Psicoanálisis y política: vicisitudes del movimiento psicoanalítico argentino
Marie Langer (1)
Clínica y Análisis Grupal – 1976 – Nº1
Vol. 1 (1) Pags. 093-106
No hay un intelectual comunista. Pero no es posible un intelectual no comunista. A cada uno corresponde salir de esta contradicción por sus propios medios.
Bretón, 1953
Aunque el título de este artículo se refiere al movimiento psicoanalítico argentino en general, hablaré en primer término de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), e.d. del psicoanálisis institucionalizado. Me interesa especialmente, dilucidar, cómo la institucionalización de1 psicoanálisis transforma y distorsiona la praxis de esta ciencia y limita, sin pretenderlo desde luego, su propio desarrollo científico. También hablaré de APA, porque la corresponde históricamente el mérito de haber difundido el Psicoanálisis en la Argentina y en América Latina, pero APA es responsable también por la proposición de apoliticidad que sostuvo, sostiene y de la posición «neutra», vale decir conservadora, de sus integrantes, como de toda la zona de influencia que ellos abarcan, a través de sus analizados y los terapeutas que forman fuera de la institución. .
Se ha dicho muchas veces que Freud y el psicoanálisis fueron revolucionarios, y sin duda alguna, modificaron profundamente nuestro conocimiento del hombre. Pero el hecho de que los psicoanalistas al institucionalizarse se hayan transformado en pilares de la superestructura del sistema, en aparatos ideológicos del estado, como los define Althusser, merece una investigación más detenida. Intentaré aportar a esta empresa, pero como me es difícil hablarles de las vicisitudes de la APA, sin caer en lo anecdótico y excesivamente personal, ya que es historia reciente de la cual entre muchos yo fui protagonista, enfocaré desde otro ángulo.
Freud, en su búsqueda del saber olvidado de sus pacientes, descubre la represión. La define como una instancia que impide que los deseos rechazados, criticados y moralmente inaceptables, lleguen con claridad a nuestra conciencia. Estos deseos reprimidos ejercen desde el inconsciente su poder de múltiples maneras. Freud los describe como pulsiones instintivas en búsqueda de gratificación de tipo oral, anal y genital. Estas son las que se reprimen, si están reñidas con nuestra ética.
Pero, ¿cuál es la ética de nuestra civilización occidental y cristiana? Existe actualmente una contradicción obvia entre la ética que introyectamos desde nuestra infancia y la realidad del mundo en que vivimos. Freud la estudió profundamente en lo sexual. Dejó de lado el nivel económico. Tomémoslo ahora: mientras que en el medievo, por ejemplo, la pobreza era aceptada como «natural» y compensada en la otra vida (serán los pobres los que llegarán al goce del paraíso, mientras que los ricos tendrán tantas dificultades como el famoso camello en pasar por el ojo de una aguja) en nuestra época, más incrédula, esta metáfora ya no sirve para arreglarnos con nuestra conciencia. Ya desde pequeños vivimos en un estado de anemia. Porque mientras que nos enseñan en religión y en moral que todos los hombres somos iguales, con los mismos derechos y posibilidades independientemente de raza, clase y credo, de hecho no lo somos. ¿Vieron la expresión de extrañeza y perplejidad que muestran nuestros hijos bien cuidados, cuando por primera vez tropiezan con el problema del hambre y de la miseria? Pero cuando nos preguntan: «¿Por qué existen niños pobres?» solemos contestarles con la misma hipocresía, con la cual nuestros padres nos contaron el cuento de la cigüeña, cuando les inquirimos por el sexo.
¿Qué consecuencia nos trae esta contradicción ética y la mentira de la represión consecutiva? Para aclarar este contexto, expondré el resumen de un artículo sumamente importante y ¿justo por eso? olvidado. Su autor Fritz Sternberg , pertenece a este pequeño grupo de freudomarxistas -ese nombre terrible que ya no es adecuado- de los años treinta.
