Prólogo
La pretensión fundamental de este libro es el estudio de los mitos -del edípico en particular-, desde el Paradigma de la Complejidad. Lo más distintivo de este paradigma es que se ocupa de la estructura-proceso y de los emergentes que en ella suceden y no de las causas.
La épica, los mitos y la tragedia han sido objeto de numerosos trabajos desde ciencias específicas: historia, sociología, antropología, lingüística y aún desde la filosofía, la literatura, la psicología, el psicoanálisis y el arte en general. Casi todos ellos ignoran las investigaciones y logros de las disciplinas vecinas. La necesaria perspectiva se resiente y en muchos casos crece la impresión de recorrer un conjunto disperso de acontecimientos y reflexiones de las que resulta difícil encontrar el hilo conductor.
La trayectoria de mi pesquisa ha sido la inversa. Comencé, por mi formación psicoanalítica, a interesarme por el «Complejo de Edipo», ese drama sobre el mundo interno que Freud describió con mano maestra que se convirtió en uno e los ejes fundamentales del psicoanálisis. Más tarde, ensanché mi curiosidad con el espacio de la Tragedia, de donde el complejo procede. Ahí pude advertir las posibles variaciones que la inspiración de los grandes trágicos confieren a lo edípico que, poco a poco, iba perdiendo los límites del «primitivo complejo». Pero la tragedia es la traducción al nivel de lo humano de algo más extenso llamado Mito. El realismo se difumina cuando los dioses y sus designios entran en liza, parece un paso atrás en el devaneo de lo imaginario y, sin embargo, el mito aporta otras cosas. La tragedia deriva del mito, que es su condición de existencia, el mito es una tragedia desencarnada que aguarda a unos protagonistas que se apropien de él, que no se limiten a vivirlo sino a vivenciarlo. Los héroes planos del mito, se apoderan de su sufrimiento. Gilgamesh llora a su amigo Enkidu y tras el duelo busca la inmortalidad que le es negada; Fausto, insatisfecho por lo que el conocimiento le depara, espera de la inmortalidad el cese de su ansiedad. Lo que en Gilgamesh son gestas, en Fausto se convierten en vivencias.
A partir de aquí entramos en el dominio de un episteme en el que resulta necesario indagar. Un episteme en el que sus elementos no se diferencian de manera neta: la leyenda, la historia, la filosofía, la explicación y justificación del principio y del fin, la ciencia y la creencia, la religión y la fantasía. Solo acudiendo al paradigma de lo complejo me parece posible penetrar en este prolijo territorio sin seguir el curso de lo lineal, acaso más claro pero también más alejado de la verdadera entraña del episteme.
El mito antecede a la historia, pero es la historia posible de un tiempo remoto; la historia al tiempo engendra sus mitos. Los mitos «explican» y son preludio de la ciencia y el devenir científico produce sin cesar nuevos mitos. El pensamiento depara propuestas mágicas a las que está adherido el deseo que vela una realidad a la que el hombre en un principio no puede acceder. En ese momento mediarán los dioses, con su nomós(leyes), ya que la physis (naturaleza), resulta impotente para calmar la inquietud que despiertan nuestras propias preguntas. La ansiedad decrece allá donde el humano es capaz de aceptar la inevitable incertidumbre, cuando puede permanecer en la duda, más allá del dogma, cuando abandona la imposible búsqueda de absolutos. El Valhala es una distante y profunda lección que los nórdicos supieron darnos a este respecto.
El mito aquieta y serena las ansiedades más básicas, pero también las despierta porque su universo no es cerrado. Por entre sus grietas el mito se transforma y en ciertos casos se desvanece, tal sucede con algunos mitos cosmogónicos. Pero en otros, la problemática misma se resiste a ser resuelta, y los fantasmas iniciales se sustituyen por otros y la angustia prosigue: es el caso de la libertad, de la muerte, del descubrimiento del otro y del sí mismo. En estas circunstancias los mitos permanecen, se refinan y se adecúan a los tiempos, pero ahí siguen, resistiéndose a ser capturados por la quietud del logos, (razón) acechando los límites de la hybris (locura), entre la hierática razón y el desmesurado afecto.
Qué lejos parece estar ya el complejo de Edipo que nos llevó a esta suerte de viaje iniciático y, sin embargo, una atenta mirada muestra que vuelve a surgir con otra apariencia, procedente de otras reflexiones y vivencias, en un bucle al que tanto nos tiene acostumbrados el orden de lo complejo.
El complejo de Edipo es un emergente del mito y, como tal, propio del sistema complejo adaptativo de la psicología, del mundo interno. Pero existe también su vertiente social donde perdemos la singularidad del «sujeto» para encontrar al genérico elemento que llamamos «individuo»; ya no estamos en el inicial descubrimiento freudiano, sino en una de sus posibles derivas. Planos todos ellos irreductibles. El mito no se resuelve en la historia, la religión no es la simple creencia. La tragedia griega deviene en novela no por imperativos de la moda, sino por exigencias de la época donde el hombre no es ya un simple depositario del capricho de los dioses, sino que padece el vértigo de su propia libertad.
Rozaremos en más de una ocasión cada una de estas cuestiones que adoptan a lo largo del tiempo múltiples disfraces y esperamos, sobre todo, que el lector pueda formularse nuevas preguntas en ese interminable camino limitado por la emoción y el conocimiento.