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Clínica y Análisis Grupal número 33

Clínica y Análisis Grupal Nº 33

Año 7 (1983), Págs. 315-322

RESUMEN
Las autoras parten de la contratransferencia en pacientes esquizofrénicos como el punto de incidencia fundamental. Y lo delimitan dejando a un lado los aspectos de contención y de terapia de grupo, centrándose en lo que representa el encuentro con el esquizofrénico. A partir de los núcleos básicos de la personalidad plantean la relación del terapeuta con el paciente para tener en cuenta los aspectos de empatia y los puntos ciegos.

SUMMARY
The authors begin with contra-transference in schizophrenic patient as the fundamentally consequential point. They discuss it by leaving the aspects of contention and of group therapy to the side and center on what represents the encounter with the schizophrenic. Assuming the basic nucleus of the personality, they expound upon the relation-ship between the therapist and the patient, considering the aspects of “empatia” and the blind spots.

RÉSUMÉ
Les auteurs partent du contretransfert chez des patients schizophrénes, en tant que point d’incidence fondamental, ils le délimítent en laissant de cote les aspects de conten-tion et de thérapie de groupe, pour se centrar sur ce que représente la rencontre avec le schizophréne. A partir des noyaux de base de la personnalité, elles posent le rapportdu thérapeute au patient de facón a tenir compte des aspects de 1’empathie et des points avuegles.

Reflexiones sobre la contratransferencia 

Isabel Sanfeliu y Rosa Grueso

Todo trabajo con esquizofrénicos debe conceder una importancia especial a la contratransferencia. Habríamos de delimitar brevemente los dos espacios que consideramos necesarios en esta labor; el de la contención (realizada por un equipo terapéutico en el momento del brote) y el de la psicoterapia propiamente dicha (tratamiento prolongado a lo largo de todo el proceso de curación). En este segundo aspecto concreto, y centrándonos en la terapia individual -puesto que la grupal tiene unas características específicas que no vamos a abordar-, el juego transferencial es el elemento fundamental para crear el vínculo terapéutico que abrirá una brecha en el aislamiento del paciente, que a la vez resulta ser vida autista plagada de fantasía inconsciente, de forma que vaya adquiriendo instrumentos para llegar a afrontar la realidad -es decir, la relación- por una vía no delirante. 
Así como en las neurosis el terapeuta no se hace cargo de las demandas manifiestas del paciente y procura que trascienda del hecho concreto y sus asociaciones al símbolo como síntesis del aprendizaje, al esquizofrénico habrá que mostrarle lo que esperamos de él, responder a la continua necesidad que tiene de .que le confirmemos sus propias percepciones, desligando paulatinamente la realidad de sus fantasías. El vínculo que surge por este camino es al principio firme y cerrado: llega a ser creado un lenguaje propio, poco apto para la comunicación extraterapéutica; la interdependencia es intensa. En cierto modo se está repitiendo la relación primigenia, recreada en una situación correctora.
Esta situación correctora no está exenta de peligros: hay mensajes no dichos que son de capital importancia para el destino de esta relación. No debe olvidarse que, en última instancia, la relación terapéutica con el esquizofrénico se reduce a un encuentro de narcisismos. 
Formas como estas no son dichas, pero sí actuadas por parte del terapeuta: “ya puedes descansar, a partir de ahora yo te voy a cuidar. Déjate querer y guiar por mí”. Lo latente es la omnipotencia y el deseo de sustituir a la feroz familia por las cualidades excelsas del terapeuta. 
Pero aún hay más: si analizamos con algún detenimiento lo anterior aparece de hecho una contraposición entre el terapeuta, su estructura edípica y el ataque ideal a su familia en la familia del paciente. 
Edipo del terapeuta puesto contratransferencial mente en juego, en protesta frente al narcisismo del paciente no aceptado en el paciente de uno mismo: “él no puede estar tan enfermo que yo, en mi omnipotencia, no pueda curarle” o finalmente “él no puede descontrolarme tanto hasta el punto de hacerme como él”.
Como vemos, la relación con el esquizofrénico engendra problemas distintos a los que conlleva la terapia con neuróticos, en la que accedemos a su comprensión, fundamentalmente, a través de la identificación proyectiva.

El terapeuta se conecta normalmente con la realidad a través de una estructura edípica, lo que le permite predecir y tolerar el juego presencia-abandono, pudiendo soportar así el ser excluido y categorizar esta exclusión en el símbolo.

Por su parte el esquizofrénico se relaciona desde una estructura diádica, proyectando, introyectando y denegando el antiguo vínculo materno a todos los que establece, con la particularidad de que el aprendizaje que extrae es lineal, acumulativo, sin interconexiones íntimas entre las experiencias. 
Enfrentadas estas estructuras es evidente que el intercambio directo e inmediato de experiencias no va a ser posible, la metáfora será inútil. El terapeuta tiene que crear-con un código comunicacional en el que lo connotativo, lo analógico, se privilegia frente a lo denotativo.
Nos movemos en un sistema no regido por las leyes de la lógica formal, lo que lo asemeja, de alguna manera, al proceso primario.  Esta inusual forma de relación, levanta ansiedades que tienen que ver fundamentalmente con la exclusión.