Mientras que Freud descubre la represión de los impulsos inaceptables y de lo éticamente incómodo a través de lo expresado por sus pacientes individuales, para extender después este concepto a toda la sociedad, Sternberg toma el camino opuesto. Analizando las diferentes formas de explotación y producción, denuncia la represión, a nivel de toda la clase dominante, del hecho de la explotación capitalista. Este hecho es reprimido, porque reconocerlo es «incómodo» y se ha vuelto éticamente inaceptable. Además, es un saber peligroso, porque en la medida en que se divulgara, incitaría aún más a los explotados a la lucha de clases. «Saber» de la explotación significa ponerla en duda y no aceptar al sistema capitalista como «natural» y, por eso, incambiable.
No fue siempre así. Sternberg destaca una diferencia decisiva entre todas- las formas de producción anteriores y la del capitalismo. Este, obviamente, no inventó la explotación del hombre por el hombre. Pero adoptó una forma nueva. Y a cada forma de producción corresponde, como superestructura, su propia moral. En la antigüedad la esclavitud respondía a una explotación abierta, totalmente admitida e incluida en el sistema. Por eso los griegos, fervorosos paladines de la democracia, no se daban cuenta siquiera de que ésta no era tal, porque excluía a los esclavos. Inimaginable era una sociedad sin clases. También en el medioevo la explotación de los siervos era abierta. Concretamente, diferenciado en tiempo y en espacio, podía distinguirse la explotación del campesino, del trabajo que debía realizar, para subsistir con su familia. Cuatro días por semana para el señor feudal, en el terreno de éste, del que efectuaba en su tierra durante tres para producir lo necesario para su mantenimiento y reproducción. La explotación era concreta y consciente. El señor sabía que explotaba, el campesino se sabía explotado. Nadie podía negar esta situación que saltaba a la vista. Además, para qué negarla, de todos modos era incambiable, ya que tanto el esclavo, como el campesino carecían de conciencia de clase. Las condiciones para ésta no estaban dadas.
La situación cambió con el advenimiento del capitalismo. La explotación del obrero industrial ya no es concretamente visible y separable en tiempo y espacio. El trabajo dedicado a su manutención y su reproducción no difiere del aplicado a la plusvalía. Si la plusvalía no fuera negable, los economistas burgueses forzosamente también la hubieran descubierto. Pero ¿por qué la niegan? Ahí Sternberg equipara «negación» con «represión» . Porque es un conocimiento «incómodo» y peligroso frente a explotados que, gracias a la forma de producción capitalista adquieren conciencia de clase y asumen conscientemente la lucha por una sociedad sin ellas. Frente a la exigencia de la clase obrera de eliminar la explotación y la plusvalía, la contestación de la clase dominante consiste en la negación: no existe la explotación. Es un invento demagógico de los socialistas. Pero para que esta negación sea eficaz, para que los capitalistas puedan, con «buena consciencia», luchar de día eficazmente contra la clase obrera y dormir tranquilos de noche, la negación se convierte en represión, con todas las consecuencias que esto implica.
Desaparecen otras palabras del diccionario de las teorías económicas burguesas y, en general, el pensamiento y la filosofía de la clase dominante sufre las distorsiones provenientes de esta represión. Lo que Sternberg demuestra en su trabajo, respecto a Nietzsche y Schopenhauer, intentaré ejemplificarlo con los temas de estudio del pensamiento psicoanalítico institucionalizado.
El ser humano reprimía siempre, en todas las épocas. Pero únicamente en el capitalismo se impuso tal hipertrofia de la represión, que se dieron las condiciones objetivas, para que Freud la descubriera y estudiara a fondo a nivel individual e instintivo. Pero como él mismo estaba sumergido en el pensamiento y la ideología de su clase, limitó su estudio a lo sexual y al drama de la familia de su sociedad y clase, aceptando a esta familia como «natural» e inmutable.
Freud, casi contemporáneo de Marx, y actuando en una sociedad y en una capa social en la cual la discusión del marxismo pertenecía a lo cotidiano, nunca le dedicó más que unas cuantas frases polémicas. Pero esta negación también tuvo sus consecuencias e impuso, además, determinado sello a las instituciones psicoanalíticas.
