Imago Clínica Psicoanalítica

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Revista Clínica y Análisis Grupal 45

Nicolás Caparrós

Clínica y Análisis Grupal – 1985 – Nº 38

Este trabajo ha sido ampliado a partir de su presentación original en el Simposium Ibn-Sina Collomb (Agosto 84), para su publicación.

 

A modo de introducción

Afortunadamente nos contamos entre ese grupo de autores que manifiestan la opinión de que la metapsicología psicoanalítica puede ser profundizada y continuada y que no se puede considerar como una estructura cerrada. En este sentido, desde hace ya varios años hemos emprendido una serie de trabajos con este fin. Pretendemos lograr una mayor sistematización que no implique desembocar en la teoría autosuficiente y que articule entre sí los diferentes saltos que el psicoanálisis ha efectuado a lo largo de su historia. Intentos de este tipo fueron emprendidos por Bion en Inglaterra, en lo que se refiere a las propuestas –no teorías- kleinianas y en Francia por autores tan dispares como Lacan, Laplanche y Assoun. Me refiero, claro está, a propuestas novedosas y no a meras tareas de recompilación, cuyo interés es mucho menor. La mayoría de estos autores se han apoyado en conceptos llave, bien sea creándolos a partir de elementos ya presentes en el  Psicoanálisis, o subrayando de manera diferente la importancia de los que ya existían. Tal consideración merecen los supuestos básicos de Bion, el estadio espejo y el peculiar enfoque del deseo que hace Lacan o el Psicoanálisis como intervalo imaginario de Assoun. 

Con esta misma pretensión elaboramos nuestros Núcleos básicos de la Personalidad. Como veremos a continuación, este concepto metapsicológico está integrado por elementos más simples. Más tarde señalamos su relación con la pulsión y el deseo.

La comprensión del núcleo precisa el método dialéctico. En efecto, en la teoría psicoanalítica se hace evidente el salto en cada una de sus construcciones; es una necesidad propia que, por definición, se coloca fuera de la percepción ingenua del sujeto desde el mismo instante en que postula la existencia del Inconsciente, y que a la vez rechaza el realismo ingenuo o incluso el positivismo más sofisticado que hace del experimento el eje fundamental de sus investigaciones. El Psicoanálisis renuncia, a diferencia de otras ciencias, a la predicción y procede a explicar (la interpretación es una explicación) sucederes psíquicos del pasado y presente del sujeto. La transformación de las relaciones actuales con lo real es uno de sus objetivos, pero utiliza como guía no modelos futuros de conductas deseables sino la sobredeterminación de los conflictos acaecidos en la biografía del sujeto. Partiendo de un punto anclado en la biología y estando limitado en otro por el contexto social –fronteras heterogéneas, como puede verse- el psicoanálisis pretende explicar las cicatrices evolutivas y el desarrollo. Lo que el sujeto vaya a ser y lo que el futuro le depare será cuestión de la teoría de posibilidades o de los augurios, pero no pertenece al campo psicoanalítico.

El sujeto no puede conocer lo real. En esta proposición late el viejo Kant, pero si es capaz, en cambio, de definir la realidad como «la imagen de nuestras relaciones con la naturaleza» (real) (Heisenberg). Las realidades son múltiples y el Psicoanálisis es una ciencia histórica.

Los núcleos, como tendremos ocasión ver, también son un proceso. Para seguir su trayectoria sistemática, nos proponemos analizar brevemente los conceptos de Núcleos básicos de la personalidad, Pulsión y Deseo. Naturalmente, debido a la novedad del primer concepto, dedicaremos a éste un espacio mucho más amplio.

Bosquejo sobre los núcleos básicos de la personalidad

Los orígenes de esta idea ocupan un espacio importante en el Psicoanálisis. El vocablo ha sido empleado con diferente alcance por M. Klein, R. Fairbairn, H. Rosenfeld, E. Pichón Rivière, J. Bleger, H. Kesselman y nosotros mismo. Veamos, siquiera sea de forma somera, algunas de sus acepciones.

Para M. Klein el concepto de núcleo se superpone con el de objeto interno. El núcleo es el resultado del proceso de internalización, sin que éste aparezca sistematizado. En Fairbairn cabría pensar que núcleo es aquello que, perteneciendo al sujeto, queda enquistado fuera de la esfera de acción del yo. Es una fuente de patología.

El caso de J. Bleger es similar; alcanza sobre todo connotaciones psicopatológicas: «núcleo es aquello que, perteneciendo al propio sujeto, permanece, no obstante, como cuerpo extraño del Self». Bleger no explica si éstos son consecuencia de una Spaltung definitiva, de la represión originaria (Urverdrängung) o del silencio interior creado por la forclusión (Verwerfung). La irrupción en el yo provocaría catástrofes psicóticas [2]. En cualquier caso, para Bleger núcleo es aquello no integrado en la personalidad, justamente lo opuesto a lo que nosotros vamos a defender.

Matizando más, Fairbairn, a diferencia de M. Klein, analiza el núcleo como resultado de la introyección conjunta del sujeto-objeto, es decir de la relación, posición más acorde con la que sostendremos nosotros. «M. Klein -dice Fairbairn- nunca explicó satisfactoriamente la manera en que las fantasías de incorporación oral de los objetos pueden dar lugar al establecimiento de objetos internos como estructuras endopsíquicas; no es posible denominarlos con propiedad objetos internos, pues seguirán siendo simples ficciones de la fantasía». (R. Fairbairn, Teoría Psicoanalítica de la personalidad).

Las ideas de H. Kesselman aportan otros puntos de vista. Este autor utiliza como paradigmas para describir los núcleos «las así llamadas psicosis básicas: la confusión, la esquizofrenia y la melancolía».

