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Clínica y análisis grupal 4

Factores de cambio y grupos de formación (analítica)

Alberto Espina Eizaguirre (1)

Clínica y Análisis Grupal – 1977 – Nº 4 
Vol. 2 (3) Pags. 084-094 

Resumen

En el presente trabajo se tratan los diferentes factores de cambio en los grupos. La primera parte trata de los factores de cambio en grupos terapéuticos destacando:

1. El líder como F. de C.

2. La acción precipitante del grupo, con los siguientes mecanismos:

a) La regresión grupal.

b) El favorecimiento de las proyecciones dentro del grupo.

c) Las identificaciones múltiples con el grupo y con los integrantes del mismo.

d) La catarsis grupal.

e) Atenuación del super-yo.

3. La interpretación.

4. El terapeuta.

En la segunda parte se tratan los grupos de formación: su estructura, sus características, los candidatos, etc.

Finalmente se hace mención a los centros de formación analizando brevemente su dinámica y viendo las dificultades ante el cambio de la institución.

Summary

The present article, deals with the different change factors within a group. The first part deals with change factors in therapy groups, emphasizing:

1. The leader as a change factor.

2. The precipitating action of the group, including the following mechanisms: a) Group regression, b) The favouring of proyections within the group, c) Multiple identifications both with the group and with the members of the group, d) Group catharsis, e) Attenuation of the super-ego.

3. The interpretation.

4. The therapeutic.

The second part deals with training groups: its structure, its characteristic, the candidates, etc.

Ending with a mention to training centres, with a brief analysis of its dynamics, and a demonstration of the difficulties of a change of the institution.

 Copyright por el autor. Artículo inédito.

 Psiquiatra. Psicoterapeuta. Miembro del Instituto Psicoanalítico de Zaragoza. Miembro de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo.

Por «factores de cambio» entiendo la circunstancia o circunstancias que intervienen para que se produzca una situación nueva, diferente a la anterior.

Así como en la biología y otras ciencias los cambios son mesurables y es relativamente fácil atribuirlos a unas causas determinadas en una situación dada, las cuales serían los factores de cambio; en el trabajo en grupos, tanto la valoración del cambio, como los factores que en él intervienen resultan más sujetos a factores subjetivos, no mesurables desde el punto de vista de la ciencia positiva.

Teniendo en cuenta estas limitaciones voy a tratar de algunos factores de cambio en los grupos psicoterapéuticos y de formación. La diferencia fundamental entre estos dos tipos de grupos es que en el primero el objetivo es la curación mientras que en el segundo es aprender una técnica. El método empleado en este trabajo es el psicoanalítico.

1) El líder como factor de cambio: Al iniciarse un grupo observamos que uno(s) de los participantes se destaca de los demás siendo a modo de portavoz del grupo: Es el líder.

En la medida que es el portavoz expresa la latencia del mismo; es decir, a través de su discurso estará expresando de manera disfrazada (contenido manifiesto) sus emociones ocultas y las del grupo en la medida que se le acepta implícitamente o explícitamente como líder. Ejemplo, comienza el grupo, después de un silencio de quince minutos, aproximadamente, habla un varón; hace referencia a su madre, la dependencia que tiene de ella y la rivalidad con sus hermanos, a los que odia «y mataría» por obtener su favor. El resto del grupo permanece en silencio, al principio escucha al que se ha erigido en líder y, a medida que va pasando el tiempo y continúa el monólogo del mismo, el resto del grupo está tenso, no le mira aunque parece escucharle con signos de disgusto y sigue en silencio.

El contenido manifiesto del líder es la dependencia de su madre y su rivalidad con sus hermanos.

El contenido latente es la dependencia del terapeuta del que espera ganar el favor y la rivalidad con el resto de los integrantes del grupo. Está expresando su vivencia y la vivencia del grupo en la medida que le acepta como líder.

Hasta aquí tenemos que el grupo está tenso y el conflicto sigue sin hacerse a la luz.

El líder transfiere a su familia su conflictiva actual en el grupo para no vivir la situación grupal angustiante.