Para ejemplificar: Werner Kemper, hombre de unos setenta años, analista didáctico primero en Berlín, después en Río de Janeiro, y ahora de nuevo en Berlín, me mandó, hace algún tiempo, un apartado autobiográfico . En éste describe el clima reinante en la sociedad psicoanalítica berlinesa al principio de la época nacional-socialista: «Hasta bien entrados los años treinta estábamos tan absorbidos por el psicoanálisis que, inclusive los colegas judíos casi no percibieron las señales de alarma de afuera, pertenecientes al gran acontecer mundial. Finalmente, sin preparación interna o externa previa, fuimos arrollados por los acontecimientos». Para Kemper ahora, a posteriori, esta ceguera del grupo es inexplicable; y se pregunta por las causas. «¿Fue falta de educación cívica y de comprensión? ¿Fue ingenuidad, un optimismo cómodo?, ¿escotomización? De todos modos era una defensa inconsciente para no prever una evolución probable, que, si la hubiéramos detectado, habría destruido todos nuestros deseos y esperanzas profesionales y personales».
Esta defensa inconsciente, esta incapacidad de evaluar adecuadamente una realidad externa, política y social proviene de la represión descrita por Sternberg.
En un trabajo mío presentado en el Congreso Internacional de Viena, refiero un aislamiento parecido en la sociedad psicoanalítica vienesa . En APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), sociedad madre de casi todas las organizaciones psicoanalíticas latinoamericanas, la más numerosa de habla española, la asociación a la cual pertenecí durante veintinueve largos años, tampoco es distinta. Su historia oficial está registrada en «El libro de los chismes» como lo llamaban en Buenos Aires . Describe nuestro origen. Buenos Aires, APA, 1943. Éramos un grupo selecto de gente culta e inquieta de clase media acomodada; fuimos los fundadores. Nos sacrificamos, trabajamos y estudiamos duramente, para difundir y enseñar el psicoanálisis. Eramos progresistas. Ofrecíamos sabiduría, salud física y mental a Buenos Aires y a las Américas. Entiéndanme bien, hablo con ironía, pero no reniego de esa época, reconozco plenamente la importancia del psicoanálisis, pero no expondré la versión oficial de la APA, porque supongo que ustedes no piden la historia latente detrás de lo manifiesto. Para esto, tenemos que volver a Sternberg.
Nosotros nos proponíamos salvar al mundo a través del psicoanálisis. Y no sabíamos (algunos lo escotomizaron conscientemente, otros lo tenían reprimido), que como miembros de la clase dominante salvábamos únicamente a nuestros analizados que pertenecían a la misma clase y participaban, como nosotros, de la explotación. Nos sentíamos una élite intelectual, pero no nos dimos cuenta que nuestra asociación, junto con la ciencia que ofrecía, estaba determinada para mantener el valor económico del título de psicoanalista y del psicoanálisis, a costa de otros competidores que excluimos de los beneficios. «Únicamente es psicoanalista y tiene el derecho a llamarse así, quien pertenece a una sociedad psicoanalítica, miembro de la Sociedad Psicoanalítica Internacional». Encontramos esta frase, con variaciones, en los reglamentos de todas las sociedades psicoanalíticas «oficiales». Creo que es la única vez que una ciencia sea definida a través de una pertenencia institucional, esta norma es la base del prestigio científico y poder económico que ofrecerá y manejará la institución. Estábamos en eso, sin darnos cuenta que, de un grupo de gente con buenas intenciones, nos habíamos transformado en sostenedores de un aparato ideológico del estado.
