron su nerviosismo dado que sentían necesidad de más terapia. Con cierto tacto preguntaron si sería posible continuar el grupo por más tiempo, o si yo estaría dispuesto a tratarlos individualmente. Laura les interrumpió diciendo que, al comienzo, el grupo la ayudó pero ahora se sentía estancada y quería dejarlo. Ella no podía desentrañar qué le pertenecía a ella misma y qué al grupo, tan sólo podía sentir una aflicción extraordinaria. Mientras tanto, en casa, su hija de 14 años (Diana) se había vuelto muy agresiva verbalmente y, en ocasiones, incluso físicamente violenta. Un día, Diana dio un portazo y se mudó a la casa de su padre natural.
Durante el transcurso de la siguiente sesión, en un instante inesperado, Laura volvió la mirada hacia Rarge, que estaba jugando con su reloj en las manos y le gritó: «Rarge deja de mirar el reloj de ese modo tan arrogante y controlador; es muy irritante y destructivo, estoy furiosa contigo». Hubo una sorpresa general seguida por un tenso silencio. Me aventuré a decir: «Laura, tal vez usted tenga motivos para estar algo furiosa conmigo porque, a fin de cuentas, yo soy el que establezco los límites de tiempo en el grupo». Ella replicó: «¡No! no estoy furiosa con usted sino con él», mientras señalaba con el dedo índice a Rarge quien apartó los ojos de ella. Laura dijo de súbito: «No aguanto más», se levantó rápidamente y caminó hacia la puerta. Charles movió sus brazos como si intentara detenerla, pero no continuó su acción. Cuando ella abrió la puerta yo dije: «Laura, espero que pueda quedarse». Ella dudó un par de segundos pero se fué. Laura volvió a la Clínica la semana siguiente, pero regresó a casa antes de que comenzara la sesión. Me escribió una carta en la que se disculpaba por no atreverse a volver al grupo, enviaba cordiales saludos a los otros miembros y me pedía terapia individual. Yo leí su escrito en el grupo e invité a los miembros a que expresaran sus sentimientos al respecto.
Debo confesar mi temor a que su partida podría tener un efecto epidémico en el grupo, especialmente si decidía ofrecerle terapia individual. Al contestar su carta, intenté convencerla de que volviera al grupo porque pensé que podría ser algo decisivo y beneficioso para ella.
Necesité la ayuda de mi supervisión y mi propio análisis personal para apaciguar mis temores narcisistas de fracaso. Mi supervisor grupo-analítico, el Dr. Harold Behr me ayudó a entender que Laura también estaba intentando ‘escapar hacia’ un tipo de relación más acogedora donde sus miedos primitivos pudieran ser contenidos y elaborados. Ella era una persona muy vulnerable; de niña y adolescente había vivido en varios orfanatos donde fue abusada física y sexualmente. El Dr. Behr me animó a que ofreciera a Laura terapia individual. Entonces supe estimar un elemento sano en la furia de Laura, la expresión de su necesidad de ‘separación-individuación’. En tales circunstancias, parecía que ella sólo se podía separar e individuar ‘atacando’ y ‘destruyendo’ el carácter intacto del grupo, para vivenciarlo como distinto de sí misma.
Tras algunas semanas de dudas le ofrecí la terapia individual solicitada. Este tratamiento duró otros dos años, durante los cuales ella fue más capaz de resolver sus sentimientos conflictivos, sobre todo acerca de la abrupta muerte de su padre que se suicidó cuando ella tenía cuatro años. Laura llegó a entender paulatinamente el sentido de su propia hostilidad, lo que le permitió aceptar su tristeza sin tanto temor a deprimirse. Al concluir su terapia lloró con serenidad, algo que habitualmente era muy difícil para ella.
Cuando el grupo superó la hostilidad y ansiedad por la marcha de Laura, los miembros pudieron reflexionar mejor sobre sus contradicciones, discrepancias y relaciones complementarias. Toda esta ‘bipolaridad’ quedó amplificada por la ‘resonancia’ grupal. que extendió el análisis y la ‘traducción’ terapéuticos.