«Por esta razón, consideramos a estos tres núcleos (esquizoide, confusional y melancólico) como las psicosis fundamentales hacia las que podría regresar cualquier ser humano si no dispusiera de mejores defensas (neuróticas o psicóticas). Y más adelante: «En todo ser humano trataríamos de distinguir entonces el predominio, sucesividad, simultaneidad o alternancia de estos núcleos psicóticos, para configurar el diagnóstico de estructura psicótica básica de toda personalidad. Queremos decir con esto que si encontramos predominio de un núcleo, como es lo habitual, podemos hacer un diagnóstico de estructura psicótica básica de toda personalidad. Queremos decir con esto que si encontramos predominio de un núcleo, como es lo habitual, podemos hacer un diagnóstico para ese momento de la clínica. Decimos entonces que para ese momento, esa situación y esos vínculos sociales, el sujeto presenta un predominio de núcleo confusional, esquizofrénico o melancólico» (Psicopatología vincular. H. Kesselman. En Clínica y Análisis Grupal 1977 nº. 4, págs. 7-28). A mi juicio, en los planteamientos de este autor aparecen dos diferencias fundamentales con los nuestros: el primero, común a toda la orientación kleiniana, consiste en el amplio uso que efectúan de la palabra psicosis. Como hemos insinuado ya, no apoyamos la idea del continuum psicosis-psicopatía-neurosis. Creemos, eso sí, que en los tres casos se trata de propuestas de desarrollo positivas por parte del sujeto en su compromiso con la realidad, como tales propuestas son otras tantas estructuras con rangos de complicación diferente, caminos no intercambiables entre sí. En mi opinión, el error estriba en el vicio kleiniano de haber mezclado la fenomenología con el análisis para estudiar el mismo problema. De esta circunstancia proviene también el uso abusivo del término regresión. La posibilidad de regresar pertenece a la estructura peculiar del sujeto concreto. En otras palabras: una regresión determinada, ya sea tópica o temporal, es específica de una organización intrapsíquica determinada y no es transplantable sin más a la organización diferente de otro sujeto. M. Klein en sus estudios sobre los niños tuvo ocasión raras veces de observar estructuras genéticamente estables, de ahí que les confiriese a este término una mayor amplitud y universalidad que la que en realidad tiene. Cabe decir también que el sujeto puede regresar a lo que ya tiene inscrito y sólo a eso. Inevitablemente esta discusión nos lleva también a abordar el problema de aquellas neurosis que devienen después en psicosis. A este respecto nuestra postura es terminante: en esos casos hay que convenir que ha existido un error diagnóstico y que hasta ese momento nos habíamos enfrentado a una pseudoneurosis, es decir a una auténtica psicosis que superestructuralmente podía remedar a una neurosis.

El segundo punto de discordancia con nuestras ideas se refiere a que el mismo sujeto puede presentar |«predominios nucleares diferentes. Considero más bien que lo que sucede es que un mismo sujeto a lo largo de su vida efectúa elaboraciones diferentes a partir del núcleo básico de personalidad que posee. Esta diferencia estriba, sobre todo, en que para nosotros el núcleo será una estructura formada por objetos internos y que desde el horizonte kleiniano la diferencia entre objeto interno y núcleo no siempre existe. Esta breve revisión bibliográfica sobre los hitos más importantes en la historia del concepto de núcleo debe servir para resaltar con claridad nuestros puntos particulares de partida.

En esta relación no hemos citado a Freud. En sus trabajos se refiere reiteradamente al término complejo nuclear de las neurosis que devendrá en el complejo de Edipo. Su acepción también difiere de la nuestra, puesto que tendremos ocasión de ver que lo fundamental del núcleo básico de la personalidad se forma con anterioridad al complejo de Edipo. Sin embargo, es obligado decir que la perspectiva dinámica de Freud resulta imprescindible para la construcción del concepto.

Nuestra propuesta

Núcleo procede del latín nucleus, derivado de nux-nucis, nuez. Hace referencia a la parte más interna que sirve de sostén a cierta cosa, la porción que constituye el principio de algo a cuyo alrededor se agrupan otros elementos para completarlo.

El Núcleo de la Personalidad, en el sentido psicoanalítico, debe recuperar gran parte de su significado etimológico, perdido en otras acepciones para las que convendría más la denominación de satélite o de resto psíquico. Con el fin de abreviar, iremos haciendo una serie de puntualizaciones esquemáticas.

El Núcleo es una estructura que pertenece con todos sus elementos al nivel psicológico de integración

Por lo tanto no se trata de una articulación biopsicológica ni psicosocial. Se integra por completo en el campo de la psicología profunda en general y del Psicoanálisis en particular. Como tal estructura no representa un mero conglomerado o yuxtaposición de acontecimientos biográficos depositados en el interior del sujeto mediante los procesos de internalización, cualesquiera que fuesen éstos [3]. Una estructura viene definida por los elementos que la forman y las leyes que rigen las relaciones que estos mantienen entre sí.

Los elementos que componen el núcleo son los objetos internos, que, como veremos, son de tres tipos: objetos parciales, objetos ideales y objetos totales.

Las leyes que rigen las relaciones entre los elementos del núcleo son los mecanismos de defensa y, de entre ellos, la introyección, la proyección, la escisión, la renegación (Verleugnung), la represión, la identificación proyectiva y el desplazamiento.

Finalmente, conviene decir que el núcleo es un sistema abierto. El suceso que más contribuye a modificar las bases iniciales del núcleo es el conflicto edípico. Pero también los acontecimientos traumáticos, que caracterizan a las neurosis del mismo nombre.