No nos acuse. No pudimos tener conciencia por un acto de voluntarismo, porque habíamos sucumbido a la represión, descrita por Sternberg. Pero, ¿es correcta la aplicación del término represión frente a la explotación capitalista? Según Freud la represión es la respuesta a impulsos libidinosos moralmente no admisibles. Nunca nos hemos preguntado, aunque aplicábamos el psicoanálisis a tantos enigmas, qué podía significar la apropiación a nivel inconsciente. Significa robo, robo en todas las etapas del desarrollo psicosexual. Significa robar el pecho y la leche, y lo que ahora es latente, era manifiesto y admitido en la época en la cual un ama de leche alimentaba y daba cariño maternal y calor al niño pudiente a costa de su propio hijo abandonado. Si el dinero se equipara en el inconsciente con excrementos sobreva-lorados, apropiarse es robar y vaciar a nivel anal. Ya que en esta sociedad de consumo las mujeres de nuestra clase compran belleza y se convierten a su vez en objetos comprables, la acumulación de la plusvalía se convierte en robo de potencia y en dominio a nivel físico. Además, robamos Eros, para usar el término más general, y robamos años de vida y proyecto vital. Si miran en la calle, con ojos dispuestos a ver, observarán la diferencia física en fuerza y juventud de un hombre o una mujer de cuarenta años, por ejemplo, de nuestra clase que están en la plenitud de su vida, con alguien del pueblo de la misma edad.
Pero aunque esta diferencia salte a la vista, según yo sepa, no ha sido objeto de estudios psicológicos. Sin embargo, últimamente, los compañeros que pertenecen al Instituto de Medicina del Trabajo investigan la relación entre diferentes clases y capas sociales, años de vida y proyecto vital. Llegaron a la conclusión de que mientras que el hombre y la mujer de clase media de treinta a treinta y cinco años sienten que «tienen la vida por delante», el obrero y la obrera de la misma edad, gastados por su labor malsana y agotadora en el progreso de producción, preguntados por su futuro ya delegan todo en los hijos. Hay que trabajar más todavía, hay que hacer horas extras a dos turnos, para poder solventar la educación de los hijos. Ya que uno está reventado, por lo menos los hijos deberán ser profesionales y liberarse así de la fábrica.
Actualmente, a nosotros, padres analistas o analizados, ya no nos es difícil aclarar a nuestros hijos pequeños, cómo se hacen o cómo nacen los niños, pero nos cuesta hablarles de la muerte, por nuestra propia impotencia frente a ella. Y no sabemos cómo la culpa que nos da ser cómplices del sistema. Cuando, obligados por las circunstancias, tenemos que enfrentar las preguntas de nuestros hijos, el niño responde con susto e incredulidad. La noción reprimida del robo permanente, del cual participamos como clase, es causa de mala conciencia que, poco a poco se transforma en mala fe y en malestar de la cultura. Pero es justamente esta causa del malestar la que Freud omite en su investigación.
Este malestar y las consecuencias de la represión para los procesos de pensamiento y conocimiento son generales. Pero se manifiestan en mayor grado en los núcleos psicoanalíticos por dos razones: 1)nuestra vocación de curar y reparar entra en una contradicción muy grande con nuestra complicidad con el sistema , y 2) nosotros, dedicados constantemente a levantar represiones y dar y adquirir consciencia de situación, pagamos más caro que otros por nuestra mala fe social.
Repito, éramos un grupo selecto, culto, inquieto, de buena voluntad. Trabajábamos mucho y ganábamos bien.
Estaba mi fracción. Yo también sabía marxismo. No reprimí mi conocimiento del significado de la plusvalía. Lo explicité y me adherí a Melanie Klein. Unas pocas palabras con respecto a ésta. No me cabe duda que ella enriqueció mucho nuestra comprensión psicoanalítica. Le debemos, por ejemplo, la ampliación del concepto de fantasía inconsciente y la profundización del complejo de castración femenina. De esta manera devuelve a la mujer la identidad que Freud le había quitado. Pero hay dos conceptos kleinianos que quisiera discutir en este contexto. Primero, su enfoque de Tanatos y los primeros meses de vida. Siguiéndola estrictamente, desembocamos, sin advertirlo siquiera, de nuevo en la idea de pecado original: el hombre es malo de por sí desde el nacimiento y tiene que redimirse (curarse, en nuestra terminología) a través de una reparación constante. Melanie Klein nos sirvió así para elaborar, de manera opuesta, que la fracción fatalista era nuestra mala conciencia social.