Al comienzo de una sesión -el mismo día de las elecciones generales en Gran Bretaña- cuatro meses antes de la fecha prevista para la conclusión del grupo, me pilló de sorpresa que varios miembros elogiaran la terapia con apreciaciones altamente positivas. Rita, Charles y Anabel dijeron que sería excelente si el grupo pudiese continuar algún tiempo más. Esto me agradó, aunque me cuestioné si habría fallado en conseguir un nivel más realista de expectativas y deseos en el grupo. Como me miraban interrogativamente, respondí: «En el contexto de las elecciones generales, me pregunto si ustedes le están dando el voto a la psicoterapia de grupo». Casi todos rieron con ganas, aunque Kelly protestó: «¿Podemos dejar los chistes listillos por el momento?». Acepté de buen grado esta ‘reprimenda’ y manifesté: «Perdonen si les hago partícipes de lo que dijo mi predecesor, el Dr. Ezriel. El pensaba que la psicoterapia de grupo tiene éxito cuando logra cambiar a todos los participantes menos al terapeuta». Ellos escuchaban muy atentos y añadí: «Tengo la sensación de que ustedes me han hecho cambiar a mi también».
Entonces, Charles exclamó: «Me encanta lo que ha dicho». Rarge comentó que durante varias semanas había querido decir que el Dr. Ezquerro se había convertido en «una persona de confianza y un miembro del grupo». Rita agregó: Estoy de acuerdo contigo. Rarge, yo también creo que el Dr. Ezquerro es un miembro del grupo y alguien especial». Entonces Cathy musitó: «Rita, veo que lo sigues intentando». Parecía que la hostilidad en las confrontaciones de etapas anteriores había dado lugar a un sentido del humor más solidario y terapéutico. León invitó a Cathy a reflexionar sobre las inhibiciones que la atenazaron al comienzo del grupo y no la dejaron hablar delante de gente que era más sofisticada que ella. Cathy dijo que poco a poco se había sentido aceptada en el grupo, a pesar de su corta edad e inexperiencia. Ahora era capaz de hablar delante de catedráticos de universidad con naturalidad, pues la terapia no era un debate discursivo, sino una oportunidad para crecer y cambiar. En el grupo, ella había aprendido a diferenciar la inteligencia intelectiva de la inteligencia emocional. Todos escuchaban con inusitado interés el ‘discurso’ del miembro más joven. Cathy añadió que durante mucho tiempo tuvo temor a perder el control por la rabia que sentía hacia sus padres. Sin embargo, ahora entendía mejor las dificultades y circunstancias adversas que afectaron a sus padres, lo que la ayudó a sentirse más calmada respecto a ellos y a otras personas que, como sus padres, la habían defraudado.
León dijo: «Cathy tú eres un miembro importante del grupo. Yo me he identificado contigo muchas veces porque, como tú, también soy de los que intentan escuchar a los demás». Tras una pausa, León añadió: «Escuchar me ha servido para aprender acerca de otras personas en el grupo, y al aprender de ellos también he aprendido acerca de mí mismo”. Kelly dijo que, al igual que Cathy, se sentía más relajada porque había aprendido a cuidar a los demás, sin el sentido de obligación que sus padres le habían impuesto. Añadió que nunca antes habla podido manifestar abiertamente la rabia que sentía hacia sus padres. En el grupo, sin embargo, se sintió libre para expresar su enojo hacia el Dr. Ezquerro, lo cual fue un gran alivio para ella y la ayudó a sentirse emocionalmente más fuerte.
Necesitamos ser queridos para ser curados
El optimismo generalizado y ‘contagioso’ de la sesión anterior fue gradualmente reemplazado por una atmósfera grupal tensa y, en algunos momentos, hostil. Este cambio parecía guardar relación con el hecho de que el grupo avanzaba hacia su conclusión, y ellos se daban cuenta que no había posibilidad de ampliar la terapia. Un día, Elizabeth esbozó sus ansiedades de cara al futuro. Para ella el grupo representaba una ‘base segura’ a la que ella venía a repostar todas las semanas. La idea de perder el grupo le causaba incertidumbre y temor a mutilarse de nuevo. En mi mente, intenté dilucidar qué parte de lo que Elizabeth estaba diciendo pudiese representar su fragilidad y qué parte pudiera ser ‘chantaje’ para prorrogar la terapia.