La transferencia se usa como resistencia en la medida que habla del conflicto con su familia y no del conflicto en el grupo. Pero al mismo tiempo es lo resistido en la medida en que su discurso expresa la conflictiva del grupo aunque transferida a la familia. Fuera del «aquí y ahora» grupal la situación sería exactamente al contrario, es decir, el sujeto transfiere al grupo su conflictiva familiar internalizada.

El grupo se alía con el líder y sirve a la resistencia; es decir, evita hacer consciente la conflictiva grupal, liberando a la vez algo de angustia en la medida que se identifica con el que habla y expresa las vivencias grupales, aunque- disfrazadas.

Al interpretar la situación grupal a través del líder, el grupo se relaja, aparece un clima de depresión sustituyendo a la tensión inicial y, al cabo de un tiempo habla una paciente diciendo que mientras escuchaba antes sentía agresividad pero no podía hablar, pues pensaba que la situación sería la misma si ella llevaba la palabra.

El segundo líder expresa la agresividad del grupo en silencio y la imposibilidad del grupo de expresarse por miedo a la agresividad proyectada en los otros. «Si hablo me odiarán tanto como yo odio al que habla.»

Al interpretar esto varios pacientes hacen referencia a sentimientos semejantes de odio, competencia, envidia. Si no hubiera existido el líder la situación afectiva hubiera quedado «enterrada» en un clima de tensión.

Tenemos, pues, que el papel del líder, si bien sirve a la defensa, en la medida que es interpretado, es un factor de cambio en el grupo.

En el ejemplo citado el grupo expresará, primero tímida, luego más abiertamente, la conflictiva grupal descargando sus afectos en la medida que ha hecho insight de la situación (la ha comprendido). Si un líder dura mucho tiempo es signo de fuerte resistencia poco analizable o poco analizada; pero por el contrario el cambio de líder es signo de disminución de la angustia y de la resistencia.

2) Acción precipitante del grupo.

Los autores kleinianos hacen hincapié en que los grupos terapéuticos en su comienzo, en la medida que carecen de estructura formal, estimulan en alto grado la regresión, o sea la vuelta a patrones de conducta más arcaicos, reactivándose sus angustias más primarias.

De esta manera el grupo, al no tener coherencia y unidad, funcionaría como el niño pequeño con su indiferenciación y poca integración del Yo.

El funcionamiento del grupo sería psicótico.

Esta regresión que sufre el grupo es un factor de cambio importante, aunque sea paradójico, pues los cambios duraderos sólo pueden hacerse en lo profundo de la personalidad.

Al sumirse el grupo en una situación regresiva (oral) se alcanzan estas capas profundas no sólo de la mentalidad grupal, sino de cada individuo, con lo cual surgen los conflictos más tempranos con sus consiguientes defensas. Aquí es donde el análisis es más fructífero. El grupo favorece la proyección en los otros de la conflictiva de cada individuo.

Por ejemplo, un paciente acusaba a otro, a lo largo de las sesiones, de su necesidad del grupo, de su actitud suplicante… en una sesión pudo comprender que estaba proyectando en el otro su necesidad y actitud suplicante negada, lo cual estimuló deseos de reparación hacia el otro y una mayor aceptación de sí mismo.

El grupo también favorece las identificaciones no sólo con los otros sino también con el grupo mismo; todo ello hace que, al vivir juntos sentimientos y conflictos semejantes vayan encontrando, a través de sucesivas identificaciones con el Yo grupal el fortalecimiento de los Yos individuales, más débiles.

En Un nivel más superficial el grupo ayuda a dramatizar los conflictos al expresarse emociones, lo cual favorece la liberación de la angustia (catarsis); a su vez existe una desculpabilización colectiva al irse aceptando uno en el otro y ver «que no es uno sólo el que está mal».

Todo ello lleva a una atenuación del Superyo y a una reafirmación del Yo.

Poco a poco los pasan a ser de extraños y peligrosos a semejantes; es decir, las proyecciones de las partes de uno mismo en los otros se integran, con lo cual no sólo se acepta uno mismo, sino que ve a los otros en su completa dimensión; todo ello lleva al grupo a un acercamiento a la realidad, adquiriendo un juicio más objetivo y la posibilidad de relacionarse mejor con el mundo exterior, en la medida que se va integrando el Yo grupal y por ende los Yos individuales.

Sus diferencias son objetivos asimilables que enriquecen.

3) La interpretación como factor de cambio.