Otro concepto kleiniano, de englobar toda nuestra intervención analítica en el campo transferencial llevó a Heinrich Racker, a elaborar sus ideas sobre la importancia fundamental e instrumental de la contratransferencia. Tomando ideológicamente, diría que Racker logró así establecer una relación más simétrica y menos idealizada entre analista y analizado.
Pero este enfoque retomado y llevado al extremo por una fracción fatalista se volvió idealista al servicio de la exclusión y negación total de la realidad externa, es decir del contexto social de sus pacientes.
Mi adhesión a Melanie Klein fue, también a otro nivel, una transacción entre lo psicoanalítico y lo político-ideológico. Su concepto sobre la femineidad me ayudó, más allá de ofrecerme una clave para entender los trastornos procreativos (problemas de menstruación, esterilidad, aborto espontáneo, etc.) a reivindicar a la mujer en sí. Sé y sabía que la liberación de la mujer se da solamente en una sociedad liberada. Pero la línea de mi trabajo atacaba por lo menos, sin que me diera demasiada cuenta, en ese entonces, el concepto más ideologizado de Freud, su idea de una familia patriarcal ahistórica e inamovible.
Todo un grupo numeroso, estimulado primero por Rodrigué, Resnik y Usandivaras, encontramos a través de la psicoterapia de grupo, de corte analítico, otro intento de apertura hacia lo social. Era una transacción. Pusimos el análisis a disposición de todos. Pero recién ahora compruebo, en el trabajo hospitalario diario, que lo que hacíamos de esta manera no sirve para todos, en concreto en ese momento y en esa sociedad. Llevábamos con nosotros del análisis individual al grupo nuestros preconceptos y prejuicios sobre el hombre en sí y su salud mental. El hecho de que nuestro libro sobre el tema haya alcanzado varias ediciones tanto en castellano como en alemán, comprueba que nuestra apertura fue absorbida por el sistema.
De hecho, la Asociación de Psicología y Psicoterapia de grupo surgió de un enfrentamiento con APA. Era esta la época en que las tensiones habían llegado a su culminación, delante de una generación joven que presenciaba, perpleja y confundida, las peleas entre «los padres», y percibía vagamente sus pactos secretos y corruptos.
En 1959 Garma propone un simposium sobre las relaciones entre psicoanalistas. El simposium sirvió para entender lo específico de nuestras sociedades psicoanalíticas . Nuestras asociaciones se estructuran a través de grupos en forma de pirámides, liderados por cada analista-didáctico-maestro. La cohesión de estos grupos está dada por el uso y. a menudo, el abuso de la transferencia y por la contratransferencia que se establece en la situación forzosamente regresiva de los análisis didácticos interminables. Las consignas de cada grupo provienen del conflicto del líder, pronto compartido por todos, entre su vocación mesiánica y su idea de salud mental. Tanto él como sus adeptos deben ser modelos de felicidad. Ya que esto no se logra, se proyecta la culpa, y el grupo opositor es acusado de todos los fracasos. Entiendo recién ahora que estas características nos hacen especialmente sensibles frente al sentimiento de culpa social reprimido y vuelven a nuestras sociedades, integradas por gente largamente analizada, que debieran ser un modelo de amor y colaboración, en modelo de discordia.