Súbitamente, Anabel se levantó de su silla y caminó hacia la puerta mientras decía que la había invadido un impulso incontrolable de marcharse. Rarge la siguió y consiguió tomarla del brazo al tiempo que le pidió: «Por favor, quédate». Anabel replicó: «Lo siento, no puedo quedarme». Según habría la puerta volvió la cabeza y preguntó: «Dr. Ezquerro, ¿quiere usted que me quede?» Con mi intuición profesional ‘entrenada’ contesté: «¡Sí»! Ella respondió «Gracias» y volvió a su lugar.
Abraham protestó porque pensaba que el contacto físico entre Elizabeth y Rarge había sido demasiado íntimo, casi sexual. Según comentaba esto, Rarge dijo que se sentía tremendamente ofendido, saltó del asiento como por un resorte y se dirigió hacia la puerta. Elizabeth le siguió y llegó a alcanzarle en el momento que salía de la habitación. Los dos se miraron intensamente durante unos segundos mientras todos en el grupo los miraban. Entonces Elizabeth le dio un abrazo a Rarge y los dos volvieron a sus sillas. Cathy dijo que Abraham había sido un poco bruto con Rarge, y pensaba que en momentos difíciles uno necesita el afecto cálido de un contacto físico que no es sexual. Todos los miembros del grupo asintieron excepto Abraham, quien me miró y preguntó: «¿Dr. Ezquerro, qué piensa usted?» Yo sonreí y dije: «Sometimes yon need to be held in arder lo be healed». Este juego terapéutico de palabras podría traducirse así: «A veces uno necesita ser querido para ser curado». Abraham sonrió y asintió varias veces con su cabeza en un gesto de aceptación. Al terminar la sesión, sentí gran cansancio físico, pero descubrí nuevas posibilidades para analizar y entender el ‘lenguaje dramático’ que el grupo empleó en esa coyuntura.
En la sesión siguiente invité a Anabel a reflexionar sobre su necesidad urgente de sentirse querida y aceptada. Pregunté si su impulso de la semana anterior acaso pudiera ser la expresión de un deseo inconsciente de dejar el grupo antes de que el grupo la dejase a ella. Anabel agradeció mi cuestión y recordó que nunca se había sentido segura de si sus padres la quisieron por ella misma o como sustituto del hermano fallecido cuando su madre estaba embarazada de ella. Tras un pausa, añadió: «Me parece que vine al mundo con depresión». Entonces, le dije que me imaginaba a su madre luchando por superar sus sentimientos de culpa y su depresión, tras la muerte del hijo querido en un accidente doméstico. Anabel asintió y pasó a hablar de cómo, en su infancia, unas vecesse sintió sola y abandonada, mientras otras veces su madre parecía contenta y feliz, con ella. Le pregunté si alguna vez pensó que su madre pudo quizás necesitarla como su ‘anti-depresivo’, en aquellos difíciles momentos de duelo familiar. Anabel contestó que mi pregunta era inusual, y que le producía una sensación de dolor y alivio al mismo tiempo. Hubo un momento de silencio reflexivo y añadió que la pregunta le habría las puertas para desenmarañar qué pertenecía a sumadre y qué a ella misma.
A medida que se acercaba el desenlace, los sentimientos en el grupo se hicieron más intensos al tiempo que las ideas y los propósitos iban lomando cuerpo. Los miembros miraban hacia adelante anticipando futuras cuestiones personales que, o bien podrían activar viejas pautas de comportamiento, o bien convertirse en oportunidades para el desarrollo y la maduración personales iniciados en el grupo.
Algunas semanas antes de la conclusión de la terapia, Rita confesó las dificultades que tuvo en las primeras etapas del grupo. Durante bastante tiempo sintió que el psicoanálisis individual que había recibido con anterioridad y el grupo-análisis eran incompatibles. Ahora pensaba que su manera de entender las cosas había cambiado, y que el grupo había complementado y enriquecido aquello que ella recibió del psicoanálisis individual. Rita añadió que estaba atravesando una de las mejores etapas de su vida, lo cual tenía mucho que ver con la ayuda y las paradojas de sus dos terapias. Charles escuchó con agrado lo que Rita estaba diciendo y afirmó que, a pesar de sus altibajos, él también se sentía optimista de cara al futuro.