La interpretación analítica consiste, fundamentalmente, en comunicar al sujeto el contenido latente del material que aporta; tanto la comunicación como el material aportado pueden ser verbales o preverbales (silencio, actitud…).

En el ejemplo que pusimos al hablar del líder veíamos cómo un miembro del grupo aportaba su conflictiva familiar: rivalidad entre los hermanos, dependencia de la madre.

Al interpretar el material en el «aquí y ahora» de la situación grupal, es decir, la rivalidad entre los miembros del grupo y dependencia del terapeuta, el grupo pudo cambiar adquiriendo mayor movilidad y disminuyendo la angustia del grupo.

En resumen, tenemos, que la interpretación libera angustia, acrecienta la tolerancia a las tensiones y lleva a un proceso de reparación y reconocimiento por cada uno de su ambivalencia, de sus conflictos proyectados.

La efectividad de la interpretación se manifiesta en el cambio que aparece después de cada silencio, disminución de angustia, variaciones en la tensión grupal, aparición de nuevas problemáticas, etc.

4) Finalmente voy a hablar del papel del terapeuta como factor de cambio en el grupo.

«El terapeuta es el líder formal del grupo; los miembros restantes se sienten supeditados a su intervención y la consideran, a menudo, el factor dinámico esencial que dirige y mantiene la formación del grupo. La importancia de la labor interpretativa justifica que asuma ese liderazgo como función o rol más o menos fijo, e independiente de las otras múltiples funciones que los participantes le harán desempeñar, y que variarán de acuerdo con el contenido de las fantasías inconscientes de los mismos.» (Psicoterapia del grupo, Grimberg, Langer, Rodrigué.)

Respecto al papel del terapeuta como factor de cambio sólo esbozaré algunos puntos a considerar, pues nos llevaría demasiado tiempo adentrarnos en este tema y esta introducción no es lugar adecuado para tratarlo.

Según autores kleinianos el terapeuta sería el Superyo sádico, infantil al ser él que impone la regla (como ley), omnipotente y sobre el cual se proyectan las pulsiones destructivas.

Esta situación favorecería la aparición del líder como intermediario entre el terapeuta y el grupo, expresando la ambivalencia del grupo, la rivalidad, la envidia y la identificación con el terapeuta, para ser como él.

En la medida que se proyecta en el terapeuta y éste asume las proyecciones, el grupo puede vivenciar las ansiedades más tempranas y, a través de las interpretaciones contratransferenciales del terapeuta, disminuir estas angustias apareciendo una mayor integración grupal. En el nivel filogenético el terapeuta sería el jefe de la horde que prohíbe la relación sexual entre los miembros jóvenes apareciendo sentimientos de odio y rivalidad.

Al interpretar la transferencia del grupo hacia el terapeuta éste se vuelve agente de cambio, no sólo por la interpretación en sí, sino por los sentimientos transferenciales que provoca en el grupo.

Hasta ahora hemos ido viendo algunos de los factores de cambio en grupos; seguidamente vamos a hacer referencia a los grupos de formación.

El primer problema que se nos plantea es si hay alguna diferencia entre grupos terapéuticos y de formación.

Los integrantes de un grupo terapéutico vienen con una demanda clara, quieren curarse. Su conciencia de enfermedad será más o menos clara, pero saben que «algo no marcha bien» en ellos y por esto piden ayuda.

Los sujetos que demandan formación, por el contrario, quieren ser psicoterapeutas y vienen para aprender a serlo.

Como todos sabemos, cualquier sujeto que elige una profesión «psi», ya sea psiquiatría, psicología, psicoterapia, psicoanálisis…, en realidad lo que busca es solucionar sus propios problemas psíquicos.

Pues bien, en el futuro terapeuta tenemos varios rasgos a destacar. En su demanda («quiero ser psicoterapeuta»), vemos en primer lugar una negación de «su» enfermedad y una exigencia de cosas buenas para llegar a ser un terapeuta-omnipotente.

Al pedir formación niega a la vez «su enfermedad» y su necesidad, en la medida que lo que quiere no es para él sino para darlo a otros, para curar a otros (proyecta su necesidad y su enfermedad en sus futuros pacientes).