1961 marca el principio de otro enfrentamiento de las fracciones movidas por la culpa social. La batalla por el Centro Enrique Racker. Llegamos a una solución no viable, ya que una fracción mantuvo que, siguiendo los criterios de la mayoría de los institutos europeos y muchos norteamericanos, debería haber tratamientos analíticos gratuitos, mientras que el otro declaraba que, siguiendo los criterios opuestos de la mayoría de las sociedades latinoamericanas y algunas otras norteamericanas, no debería haberlos. Se llevó a la transacción absurda del análisis gratuito de un año de duración, ofrecido a personas de trascendencia social, como maestros, jardineros y enfermeros. La lucha por la subsistencia del Centro, dedicado a la asistencia gratuita, duró casi hasta nuestro éxodo. El peso mayor de amargura recavó sobre José Bleger. El fue director del Centro cuando, por mayoría de votos, se dio por terminada esta actividad. La obligatoriedad para los candidatos, de atender durante un año gratuitamente, recibiendo a su vez control gratuito, fue combatido apasionadamente bajo el lema «trabajar sin compensación económica es masoquismo», por muchos de los que posteriormente se fueron de APA al campo político. Actualmente atienden sin remuneración y sin obligación en diferentes servicios hospitalarios. En ese entonces la oposición de este grupo me indignó. Hoy pienso que tenían razón, aunque en lo manifiesto, sino en lo latente. Los parches no sirven, por lo menos en situaciones institucionales de este tipo.
Describí los grandes enfrentamientos en APA., pero hubo muchas más vicisitudes. Por ejemplo, casi toda APA, su plana mayor, estuvo unida contra e1 grupo que introducía el ácido lisérpico en nuestro encuadre. Creo que nos unimos por que en este caso la huida de la realidad exterior se había hecho demasiado evidente v escandalosa. Unos anos después nos fuimos de APA, muchos estudiantes del instituto, muchos adherentes y cinco didactas. Las vicisitudes de esta situación, desencadenada por un despertar político general de la Argentina, que incidía en el proceso de concientización de cada uno, las describí en el prólogo de Cuestionamos (libro ya citado). Pero para este análisis no creo que lo importante sea destacar lo anecdótico, como por ejemplo, el epistolario entre el presidente de APA y el de la Federación Argentina de Psiquiatras o que el grupo Plataforma haya salido una semana antes que el grupo Documento, sino analizar qué nos pasaba, para que nosotros, muchos pertenecientes a APA durante muchos años, abandonáramos la institución.
Pero, ¿cómo era esta APA?, ¿cómo son nuestras instituciones en general? Mientras que los primeros analistas vinieron a Freud, fascinados por su gran descubrimiento y dispuestos de enfrentar la indignación y resistencia que les oponía la sociedad, cuando el psicoanálisis no rendía ni a nivel económico, ni de prestigio, sino era una gran aventura intelectual, nosotros, los epígonos, los psicoanalistas institucionalizados desde hace años, atraemos a la juventud por ser modelos de Salud Mental y de Status. Nos consideran envidiables. Armando Bauleo nos describe como «fuente de identificación» ya que «damos permanentemente la imagen de libertad. Somos libres en los honorarios, en los horarios, en la producción intelectual y hasta en los instintos; para nosotros no existe ningún tipo de represión, nuestros comportamientos a lo sumo son sólo «ajustados» a la realidad… En las instituciones analíticas no se rivaliza, ni se compite… El mundo ideal se va instalando, provocando la envidia, el anhelo, el proyecto y hasta la ambición desesperada de quienes no pueden desarrollarse en esta sociedad».
Subrayé antes el grado de malestar que, en contraste con la imagen que damos, reina en el pequeño campo de las sociedades psicoanalíticas, justo cuando ya se han impuesto y no tienen que luchar más contra un ambiente hostil. Creo que todo analista, de pertenencia larga a una asociación estaría de acuerdo conmigo sobre este punto. En este artículo intento analizar las causas de este malestar que el candidato a analista desconoce . Su expectativa es bien distinta. Espera que, al transformarse en analista, es decir, en persona dedicada a curarse y curar a los demás, se liberaría del malestar que tiñe a toda nuestra sociedad. Recién, poco a poco percibe que, al entrar en la carrera y en la institución, en lugar de salvarse de conflictos, los agravó.