El Núcleo básico de la personalidad es un logro de la evolución y sólo podemos hablar con propiedad de que un determinado sujeto posee un núcleo cuando se ha culminado el proceso de la adolescencia. Además, en lo que se refiere a estos, la psicosis representa precisamente el fracaso de la estructuración de un núcleo. Estas proposiciones sirven de punto de partida para delimitar la extensión del concepto.

A continuación deberemos precisar lo que acabamos de decir a niveles de enunciado.

Los elementos integrantes del núcleo básico de la personalidad

El objeto.-

Convendríamos con Laplanche y Pontalis en definir al objeto como medio contingente de la satisfacción. Contra lo que puede parecer al sentido común, el amanecer del psiquismo no comienza en la búsqueda del placer, sino más acá de éste: en la necesidad. La necesidad es biológica, y el sujeto que nace, al no ser autosuficiente, experimenta inmediatamente necesidades y su correlato psíquico: el displacer. El placer significa porque han existido experiencias previas hacia el exterior en busca de la satisfacción de las necesidades son las pulsiones. La necesidad coincide con la autoconservación, y en ella se apoyan éstas.

Los objetos [4] son el horizonte potencial de la satisfacción de la necesidad. Estos serían los objetos primarios o primordiales. Sus características fundamentales: ser relativamente variados. Y ello por tres circunstancias: por la calidad del objeto en sí, por la forma en que se oferta al sujeto y por la necesidad que éste sufra en aquel momento [5].

El objeto interno se definiría, en una primera aproximación, como el resultado de la incorporación al mundo de las vivencias (Erlebnis) del sujeto de un objeto determinado.

Este objeto es, sin duda, la imagen de una relación.

Antes hemos subdividido los objetos internos en tres categorías: objetos parciales, objeto ideales y objetos totales.

El objeto parcial.-

Según los escritos kleinianos inspirados en parte en los de Abraham, este objeto es, ante todo, una parte de una persona significativa que posee en la fantasía caracteres similares a los objeto total. Seguida al pie de la letra, esta propuesta exige una oposición parcial-total en la que lo parcial es anterior. Abraham, mucho más riguroso en sus formulaciones, hace preceder al objeto parcial la incorporación total del objeto. El objeto parcial es una metonimia primitiva del objeto. A nosotros nos parece indispensable completar esta formulación porque queda sin contestar por qué el objeto ha de ser inicialmente parcial. La razón estriba en la inicial ausencia de representaciones (Vorstellung). En este sentido, en los primeros estadios de la fase oral, aunque el objeto incorporado in toto, inicialmente tiene escasa significación; es, por así decirlo, puntual. Las representaciones de cosa en inmediata unión con el objeto se forman a través de relaciones consistentes con éste y son las que permiten, integrando diversos objetos parciales y no simplemente sumándolos, llegar a la auténtica construcción de objeto. La fase de construcción de objetos parciales dura ocho meses.

El objeto ideal.-

Justamente las representaciones de objeto (Sachvorstellung) (ver Acerca de la concepción de las afasías. Estudio crítico. 1891) deparadoras de experiencias de satisfacción (Befriedigungserlebnis) están en la base de la identidad de percepción (Die Traumdeutung. 1900) y con ella la primera construcción de un objeto total de características peculiares al que denominamos Objeto ideal. Postular la existencia de ese objeto nos parece de suma importancia para la ulterior conceptualización de los núcleos de personalidad de base. Las representaciones que surgen a partir de los objetos parciales permiten, ya lo hemos dicho, crear un estrato consistente formado por objetos buenos – naturalmente parciales. En ausencia de reales satisfacciones, el sujeto puede proyectar el objeto bueno idealizado al exterior, consiguiendo así una satisfacción alucinatoria de sus deseos.

La actitud infantil en esta posición que hemos llamado confusional es muy próxima a lo especular. El sujeto construye en la realidad una imagen ideal que refleja el cumplimiento de sus deseos, de los deseos del otro, lo que le insume en una atmósfera de omnipotencia. La necesidad de la posición confusional con su correspondiente objeto ideal se hace evidente si tenemos en cuenta el proceso de maduración del sujeto. Falto aún de una identidad propia y obligado a la vez a conseguirla para emanciparse de posiciones que le sumen en la dependencia del objeto ideal que, por serlo, está desprovisto de aspectos negativos. La fase confusional discurre entre los ocho meses y los dos años [6].

El Objeto total.-

La posibilidad de incorporación del objeto total está ligada a las representaciones de palabra (Wortvorstellung) que deparan una identidad de pensamiento. El mismo objeto proporciona frustraciones y gratificaciones, situación más acorde con el principio de realidad.

Este objeto representa la forma fundamental más acabada de relación de objeto. En rigor, no cabe tras ella ningún perfeccionamiento esencial. Sigue siendo, naturalmente, un tipo de relación en la que el sujeto es el centro, a la manera del universo ptolomeico; las relaciones objetivas que paulatinamente se irán estableciendo nunca la sustituirán completamente. Se puede decir así que en todo sujeto maduro coexisten para siempre los universos de Ptolomeo y Copernico; la porosidad entre ambos constituye uno de los problemas más apasionantes de la vida psíquica.

Las leyes psicológicas a las que se someten los elementos que integran los núcleos.-

Hemos visto que de las relaciones Sujeto-Real surgen los distintos tipos de objetos internos: parcial, ideal y total. Estas relaciones, a través de las sucesivas etapas de maduración (Posiciones aglutinada, esquizoide, confusional y depresiva) [7]. Permiten que el sujeto en sí devenga en sujeto para sí –lo que desde la segunda tópica sería considerarlo portador de un Ello, u  Yo y un Superyo- y que lo real se perciba en realidades diversas. Al final del proceso existe una discriminación neta entre sujeto y realidad, si es que éste se ha llevado a cabo con éxito.