La exclusión del terapeuta es equivalente aquí al autismo del paciente. Exclusión que significa cuestionamiento de la parte no resuelta del conflicto edípico, aquello que subsiste de alguna forma en el terapeuta de ansia destructiva, de narcisismo contrariado, de querer ocupar él mismo, con los aspectos más regresivos de su yo, el espacio propio del hermano-paciente. 

Existen tantos contenidos contratransferenciales como relaciones terapéuticas; analizar cómo se soporta la frustración en cada caso, nos remitiría a la propia biografía del terapeuta en colisión con el grupo paciente-entorno.

En principio, el esquizofrénico necesita reconocer a “aquel que ocupa el lugar de una representación”, de forma que soporte todos sus impulsos sin ser destruido por ellos. Si no alcanza este objetivo, es muy probable que la terapia no prospere, no se va a sentir respaldado y sus fantasías de destrucción aniquilarán al terapeuta. Si, por el contrario, éste llega a ser investido de todo-poder, deviene en “objeto idealizado”, consiguiendo así que el paciente comience a depositar en él sus ansiedades, pero sometiéndose a la vez al peligro de asumir simbióticamente su “ideal del yo”. Erigido así en Dios omnipotente, el narcisismo del terapeuta se inflacciona en un primer momento.

En un terapeuta con una personalidad de tipo esquizoide, la fantasía del psicótico entrará más en consonancia con aquella del que escucha, lo que no impide que la viva con distancia, que no se deje afectar demasiado por la misma. Esto puede hacerle parecer como frío o insensible. El terapeuta fantasea especularmente ser invadido. Pero lo que es un punto débil de este tipo de personalidad, se puede convertir en algo operativo sabiéndolo instrumentalizar de forma que lo que era frialdad se convierta en fortaleza.
Un terapeuta con una mayor fijación en la posición confusa del desarrollo tenderá a sobreexigirse para alcanzar el ideal que le han impuesto, lo que puede despertar en él sentimientos de ira dirigidos hacia la persona que le está obligando a dar esa imagen tan prepotente. Si estas ansiedades son demasiado fuertes, puede sobrevenir un desplome con la consiguiente sensación de impotencia. Si en el terapeuta esquizoide veíamos el binomio frialdadfortaleza, ahora observamos invasión versus flexibilidad. El confuso corre el peligro de aparecer como invasor al acercarse demasiado, demasiado pronto desde su gran autoexigencia. Destruir y emprender la huida es la fantasía del terapeuta en este caso.
Un terapeuta con núcleo depresivo, puede sentirse gratificado al recibir la petición inconsciente del paciente que le desconfirma su propia fantasía de desvalorización. Ante esto sentirá un impulso de agradecimiento que puede ser recogido por el paciente como debilidad. La envidia y el rencor frente al descontrol del paciente son los latentes contratransferenciales en esta ocasión. El maternaje es el lugar privilegiado de este núcleo.
Por otra parte, hay que considerar que estos núcleos de personalidad no existen puros, solamente son un modelo teórico. Para no caer en el reduccionismo, tenemos que tener en cuenta permanentemente que cada individuo tiene una historia susceptible de una doble lectura: diacrónica y sincrónica (utilizamos estos términos en el sentido de Ferdinand de Saussure), que incidirá directamente en la actitud y los sentimientos despertados por el esquizofrénico.
Hasta aquí nos hemos referido a la etapa en la que el esquizofrénico con su transferencia reviste de omnipotencia a la figura del terapeuta, pero debe llegar un momento en el que lo idealizado se torna en total, es decir, en realidad, y reaparece lo persecutorio, un juego de continuo cambio de signo amor-odio, acercamiento-pánico, realidad-fantasía.
El neurótico vive este problema desde la totalización ambivalente, lo que hace que el terapeuta a la par que odiado pueda sentirse querido y luego abandonado. Sin embargo, en la esquizofrenia aparece como divalencia (agresión-dependencia). Todo está depositado en una sola relación. Nos da o retira el afecto de forma rotunda, sentirá toda confianza o todo temor, sin conseguir que coexistan ambos sentimientos en un objeto ajeno a Yo. 
La ambivalencia inherente a todo individuo, la encontramos en el terapeuta en forma de restos narcisistas frente a la realidad edípica. El terapeuta experimenta una profunda frustración, que puede ser vivida como herida narcisista (fundamentalmente en el núcleo esquizoide, vaciamiento (en el confuso) o culpa-rencor (en el depresivo).
De todo lo visto se desprende que en la psicoterapia con esquizofrénicos, se engendra mayor toxicidad que en otros cuadros clínicos. No es peligroso que esto ocurra, el riesgo sería ignorarlo.

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