En la sesión final, Abraham preguntó: «Dr. Ezquerro, ¿qué piensa usted de mí?». A lo que yo contesté: «Abraham, en el grupo usted ha mostrado un gran poder de recuperación que espero pueda usar para hacer frente a futuras dificultes. Le echaré de menos». Tras una pausa añadí: «Continúe siendo un buen padre, un buen esposo, un buen arquitecto, y un buen corredor de maratón». Abraham, la única persona del grupo que no había vertido ni una lágrima, se emocionó y lloró profusamente. Neil, que estaba sentado a su lado, le pasó un pañuelo y le confortó tocándole en el brazo. Anabel recordó unos versos que Oscar Wilde escribió en su Ballad of Reading Gaol (Balada de la Cárcel de Reading):»… sólo las lágrimas pueden curar».
Discusión y diálogo
Desde que nacemos, o incluso antes, necesitamos formar parte de un grupo. La relación original con la madre no puede ser vivida en aislamiento. El bebé tiene que acomodar al padre, los hermanos, y una serie de grupos familiares y sociales cada vez más complejos. Todos ellos han de incorporarse a la realidad externa y el mundo interno del retoño para posibilitar su desarrollo. El grupo por tanto es esencial para la construcción de la vida mental del individiduo.
Bion y sus seguidores de la Tavistock intentaron explicar los estados defensivos grupales, que él llamó «supuestos básicos». Para ello utilizaron las ideas kleinianas sobre el funcionamiento primitivo de la mente del niño y las manifestaciones del complejo de Edipo en los primeros años de la vida. Es posible que sus propias experiencias grupales durante la Primera y Segunda Guerras Mundiales influyeran decisivamente en Bion, y le hicieran concebir al ser humano como un animal grupal que está en guerra con su grupalidad. El jamás revisó esta suposición la cual, en gran medida, pasó a ser pontificada y dogmatizada.
Para Bion la «continencia emocional» es una condición sine qua non en la formación de lo que él llama «aparato de pensar», especialmente en presencia de dolor y malestar. La base de esta continencia radica en la respuesta ‘empática’ de la madre al funcionamiento primitivo de su retoño. Sin embargo, Bion no aplica al grupo este modelo de la génesis del pensamiento, a través de la pareja madre-retoño; su estilo o ‘actitud’ de ninguna manera es similar al de un padre hábil. Su personalidad es sobrecogedora y remota. Sus observaciones, frecuentemente crípticas y difíciles de entender, van siempre dirigidas al grupo en su conjunto y nunca directamente a persona alguna, incluso si la persona anhela el contacto directo con él.
Bion cree que sólo el problema del grupo puede ser tratado en la situación grupal, no los problemas individuales de los miembros que lo componen. Así, sus grupos de pacientes no lo pudieron percibir como una figura maternal o paternal, capaz de contener sus necesidades urgentes y retornárselas en una forma más asequible o ‘digerible’. Su técnica promueve la frustración y, en consecuencia, una «mentalidad grupal» muy regresiva sobre todo con aquellos pacientes más vulnerables. Para Bion, esta mentalidad grupal consiste sólo en aquellas partes de los pacientes que son rechazadas, desconocidas o renegadas por ellos mismos, de modo que atacan o entorpecen los objetivos de la terapia. Este supuesto se convirtió en el equivalente grupal del concepto del inconsciente acuñado en el escenario psicoanalítico individual. Al observar los fenómenos grupales desde ese prisma, Bion puso el énfasis en el tratamiento del grupo y no de los individuos que lo componen, ignorando las contribuciones que ellos mismos pueden ofrecerse unos a otros.
Las ideas bionianas sobre la continencia emocional no derivan de sus experiencias con grupos sino con pacientes psicóticos individuales. Según él, los sentidos de estos pacientes no pueden relacionarse entre sí para formar el ‘sentido común’. Me pregunto si Bion percibía el grupo como un ’cuasi-individuo’ con trastornos psicóticos. Dado el alto nivel de deserciones, decidió abandonar sus grupos terapéuticos y ‘liderar’ grupos formados exclusivamente por profesionales e intelectuales. Así nació el ‘grupo de trabajo’ típico de congresos y otras actividades académicas.
Foulkes desarrolló su propia personalidad psicoanalítica y su carisma fue distinto del de Bion. Aquel concibió el grupo-análisis mientras trataba individualmente a pacientes que padecían diversas enfermedades psiquiátricas. Esto sucedió en Exeter, una ciudad del suroeste de Inglaterra, donde estaba trabajando con anterioridad al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Foulkes encontró que, además de desear la exclusividad de la situación terapéutica individual, sus pacientes ambicionaban tener un mundo de relación más amplio. Aunque sufrían todo tipo de problemas, también mostraban una riqueza de conocimiento y experiencia que podría usarse en la situación terapéutica grupal.