En la relación con el didacta lo que hace es erigirlo en omnipotente y omnisapiente («lo sabe todo, me dará todo») e identificarse más tarde con él negando así su limitación y su envidia hacia él en la medida de que «ya casi» es como él.

La necesidad de curar a otros tiene algo de reparación ¿porqué sino el dedicar la vida a fin altruista semejante?

Veíamos antes cómo el futuro terapeuta niega su envidia hacia el padre-analista y proyecta su necesidad en el futuro paciente. Quizá esa «necesidad de curar» sea la manera de reparar la propia envidia y agresividad que crea la figura omnipotente de la que se espera todo y a la cual se teme. Todo sucedería como si el futuro terapeuta pidiera el conocimiento (defensa racional de su necesidad) para dar a otros cosas buenas (proyección de su necesidad) evitando el conflicto (a través de estas negaciones, proyecciones y racionalizaciones) con la figura envidiada y temida de la que se espera todo.

Tenemos, pues, en los futuros terapeutas varios rasgos comunes: Gran narcisismo con defensas racionales, proyecciones y negaciones con un fondo de culpabilidad y necesidad de reparar.

Según Didier Anzieu en la situación grupal de formación habría una triple demanda:

Demanda de amor (del terapeuta del grupo) con el consiguiente miedo a perder ese amor (polo neurótico).

Demanda de reconocimiento de su identidad (¿quién soy yo?, decidme cómo me veis); pide la preservación de su identidad yoica (polo psicótico).

3) Demanda de omnipotencia para lo que erige al terapeuta en omnipotente esperando ser como él.

En los grupos de formación se hacen patentes todas las defensas que veíamos en el candidato a terapeuta. Aparecen fuertes defensas intelectuales unidas al deseo de «conocer» y el miedo a «conocerse»; es decir, saber cómo funciona un grupo, pero sin ver la verdadera motivación que les mueve: el solucionar la conflictiva personal que les trae a la formación.

Es frecuente encontrar en el comienzo de estos grupos gran resistencia a expresar una conflictiva personal tendiendo más bien a racionalizar la experiencia y a interpretar a los demás. De esta manera se espera ganar al terapeuta (siendo el más sano e inteligente) y se compite con los otros en ese terreno; los demás son rivales y objetos de estudio (voyerismo).

Puede suceder que las interpretaciones del terapeuta sean tomadas como objetos buenos (conocimiento) evitando hacer insight de la situación y producirse un cambio en el grupo.

Seguidamente voy a describir dos sesiones de un grupo de formación de dos años de duración, separadas ambas en un año, haciendo referencia a los mecanismos antes citados.

Se trata de un grupo integrado por cinco hombres y tres mujeres todos ellos en análisis individual.

Las primeras sesiones se caracterizaban por una gran resistencia a hablar, pasando la primera mitad del grupo en un silencio absoluto. La competencia entre los participantes se establecía en el control: el que hablaba primero era el más débil y luego era usado «para aprender» y valorarse ante los demás y el terapeuta dando la interpretación más inteligente.

Sesión 1: el grupo lleva unos pocos meses de funcionamiento. El clima es tenso, el silencio inicial dura más de media hora; al cabo de ese tiempo un varón comienza a hablar de que está habituado a tomar anfetaminas; empezó a tomarlas de estudiante y ahora las toma cuando tiene una situación que no la puede sobrellevar. Refiere que ha tomado una anfetamina antes de venir al grupo, pues se encontraba deprimido y sin ganas de venir. El grupo parece interesado por el tema y varios individuos hacen intentos de comprensión del problema expuesto con un marcado tinte intelectual y estableciéndose una rivalidad por «saber más».

La primera competencia establecida es «a ver quien aguanta menos», el que habla es el que menos tolera la angustia: es el enfermo; en él se puede proyectar la «enfermedad» del grupo. A la vez el tema tratado es la necesidad y la dependencia de las anfetaminas; es decir las necesidades orales y la huida de la depresión. El grupo se interesa por el tema, pues en su actitud silenciosa está toda su necesidad negada y controlada en la medida que aparece un líder se le puede utilizar de chivo proyectando la necesidad de los demás en él. Las interpretaciones intelectuales de la conflictiva presentada son un reflejo de la intelectualización que hacen los miembros del grupo de formación (venimos para ser terapeutas) de su necesidad y patología (venimos para solucionar nuestros problemas).