Freud nos brindó el psicoanálisis, para poder curar ciertos cuadros neuróticos, muy concretos, para comprender mejor nuestras motivaciones secretas y para seguir investigando en la línea que él nos había trazado. Nosotros, idealizándonos e idealizando su método, para reforzar así la represión de nuestro saber social, esperábamos transformaciones y armonías totales y pensábamos que con un análisis bastante prolongado y profundo nos íbamos a convertir en superhombres. (Hasta se pensó, salvar al mundo. Se acuerdan los mayores entre ustedes, cuantas veces se oía durante la época de la guerra fría que si Roosevelt o Eisenhower y Stalin se analizaran, el destino del mundo sería resuelto?) Y transmitimos esta esperanza, hecha promesa, a nuestros seguidores. Ocurría eso, aunque Freud nos haya prevenido contra estas ilusiones , y aunque sabíamos a priori que las personas que se deciden a dedicarse al psicoanálisis, son más conflictivos (y necesitados de reparar) que el hombre común. Cuando nos dimos cuenta de nuestras limitaciones, ya era tarde. Y para mantener la imagen pública y publicitada. callábamos hacia afuera nuestras críticas y desilusiones y nuestro saber sobre las debilidades de los mandarines del psicoanálisis, los analistas didácticos. Protegíamos nuestra imagen, en alianzas corruptas, con una jerarquía férrea.
Dije antes que Freud nos trazó cierta línea para nuestras investigaciones. Que ésta no desembocara en el descubrimiento de la represión de nuestro sentimiento de culpa por el robo de la plusvalía -apropiación en la que se basa nuestra sociedad capitalista-, tiene su lógica. Freud estaba demasiado absorbido por su obra, demasiado necesitado de tranquilidad social, para poder fortalecerla suficientemente, demasiado ligado también a sus analizados que eran de su clase o de clase alta (a veces pienso si Freud no rechazó también a la Unión Soviética tan rotundamente, porque muchos de sus primeros pacientes pertenecían a la aristocracia rusa), como para cuestionarse el sistema en que vivía. Pero que nosotros, tantos años después de Freud no hayamos entrado seriamente, y no extrapolando, en el campo social, se explica por nuestra institucionalización profesionalista. Un pensador tan sabio y viejo como Bion predijo que los próximos descubrimientos psicoanalíticos provendrán probablemente desde fuera de las sociedades, va que éstas, de continente protector de un pensamiento revolucionario, se habían transformado en su traba.
Cuando nos fuimos de APA no tuvimos consciencia de todo este proceso que estoy describiendo. Sabíamos únicamente que queríamos luchar como analistas y con nuestra herramienta por un cambio social, que la situación argentina favorecía esta lucha y que APA, muy concretamente (vea el prólogo de Cuestionamos) se había convertido en freno para nosotros. Recién fuera de APA y con el tiempo, nos dimos cuenta que recuperábamos una facultad de pensar y cuestionar y una liviandad que, poco a poco y sin darnos cuenta, habíamos perdido.
Nos metimos de lleno en todos los campos disponibles. Levantamos nuestros gremios: la Federación Argentina de Psiquiatras, la Asociación de Psicólogos y la Asociación de Psicopedagogos, politizamos sus luchas v, superando las discriminaciones y los viejos prejuicios absurdos entre psiquiatras, psicólogos y psicopedagogos, creamos la Coordinadora y el Centro de Docencia e Investigación (CDI) donde a todos los agremiados, por un costo mínimo, se ofrecía formación psicoanalítica, enfocada, hasta donde pudimos, desde un ángulo nuevo, y marxista. Durante la dictadura luchamos juntos con el Forum por los derechos del hombre, con COFAPEG y con la gremial de Abogados contra la tortura v arbitrariedad y por la libertad de los presos. Nos adherimos a la lucha obrera. Participamos de sus manifestaciones. Por su parte fue el gremio de los obreros gráficos que generosamente hospedó al CDI en sus principios. Según su pertenencia partidaria o ideología cada uno participa desde los diferentes partidos marxistas o desde el ala izquierda del peronismo en la lucha por el fin de la dictadura, elecciones libres y un gobierno popular y anti-imperialista.