Al poco de empezada la guerra, Foulkes decidió pedir a varios pacientes que estaban en tratamiento individual con él que constituyeran un grupo: así nació la psicoterapia grupo-analítica. La nueva técnica no tiene como objetivo el tratamiento de pacientes individuales dentro del grupo, sino ‘el tratamiento del grupo por el mismo grupo incluyendo a su conductor’. Pensar deja de ser una actividad meramente intelectualy seconvierteen una integraciónde las partes en un lodo, se hace con la cabeza, elcorazón ylas agallas.
Durante el transcurrir de mi entrenamiento, escuché diferencias irreconciliables entre los modelos Tavistock y Grupo-Analítico. Sin embargo, creo que el concepto ‘aprender de la experiencia’, acuñado por Bion, no es ajeno al ‘enfoque integrador’ de Foulkes. El entendimiento y la integridad sólo pueden lograrse poco a poco, a medida que estamos preparados. Sin duda las ideas de Bion y Foulkes son similares en muchos aspectos. Por ejemplo, ninguno de ellos desea dirigir el grupo hacia metas concretas, en el sentido ordinario de la palabra; de hecho, ambos tratan de apartar gradualmente al grupo de su deseo de ser liderado.
A pesar de las dificultades, Foulkes no se desanimó y siguió adelante con su diseño de conceptos grupales más específicos, que resaltó del modo siguiente:
a) «intercambio» de la información compartida, tanto verbal como emocionalmente, que puede poner en marcha el fenómeno de
b) «resonancia», a través de la que discusiones y acontecimientos grupales reverberan dentro de cada miembro, según su nivel de desarrollo y experiencias previas;
c) «contra-identificación», que se relaciona estrechamente con la «identificación, pero se refiere al proceso por el cual las personas modelan sus actitudes a través del contraste y la diferencia en lugar de la semejanza;
d) «polarización»que representaelcismadesentimientos y reacciones que llevan a los miembros del grupo a adoptar actitudes opuestas o contradictorias (el mecanismo de «chivo expiatorio» es un ejemplo de polarización);
e) traducción» que es el equivalente grupal de «hacer consciente lo inconsciente»: para el conductor grupo-analista es posible interpretar la conducta del grupo-como-un-todo y, también, las contribuciones individuales, uniéndolas entre sí, resaltándolas, desafiándolas, explicándolas, confrontándolas o aclarándolas. Todos estos procesos, que de ninguna manera son prerrogativa del conductor constituyen la traducción grupo-analítica.
Para Foulkes, los grupos no empiezan necesariamente en el momento del primer encuentro. Por ello, una de las tareas principales del grupo-analista consiste en profundizar y ensanchar la comunicación a varios niveles, para que pueda formarse un grupo. El describió cuatro niveles grupales como sigue:
1) el nivel de las relaciones adultas del momento:
2) el nivel de las relaciones transferenciales del pasado;
3) el nivel de proyecciones, sentimientos y fantasías;
4) el nivel «primordial» de arquetipos y símbolos universales.
Estos niveles se extienden desde las relaciones más conscientes de cada día hasta las fantasías más inconscientes: de los fenómenos más claros a aquéllos menos diferenciados. Los problemas interpersonales se localizan en esta «matriz grupal», donde los diferentes individuos pueden negociar sus límites y re-establecer sus identidades únicas. Si estas negociaciones tienen éxito, las distorsiones del pasado pueden rectificarse, y el grupo adquiere una cultura sana y terapéutica que permite crecer.
Desde mi punto de vista, las diferencias fundamentales no están en la teoría como tal sino en la «actitud» – entendida como distinta de la técnica – que es una parte esencial del modelo Grupo-Analítico (foulkesiano) en contraste con el modelo Tavistock (bioniano). El conductor grupo-analítico fomenta la tolerancia y es sensible a las diferencias individuales. Esta actitud alienta a los miembros del grupo a participar activamente en su propio proceso terapéutico. Tal conductor permite a veces que el grupo lo ‘fuerce’ a jugar el papel de líder. El grupo necesita esta clase de liderazgo cuando se encuentra en una fase inmadura y vulnerable, o cuando atraviesa una etapa difícil. El grupo-analista debe aceptar su situación transicional de líder para poder modificarla posteriormente, de ser un «líder del grupo» a convertirse en un «líder en el grupo». A medida que el grupo va madurando y confiando en su propia fuerza, la autoridad del líder es reemplazada por la autoridad del grupo. Es un contrasentido que el líder o conductor pretenda «destetar» al grupo de algo que todavía no ha recibido o no ha podido establecer.