La maduración del sujeto, su camino hacia la personificación, discurre con el empleo de los tradicionalmente llamados mecanismos de defensa [8].

La aparición de los mecanismos de defensa sigue un orden cronológico que sirve para definir las posiciones. En la posición esquizoide se utiliza la proyección, la introyección, la escisión y la forclusión (Verwerfung) [9]. Las dos primeras se corresponden con los modos orales de incorporación y expulsión, mientras que la posibilidad de la tercera viene dada por la intrínseca labilidad de las representaciones.

La posición confusa se caracteriza por la renegación (Verleugnung) y la identificación proyectiva.

Para terminar, en la posición depresiva surgen la represión y el desplazamiento.

Se trata de operaciones toscas y masivas, tanto más cuanto el estadio evolutivo sea más temprano, también representan la aparición de estilos de relación con el objeto que modificarán tanto la forma de incorporarlo, como al propio sujeto que lo incorpora.

Cada una de las posiciones con sus mecanismos de defensa característicos, representa un estilo fundamental de aprehensión de la realidad. Afirmamos que estos estilos, convenientemente elaborados en el curso del desarrollo, son los pilares en los que se sustentan los tres núcleos que vamos a considerar.

Orígenes del Núcleo esquizoide.-

En la estructura del Núcleo esquizoide los elementos son objetos parciales y los mecanismos de defensa fundamentales, la proyección, la introyección y la escisión.

Si nos limitásemos a lo antedicho, forzoso sería reconocer que estamos definiendo la dinámica de una psicosis, y más concretamente de la esquizofrenia. Ya señalamos antes que nuestra postura diferencia estrictamente el suceso psicótico de la neurosis y, naturalmente del proceso evolutivo. La clave de la distinción reside en la forma y en el tiempo en que estos mecanismos han sido empleados. En ello estriba la diferencia entre lo defensivo y lo instrumental que venimos reiterando. No creo que sea ocioso incurrir en repeticiones porque en caso contrario la inercia de los escritos psicoanalíticos anteriores pueden provocar malentendidos. Cualquier sujeto, para construir su propia personalidad, precisa, por ejemplo, de proyectar. La proyección le resulta imprescindible para su propio desarrollo; solamente ciertos usos o una extensión temporal de la proyección amenazaría con convertirle en un psicótico.

Si se nos permite una metáfora, un ser humano que camina hacia ese límite ideal que se conoce con normalidad, es un sistema abierto que se mantiene asestado al exterior; su fuerza radica en su debilidad de depender del medio, en la negación permanente de su existencia, en la entropía positiva que lleva inexorablemente a la muerte y a su aceptación final como parte del proceso vital. Por el contrario, la incapacidad de investir libidinalmente al mundo exterior, conduce al mito de la entropía negativa, al triunfo ilusorio del Eros y al reinado paradójico desde el inconsciente del Thánatos. En la trascendencia del sujeto radica a la vez su fuerza y su intrínseca debilidad, en la necesidad estructural de un sentido, en la progresiva concienciación de ser relativo. Asumir que dinámico y relativo coinciden en última instancia. Ser una derivada matemática de la proposición inicial que ofrece el nacimiento.

El sujeto humano evoluciona a saltos y sólo la integral social permite ver en esta evolución una curva armónica. Cuando abordamos al sujeto concreto, los puntos de inflexión, el salto cualitativo, son la norma.

El sujeto que se desarrolla, el sujeto que crece, parece atravesar por momentos psicóticos que en realidad no son otra cosa que fases de construcción de lo simbólico. El proceso de adquisición del símbolo visto fenomenológicamente resulta indistinguible del fracaso en el camino de acceder a él.

La humanidad en su camino de mirarse en una religión que le sirviese de espejo, recorre sendas objetales parecidas a las que estamos examinando: Primero los dioses locales, que apenas son sino la explicación mágica de lo inexplicable, los dioses que reclaman la pulsión epistemofílica. Los dioses del rayo, de las sombras de la muerte, del nacimiento, etc. Objetos parciales, imposibles de sintetizar en entidades de un orden superior. Sin embargo, la distancia entre el sujeto y el medio está establecida. En la antigua Grecia los dioses pertenecen ya al género de las representaciones verbales: Zeus, Dionisios, Apolo, etc. Poder, inspiración, eternidad. El monoteísmo incorpora la moral. El Dios Cristiano, Yaveh, Alá. Expresión de síntesis. El mito ha servido de camino para tratar con lo real y para trazar realidades cada vez más excéntricas, más intrínsecas. Desde la inseguridad inicial, que sólo puede ser calmada dando un nombre concreto a cada fuente de angustia, a la sucesiva incorporación de objetos que permite llegar a esa esencia inasible que podemos rotular con los mil nombres de Dios.

Hemos descrito un camino que se compone de sucesivas elaboraciones de la angustia. El estilo de trabajo es muy diferente, pero todo él posee un factor común: la perpetua interrogación el afuera, el investimiento libidinal. La psicosis carece de esa peculiaridad y, por consecuencia, aunque el camino de la evolución tenga etapas que puedan parecer fenomenológicamente crípticas, su opacidad manifiesta no autoriza a confundirlas con lo psicótico, que es la consecuencia de la retirada de los investimientos depositados en los objetos. En este ámbito la palabra deja de ser símbolo para convertirse en letra. Se vuelve tan sensible, tan exquisitamente singular, que pierde toda su transcendencia; se acaba inmediatamente después de ser dicha, sin huella posible, vacía de potencial comunicativo.