En este campo renace la competencia para ganar al terapeuta, ser como él interpretando como él, y negando una vez más la conflictiva. Al interpretarse esto el grupo se deprime y queda en silencio.

Sesión 2: Al cabo de un año. Uno de los varones decía que eso no servía para nada, que no sabía qué hacían todos allí, que el terapeuta no interpretaba bien, que la formación era una tontería, etc. Las reacciones de los demás eran agresivas hacia éste, apoyando al terapeuta y al grupo. Después de varias sesiones con la misma conflictiva apareció, en una sesión, un esquema pintado en la pizarra en que se veían los distintos lugares ocupados en el grupo con las iniciales de los que habitual-mente los ocupaban. De un puesto a otro había trazos que representaban las relaciones entre los sujetos que ocupaban dichos lugares (así un trazo grueso indicaba una fuerte relación, trazos discontinuos tímidos acercamientos, flechas en zigzag agresividad).

Cuando un sujeto llamó la atención sobre el hecho, todo el grupo se puso a descifrar el dibujo y a través de él se pusieron al descubierto no sólo las relaciones entre ellos sino también cómo cada uno veía a otro: poco a poco la atención se polarizó en el líder de los otros días viendo que estaba agresivo hacia el terapeuta y el grupo estaba agresivo con él. Entonces el grupo se unión en contra de él tomándolo como chivo y se habló de que se fuera del grupo.

En este segundo período las defensas racionales han desaparecido, la competencia entre los miembros es acentuada y el funcionamiento grupal es semejante al de un grupo terapéutico.

El líder expresa su rechazo de la dependencia, su agresividad hacia el terapeuta y hacia la formación, etc. El grupo rechaza esto, pero habiéndole dejado primero expresar su agresividad repetidas veces, es decir, pone en él su rebelión y la condena prefiriendo una situación de dependencia y aprendizaje. La rebelión de un macho joven contra el padre fracasa al no ser apoyado por los otros, a la vez estos ponen en él todos sus deseos agresivos hacia el padre y pueden seguir en una situación de dependencia. La situación de dependencia y la posterior rebelión es muy marcada en los grupos de formación y más ampliamente en los centros de formación. Luego volveremos sobre este punto al tratar los F. de C. en Institutos Psicoanalíticos.

En esta sesión quiero llamar la atención sobre la importancia del esquema de la pizarra como elemento de cambio en la medida que supone un insight de la situación grupal.

En resumen podemos decir que los grupos de formación, si bien tienen una situación inicial diferente a los grupos terapéuticos, al superar las resistencias funcionan igual que estos grupos.

Estas resistencias están marcadas por la tendencia a la racionalización, la estructura narcisística de los candidatos y los procesos de negación y proyección tan intensos en estos grupos. Estas defensas se oponen al cambio, pues es vivido como pérdida de la identidad, es decir como desestructuración psicótica, en cuanto que suponen adentrarse en el mundo conflictivo negado y temido. La fuerte rivalidad si es interpretada puede actuar como motor del grupo llevándole a una mayor integración y madurez.

Los demás factores de cambio citados al principio actúan igual que en grupos terapéuticos variando el contexto pero no el fondo de la conflictiva.

Finalmente, ampliando la perspectiva de los grupos de formación vamos a estudiar los centros de formación en los que aparecen los mismos factores de cambio, esta vez a nivel institucional.

La demanda de los aspirantes, sus características, etc., los vimos al hablar del futuro psicoterapeuta.

Al principio del ingreso en la institución la situación cara al didacta suele ser de dependencia, con todo el proceso de idealización de éste, atribuyéndole la omnipotencia que espera alcanzar. El grupo funciona según el supuesto básico de dependencia de Bion.

A otro nivel representaría la horda en la que los jóvenes dependen del macho-jefe esperando ser como él; la relación entre ellos es sumamente ambivalente: junto a identificaciones masivas aparecen sentimientos de rivalidad y envidia.

Más tarde aparecen los resortes que llevarán al grupo hacia el cambio. Uno de estos resortes es la aparición del líder; el líder, como vimos antes, expresa la ambivalencia del grupo hacia el jefe: por un lado compite con el jefe y por otro se destaca de los demás esperando alcanzar el favor de éste. Según el significado del líder como vivido, pueden aparecen los primeros conflictos institucionales.