En mayo de 1973 Campera, elegido por gran mayoría, asume el poder. Todos estuvimos en Plaza de Mayo, todos en Devoto , cuando se logró liberar a los presos políticos, gracias a la presencia y presión del pueblo. Cambió la Universidad. Bajo la dirección de funcionarios, pertenecientes a la Juventud Peronista fue transformada de una institución rígida y elitista en casa de enseñanza del y para el pueblo. Se crearon nuevas cátedras e institutos. (El de Medicina del Trabajo, por ejemplo) Peronistas y no Peronistas, todos ofrecíamos nuestra plena colaboración. Además de enseñar, de organizar jornadas y congresos con criterio nuevo y asistencia masiva, de trabajar en los gremios, investigábamos, escribíamos y estudiábamos. Habíamos aprendido a usar nuestra ciencia de una manera nueva.
Igualmente no nos duró nuestra primavera. Junto con el pueblo argentino perdimos lo conquistado. Pero también junto con muchos compañeros aumentamos nuestra conciencia. Y la lucha sigue en nuestro país. Siempre sabíamos, desde ya, que la revolución no pasa por los psiquiatras, ni los psicoanalistas. Pero es importante que nosotros, los analistas no institucionalizados y conscientes de nuestras contradicciones y de nuestra responsabilidad en esta sociedad de clases sigamos, donde estemos, trabajando para colaborar en la lucha y demos nuestro aporte específico en la creación del hombre nuevo.
Copyright del autor. Artículo inédito.
(1) M. Langer: Psiquiatra. Psicoterapeuta. Fundadora de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro del Grupo Plataforma Internacional (Disidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional). Ensayista. Formó parte de las Brigadas Internacionales. Obras y compilaciones: Psicoterapia del Grupo (Paidos), Maternidad y sexo (Paidos), Cuestionamos I y II (Granica), El grupo psicológico de la terapéutica, enseñanza e investigación. Psicología del cáncer. Fantasías eternas a la luz del psicoanálisis.
Friiz Sternberg: «Marxismo y Represión», en Marxismo, Psicoanálisis y Sexpol, Granica Editor, Buenos Aires, 1972.
Freud, al distinguir entre la represión y la negación, expresaba de ésta última: «Negar algo, en nuestro juicio, equivale, en el fondo, a decir: Esto es algo que me gusta reprimir». Sigmund Freud: La Negación, Obras Completas, tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948.
Werner Kemper: Psychotherapie in Selbstdarstellungen, Hans Huber Bern, Stuttgart, Wien, 1973.
Marie Langer: «Psicoanálisis y/o Revolución Social», en Cuestionamos, Granica Editor, Buenos Aires, 1971.
Arminda Aberasturi, Fidias Cesio, Marcelo Aberasturi: Historia, Enseñanza y Ejercicio Legal del Psicoanálisis, Bibliografía Omeba, Buenos Aires, 1967.
Sigmund Freud: El Malestar del la Cultura, Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1948.
León Grinberg, Marie Langer, Emilio Rodrigué: Psicoterapia del Grupo, su enfoque Psicoanalítico, Ed. Paidos, Buenos Aires, 1957.
Marie Langer: «Ideología e Idealización», Rev. Psicoanálisis, 1959, tomo XVI, número 4.
Armando Bauleo: «Psicoanálisis y Salud», en Los Síntomas de la Salud, Psiquiatría Social y Psicohigiene, Editorial Cuarto Mundo, Buenos Aires, 1974.
Fernando Ulloa, en un capítulo de Cuestionamos (Granica Ed., Buenos Aires, 1971), analiza las formas a través de las cuales se manifiesta este malestar. El título de su trabajo ya las define: «Extrapolación del encuadre analítico en el nivel institucional: su utilización ideológica y su ideologización».
Sigmund Freud: Análisis Terminable e Interminable, Obras Completas, tomo III, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1948.
Conferencia de Bion en la Asociación Psicoanalítica Argentina, 1972.
Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales.
Devoto, la cárcel principal de Buenos Aires.