Todos los núcleos básicos de la personalidad, por definición comprenden un acceso a lo simbólico. Se diferencia, eso sí, por los demonios familiares añadidos a la capacidad de comunicación del sujeto. Dicho en otras palabras: el símbolo lleva incluido en cada caso las vicisitudes propias de un determinado tipo de relación.

Los núcleos, en cierto modo, son otras tantas imagos y, como tales, incluidos, sumergidos y superados en el ulterior proceso de evolución, pero no por ello menos presentes.

La cuestión que vamos a plantear ahora, ya centrados en el ámbito del núcleo esquizoide es la siguiente: ¿Resulta posible la estructuración no psicótica de un sujeto a partir de los objetos parciales, tomados estos como eje fundamental de su personalidad?

Desde nuestra perspectiva, sí. Y precisamente esta configuración se denomina núcleo esquizoide de base. Para ello, a nuestro juicio, será preciso que el objeto, aunque parcial sea consistente. Aparentemente se trata de una paradoja, y es que estamos precisamente en ese campo.

La escuela de Palo Alto ha demostrado convenientemente el tipo de oferta que el medio familiar opone al horizonte objetal del niño, presente en los diversos cuadros esquizofrénicos. Se conoce clásicamente como doble vínculo. De entre la complejidad de este concepto, conviene que entresaquemos características fundamentales:

1º – La presencia del mensaje paradójico.

2º – La imposibilidad de huir del contexto en el que éste tiene lugar.

Estas dos características resultan fundamentales en el camino de la esquizofrenia.

La paradoja, aquella aparente incompatibilidad que solo se puede resolver en un plano distinto al del enunciado, que a pesar de todo tiene los visos de la lógica, es el paradigma fundante del objeto parcial. En el horizonte del nacimiento el mundo debe antojarse paradójico, precisamente por la ausencia de referentes. Poco a poco el contexto disuelve por sí solo la paradoja: la mamá nutriente y la mamá abandónica se articulan y adquieren al fin una coherencia de la que en un principio carecían.

La falta inicial de representaciones de objeto, aboca inexorablemente a un mundo exterior de paradojas. La relación Sujeto (objeto interno)-Objeto, corrige posteriormente esa paradoja primitiva, pero en un período el peso de esta transformación recae en el medio. El medio en sí debe no ser paradójico, o, dicho, de otro modo: debe no ser ambivalente ante el sujeto en ciernes. En la esquizofrenia, el ejemplo clásico en que la madre que rechaza con un gesto al hijo internado que pretende abrazarla y le dice simultáneamente: ¿Es que ya no me quieres? En el horizonte infantil la necesidad del sujeto, no coincide armónicamente con las satisfacciones que percibe, de ahí la frustración. Este aspecto es inseparable de la condición humana y, por lo tanto, común a cualquier desarrollo psicológico que nos sea dado considerar. Pero supongamos, como de hecho puede ocurrir, que a la carencia intrínseca de representaciones de objeto que el sujeto que nace exhibe, se suma una actitud ambivalente por parte de éste.

La consecuencia lógica es el refuerzo de un estilo primitivo que ya hemos considerado como inevitable.

El doble vínculo señala, además, que es imposible para el sujeto en esta etapa huir de la paradoja -ambivalencia a la que está obligado- por parte del objeto. Esta segunda característica es la que sume en la psicosis.

Pensemos ahora que el sujeto solamente se encuentra abocado a enfrentarse con el mensaje paradójico. Percibirá entonces dos categorías de relaciones, realmente separadas entre sí. Cada objeto bueno tiene su contrapartida negativa. Sin embargo, este proceso comporta un monto superior de gratificaciones que de frustraciones, ellas permitirán la prosecución de la evolución, el acceso al símbolo, si bien éste será connotado con los rasgos afectivos de lo esquizoide.

El bebé adquiere e incorpora un conjunto de objetos escindidos de su contrapartida negativa. El resultado a nivel de la estructura primitiva será una síntesis yoica conseguida a través de la introyección, la escisión y la proyección de los objetos amenazadores al medio exterior. Los objetos internos serán celosamente protegidos y articulados al estilo del proceso primario, el medio será desinvertido libidinalmente de forma relativa. Lo suficiente como para que no impida un modo autoerótico de integración endopsíquica, pero no tanto como para que el medio deje de ser un interlocutor válido. La cadena simbólica es posible, pero los símbolos adquiridos por este camino tendrán a la vez ese carácter animista tan propio de los fetiches.

El sujeto que posee un núcleo esquizoide es fundamentalmente propositivo. Inquiere a la realidad, pero se muestra renuente a aceptar un trato distendido por ella. El Yo construido a través de esas vicisitudes es suficientemente fuerte como para impedir el retorno de lo proyectado, pero a costa de mantener una cierta distancia recelosa.

El núcleo esquizoide es la resultante de un proceso de desarrollo en un medio paradójico que ha fijado la aprehensión de la realidad al estilo del objeto parcial y que ha conseguido para integrarse en la cadena simbólica manejar instrumentalmente la escisión entre objetos buenos y malos proyectando en un paso ulterior estos últimos. La posibilidad de una manejo eficaz de la angustia la proporciona un relativo distanciamiento libidinal de la relación y el consiguiente refuerzo de los aspectos narcisistas.

Si el esquizofrénico se ve obligado a realizar una sustitución de la realidad, el esquizoide simplemente se limita a desnudarla de afectos que puedan ponerle en peligro. Explicar no es peligroso; comprender puede desencadenar angustia.