Aquí debo hacer la salvedad de que los institutos psicoanalíticos tienen unas características peculiares como grupo: suelen tener una jerarquía muy institucionalizada con unas diferencias muy claras de niveles de formación, todo ello englobado en una estructura más o menos rígida que parece resistirse a una serie de cambios profundos que quizá no se den, pues implicaría una transformación del sistema y el que ya está dentro de é! con las ventajas que eso conlleva, es raro que se imponga la tarea de revisar dicho sistema.

En una primera generación la jerarquía sería el didacta como cabeza y los candidatos a terapeutas. Entre estos destacaría el líder que sería el que más cerca está del didacta y su favorito. En la segunda generación estaría el didacta, luego el líder, luego los terapeutas de la primera generación y finalmente los candidatos de la segunda generación.

Esta es, más o menos, la estructura jerárquica de la institución. Generalmente los primeros conflictos aparecen entre el grupo y el líder; compitiendo con él, al ser la figura envidiada de favorito.

La figura del didacta no suele ser puesta en tela de juicio, por lo menos en las dos o tres primeras generaciones, pues de él se ha obtenido la formación y todavía se esperan cosas.

Este puesto es mantenido de diferentes maneras según la ideología de la institución: en la ortodoxia sería una figura muy lejana, omnipotente y superyoica de la que se espera los más altos favores; el grupo permanecería en el supuesto básico de dependencia durante largos años esperando algún día estar cerca de esa figura todopoderosa y ser como ella.

En otros grupos se utilizaría la ciencia como jerarquía con lo cual se conseguiría lo mismo que en las instituciones ortodoxas pero sin su rigidez característica.

Luego volveremos sobre el papel del didacta y cómo puede influir en los cambios.

En la conflictiva líder-grupo aparece generalmente otro líder que se opone al primero estableciéndose la competencia y la consiguiente disociación del grupo. Otra conflictiva frecuente es entre las diversas generaciones: ya sea entre líderes de ambas o entre ambos subgrupos. Todo lo cual lleva a la aparición de nuevas disociaciones en el grupo.

Tenemos pues el didacta como jefe y luchas entre subgrupos y generaciones con una figura envidiada, la del favorito. Es curioso observar que los factores de cambio antes vistos parecen como estancados, apareciendo frecuentes escisiones sin hacer verdadero insight de la situación grupal.

Aquí influye quizá el fuerte narcisismo de los integrantes con la necesidad de prestigio y una fuerte dependencia del grupo. Todo esto me sugiere la imagen de una familia en la que los hermanos compiten entre ellos por el favor del padre en una lucha interminable. El padre no quiere renunciar a su papel, pues necesita los aportes narcisísticos de los hijos dependientes y los hijos no pueden renunciar a su dependencia del padre y la consiguiente competencia con los hermanos.

Esto se ve claro en los institutos cuando el didacta mantiene el poder para mantenerlos escindidos y en competencia, o cuando el subgrupo «rebelde» se ampara en otro nuevo didacta «que les comprenda mejor» de) cual pasan a depender. Parece como si lo que buscaba el candidato a terapeuta que era la omnipotencia, anclada ésta en su estructura narcisística, sólo se pudiera conseguir de una manera: siendo didacta.

Dicho de otra manera, el futuro terapeuta pone en el didacta la omnipotencia que desea obtener. Esta omnipotencia la adquiere parcialmente a través de sus pacientes; pero, al estar inmerso en un grupo en el que hay una figura en la que se pone esa omnipotencia se establece la lucha; primero para obtener su favor, después para ser como ella; y la única manera de ser como ella es siendo didacta, es decir omnipotente en la fantasía de los demás (sólo se es padre en la fantasía de los hijos).

Si bien hay otros factores de cambio en los grupos de formación y otros enfoques de la misma problemática he querido hacer hincapié en la envidia y el narcisismo de los miembros de estos grupos como agente causal, ya sea de los cambios que hemos ido viendo como de la dificultad a producirse cambios profundos.

(1) Psiquiatra. Psicoterapeuta. Miembro del Instituto Psicoanalítico de Zaragoza. Miembro de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo.

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