La actitud de Bion parece sugerir que sólo los elementos ‘renegados’ o destructivos son separados de la esfera consciente del grupo y coleccionados anónimamente en un pozo de «identificaciones proyectivas». Este proceso negativo y poco terapéutico constituye un sistema grupal no reconocido o inconsciente: la «mentalidad grupal». En contraste con Bion, la actitud de Foulkes promueve el proceso de construir y organizar la «matriz grupal». Esta abarca una empatía y comprensión más altruistas, además de esos otros aspectos desechados que los miembros proyectan en el grupo. En contraste con la «mentalidad grupal», la «matriz» (o si se prefiere «mentalidad grupo-analítica») no está en guerra con el individuo. La amplia gama de respuestas negativas y positivas generadas en un grupo que funciona satisfactoriamente, más bien realza que disminuye el crecimiento personal del individuo. La idea foulkesiana de “matriz grupal” con su interés en la vida del grupo y de sus miembros, añade una dimensión compasiva c histórica que está ausente en las ideas bionianas, que describen al grupo y al individuo como si fueran enemigos irreconciliables.
Para extraer hipótesis o sacar conclusiones, Bion se concentra sobre todo en el uso de la contra-transferencia y la modificación de las «proyecciones» negativas lanzadas por sus pacientes. Su «grupo-tarea» o «grupo de trabajo» se basa en esas dos dimensiones. Por su parte, al tener en cuenta una variedad mayor de factores grupales, Foulkes ofrece una perspectiva multi-dimensional. En el modelo bioniano, el analista es paradójicamente el líder de un grupo sin liderazgo y se convierte en la única fuente de funcionamiento superior. En el modelo foulkesiano el analista no es el único líder mas, con su actitud, establece las condiciones necesarias para que los miembros lleguen a formar un «grupo de coterapeutas».
Desde mi punto de mira, los dos modelos son propicios y, con el tiempo, incluso complementarios. La teoría y la técnica de Bion son provocadoras, incisivas e intelectualmente estimulantes. La actitud de Bion se despreocupa de la ‘administración dinámica’ del grupo, no se ocupa del entorno y procura la ‘regresión’. Sin embargo, nos abre los ojos a la hostilidad del mundo y, por tanto, a nuestra propia hostilidad. La actitud de Foulkes añade, en mi opinión, una dimensión de compromiso humano que la hace más terapéutica. Foulkes es proactivo además de re-activo. Mientras permite la regresión también estimula la ‘progresión’ que transforma a sus pacientes en agentes directos de su propia curación.
Nota
Este trabajo fue presentado al XII Congreso Mundial de Psicoterapia de Grupo en Buenos Aires (Agosto 1995). Versiones del mismo fueron expuestas en reuniones científicas en Londres, en ambas la Tavistock Clinic (Noviembre 1994) y la Sociedad Grupo-Analítica (Noviembre 1995). El artículo se publicó en el Journal de la Asociación de Psicoterapia Psicoanalítica del ServicioNacionaldeSaludBritánico,»PsychoanalyticPsychotherapy» (1996), 10(2): 155-170. Unos extractos del trabajo se publicaron en el «Boletín de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo» (1996), 4(10): 73-84.
Reconocimientos
Harold Behr, Sandy Bourne, María Cañete, Carlos Durán, Malcolm Pines, y mis colegas del Instituto de Grupo Análisis y de la Tavistock Clinic. Y gratitud especial a Jonh Bowlby por el valor de los consejos que me dió en los meses anteriores a su muerte, respecto a cada uno de los once pacientes.
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Palabras clave: Psicoterapia grupo-analítica. Formación. Supervisión.
Key words: Group-analytic psychotherapy. Training. Supervisión.
Mots clés: L’analyse psychotherapeutique de groupe. La formation. La technique.