Orígenes del Núcleo confusional.-

En el núcleo confusional el objeto Ideal es manejado instrumentalmente por medio de la renegación y la identificación proyectiva. Como sabemos, la Identificación proyectiva consiste en la proyección al exterior de partes escindidas del propio sujeto que se consideran malas. Cuando esta maniobra se completa mediante la renegación, el sujeto puede preservar su Ideal del Yo y en la misma medida construir un Objeto Ideal especular en muchos aspectos con el propio sujeto. Esta maniobra pronto va complementada por la Proyección Identificativa (E. Rodrigué), en la que el sujeto proyecta partes buenas de sí mismo para después identificarse con ellas.

El yo logrado a este precio tiene aspectos de inflación narcisísticos y correlatos envidiosos (J. Berke) que tienden a investir intensamente la realidad exterior. Esta característica estructural de proyección del yo a un mundo libidinalmente investido dibuja los aspectos básicos de este núcleo. Si comparamos esta situación vivencial con las que analizábamos en el núcleo anterior, vemos que las diferencias son evidentes. El intercambio con la realidad es en este caso mucho más fluido; en el núcleo esquizoide nos movíamos entre las coordenadas de la autovaloración y la desconfianza, aquí el espacio está limitado entre la idealización y la destrucción.

Esta relación objetal fundante es provocada sobre todo por grandes depositaciones del grupo parental, en especial de la madre. Se trata de depositaciones exigentes, pero amorosamente hechas. Efectuadas desde el horizonte del tú puedes y no desde el tú debes. De esta manera, el narcisismo perdido de la infancia se ve en parte compensado. El Objeto idealizado deviene en una exteriorización de la omnipotencia, defiende contra los impulsos destructivos y permite a la vez mitigar el duelo por la separación Sujeto-Realidad.

El paradigma patológico, cuando fracasa la posición confusional, son los cuadros caracterizados por la exaltación (maníacos o maniformo) en los que el sujeto invade la realidad como defensa ante el temor de ser penetrado por ella.

Para que los rasgos de personalidad que estamos trazando se conviertan en algo definitivo, es importante que las inscripciones de la posición esquizoide no hayan sido significativas. Es decir: que el campo paradojal que reforzaba el inevitable estadio de objeto parcial de la posición anterior no haya sido importante. Sólo así el incipiente yo ha establecido con la realidad una relación propicia para recibir las inscripciones confusionales. En caso contrario la fuerzas pulsionales no se entregarán a este diálogo titánico específico de los orígenes del núcleo confusional.

Orígenes del Núcleo depresivo.-

La utilización instrumental de la represión y el desplazamiento en el objeto total proveen las bases del núcleo depresivo, siempre y cuando no se hayan efectuado intensas inscripciones esquizoides o confusionales en las posiciones anteriores. La represión como destino de la pulsión adquiere ahora todo su valor. La dialéctica básica que se efectúa en el tipo de relación objetal que funda el núcleo es la de represión-prohibición. Conseguir la gratificación en la prohibición es un remedo de placeres más arcaicos.

Asumir el objeto total implica con carácter de necesidad la represión, porque su presencia controla el anterior reinado anárquico de las pulsiones únicamente regidas en la evitación del displacer. El objeto total es en sí, por su propia presencia, frustrante. En él se sintetizan aspectos positivos y negativos que no pueden ser dominados por los mecanismos de defensa más primitivos que hemos descrito hasta ahora. Con la relación depresiva aparece la angustia de la pérdida, distinta a la fracturación interna de la posición esquizoide y del miedo a destruir y ser destruido de la posición confusional. Empieza una etapa de relativa sumisión a la realidad bajo el imperio de lo legal.

La inscripción, en este caso, es la representación de la ley[10].

Las relaciones objetales fundantes ante la situación edípica

Los núcleos no son cuestión de las etapas preedípicas, aunque éstas deciden la dirección ulterior de elaboración intrapsíquica.

El estilo objetal decisivo en los núcleos básicos de la personalidad proviene de las vicisitudes habidas en las posiciones esquizoide, confusional y depresiva. El conflicto edípico aporta una nueva dimensión por su sola presencia que modifica, pero no sustituye, a los modos de relación estudiados anteriormente. Se trata de una distinta forma de objetivación, de un nuevo recorte al campo del sujeto. La resolución del complejo de Edipo implica la sustitución del mundo de Ptolomeo por el de Copérnico. El sujeto ya no es el universo, ni siquiera su centro; se limita a ser una porción que le está subordinada y, parafraseando a la ley de la mediocridad, una parte mediocre. No es sólo una inversión de la polaridad que hemos ido estableciendo progresivamente  a lo largo de las etapas evolutivas anteriores, es, antes de que nada, una relativización del reino absoluto de substancias y predicados.

Por otro lado, el complejo de Edipo proporciona el conocimiento cabal de la intersubjetividad y, sobre todo, que los diferentes sujetos se relacionan sin mí. Entiéndase bien: los sujetos no actúan conmigo o contra mí sino también, y sobre todo, sin mí.

Cada sujeto tiene que aprender desde sus formas objetales arcaicas peculiares este nuevo modo de relación. La aceptación de sus dictados está en la base de todo conflicto neurótico, pero esta aceptación está en constante contraposición con las imagos objetales preedípicas.

El núcleo básico de la personalidad adquiere así una nueva complicación decisiva y cabe ahora considerarlo como la resultante dialéctica de estos contrarios.

La dimensión edípica dota al núcleo de unos nuevos espacios de realidad, pero no sustituye los contenidos imaginarios esenciales.

Los objetos parciales, ideales y totales siguen morando en el interior del sujeto, contribuyendo a su definición como tal, sometidos, eso sí, a esta nueva herida narcisística.

El concepto de Núcleo Básico de la Personalidad, nos remite insensiblemente a la dialéctica pulsión-deseo[11]

En Mas allá del principio del Placer (1920) se encuentra quizás una de las definiciones más completas del deseo: «de la diferencia entre placer de la satisfacción hallada y la exigida, surge el impulso que no permite la detención en ninguna de las situaciones presentes, sino que, como dijo el poeta, «tiende indomado, siempre hacia delante» (Fausto 1). La pulsión se encuentra implícita en las líneas de este párrafo, aunque no aparezca nombrada. El deseo trasciende a la pulsión, va más allá que esta. El deseo tiene su fuente en la pulsión. En otra de sus obras Freud manifiesta: «en cuanto la necesidad reaparezca, surgirá también, merced a la relación establecida, un impulso (Regung) psíquico que cargara de nuevo la imagen menemica de dicha percepción y provocara de nuevo esta última, esto es, tenderá a reconstruir la situación de la primera satisfacción» (La interpretación de los sueños). El deseo lleva en su entraña la tendencia a la repetición de la satisfacción primitiva. Naturalmente esta inscripción es inconsciente y alcanzarla imposible. Cabe decir que el hombre está condenado a su deseo.

El deseo se constituye alrededor de los objetos internos en estrecha relación con la satisfacción primitiva; la pulsión busca un objeto externo para hacer psicología. Salta a la vista, pero no por ello hemos de dejar de subrayarlo, que el deseo está en cierto modo subordinado a la pulsión. Esta consideración se extrae fácilmente del estudio de la metapsicología freudiana y de una revisión somera de los fundamentos epistemológicos del Psicoanálisis. La relación Pulsión-Objeto se deduce como la más fundamental de todas. Los dos elementos del binomio son de distinta naturaleza, de ahí que quepa considerar que la división entre Naturwissenchaft (ciencias de la naturaleza) y Geisteswissenchaft (ciencias de la mente) – Ditheley, Husserl y más tarde Jaspers- es algo en el fondo ajeno a las propuestas freudianas.

La distinción entre erklären (explicar) y verstehen (comprender) es más neta en psicoanálisis de lo que pudiera parecer. El propósito, a diferencia de las psicologías conciencialistas, es siempre explicar. Si atendemos al concepto de interpretación tal y como está  formulado por Freud, vemos que se trata de una verdadera erklärung y no de una verstehung, como estaríamos tentados a creer. Basta con leer La interpretación de los sueños para concluir que la interpretación persigue el desvalimiento de lo causal.

La epistemología freudiana tiene sus raíces generales en el mismo de W. Haeckel y en la escuela de Brücke, Helmholtz y Du Bois Reymond, su primer manifiesto psicoanalítico hay que buscarlos en el estudio de las afasias y en el Proyecto de una Psicología científica. Ciencia sí, pero la única que él conoce la Naturwissenschaft. El desarrollo de los Núcleos básicos de la personalidad tendremos que buscarlo en las relaciones de las pulsiones con sus objetos y en los deseos resultantes.

Veamos ahora cuestiones que atañen a la pulsión (Trieb). Representa aquel impulso o empuje (trieben) del que el sujeto no puede sustraerse porque las fuentes están ancladas en lo biológico mientras que su fin es la descarga. Los objetos que la pulsión encuentra son diversos lo que habla de una cierta indefinición que anticipa toda la futura riqueza de la vida psíquica proporcionada por la policromía del encuentro y no por la uniformidad del impulso. En los sucesivos desarrollos freudianos del concepto pulsión, las únicas constantes que aparecen son la descarga y el empuje. Paulatinamente la profundización metapsicológica ha obligado a establecer una cuádruple distinción entre Pulsión, Instinto, Demanda y Deseo. La pulsión en Freud rebasa con mucho los límites de lo domeñable, puede decirse que de una lado viene dictada por lo siniestro-biológico y de otro por el fatum de lo real-sensible. En la primera etapa freudiana, la pulsión puede ser entendida fácilmente a través de sus componentes biopsicológicos; en la segunda, a partir de 1920, la pulsión casi elude lo psicológico para concentrarse en una visión biosocial, que no otra cosa resulta ser la pulsión de muerte. Por todo ello, resulta evidente que estamos ante un concepto de difícil aprehensión: El sujeto es impulsado por y capturado por el objeto. La necesidad nos sitúa ante el horizonte biológico con su compleja uniformidad, pero el objeto externo que la satisface o frustra tiene sus modos específicos psicológicos de acción. Este mismo objeto obliga, para que el proceso de subjetivación siga siendo posible, a reprimir (verdrangt) y a suprimir (unterdruckt) y desde luego permite la satisfacción. Esta triple experiencia de satisfacción, represión y supresión que se vivencia frente a cada uno de los tres objetos fundamentales que hemos descrito a propósito de los núcleos, determina una estructura anclada en raíces inconscientes, derivadas de las características de la inscripción de ese objeto.

El proceso viene comprendido ahora según el modelo de la Segunda Tópica. Estas primeras estructuras son otros tantos signos infantiles indestructibles, representantes de escenas que buscan su plenitud en la fantasía; signos de escenas que desvelan en conductas manifiestas cuya especifidad se identifica en lo repetitivo. Repetición sintomal, o por mejor decir sindrómica, que constituye un conjunto de tipos de conductas cualificables desde la fenomenología aun cuando sus raíces permanecen ocultas a la misma.

Volvamos ahora al campo del deseo, que en cualquier forma nueva que el destino depare busca, con su radical básico de fantasía, la vuelta a la satisfacción más completa. Rozamos peligrosamente la muerte, porque nos instalamos en el campo de la repetición. Sin embargo, el deseo nunca acaba en ella puesto que su condición intrínseca le define como imposible de satisfacer. El deseo envía a esos tres tipos de relaciones objetales que ya hemos descrito y se proyecta a la vez incansablemente en el futuro en una persecución interminable de fantasías. El deseo analizado remite a los orígenes, a las peripecias del desarrollo de la cadena simbólica. Aquí encuentran su articulación los conceptos de núcleo, pulsión y deseo.

El Núcleo es la resultante de integrar de una manera determinada los diferentes destinos de las pulsiones. El deseo es inherente a esos destinos cuyos contenidos arcaicos se renuevan una y otra vez en formas concretas presentes.

En suma, el núcleo básico de la personalidad tal y como aquí lo hemos presentado remite a un límite, a un modo de ser imposible, a una imago, fuente de fantasías datables en diferentes periodos evolutivos, deparadora de deseos insaciables que estarán siempre inextricablemente ligados al Eros.

Las consecuencias practicas de este modo de ver el proceso de subjetivación son importantes. Entresacaremos algunas. Así por ejemplo, proporcionan un marco referencial de las motivaciones profundas que sirve de orientación a las interpretaciones analíticas acorde con el concreto del sujeto. El núcleo sirve así como puente de unión entre lo general de la teoría analítica y lo singular del sujeto. Además, como tal estructura referible a un momento evolutivo, permite inferir los mecanismos de defensa que se han empleado por parte del yo para controlar los citados contenidos del núcleo. Finalmente, posibilita deducir en análisis sucesivos el origen de la palabra del sujeto, sus primeras aproximaciones al símbolo y las vicisitudes de este en esa biografía concreta, también el sentido de sus carencias, de sus faltas y, por supuesto, la presencia procesual de sus traumas.

Bibliografía

Caparrós, A. y Caparrós, N. (1975). El proceso de personificación de la ideología en Cuadernos de Psicología 3. Madrid.

Caparrós, N. (1979). Manía, aprendizaje y Psicosis. Clínica y Análisis Grupal, nº 15. Madrid.

Caparrós, N. (1981). La construcción de la personalidad. Las psicopatía. Madrid: Ed. Fundamentos.

Caparrós, N. (1984). El modelo Teórico de la psicopatología vincular. Universidad de Zorroaga. San Sebastián.

Caparrós, N. (1985). Un enfoque diagnóstico a través de los núcleos de la personalidad. En prensa.

Kesselman, H. (1955). La psicopatología vincular. Clínica y Análisis Grupal, nº 4. Madrid.

Klein, M. (1977). Notas sobre ciertos mecanismos esquizoides. En Desarrollos en psicoanálisis. Ob. C. Buenos Aires: Ed. Paidós.

Laplanche, J. Pontalis, J.B. (1979). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Ed. Labor.


[1] Este trabajo ha sido ampliado a partir de su presentación original en el Simposium Ibn-Sina Collomb (Agosto 84), para su publicación.

[2] No estamos de acuerdo con M. Klein y sus seguidores, que quieren ver fondo psicótico a personalidades neuróticas. Afirmamos por el contrario, que existen falsa neurosis que, en realidad, son psicosis latentes.

[3] Consideramos con O. Kemberg el proceso de internalización subdivido en tres modalidades la introyección, la identificación y la identidad del yo, según su sucesiva complejidad.

[4] Objetos en su acepción de elementos externos, no en el sentido psicoanalítico.

[5] Es obvio que existen objetos que no pueden satisfacer en manera alguna las necesidades. Pero lo verdaderamente interesante reside en la actitud del objeto (la teoría sistémica ha trabajado mucho este extremo) y en los grados de necesidad coyuntural por la que atraviesa el sujeto (la antropología cultural a partir de Margaret Mead se ha ocupado en profundidad de lo segundo).

[6] Nuestra posición confusional invade la posición depresiva de M. Klein. Las razones que esgrimismos para fijar estas cronologías han sido desarrolladas ya en otros trabajos. Ver la bibliografía final.

[7] Estas cuatro posiciones tienen la siguiente cronología: 0-3 meses; 3-8 meses; 8 meses-2º. Año; 2º.año-tercer año. Por el tipo de objeto incorporado se diferencian en anobjetal, parcial, ideal, total. Los mecanismos de defensa específicos que aparecen con cada posición proporcionan la tercera clave diferencial.

[8] Los mecanismos de defensa (Abwehrmechanismen) podrían ser definidos como aquellas operaciones que realiza el sujeto en el intento, frustrado o no, de mantener su equilibrio psíquico, permanentemente comprometido por su vida de relación. Se mueven entre pares antitéticos como son el Placer-Displacer, la Satisfacción-Frustración. Y se desarrolla en ámbitos más complejos, como Necesidad-Deseo, Real-Realidad.

Si postulamos un encuentro original Ello-Real, los mecanismos de defensa, preservando ciertas partes de este encuentro primordial, los transforma en un producto ulterior: Yo-Realidad.

Los mecanismos de defensa son a la vez atávicos: intentan preservar la satisfacción original, y socializantes: la ocultan a las miradas exteriores e incluso a los ojos del propio sujeto.

Es por todo esto por lo que afirmamos que en estos mecanismos se encierra una doble función: la extensamente conocida como propiamente defensiva, originalmente descubierta en la clínica psicoanalítica, y la instrumental, puesta al servicio de la maduración del sujeto.

[9] El empleo de esta última conduciría a la psicosis.

[10] El concepto de inscripción, a diferencia del de fijación, funda formas especificas de relación con la realidad, sin que ello se traduzca necesariamente en patología, sino en Weltanschaunng diferentes.

Este trabajo no toca el tema de la ideología, pero es evidente que en la historia de la psiquiatría las ideologías se han confundido con la psicopatología.

[11] Aparte de la obra de Freud puede verse a este respecto la comunicación de J. Lacan al congreso de Rayaumont 1960, Suversión du sujet et dialectique du desir dans l’inconscient y le desir et son interpretation.

 

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